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La gente en Sudán busca refugiarse en cuevas de los bombardeos del gobierno

Más de 65 mil personas han huido hacia el campamento desde Kordofan del Sur.

Refugiados nuba, quienes se han visto obligados a vivir en cuevas para evitar las bombas del gobierno.

En 1955, estalló una guerra civil entre el norte y el sur de Sudán. Siguieron 17 años de derramamiento de sangre mientras el norte, predominantemente musulmán, y un sur cristiano o animista, se quemaban y se apuñalaban entre ellos por haber nacido en diferentes regiones del país. En 1972, bajo los términos del Acuerdo de Addis Ababa, la lucha terminó y todos se llevaron más o menos bien durante diez años. Después, en 1983, el entonces presidente Gafaar Nimeiry decidió tratar de imponer la Sharia en todo el país y hacer del sur, cada vez más autónomo, un estado federal de Sudán.

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Obviamente esto no sentó bien con los sureños, y la guerra estalló una vez más; durante 22 años, hasta que se firmó un acuerdo de paz en 2005. Eventualmente, tras más de media década de conflicto, hubo un referéndum para votar si las dos regiones deberían simplemente decirse adiós y convertirse en países autónomos para dejar de matarse. 98.9 por ciento del sur votó a favor, y así, el 9 de julio de 2011, Sudán del Sur se independizó de la República de Sudán.

Sin embargo, un par de meses antes de que esto ocurriera, Ahmed Haroun fue elegido gobernador de Kordofan del Sur, una región del Sudán que hoy tiene frontera con Sudán del Sur y donde habitan muchas comunidades a favor de Sudán del Sur. Como te imaginarás de una elección en la que participó Haroun (u hombre acusado de varios crímenes contra la humanidad y antiguo miembro del gobierno del presidente Omar al Bashir) los resultados fueron controversiales.

Una mayoría de la población local y el hombre contra el que competía Haroun, Abdeaziz al-Hilu (un comandante del SPLA (Ejército de la República de Sudán del Sur) denunciaron irregularidades. Sus sentimientos reforzados por la inminente independencia de Sudán del Sur dos meses más tarde, lo que implicaba que un oficial del gobierno sudanés estaría al mando de ciudadanos pro Sudán del Sur quienes pronto se encontrarían del lado equivocado de la frontera.

A nadie le gusta sentirse estafado; no cuando juegas póker, no cuando compras equipo deportivo de segunda mano y definitivamente no por un gobernador cuya gente ha estado en guerra con la tuya durante los últimos 50 años. Así que al-Hilu ayudó a formar el Movimiento y Ejército de Liberación del Sudán del Norte (SPLM-N), un ejército rebelde formado con otros miembros del SPLA que permanecieron en Sudán tras la independencia de Sudán del Sur. Los envió a luchar contra los hombres de Haroun en las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF, por sus siglas en inglés), el ejército de la República de Sudán.

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La gran mayoría del ejército rebelde de Hilu proviene de la tribu nuba, un grupo pro Sudán del Sur compuesto de musulmanes y cristianos que viven en las montañas de Kordofan del Sur. Por desgracia para el resto de los nuba, ese pequeño detalle implicó que fueron los primeros en sentir el golpe del SAF, que llegó como una intensa campaña de bombardeo de casas.

Para julio de 2012, se estima que medio millón de personas habían sido desplazadas de Kordofan del Sur. Empezaron a surgir reportes de familiar que debían comer hojas para sobrevivir y de Haroun ordenando a sus tropas matar a todos. También descubrí, a través del Enough Project, un grupo de activistas que luchan contra el genocidio en Sudán y Sudán del Sur, que miles de civiles inocentes vivían ahora en cueva en las montañas para protegerse de las bombas del SAF.

En octubre de 2012, fui al campo de refugiados Yida en Sudán del Sur, a 32 kilómetros de donde el gobierno sudanés intenta erradicar a los nuba. Cuando arribé al lugar, más de 65 mil personas habían huido hacia el campamento desde Kordofan del Sur.

No escuché ninguna bomba durante los primeros días, y Kordofan del Sur empezó a parecer un área relativamente pintoresca. En su momento, me recordaba un poco al sur de Francia; a mil 500 kilómetros del agua, pero la clase de lugar en la que Philip Green podría construir un palacio modesto o donde cualquiera de la lista Tatler se podría casar con el heredero de un conglomerado europeo. De hecho, el único indicio de que había una guerra eran algunos agujeros en el suelo que me mostró mi guía Charles. Pero todos sabemos que un agujero puede significar muchas cosas, y me dio gusto que la zona se sintiera tan segura.

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Sin embargo, una mañana mientras Charles y yo manejábamos por el desierto, vimos a cinco o seis niños caminando por la ladera de una montaña. Nos detuvimos y caminamos hasta las rocas donde encontramos a otros 20 niños cubiertos de tierra; los primeros refugiados que encontrábamos fuera de los campamentos. Al parecer estaban esperando a que los adultos regresaran y, aunque se mostraron muy animados al principio, era evidente por su manera de moverse (muy lentamente) que estaban exhaustos.

“No entiendo por qué estamos aquí. No entiendo por qué hay un avión tirando bombas sobre nosotros”, me dijo Narsa, una niña de ocho años.

"¿Por qué no van al campo de refugiados Yida en lugar de quedarse en una cueva?" le pregunté.

"Mi madre no quiere ir ahí. No sabe qué hay ahí y no queremos abandonar nuestro pueblo”.

Narsa me dijo que tres familias, incluyendo la suya, se habían mudado ahí, cerca de la base militar del SPLM-N, uno de los objetivos más obvios para las fuerzas del gobierno sudanés, porque era más seguro que quedarse en sus chozas. La cueva a la que nos llevó no tenía más de 70 centímetros de altura y quizá dos o tres metros de largo, sin embargo 20 personas se las ingeniaban para compartir el espacio todas las noches.

El campamento de María dentro de la cueva. Su esposo lleva un rifle a todos lados “por si acaso”.

En otra cueva aledaña, cerca de Meitan, el frente norte de la región controlada por el SPLM-N, conocí a María, una madre de cinco. “Ellos [el SAF] quemaron nuestras casas, así que no tenemos opción más que quedarnos en cuevas, como animales”, me explicó. María me contó sobre el sobrevuelo diario de los aviones Antonov, los bombarderos ucranianos que el gobierno sudanés usa esporádicamente para destruir a la población local.

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“No nos podíamos quedar donde estábamos. Los Antonov llegaban todo el tiempo", me dijo. "Y cuando no era el Antonov, nos disparaban con cohetes". Junto a María había una cama, un tambo con agua, un banco de plástico, algunos sacos de granos y un recipiente metálico. Eso fue todo lo que su familia se llevó cuando huyeron de casa. “Dejamos todo atrás, pero no voy a dejar mi tierra; no voy a dejar que el SAF me la quite. Nos quedaremos hasta el final. La única comida que tenemos ya casi se acaba y tenemos que esperar diez meses antes de la siguiente cosecha. No podemos salir a cultivar la tierra por el Antonov llega y nos mata”.

Al principio, el SAF atacó todos los pueblos circundantes, destruyendo casi todas las casas en la región de Meitan. Pero desde principios de 2013, las fuerzas del gobierno comenzaron a atacar las montañas, “Nos quedamos aquí todo el día, sólo podemos salir para traer agua sucia del río”, me dijo Uhana, el hermano menor de Narsa. “Odio vivir aquí; hay serpientes y escorpiones por todos lados”. Mientras me explicaba el suplicio que vivían, María me dijo: “Nuestros ancianos y niños están aquí con nosotros. Lucha por sobrevivir en las cuevas y no podemos hacerlos caminar cuatro o cinco días hasta un campamento de refugiados; morirían. Así que nos quedamos”.

Una semana más tarde, manejé hasta la región norte de Kordofan del Sur, cerca de Kadugli, la ciudad capital de la zona. Ahí, platiqué con un comandante del SPLM-N, quien insistía en que dos de sus soldados me escoltaran si quería regresar a las cuevas. Una hora más tarde, estábamos los tres manejando por la selva, uno de sus recorridos de rutina en una pick-up vieja. Su armamento consiste en unas cuantas ametralladoras recuperadas de la Guerra en Darfur.

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Narsa y sus hermanos en su cueva.

Después de horas de manejar por caminos empedrados, hicimos una parada en una de las cuevas. Desde donde estábamos, podíamos ver uno de los frentes y a varios soldados del SAF patrullando la zona con Berettas en mano. El más joven de los dos soldados, Nader, un nuba de 19 años, se unió al SPLM-N a principios de 2012.

"Antes de unirme a los rebeldes, vivía en una de las cuevas cerca de Kadugli con mis hermanos y hermanas, igual que todos aquellos que no se fueron ni se rindieron”, me dijo, con un prolongado toque de su cigarro. Pregunté sobre su familia. “No los he visto en meses. Nuestra manera de vivir es peor que cualquier cosa”, me dijo. Le pregunté qué había sido lo peor desde el comienzo de la guerra. “Todo. Los nuba comen hojas y beben agua horrible. ¿Sabes por qué? Porque el SAF atacó los pozos que usamos para sacar agua; los destruyeron todos”.

El otro soldado, Michael, parecía estar más tranquilo que su ansioso compañero. “La razón por la que seguimos luchando es porque consideramos que esta es nuestra tierra”, me dijo, agregando implícitamente que el gobierno sudanés intenta matar a todos aquellos leales a Sudán del Sur, para poder entrar y reclamar la tierra. “Este es nuestro hogar, no es suyo. No nos rendiremos”.

Algunos de los niños que viven en cuevas en las montañas.

Hacia el final de mi recorrido con el SPLM-N, mientras manejábamos por el desierto de Sahel hacia el campamento Yida, Michael, agotado por el calor y un día completo de trabajo, me preguntó: “¿Por qué tu gente no nos ve? ¿Por qué todos hablan de Siria pero nunca sobre nosotros?”

Los nuba fueron abandonados a su suerte contra un gobierno que quiere verlos muertos, y parece que esta realidad es algo que apenas comienza a entenderse a nivel internacional, dos años después de que estallara el conflicto. En diciembre de 2012, Human Rights Watch (HRW) dijo que los ataques del gobierno contra civiles en Kordofan del Sur podrían ser considerados crímenes de guerra. Si tomamos en cuenta el equipo viejo y disfuncional con el que cuenta el SPLM-N, y el hecho de que viven en cuevas mientras sus enemigos los bombardean con aviones y tanques, parece que HRW podría tener razón.

Esas acusaciones explican porque, en abril de 2013, el presidente Al Bashir dijo estar abierto a negociaciones con el SPLM-N. Sin embargo, ha cancelado dos reuniones con voceros de los rebeldes. Cuando partí en febrero de 2013, los Antonovs del gobierno sudanés seguían tirando bombas sobre personas inocentes en Kordofan del Sur.

Y me pareció que, como suele ser el caso con Al Bashir, el presidente sudanés simplemente intentaba dar una buena impresión ante los medios mientras seguía asesinando a su propios ciudadanos. Lo que quiere es erradicar a todos aquellos leales a Sudán del Sur de su región y asegurarse de eliminar así a toda oposición.