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Música

Una repasada por el álbum electrónico de David Lynch

La mente maestra detrás de proyectos como Twin Peaks, Eraserhead y Mulholland Drive tiene su propio experimento electrónico.
Foto vía Pxhere

No es de sorprender que el término "Lynchian", como lo señala un artículo de NME del 2014, se haya "vuelto algo como una palabra clave para cualquier banda que emplee tratamientos de voz etéreos y sintetizadores texturizados".

Esa cita de otro de nuestros artículos, que habla del impacto que ha tenido la música de David Lynch en grandes músicos contemporáneos, es exactamente lo que describe la sonoridad del enigmático director: "Lincheano". Hay pocas descripciones más acertadas, además de adjudicarle toda la particularidad del caso al creador de obras de culto que van desde lo hermoso hasta lo indescifrable; todo en uno.

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La música que Lynch ha dispuesto meticulosamente para sus obras cinematográficas es, indiscutiblemente, una pieza fundamental en el entrelazado de cada proyecto audiovisual. No por nada se reconocen tanto tiempo después piezas como Twin Peaks, Mulholland Drive, Lost Highway o Blue Velvet, Lynch tuvo la habilidad de volver sus obras en hitos atemporales, mucho de eso se le atribuye a la ambientación sonora, que no precisa de un tiempo contextual, sino que se aferra a la emoción.

Ahora, haciendo un repaso por el proyecto electrónico que salió de la mente del director, podemos dar cuenta de la ambientación inmediata e impecable que atañe todo lo que produce este autor de cine de culto "Lincheano". Así es este álbum, lo cual podría traducirse como envolvente, arrollador, oscuro, sensual, misterioso. Muy a su estilo, nada más. The Big Dream, el largo de 12 canciones lanzado en 2013, fusiona modulares espaciales con vocales intervenidos, guitarras nostálgicas y baterías sacadas de ese rock vieja escuela que transportan de inmediato bajo un cielo oscuro y estrellado en medio del desierto.

Para los curiosos que vayan a echarle un vistazo, o los fanáticos que ya conozcan The Big Dreams, hay una realidad irrefutable: al igual que en sus películas, Lynch te abduce en una nebulosa particularmente estética, y aunque no entiendas bien lo que sucede, te sucede y ya. Desde el primer track, "The Big Dream" hasta "Cold Wind Blowin'", uno olvida lo que está escuchando, como si aconteciera algo familiar y a la vez lejano. Pero sin previo aviso uno ya está en la cuarta canción sin entender muy bien cómo el tiempo de desfiguró a tal punto. "The Ballad of Hollis Brown" rompe el hechizo de las guitarras serpenteantes, rompiendo repentinamente el trance con una batería seca que anuncia la venida de bajos más agresivos.

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The Ballad of Hollis Brown" irrumpe, como es característico de Lynch, con el trance que había logrado generar en el oyente. Entra sin previo aviso a recordar que hay algo pasando justo ahí, y que uno estuvo a punto de perderse por andar montando en una burbuja de estupor.

Así es todo con este tipo; de la nada al todo, y uno a duras penas le sigue el paso. Pero lo mantiene a uno intentando, gran habilidad de seducción.


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"Wishin' Well", "We Rolled Together" y "I Want You" entran de lleno al toque de Lynch: guitarras que se mueven como reptiles nocturnos y vocales que ondulan como si uno estuviera a punto de ahogarse en un lago turbio, mientras se canta lentamente bajo el cielo, luchando constantemente contra la tensión del agua. No creo que sea salido de casillas intuir un toque hip-hopero en el movimiento de estas canciones que invitan eróticamente a quedarse bajo la superficie acuática hasta morir.

Pero como es característico del buen Lynch, justo cuando uno siente que ha logrado descifrar sus intenciones, logra cambiar de tono súbitamente. "The Line It Curves" y "Are You Sure" se sienten como un haz de luz que atraviesa las moléculas del lago, como un recordatorio de que, en efecto, ahogarse no está bien. Son un impulso audaz de supervivencia, acompañados de modulares llenos de aire, unos vocales amigables y un ritmo de baterías felices.

"Stand up and be a mountain", de las últimas líneas que se cantan, son un el gran cierre del álbum. Uno no acaba por entender si Lynch quería la calma o el frenesí, la tristeza o el éxtasis. La cosa es que logra evocar ambas, todo en contra de nuestra voluntad.

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