En este nuevo libro, la moda es una celebración feminista
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En este nuevo libro, la moda es una celebración feminista

Una charla con Vanessa Rosales sobre feminismo, rock and roll, redes sociales y, obviamente, ropa.

El mundo dejó atrás hace varios años la concepción de que hablar y escribir sobre moda era algo frívolo. Considerando que la moda es un tema fundamental en el ámbito de la cultura, desde el cual se puede hacer teoría social, las discusiones se volvieron otras: ¿de qué manera las redes sociales están influenciando a la industria? ¿Qué tan feminista es realmente la tendencia feminista actual en la moda? ¿Qué problemas están generando las reapropiaciones culturales que hacen indiscriminadamente algunos diseñadores?

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Estas son algunas de las discusiones que Vanessa Rosales plantea en su libro Mujeres Vestidas, publicado este mes en la Editorial Planeta y lanzado con mucho bombo en la Feria del Libro.

Vanessa es cartagenera, estudiante de Filosofía e Historia de la Universidad de Los Andes y tiene una maestría en Periodismo de la Universidad Torcuato di Tella y un programa de Fashion Studies de Parsons en Nueva York. Hace años emprendió una carrera profesional compleja en Colombia: la de hacer teoría social y crítica cultural basada en la moda teniendo de referentes a mujeres como Judith Thurman, Holly Brubach y Kennedy Fraser, todas escritoras de estilo del New Yorker. Vanessa empezó a hacer lo propio en publicaciones como Arcadia, El Heraldo, La Nación, en Argentina, Cromos, Diners y Vogue Latinoamérica.

Con motivo de su nueva publicación hablé con ella acerca de los nuevos lenguajes de la moda, sus implicaciones sociales y su lectura acerca de esta industria en Colombia.

VICE: ¿Cómo es escribir sobre moda acá en Colombia?
Vanessa Rosales: Es…Yo sentí, digamos, el instinto. Era una muchachita de 20 años cuando tuve esta noción de escribir de moda, sobre todo en un contexto académico como el de Los Andes, donde la moda no era un tema considerado digno de estudio y examinación intelectual.

Como la moda ha sido acá en Colombia un tema inédito, siento que ha habido ambivalencia: hay gente que lo ha recibido como lo que es, y hay gente que lo ha rechazado un poco. La discusión sigue estando muy viva, sobre si se toma como un tema cultural y no como un tema de entretenimiento.

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Dices que desde los 20 tuviste el instinto. ¿Cuáles fueron las referencias visuales de tu adolescencia que te lo generaron y por qué?
Yo no tuve divas ni fashionistas ni icónicas como referencia. Para mí el gran referente visual siempre fue el rock n roll, nunca la moda. De hecho, cuando yo tomé la decisión consciente de escribir sobre moda, mucha gente se extrañó porque yo era la típica jovencita intelectual: mi estética nunca fue inclinada hacia lo fashionista, menos en un contexto como el cartagenero. No era mi tema, pero siempre me apasionó la estética conectada al tiempo. Entonces mis grandes influencias realmente fueron Guns n' Roses, Jim Morrison de The Doors, Led Zeppelin…

Me fascinaba de ellos esa noción de coraje, de ser individualmente libre. Una vez le escuché a alguien decir una cosa hermosa: que lo cool era como el amor a primera vista, lo sabes enseguida o no, y siento que el rock n roll encarna eso. Es un sonido precedido por el rockabilly, por el rock n roll de los cincuenta, destiló hacia el punk, el postpunk, el new wave y todas conexiones me apasionaban, yo creo que por ese elemento del coolness.

En el libro haces un análisis de varias prendas que han sido significativas en la historia de la moda y las personas, ¿para ti cuál ha sido la prenda más revolucionaria de todas?
La minifalda. El terreno de las longitudes femeninas fue visto durante mucho tiempo, por las feministas más ortodoxas, como un terreno de regulación de las libertades femeninas porque, en teoría, eran los diseñadores los que regulaban los largos y los cortos de las faldas. Y la minifalda llega al mundo precisamente en los sesenta, cuando están estallando todos los movimientos culturales de esa década. No fue en vano esa coincidencia: ese fue el primer momento en la historia donde los muslos femeninos fueron aceptables, aunque escandalizaron al mundo entero.

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Es muy curioso también ver cómo las feministas ya no querían ponerse minifalda después de los 60, para no ser cosificadas. La minifalda se vuelve entonces un gran símbolo de cómo una prenda puede reflejar las libertades femeninas.

Ahí entramos en terreno feminista. La moda siempre ha sido un arma de doble filo cuando uno menciona el término. ¿En qué momento para ti la moda deja de ser feminista?
La moda se sexualizó en el siglo XVIII: la época en que los hombres entraron a la modernidad y las mujeres se volvieron un símbolo del poder adquisitivo del varón; para que una mujer subsistiera económica y socialmente debía casarse con un varón. Esa época claramente es vista como antifeminista, porque era un reflejo de la mujer como adorno.

Otro caso fue durante los años cuarenta y cincuenta, justo después de la guerra, cuando surge Christian Dior con su intención de volver a feminizar a la mujer, y la redomestica. Ya luego, en los sesenta, con todas las liberaciones femeninas, las mujeres rechazaban la moda. Y era algo comprensible, porque, si estábamos luchando por cosas que eran fundamentales, un par de tacones se veía como algo contradictorio.

Pero el juego de la moda siempre es ese, el de la ambivalencia, incluso en esta época que me gusta llamar feminista-fashionista; la moda puede seguir encarcelando o ser una fuente de identidad femenina, que es lo que está pasando con las blogueras de moda.

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Es chistoso que menciones a Dior, porque esta casa de moda lanzó el año pasado su icónica camiseta de "We Should All Be Feminists", que aún sigue marcando la tendencia mundial. ¿Qué tan feminista es esta tendencia feminista en la moda? ¿Es algo real o es una reapropación ideológica más de la industria?
Yo creo que es una reapropiación y la empezamos a ver cuando Lagerfeld en Chanel hizo esa pasarela en el Grand Palais que parecía una marcha feminista. La consigna era algo así como "feminista pero femenina". Y es positivo en la medida en que circule la palabra, pero es peligroso si es un símbolo vacío.

La moda siempre se apropia de las cosas: las mastica y las escupe. La reapropiación es algo bueno en cuanto se genere una consciencia, para que las chicas empiecen a investigar sobre feminismo; pero si se queda en ese humo, como ese hashtag tan light de #girlboss, es perjudicial. Yo creo que es bien ambivalente que haya camisetas estampadas con feminismo y que blogueras como Chiara Ferragni las tengan puestas, pero puede ser positivo en la medida que genere consciencia.

Chiara es una de las blogueras de moda que mencionas en tu libro, cuando mencionas a Instagram como una de las plataformas que más han moldeado la manera en la que queremos vernos.
Algo muy importante que la gente pierde de vista es que estas chicas, antes de convertirse en blogueras, tenían un poder adquisitivo significativo y convirtieron eso en un negocio, porque la bloguera de estilo personal a la final es una valla publicitaria.

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Hoy en día las mujeres, las más jovencitas sobre todo, están confundiendo dos cosas: la ensoñación fantasiosa de un estilo de vida con querer emular y poseer ese estilo de vida, algo a lo que puede acceder un porcentaje muy mínimo de la población. Y al crear esta noción de negocio, las blogueras han creado esta identidad donde lo más importante es la pose, la transformación del vestuario y no hacen nada más. Hay algunas que sí, como Leandra Medine, que tiene todo un concepto detrás de su blog Man Repeller.

Esta situación con las blogueras, o con it girls como Kendall Jenner y Gigi Hadid, que son contratadas como si fueran las mejores top models del planeta Tierra es producto de las redes sociales. ¿Estas nuevas formas de comunicación están "matando" a la industria de la moda como la conocíamos?
No es que la hayan matado, pero sí han matado algunos temas. Por ejemplo, un diseñador dura x tiempo haciendo una colección, y luego en la pasarela alguien le toma una foto borrosa con su celular, y ahí queda todo. Siento que, ineludiblemente, la moda ha caído bajo los tentáculos de lo digital, que es una de las cosas que le da forma a la industria hoy en día. Las pasarelas ya no son bianuales, ahora suceden a cada segundo en nuestros celulares.

Entremos en terreno más local. Haces una lectura histórica de prendas que significaron mucho globalmente, pero si te pregunto a ti qué prendas han marcado la historia de nuestro país, ¿Qué me responderías?
Yo diría en un comienzo que la ruana. Lo que pasa es que debemos ser conscientes de que somos un país fragmentado, y no hay un sentido de identidad tan homogéneo como el que puede haber en otros sitios. Colombia no es así; yo puedo decir que la ruana es una pieza fundamental en el país y un costeño me va a decir que no, y me va a hablar de otro elemento. Y hay varios… digamos, la apropiación de la mochila Wayuu ha sido muy significativa. Ahora siento que hay una apropiación del carriel, algunas marcas como Adriana Castro crearon unas versiones más modernas. Lo que sí es claro es que tenemos una cultura de moda en formación, y seguimos explorando a ver qué elementos clásicos, tradicionales o folclóricos pueden servir en la formación de esa identidad.

La moda, como muchos otros ámbitos, también refleja repetidamente nuestro complejo postcolonial, nuestros problemas de identidad. ¿Crees que en algún momento podamos desarrollar un discurso visual a partir de nuestra verdadera identidad?
En el capítulo de mi libro sobre moda colombiana añadí imágenes de esos jeans sin bolsillos de los que tanto reniegan las personas que se consideran fashionistas. Y algo que señalo en ese capítulo es que, como somos un país con una identidad tan fragmentada, la moda en Colombia también refleja nuestra desigualdad económica y social. Un ejemplo de esto son las chicas que tienen como ideal estético ese modelo de jeans, que lo quieren no solo porque se crían en poblaciones donde esa prenda es el ideal, sino porque hay un tema de poder adquisitivo en juego. El ideal estético es una mezcla de lo que queremos conseguir y lo que podemos conseguir.

Yo creo que hay una gran polarización entre la moda popular, como la llamamos, y la alta moda colombiana, si se le puede decir así, y ese enfrentamiento revela nuestra fragmentación como país. Temas como el de la narcoestética, que es una palabra con la que hay que tener cuidado, porque muchas de esas muchachitas no se están adhiriendo conscientemente a una estética relacionada con lo narco, eso es una adjudicación externa. Figuras como esas son las que toca examinar para entendernos mejor como país y entender la historia de la moda en Colombia.