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ciencia

Mi primer encuentro con el genial neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás

El autor de la primera biografía del científico más importante que ha dado Colombia nos da su testimonio.
Foto: Archivo familiar | Cortesía del autor  

Tenía 18 o 19 años la primera vez que hablé con Rodolfo Llinás. Estudiaba medicina en Bucaramanga y pertenecía a una revista científica editada sólo por estudiantes. Habíamos decidido organizar un congreso médico y el invitado principal, soñábamos ingenuamente, sería el neurocientífico colombiano. En los años noventa Llinás se había convertido en una celebridad, una especie de Einstein criollo con su pelo blanco, sus investigaciones casi imposibles de entender para el resto de los mortales, sus respuestas inteligentes y provocadoras.

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Supongo que resulté elegido para buscar a Llinás porque hablaba el mejor peor inglés entre mis compañeros. La revista funcionaba mas o menos como una de esas detestables fraternidades de las universidades gringas en las que no puedes demostrar debilidad así que no me quedó otro camino que aceptar. Durante varios días seguidos me las ingenié para contactarlo. Pero entre Llinás y el resto del mundo, lo descubriría años después, existía un muro infranqueable que se llama Mary Clarke. Su asistente en el departamento de neurofisiología en la Universidad de Nueva York es una mujer menuda, silenciosa y discreta, pero tan infranqueable como un defensa de futbol italiano.

Mary debió sentirse en algún punto tan cansada de mi insistencia que decidió bajar la guardia pero sólo para que me estrellara de frente contra otro muro: el mismísimo doctor Llinás. Recuerdo que cuando por fin pasó al teléfono, le solté la retahila de la revista a la que pertenecía, del simposio, del deseo de invitarlo a Bucaramanga. Llinás respondió cortante:

—Ustedes los jóvenes deben dedicarse es a hacer la paz.

Luego colgó el teléfono.

No terminé la carrera de medicina. Deserté en el tercer año. La abandoné para estudiar periodismo y literatura. Pero como “el pasado siempre está presente”, como le gustaba decir a Horacio Calle, un viejo profesor de antropología en la Universidad Javeriana, esos años en la escuela de medicina marcaron mi periodismo. Desde que llegué a El Espectador comencé a escribir sobre salud, ciencia y medio ambiente.

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Foto: Archivo familiar | Cortesía del autor

Casi veinte años después de esa llamada, y cuando Colombia avanzaba en un proceso de paz en La Habana con las Farc, extraña coincidencia, volví a buscar a Llinás. Esta vez porque quería escribir una biografía sobre él. Llinás, para mi sorpresa, aceptó sin pereques. Mary Clarke, todavía a su lado repeliendo gente molesta, no opuso resistencia. Que no existiera una biografía sobre el científico más importante que ha tenido Colombia en el último siglo me parecía increíble.

El primer encuentro con Llinás ocurrió en Woods Hole, un pequeño poblado en la costa este de Estados Unidos, que alberga el Marine Biological Laboratory. Cada verano, sin falta, desde hace cincuenta años, Llinás se refugia en este lugar junto a otros científicos. Algunos de ellos ganadores de Premios Nobel. Cada mañana los funcionarios del laboratorio salen a pescar especies marinas que le sirven a los científicos para llevar a cabo sus experimentos: tiburones, rayas, caballitos de mar, cangrejos, calamares, entre otros. Llinás conoce mejor que nadie los calamares. En su escurridizo cuerpo esconden una de las fibras nerviosas mas grandes que se conocen. El “axón gigante” del calamar es 20 veces más grueso que un hilo de costura. Eso, para alguien interesado en descifrar cómo ocurre la comunicación entre neuronas, es un tesoro. A los calamares les debemos una buena parte de lo que sabemos sobre nuestro propio sistema nervioso.

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Durante los tres años siguientes a ese primer encuentro me dediqué a leer sus trabajos científicos, a entrevistar a sus familiares, colegas y amigos, a entender y rastrear el origen de sus ideas sobre el cerebro y la mente. Llinás ha sido un científico muy prolífico. El archivo de artículos científicos entre 1962 y 2015 sobrepasa las 500 referencias. Uno de sus discípulos, el neurocientífico chino Jen-Wei Lin dice que “muy poca gente, aun entre los neurocientíficos más importantes, trabaja en tantos niveles al mismo tiempo. Recuerdo a un electrofisiólogo de Australia que decía que el laboratorio de Llinás era un reflejo de todo lo que se hacía en Australia. Era muy impresionante”.

La vida de Llinás resulta fascinante, principalmente, porque desde que era un niño de cuatro años de la mano de su abuelo Pablo Llinás, un psiquiatra bastante conocido en Bogotá, se obsesionó con entender cómo funciona el cerebro. Ahora, a sus 83 años sigue intentando descifrar uno de los enigmas más complejos de la biología: cómo emerge la conciencia del tejido nervioso. El neurofilósofo David Chalmers se refirió a ese problema como “la pregunta difícil”. La respuesta fácil es pensar que la mente es una entidad distinta al cerebro, parte de un “alma”. La respuesta difícil implica descubrir las leyes físicas y biológicas que permiten que un puñado de células sean capaces de organizarse de cierta manera para pensar, sentir y tener conciencia.

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Foto: Archivo familiar | Cortesía del autor

“El movimiento, la motricidad, las entiendo muy bien. La sensibilidad la entiendo bien. La memoria es una carajada. El amor. Todo eso son pendejadas. Son cosas ridículamente simples. Pero no entiendo cómo se traduce la actividad eléctrica en sensación”, me dijo Llinás en uno de esos primeros encuentros.

Hay dos razones por las que creo que vale la pena interesarse en las ideas de Llinás. Digamos que una es “filosófica” y la otra más “pragmática”.Comencemos por la filosófica.

Llinás dice que “somos básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real”. Es una idea hermosa y también un tanto escalofriante. Tenemos un cerebro que evolucionó para percibir la realidad de cierta manera y no de otra. El cerebro genera un “teatro” en nuestra cabeza y los sentidos todo lo que intentan es modularlo con la información que viene de afuera. El “yo”, bajo esta perspectiva, es para Llinás un truco del cerebro para mantener la coherencia de todas esas sensaciones, todos los pedazos de información que integra el cerebro. Son ideas que retan nuestra intución y lógica. Casi producen vértigo cuando uno comienza a examinarlas. ¿Cómo es el “yo” de otros animales? ¿Cómo perciben la realidad? ¿En qué se parece su conciencia a la nuestra? Un pulpo, por ejemplo, puede saborear el mundo con sus brazos y ver con la piel.

En un plano más pragmático, las ideas de Llinás ameritan una revisión juiciosa porque podrían significar un alivio para miles de personas afectadas con algunos trastornos mentales. Luego de casi cuatro décadas estudiando los fundamentos de las neuronas, Llinás comenzó a hablar de “disritmias talamocorticales”. Para él, los “cortocircuitos” que se producen en pequeñas aglomeraciones de neuronas desencadenan distintas enfermedades. Imagine un supercomputador. Los síntomas de una avería en un circuito van a depender del lugar que ocupa el circuito. Podría dañarse la pantalla, la memoria, la unidad de sonido, etc. Aunque esta idea desafía varios paradigmas de la psiquiatría y la neurología, Llinás junto a un cirujano suizo, Daniel Jeanmonod, comenzaron a operar a algunos pacientes. El resultado, según los artículos que han publicado al respecto, muestra que los pacientes mejoran considerablemente de sus síntomas.

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Rafael, el hijo mayor de Llinás, al frente del departamento de neurología de la Universidad de Johns Hopkins, acepta que la idea de cirugías en pacientes psiquiátricos es delicada pero al mismo tiempo me dijo: “No tengo miedo en decir que quizás somos nosotros los equivocados. Desde que tengo memoria a mi papá siempre le han dicho que está equivocado. Cada cosa que ha hecho en ciencia otros le han dicho que está equivocado. Cuando habló de espigas de calcio en las dendritas, la gente se burló y ahora es parte del canon de la ciencia. Una de las cosas que él siempre dice, y ha sido una de las enseñanzas más valiosas, es que si haces algo bueno y la gente lo rechaza es porque es bueno.Y si la gente piensa que es bueno es porque estás en el mismo camino de todos. En momentos en que he tenido dificultades ha sido muy útil recordar eso”.

Foto: Archivo familiar | Cortesía del autor

Creo que el mejor homenaje al científico más importante que ha tenido Colombia en el último siglo es entender lo que ha tratado de decirnos sobre esa extraña invención de la naturaleza: el cerebro humano.

* Pablo Correa, editor de la sección Vivir de 'El Espectador', publicó recientemente el libro 'Rodolfo Llinás. La pregunta difícil' con la editorial Aguilar. Acá reproducimos la portada.