No nos vengan con que la música tiene que tener un carácter pedagógico

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Música

No nos vengan con que la música tiene que tener un carácter pedagógico

OPINIÓN// Más que indignación debemos intentar generar nuevas lecturas sobre la música que consideramos dañina.

Estamos a pocos días de la edición número 50 del Festival de la Leyenda Vallenata. El número es importante no solo por ser una cifra redonda, sino también porque por primera vez se coronará a un Rey de Reyes del género. El evento, que tendrá lugar entre el 26 al 30 de abril, será además un homenaje a sus gestores: Consuelo Araújo, Rafael Escalona y Alfonso López Michelsen, que dieron a luz a un festival que hoy es una insignia del folclor colombiano. Además, Rodolfo Molina Araújo, presidente de la Fundación, anunció que durante el lanzamiento el jueves 27 de abril conmemorarán a Martín Elías, el recientemente fallecido hijo de Diomedes Díaz, que iba a participar en la noche de apertura. Como suele suceder con los famosos, y como siempre sucede en las redes sociales, la muerte de Martín Elías levantó indignación. Indignación por varios motivos: porque el vallenato es feo, porque es misógino en su letras; porque él era partidario de Álvaro Uribe; porque se murió una medallista olímpica y no se le hizo a ella tal despliegue en los medios, y porque mataron a un líder social y tampoco. La mayoría de las críticas redundaban en la comparación entre lo culto y lo inculto, lo fino y lo corroncho, lo que es del centro y lo que es de la provincia, lo de afuera y lo de adentro. En resumen: discusiones sin sentido y, por tanto, sin salida. Pero dejando de lado al personaje, del que ya se ha dicho todo lo posible, sí deberíamos discutir sobre el vallenato. Específicamente, sobre un tema que va y vuelve, pero que en el fondo no hemos querido enfrentar con seriedad: ¿la música debe tener un papel pedagógico? Esta pregunta por supuesto no tiene que ver con aspectos artísticos, musicales, rítmicos y melódicos. Se concentra en el supuesto valor social de la letra de una canción, en la actitud de los intérpretes y en sus estilos de vida, en cosas, en fin, que, para ciertas mentes, reproducen "imaginarios dañinos" como el machismo o la cultura narcoparamilitar, asuntos que, por cierto, van muy de la mano. Hablemos, por ejemplo, del "imaginario dañino" más trillado: que el vallenato, y en términos más generales, la música popular son "machistas" y "misóginos". Ante esto uno tiene dos opciones: o se atornilla en el prejuicio o lo entiende (sin por esto justificarlo). Más allá del increíble relato del encuentro de Francisco el Hombre con el diablo, el vallenato proviene de los cantos de vaquería del Caribe colombiano. Los caminantes de esta tierra desempeñaban el papel de lo que más tarde se definiría como el juglar vallenato. Los viajes y los recorridos los hacían porque su vida lo exigía, porque no soportaban estar en un mismo lugar, ni estar con la misma mujer, ni con las mismas caras. Transitar se convirtió en identidad. Y esta identidad en una actitud.

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Critiquémosla, pero, por favor, entendámosla. Solo así vamos a comprender también que el juglar es, en esencia, una figura machista. Su papel, de libre albedrío, era encarnado solo por hombres. Y claro que hay evitar caer en anacronismos, son contextos diferentes. Pero se puede decir que hoy no ha cambiado mucho y que Martín Elías, viajando de una parranda a otra en un carro, no es muy diferente a lo se hacía antes a lomo de mula -con las imprudencias del caso. Así como pasa en el vallenato, también pasó hace unos días con Maluma, cuando fue condecorado por la gobernación de Antioquia. Un acto que Yolanda Domínguez criticó fuertemente en un artículo en el Huffington Post, señalando al paisa de "machista" y "misógino", críticas que ya había recibido cuando lanzó su canción 'Cuatro Babys'. Y eso que con 'Cuatro Babys' hablamos de la versión más estilizada del trap. Este género, nacido en el sur de Estados Unidos en un contexto de depresión, sacó su nombre de las casas donde se vendía y consumía droga: las trampas. Desde el principio su sonido y sus letras han sido agresivas: violentas. Lo mismo se puede decir del funk carioca, ese sonido brasileño de favela, gángster, donde se canta de drogas, de violencia y de sexo sin tapujos y detenimientos morales. En su momento, muchos pedían censurar a Maluma. Pero él es apenas la punta del iceberg de un fenómeno que ocurre fuera de la radio, que tiene la fuerza de la corriente interna de un río. Y pasa, de cierta manera, con el vallenato. Pero por lo mismo no solo se trata de pedir que se mire con la misma lupa los imaginarios que consideramos negativos dentro del rock, el metal, el tango, la ópera, a lo que sea, que igual es bueno hacerlo y hay que hacerlo. Estas manifestaciones existen, y no hay indignación en Facebook que las pueda frenar. El reggaetón es prueba de ello, y el funk carioca ya también está en las clases altas brasileñas, quizás también en su versión más estilizada. La música y el arte en general tienen esta faceta difícil de interpretar. Son un espejo, son lo que son. Y el punto, en primer lugar, es saber leer a la música. Escucharla porque algo está diciendo. Es en parte la historia del huevo y la gallina. No sale de la nada a reproducir imaginarios, sale de imaginarios que desde todos los ámbitos (la publicidad, el colegio, la iglesia, el hogar, la cotidianidad) se reproducen. Intentar matarla es matar en buena medida al mensajero. Entonces, ¿deben los artistas ponerle límites a su creación?

En este punto, la pregunta ni siquiera tiene sentido. La música puede, pero no tiene que ser pedagógica. No tiene que serlo en las temáticas más crudas del rap, ni en el rock radical vasco cuando era señalado de hacer apología al terrorismo, ni con el gore con sus muchas carátulas de discos que pueden resultar misóginas. Tampoco tiene que serlo el vallenato, ni el funk carioca, ni el trap. Todo va a seguir. La herramienta nos corresponde más a nosotros como consumidores. Es aprender a leer, digerir, diferenciar ficciones y realidades, tomar y dejar. Las culturas se transforman, deben hacerlo y lograr estar al tanto de la exigencias que una sociedad reclama, y quizás, cuando generemos otras lecturas y la mentalidad cambie, de alguna manera, la gallina pondrá otros huevos -o nacerán otros pollos- y la música tendrá otras realidades que reflejar.