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Cultură

Hablamos con la directora de un documental sobre dos jóvenes mujeres arhuacas en el intento por entrar a la universidad

En 2010, Ati y Mindhiwa, dos jóvenes de la comunidad indígena arhuaca, llegaron a una escuela en Sopó con el propósito de encontrar una oportunidad laboral para financiarse un preuniversitario. Ahí encontraron a Claudia Fischer, una artista plástica que estaba vinculada a la escuela en la que ellas querían dar clases de tejido ancestral. Las tres se conocieron, y las dos jóvenes le contaron sus planes a Fischer: entrar a una universidad a como diera lugar. Pero, cuando llegaron, la escuela se estaba cerrando y la posibilidad de encontrar un trabajo ahí se frustró.

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Fischer, motivada por una mezcla de fascinación hacia una cultura distinta y un sentido de preocupación por el futuro de las jóvenes, les hizo una propuesta: hacer un registro de lo que pasaría de ahí en adelante y de sus esfuerzos por empezar a cursar un pregrado. Una forma de explorar un mundo desconocido para la artista y de ayudarlas de alguna forma a darle voz a sus angustias particulares. De ese esfuerzo salió Ati y Mindhiwa, el documental que se estrena en el país este 6 de septiembre dirigido por Claudia Fischer. El largometraje muestra la lucha de dos jóvenes que, como muchos jóvenes que se enfrentan al futuro de su vida profesional, tienen que sortear los obstáculos de no pasar los filtros de las universidades y de encontrar formas de financiación. Pero lo muestra desde los ojos de dos jóvenes indígenas que, en el desarrollo de su carrera educativa, han tenido que dejar atrás su casa, su cultura y su esquema de valores. El documental, más por accidente que por convicción, termina mostrando un mundo íntimamente femenino al interior de una cultura en el que las tareas y los espacios femeninos y masculinos están claramente delimitados. La cámara de Fischer se mete a sesiones de tejido y de hilado en el que las mujeres jóvenes comparan las nubes que se ven desde un avión con el algodón que desde pequeñas han aprendido a manipular. Al mismo tiempo, muestra las dificultades de dos mujeres que se construyen como adultas en medio de dos culturas y formas de vida que, en ocasiones, parecen chocar entre sí. Nos sentamos a hablar con Claudia Fischer para conocer más del proceso detrás de Ati y Mindhiwa y entender las dificultades cuando no sólo se es joven, sino además indígena y mujer. ¿Cómo fue entrar a filmar al interior de la comunidad arhuaca? La primera vez que llegué fue un paso suave porque estaba solamente con Ati. Unos días después llegó su familia y la cosa se puso un poquito más áspera. Cuando te conocen, quieren tener una imagen tuya, y empiezan a crear una imagen interna tuya a través de lo que reflejas por fuera. Te ponen en tela de juicio. Ahí uno se da cuenta que está pasando un examen en el que al final deciden si van a aceptarte y participar en el proyecto. ¿Cómo describirías ese examen? Por ejemplo, en esa primera visita a la Sierra yo me iba a devolver con Ati a las 4 de la mañana. A eso de la medianoche Ati me dijo que ya no podía bajar de Nabusímake conmigo porque iba a hacer trabajo espiritual con su familia. Me quedé fría. Tenía todo el material, la cámara etc., y tenía que bajar sola en la madrugada, con todo oscuro, sin saber muy bien cómo hacer ni qué iba a pasar. Y nada, al final llegué bien. Yo sentí que esa fue una especie de prueba, para mí era como un reto de que si yo podía bajar sola y estar bien podía realizar el proyecto. Así lo sentí. ¿Hubo personas en la comunidad que, de todas formas, se resistieron a la idea del documental? En ese momento yo había establecido un vínculo fuerte con ellas dos, así que fue muy fácil comunicarme con sus familias y su comunidad. Sé que a otras personas que han entrado con cámaras no los han dejado tomar ni una foto. Yo entré por el universo femenino: por el hogar, por las mamás, por las mujeres de la comunidad en general. Ahí encontré una gran aceptación y fue fácil que me recibieran. En ese momento no lo pensé, pero con el tiempo me di cuenta que fue una pura afinidad de género. Los dos mamos que aparecen en el documental también fueron clave para lograr el proyecto. Fueron muy abiertos y cariñosos. Lo curioso es que al final del documental yo intenté volver a filmar algo con la cámara y todo el mundo salió corriendo. ¿Y eso? No tengo idea. Fue como "Ya, ya, ya. Terminamos". ¿Y cómo sienten las generaciones más viejas el hecho de que los jóvenes se vayan de la comunidad a estudiar? El deseo de educación que sienten estas dos jóvenes viene, precisamente, de la otra generación: su mamá en el documental dice que ella quería que todos sus hijos aprendieran a leer y escribir. Y ese deseo de que sus hijos se escolaricen viene de la frustración de no haberlo podido hacer ella misma. Es un deseo que viene desde los padres y que se vuelve el deseo de los jóvenes. ¿De dónde nace ese deseo? ¿En qué punto los arhuacos empezaron a preocuparse por buscar y recibir este tipo de educación? Desde hace rato. Desde el momento en que la comunidad religiosa de los capuchinos llegó a su territorio con la idea de escolarizar a los niños arhuacos. Aunque realmente no pasó del todo así. No hubo tanta escolarización como la que los mismos arhuacos esperaban. En el documental, la hermana de una de ellas dos asegura que ve a la protagonista tan poco, que es casi como si estuviera muerta. ¿Tú crees que la partida de los jóvenes hasta cierto punto termina fracturando las familias y la comunidad? Yo lo pienso a otro nivel, y lo pienso como mamá. Hay un punto en que los padres simplemente sabemos que toca dejar ir a los hijos. En su comunidad, antes, los hijos se quedaban siempre cerca. Ahora los dejan ir y, claro, se siente el desasosiego, que puede sentir cualquier padre. No saben qué va a pasar, pero al mismo tiempo hay esperanza, de que vuelvan y lleguen con otro conocimiento. Lo interesante es ver qué va a pasar con estas generaciones futuras y el conocimiento que traen: qué buscan y qué tipo de cambio quieren. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, con las generaciones anteriores que han seguido ese camino? ¿Cuáles han sido sus intereses? Su hermano mayor, por ejemplo, que tiene más de 40 años, también salió de la comunidad a estudiar. Estuvo fuera del país un tiempo, trabajó en España con la Cancillería, y actualmente trabaja para su comunidad desde fundaciones arhuacas. Entonces sí hay una especie de retorno y una ganancia en la partida. Hay una escena muy interesante en que Ati trata los problemas de salud de una mujer mayor de su comunidad con acupuntura. ¿Normalmente hay ese tipo de apertura a aplicar otros tipos de conocimientos al interior de su comunidad? Ellos hablan un poco de eso en la película. Es como el refrán: donde fueres haz lo que vieres. A los jóvenes los motivan a comportarse de acuerdo a las costumbres de afuera cuando se van, y a comportarse como ellos cuando están en su comunidad. En cuanto a esa escena, yo creo que ellos están más abiertos a los saberes en el campo de la salud: están dispuestos a aceptar lo que sea con tal de curarse. Pero además en este caso particular con la acupuntura, lo aceptan porque la filosofía de la medicina tradicional china comparte algo con la filosofía arhuaca, y es ver al ser humano como un microcosmos, una réplica del universo. Ese paralelo les fascina. De hecho, a mí me parece muy interesante que en China y en la Sierra Nevada hayan llegado a pensar lo mismo. Las dos protagonistas se están enfrentando a las decisiones y obstáculos propios de un joven que empieza a decidir sobre su futuro profesional. Pero, ¿hay otras dificultades a las que se enfrenten en ese proceso por el hecho de ser indígenas? Sí, tener que entrar y sumergirse en una cultura tan distinta a la de ellos. Eso puede crear dificultades porque pueden perder su centro de equilibrio. Cuando están en su comunidad saben lo que es bueno y lo que es malo. Cuando están por fuera, esos parámetros se vuelven más amplios y los pueden confundir. ¿Y cómo lo resuelven? En parte, volviendo a la Sierra y a sus raíces, haciendo trabajo espiritual, consultando a los mamos, y haciendo una limpieza de lo que ellos llaman la contaminación del mundo exterior. En últimas se terminan rodeando de redes de mujeres. Si, exacto. ¿Cómo se viven esas diferencias entre lo femenino y lo masculino en su comunidad? Hay un mundo esencialmente femenino y otro esencialmente masculino. Están las diferencias de siempre: el campo es el espacio de los varones y la casa y la cocina el de las mujeres, la cocina de la mujer. Para ellos, igual, son dos mundos complementarios. Cuando se reúnen al lado del hogar, de la hoguera, el clan familiar está unido, hombres y mujeres. En ese momento no hay diferencias. ¿Y cómo es la reacción de cuando un hombre joven quiere salir de la comunidad a estudiar a cuando lo quiere hacer una mujer? ¿Son igual de receptivos? No. Es muchísimo más fácil salir para los hombres. Pero es paradójico, porque aunque es más fácil que los hombres salgan a estudiar, muchos no logran llevarlo a cabo, pero las pocas mujeres que salen a estudiar cumplen con su meta. ¿Por qué pasa eso? ¿Qué pasa con los hombres? No sé. Yo creo que es algo que está pasando a nivel mundial. Es como que las mujeres están logrando muchas más cosas a nivel educativo en todo el mundo. (Risas).