En la zona roja con los rebeldes del Nilo Azul

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En la zona roja con los rebeldes del Nilo Azul

Se enteraron de que nadie en Occidente piensa en esa parte del planeta.

Mientras que los conflictos en Siria, Egipto y Libia han llamado la atención de cientos de corresponsales de guerra y jóvenes freelance, otras guerras, como la que se libra en Nilo Azul, el estado rebelde de Sudán, son completamente ignoradas por los medios de comunicación globales. Supongo que algunas guerras están más de moda que otras; el candente Nicola Formichetti libio contra el anticuado John McCririck. Pasé un mes viviendo con los rebeldes del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS) en la línea de fuego de Nilo Azul, y soy el único periodista que esta gente ha visto jamás.

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Nilo Azul es una de las regiones más aisladas del planeta. No hay calles pavimentadas en la provincia, así que los rebeldes tienen que hacer caminos en medio de la selva con bulldozers y cambiar sus rutas tras un cierto número de semanas para mantenerse un paso por delante de las Fuerzas Aéreas de Sudán, a quienes les gusta bombardear, literalmente, todos los vehículos que ven. Conducir en territorio enemigo significa avanzar durante un día entero por caminos lodosos, entre escenarios decadentes con restos de pueblos incendiados y abandonados, y esconderse tras los árboles cada vez que un bombardero del gobierno pasa por ahí. Es el pan de cada día.

Todos los rebeldes tienen amuletos de la suerte hechos de cuero y hierbas sagradas que, según ellos, hacen que las balas se desvíen sin dañarlos. Pero también dicen que ningún tipo de magia los puede proteger de los Antonovs, los aviones de carga rusos que el gobierno sudanés usa como bombarderos. Cuando ven un objetivo, los pilotos dejan caer bombas desde las rampas traseras de los Antonovs, a kilómetros de distancia. Es una forma muy inexacta de ejecución, dado que los pilotos no pueden distinguir entre objetivos militares y civiles. Es tan inexacta que se considera un crimen bajo las leyes internacionales, pero parece que eso son meras trivialidades para el gobierno sudanés.

Ser bombardeado es una experiencia extraña. Lo sé, quién lo iba a decir, ¿no? Una mañana estaba tomando café con los oficiales cuando escuchamos el rugido de un Antonov. Los rebeldes se quedaron quietos, y con las tazas todavía en las manos, escanearon el cielo con una especie de curiosidad profesional, como si estuvieran fuera del estadio olímpico durante la ceremonia de inauguración, esperando los fuegos artificiales. Entonces, sin decir ni media, todos corrieron a las trincheras que había por todo el campamento secreto. Cuando las bombas (nueve de ellas) estallaron inofensivamente en el bosque a unos 200 metros de distancia, los oficiales salieron de sus escondites, se limpiaron los uniformes y regresaron a tomar café y siguieron con su juego de cartas.

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“Es un gaje del oficio”, dijo uno, antes de preguntarme si sabía dónde podrían comprar misiles antiaéreos, porque, al parecer, encontrar explosivos militares tierra-aire no es ningún problema para un periodista freelance.

Los civiles son objetivos más fáciles para los Antonovs que los rebeldes, y, para el gobierno, son un objetivo legítimo. Como cualquier ejército de guerrillas, el ELPS depende de los pocos civiles que quedan en Nilo Azul para crecer y transportar comida, cortar leña y sacar agua. El gobierno ha respondido con una lógica militar efectiva y brutal: al bombardear civiles y quemar sus pueblos, los rebeldes morirán de hambre o tendrán que rendirse. Casi toda la población civil de Nilo Azul se encuentra en los campos de refugiados de la ONU en la frontera.

Sin quererlo, la ONU se ha convertido en la única fuente de alimentos para los rebeldes. La comida que se distribuye entre los civiles desesperados en los campamentos termina en manos de los guerrilleros, que viven a base de una pobre dieta de sorgo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y cualquier animal que puedan cazar con sus kalashnikovs. Casi todos los rebeldes viven con sus familias en los campos de refugiados y se trasladan a la zona de guerra cada tantos días, con una actitud indiferente.

Caravanas de Land Cruisers armados hasta los dientes recorren los campamentos, pero los trabajadores voluntarios hacen como si nada, ¿quién querría ver un camión de rebeldes armados esperando encontrar gente a la que matar? Oficialmente, el ELPS no tiene presencia en Sudán del Sur. En realidad, los rebeldes controlan los campamentos de refugiados.

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La frontera entre Sudán del Sur y Nilo Azul es una línea finísima que se extiende sobre un camino de tierra vigilado por unos cuantos rebeldes aburridos. Una vez dentro de Nilo Azul, empieza la guerra. Con poco combustible, municiones, comida y transporte, los rebeldes atraviesan las zonas pantanosas para emboscar a las caravanas del gobierno cada vez que se mueven y robar sus preciados cargamentos. Los soldados del gobierno, en su mayoría reclutas del árido norte de Sudán, evitan luchar lo máximo posible. Se esconden en sus bases, rodeados de campos minados, y bombardean la selva a ciegas cada vez que sospechan que se aproxima un ataque.

“Le tienen miedo hasta a los arbustos”, me dijo un oficial rebelde. “Creen que hay rebeldes escondidos detrás de cada árbol. Si salieran de sus campamentos y lucharan como hombres, ganaríamos la guerra en una semana”. Pero las fuerzas del gobierno se quedan en sus campamentos, los rebeldes se mueven entre sus bases secretas en la selva y la guerra continúa. Como te imaginarás, dada la sorprendente falta de enfrentamientos reales, hay pocas bajas militares en ambos bandos; los civiles cargan con el sufrimiento de esta guerra pequeña y sangrienta.

En Bellatoma, los rebeldes me mostraron la tumba de once civiles que murieron cuando el gobierno bombardeó el viejo mercado con sus Antonovs. Los supervivientes arrojaron los cuerpos a una fosa y cubrieron esta tumba improvisada con ramas con espinas para mantener alejados a los carroñeros, antes de huir a la frontera. Ahora Bellatoma está abandonado, sus chozas de pasto se derrumban bajo las lluvias de verano, y las frutas caen de los árboles sin nadie que las recoja.

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“¿Qué opina la gente en occidente sobre Nilo Azul?” me preguntó un general. “¿Creen que estamos ganando? ¿Creen que tenemos razón?” No; le dije que nadie en occidente piensa en Nilo Azul.

Sigue a Aris en Twitter: @arisroussinos

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