El desastroso legado de 'Opio en las nubes' en internet
Imagen por Daniel Senior

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El desastroso legado de 'Opio en las nubes' en internet

Decenas de 'Pink Tomates' en Twitter, frases sueltas y páginas de fans en Facebook. Y, ¿dónde quedó Chaparro Madiedo?

La Era Internet le ha dado varias patadas en las bolas al mundo de la literatura. Y no porque "se vaya a acabar el libro en papel" ni porque "ahora se lean solo las maricadas de Facebook", sino por el arsenal de mierda informática que nos han dejado algunas tristes obligaciones de colegio y otros tantos flojos imitadores. El potencial para la producción y difusión de literatura, la exploración de nuevos formatos digitales o la creación de otras narrativas en la red se ha visto avasallado por un caudal de 'instagrameros letrados', tristes videos de YouTube con tareas mediocres sobre lecturas embutidas a la brava y cientas —si no miles— de 'frases célebres' en posts de Facebook con fondos melancólicos.

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El fenómeno Opio en las nubes es la cumbre insuperable de esos extraños cauces por los cuales ahora circula la recepción literaria. Como resultado de intentos desesperados de ciertos profesores por fomentar la 'lectura por placer' a través de temas 'sexys', 'juveniles' y 'estrategias innovadoras para que los estudiantes amen los libros', la novela de Chaparro Madiedo se ha vuelto el cebo infalible para pescar lectores adolescentes. Y eso no está mal: de alguna manera hay que intentar seducir hacia la lectura a personas que siempre van a preferir jugar Call of Duty en Play Station o ver Netflix o jugar fútbol. La novela ha abierto el hambre de lectura de muchos y, sin duda, eso es importante.

Pero el anzuelo ha sido de doble filo.

A costa de esos intentos, lecturas más exigentes son desechadas con mayor rapidez (lo digo por casos que conozco) y las aguas negras de la web se han engrosado con un amplio catálogo de tareas de bachillerato hechas la noche anterior, videos vergonzosos inspirados en la novela y groupies emprendedores con blogs y cuentas en redes sociales que compiten por quién ama más a Chaparro. O quién es más Amarilla. O solo para parecer interesante y 'muy leído'. O para conseguirse un novio o una novia 'intelectual'. O todo lo anterior.

Y es que Opio en las nubes ha condensado en estos veinticinco años la fórmula ideal para hacer de la lectura algo cool: una ficción de contracultura que termina congelada en blogs o quotes con más de cien likes. Darío Rodríguez, en una columna sobre el tema, lo dice mejor: "[Libros como Opio en las nubes son] cocteles perfectos para un país conservador y reprimido. Dosis de sexo burdo, drogas fuertes y rock and roll convencional, destinadas a unos lectores que juegan cada fin de semana a ser muy locos y muy osados, pero que deben madrugar, limpios, obedientes, hacia la "sucia mañana del lunes" —como reza un capítulo de Opio en las nubes— bien dispuestos a cumplir órdenes como fichas de sus odiados empleos".

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La novela ha sido una golosina para embutir literatura a quinceañeros y quinceañeras a los que les da pereza leer obligados un texto de más de veinte páginas: trago, rock, gatos, cigarrillos, sexo, catchphrases fácilmente tuiteables, latiguillos pop — trip trip trip, mierda, qué cosa tan seria—, bares imaginarios con nombres atractivos —Bar La Gallina Punk, Bar Kafka, Bar La Sucia Mañana del Lunes—, groserías… En fin, un verdadero festín de objetos de deseo, de tabúes públicos para menores de edad, de todo lo que hace babear a un adolescente reprimido, sediento de nuevos voltajes vitales.

Por eso, a las más de 55 cuentas de Twitter con el nombre 'Pink Tomate' (sin contar a las alegres 'Amarillas' que se multiplican a diario) se le han sumado fanpages de autoayuda literaria con el sello Chaparro: @OpioEnLasNubes, @LibroOpioEnLasNubes, @IWannaTripTripTrip… Y la lista sigue. Grupos públicos como 'Los que aspiramos los días con Opio en las Nubes' o 'Consumidores de Opio en las Nubes', en los cuales se comparten citas de la novela, canciones, memes y testimonios de idolatría hacia el autor son solo el síntoma de algo que ningún gran teórico de la recepción literaria vio venir: la transmutación de los libros en basura digital, la disección de la literatura en frases sueltas, videos de mala calidad y antidepresivos baratos en forma de tweet.

La verdadera transubstanciación: de libro a chatarra web.

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Pero no hay que culpar a Chaparro por sus fans y el relleno sanitario que han nutrido sus flojos imitadores y las tareas de Español en Internet. A pesar de que la novela misma tampoco fue bien recibida entre ciertos críticos (lean, por ejemplo, la reseña que Mario Jurisch escribió apenas Opio en las nubes ganó el Premio Nacional de Literatura o la más reciente de Darío Rodríguez para En Órbita), el éxito comercial y la imparable popularidad del libro han opacado sus otras caras como escritor: sus crónicas, sus libretos en Zoociedad (el primer programa de Jaime Garzón), incluso el programa La brújula mágica que él mismo fundó. El de Chaparro es el mismo séquito que, idolatrando ciegamente unas versiones burdas de Bukowski, Andrés Caicedo o Gonzalo Arango, los ha vuelto a matar.

Ni modo. Pink Tomate, Marciana, Max, Amarilla y sus grotescos döpplegangers feisbuqueros se tragaron al escritor y ya solo queda ver lo que resulta del proceso de digestión.

Como en toda la historia de la literatura, los nuevos circuitos de circulación y producción pueden potenciar grandes preguntas. En la Era Internet vienen algunas como la del acceso gratuito al material, la de la renovación estética o la de otros espacios creatividad textual más allá del libro como lo conocíamos. Pero los usos acríticos, frívolos y automáticos de la literatura popular en las redes pueden hacer más daño que simplemente no leer nada y salir a emborracharse.

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Esos retuiteadores hijos de Acción Poética que han transformado la poesía y la escritura en un catálogo de quotes lindas para estampar en camisetas o subir a Instagram porque 'suenan divino' —o porque les da 'estatus intelectual'— han sido más dañinos que quienes, con honestidad, dicen que les da pereza leerse un libro entero.

Y el problema no es que la gente use las herramientas o el lenguaje propio de Internet para expresarse, para renovar los modos de narrar su mundo y sus preocupaciones, sino que la potencia vital y política de la literatura se reduzca a fórmulas fáciles de copiar en las redes y que una novela se vuelva un bowl de frases aleatorias para dedicar. Para la salud del ejercicio literario (y de Internet mismo), hay que cuestionar ciertos usos que nuestra generación está haciendo de los textos. Muchos de esos nuevos lectores consideran la literatura, en pocas palabras, un repertorio de citas sueltas que esperan ser 'likeadas', estados para subir el autoestima, tuits 'intelectuales' o identificaciones depresivas con personajes de nombres 'chéveres'.

Y Chaparro ha dado la papaya perfecta.

"Era lunes y no pude obtener satisfacción", "Tenias la misma lógica de la heroína, me produjiste el mismo efecto porque te vi y me dieron ganas de inyectar tu nombre en mis venas", "Tengo ganas de saltar al vacío, ganas de cortarme las venas con el filo de tu aliento", "Hoy soy una aspirina, tal vez una anfetamina", "Me falta un tornillo y seguramente se me ha perdido en tu caja de herramientas". Todo un banquete para tuiteros y administradores de fanpages en Facebook.

Más allá de los 'usos atractivos del lenguaje' o lo sexy que pueda ser la mitología detrás de un escritor o sus personajes, la literatura debería interpelar nuestra manera de ver el mundo. Retar el orden mismo de las cosas. Y no ha sido así con el legado de Opio en las nubes. Con excepción de ciertas lecturas juiciosas, un par de estudios críticos e interesantes exploraciones de estilo que han invitado a muchos empezar a escribir, de él nos ha quedado un repertorio de fieles seguidores que conocen y comparten fragmentos desmembrados, caricaturas virtuales de sus personajes que gritan por seguidores, un sinfín de bots que han usurpado su nombre. Qué vaina tan jodida. Trip trip trip.