Policías: multar la música es un absurdo
Ilustración por Dani Senior

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Música

Policías: multar la música es un absurdo

ElEditorialNoisey// Luego de la polémica por el caso del violinista bogotano, queda claro una vez más que las instituciones no están sabiendo leer las dinámicas de la ciudad.

El 15 de mayo apareció en Facebook una foto en la que vemos a un hombre de 20 años multado por un policía. En sus pies hay un estuche con un violín y su respectivo arco, y él, encorvado, mira con tristeza la libreta en la que escribe el agente con su atuendo verde neón. En poco tiempo, la imagen se volvió viral, y así el escarnio público en las redes se convirtió en una denuncia.

Ante la controversia, la Policía respondió. En efecto, decía el comunicado, el violinista fue multado en la estación de Transmilenio de las Aguas en Bogotá. La institución explicaba que simplemente habían aplicado el Código de Policía, concretamente la sanción establecida en el artículo 140 número 6, que prohíbe la venta ambulante en el espacio público. Más específicamente: "promover o facilitar el uso u ocupación del espacio público en violación de las normas y jurisprudencia constitucional vigente". Para rematar, señalaban que la empresa de Transmilenio se restringe a los "vendedores ambulantes, mendicidad y todas estas personas que realicen este tipo de actividades".

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Todo en nombre del orden y de mantener la casa 'limpia'.

Pasados los días, en NOISEY Colombia no salimos de nuestra primera impresión: las instituciones (y no solo la Policía) parecen, como siempre, perdidas en la letra menuda de la ley y así permanecen incapaces de leer las dinámicas propias de una ciudad y de los procesos culturales que viven en ella.

Al respecto dos anécdotas. Ambas del exterior, pero no precisamente en aras de alimentar nuestro arribismo. Aunque vivimos en un mundo globalizado y liberal, los colombianos muchas veces resultamos demasiado selectivos: miramos hacia afuera para apropiarnos de lo que excluye (por ejemplo: lo 'culto'), no de lo que integra (lo 'inculto').

Las instituciones (y no solo la Policía) parecen, como siempre, perdidas en la letra menuda de la ley

Anécdota uno. A finales de la década del ochenta, cuando el rock alternativo vivía su apogeo en Francia, nació de la unión de Manu Chao, de su hermano Antoine y su primo Santiago Casiriego la agrupación Mano Negra. Este proyecto reunió el rock, el punk, el reggae, la salsa, el hip hop y hasta ciertos elementos de la música árabe y creó así un sonido abrumador y delirante que transformó la música de ese momento.

El lugar donde esto estalló fueron, justamente, las calles y el metro de París. Ahí se esparcieron como un virus y contagiaron a un público a un nivel de propagación que solo pocas veces hemos vuelto a sentir. Cuando recuerda esta historia, Manu Chao dice que, en su opinión, los mejores músicos del mundo estaban en el metro. Hoy, ellos son una tradición del subterráneo de la capital francesa.

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Anécdota dos. En Viena hay tres o cuatro puntos donde cualquier persona puede tocar libremente (es decir, sin registrarse) hasta las diez de la noche. Existen, eso sí, ciertas restricciones de los instrumentos que se puede tocar dependiendo de los decibeles de ruido. Quien quiera tocar en otra parte, puede hacerlo siempre y cuando haya sacado un registro. Tras pagar seis euros al mes, el músico callejero recibe un horario y una lista de lugares donde puede tocar.

Listo.

El vienés no es el único modelo. Londres tiene el suyo. Barcelona también. Y la lista es larga. En las ciudades colombianas podríamos tener el nuestro. Pero nuestra comprensión del orden como una visión de mundo cuadriculada y preconcebida nos hace ignorar no solo las dinámicas propias de la ciudad que podrían llevar a hitos como el de Mano Negra, sino también la posibilidad diseñar políticas públicas que le sirvan a todo el mundo, incluidos personajes como el bogotano del violín.

Qué bien que haya músicos en las calles. A través de ellos, la ciudad palpita con más fuerza, gana una identidad y quienes la habitamos la sentimos nuestra.

Hay que dejar que las cosas pasen. Quizás algún día de las relaciones que surjan en las troncales de Transmilenio, en la Séptima peatonal o en el Parque Nacional nazcan cosas grandes para la música nacional. Y si no sucede, tampoco nos preocupemos. La gente sale a tocar a la calle no solo para ganarse unas monedas, sino para aportar, a su manera, a la banda sonora de la ciudad.

Luego del escándalo del 15 de mayo, una serie de músicos que tocan en la calle salieron a decir: "Vamos a seguir cantando". Nosotros los apoyamos. Si las instituciones quieren legitimarse frente a la sociedad deben escuchar: encontrar puntos de acuerdo y, sobre todo, dejar de prohibir por prohibir.