FYI.

This story is over 5 years old.

Noticias

Cuando los animales tienen nombres de famosos

Dos biólogos bautizaron una nueva especie de rana como Rigoberto Urán. No es la primera vez que un famoso colombiano le da nombre a un animal.

En la mañana del pasado viernes, a través de Facebook, un biólogo de la Universidad de Antioquia anunció que había descubierto una nueva especie animal. Arriba del texto aparecía un anfibio amarillo verdoso de ojos saltones. Más allá de la importancia del hallazgo, la publicación brilló por un detalle: el nombre con el que bautizaron a la pequeña rana en honor a Rigoberto Urán, el ciclista colombiano.

Publicidad

Mauricio Rivera-Correa y Juan Daza la encontraron, en una vereda de Urrao, en Antioquia. En ese mismo municipio nació, hace 29 años, el doble subcampeón del Giro de Italia. "Un man muy calidoso de la bicicleta y que, a pesar de la adversidad, nada lo detiene… siempre se le ve montaña arriba", escribió Rivera-Correa en su muro.

Pocos han sentido en sus manos el poder de nombrar cosas nuevas. Quizás los publicistas o los inventores. Y son muchos menos los que, como los hombres de las cavernas, han podido decidir cómo se llamará algo en la naturaleza. Los de a pie estamos acostumbrados a creer que ya todas las cosas tienen nombre, así no lo sepamos y no nos importe. Pensamos que, de alguna forma, en miles de años, alguien tuvo que haber visto por primera vez esa misma mata, ese mismo insecto, y lo tuvo que llamar de alguna forma.


Lea También: El sapito de las Farc
Pero no es tan así. Donde usted ve una rana amarilla, un biólogo apasionado puede encontrar todo un mundo nuevo. La ve, se acerca, la toca, le toma muestras, la mira a los ojos, le saca fotos, la sigue, trata de entenderla. Eventualmente lo logra, sabe más que nadie sobre esa rana: el largo de sus dedos, su color exacto, su ascendencia, las plantas que prefiere, la forma en la que se mueve. Tiene que recoger suficientes muestras de la especie para poder describirla lo mejor posible. Y tras estudiar y rebuscar publicaciones académicas y pedir asesoría a colegas descubre que no hay registros de esa rana. Si logra probar que la especie es nueva, el resto del mundo —o al menos la comunidad científica— tendrá que llamarla por el nombre que está a punto de ponerle. Ahí empieza a sentir el poder correrle por la sangre. Una vez alguien descubre una nueva especie que no ha sido nombrada antes, debe escoger un nombre y escribir una descripción. El nombre, explica un artículo de Encycolpedia of Life, debe seguir ciertas reglas gramaticales del latín, que fue el idioma escogido para estandarizar los nombres en todo el mundo, "y puede ser sencillo, descriptivo, geográfico, conmemorativo (por ejemplo, el nombre de una celebridad) o sin sentido". La creatividad a la hora de nombrar la limitan las pautas que establecen los distintos códigos internacionales. Hay para plantas, para bacterias, para animales. La descripción, en cambio, sí debe ser profunda y rigurosa. Hay que escribir un artículo que sea aprobado y publicado por una revista científica, donde, ahí sí, se detallen las generalidades y las más pequeñas particularidades de la nueva especie. En el caso de los dos biólogos de la Universidad de Antioquia, por ejemplo, publicaron un artículo en la revista Acta Herpetológica, donde explicaron, entre otras cosas, que la nueva especie hace parte del grupo de las Pristimantis, que hay otras 24 especies de ese grupo en el neotrópico, y que las ranitas de apellido Urani prefieren vivir sobre las bromelias.
Lea también: En esto están la guerra contra el pitillo
Nombrar especies puede ser el único momento para que un científico suelte las riendas de la creatividad. Eso dijo Bryan Lessard, justo después de descubrir una nueva especie de mosca con el abdomen dorado y las alas color miel, a la que nombró, en honor a Beyoncé, Scaptia Beyonceae. Judith Winston, una curadora del Museo de Historia Natural de Virginia escribió en un pasaje de su libro "Describiendo Especies" que el asunto de las especies "combina dos de las formas más difíciles de escritura: la descripción técnica y la poesía". Aferrados a la posibilidad de la poesía, cientos de científicos han ido más allá de la descripción plana de su descubrimiento. Nuevas especies han sido nombradas tras Darth Vader, Adolf Hitler, Frank Zappa, George W. Bush, Arnold Schwarzenegger y Bob Esponja. Las celebridades colombianas, por supuesto, no han sido excepción. Antes de la Pristimantis Urani hubo varios casos que guardaron el nombre de famosos de esta tierra en los anaqueles donde reposan las enciclopedias científicas. Hace dos años, en una universidad en Brasil, bautizaron a una avispa Aleiodes Shakirae, porque, según ellos, hace un baile del vientre parecido al de la cantante. Ese mismo equipo de científicos encontró una tanda entera de avispas nuevas y no dudó continuar el juego: les escogieron sus nombres por Jimmy Fallon, Robert Frost, John Stewart, Stephen Colbert y Ellen DeGeneres.
Lea también: El grupo que quiere reforestar la Sierra Nevada de Santa Marta
La baraja de colombianos la completan el escritor Gabriel García Márquez y el compositor Jorge Velosa. El primero es tocayo de una tarántula de la Sierra Nevada, la Kankuamo Marquezi, que además lleva el nombre de una tribu indígena. La araña, que lanza bolas de pelos para atacar a sus presas, fue descubierta en las montañas del norte del país por científicos uruguayos. La línea que la une con el Nobel de Literatura, dijeron los investigadores, es que "muestra lo mucho que queda por descubrir en Colombia". Velosa, el papá de la carranga, inspiró el nombre de otra rana, familiar de la de Urán: la Pristimantis Jorgevelosai. Fue descubierta en 1994 en el Parque Natural Regional La Judía – El Rasgón, en Floridablanca, Santander, durante uno de los recorridos de John Lynch, un científico que lleva en Colombia más de 30 años. Lynch no escondió su fascinación por la música santandereana y aprovechó el descubrimiento de otra especie en el mismo parque para nombrarla Pristimantis Carranguerorum. Muy posiblemente ninguno de los cuatro nombres científicos de famosos colombianos pasará a la historia, más allá de ocupar un espacio en libros empolvados o en revistas indexadas que casi nadie lee. O al menos no lo lograrán como lo han hecho el Homo Sapiens, la bacteria E. Coli o el Tyrannosaurus Rex. Lo que ayuda a mantener esos nombres en la lengua popular, dijo Judith Winston a una reportera de Slate, es que los pueda pronunciar un niño de cinco años. También ayuda, quizás, ser una especie que se destaque entre los otros 8 millones que hay en la naturaleza.