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Editorial

Se van los toros, queda nuestra boba indignación

OPINIÓN // Nuestro malestar social varía mes a mes. Por eso las soluciones que nos dan no resuelven nada.

Ayer terminó la temporada taurina en Bogotá y, por la más reciente decisión de la Corte Constitucional sobre el tema, parece que los toros no van a volver más. A quienes se opusieron los metieron en la categoría de antitaurinos, y ahí vimos a algunos de ellos enfurecidos, protestando domingo tras domingo a las afueras de la Santa María. Mucho nos tememos, sin embargo, que de no existir las corridas de toros, los colombianos igual tendríamos a la mano cualquier otro motivo para salir a la calle y dar rienda suelta a nuestra ira: porque las nuestras son indignaciones de turno que cambian de blanco como quien se quita una camiseta.

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Durante el último mes lo fueron los toros, pero en diciembre lo fue el arquitecto Rafael Uribe Noguera, en noviembre, la puja entre los del Sí y los del No (o del 'Sí, pero no así') tras el plebiscito de octubre, y de ahí para atrás, sin falta, mes a mes. Justo ahí está el problema. Las causas que a primera vista nos movilizan y nos indignan a cientos de miles de colombianos son, al final, intercambiables. El asunto de fondo, sea el maltrato animal o la violencia contra la mujer, termina importando una mierda al lado de la bulla. La noticia es tan visible, tan repetida a fuerza de hacer clic, que nos vuelve ciegos: nos embrutece.

Un domingo por la tarde, cuando todavía se podía caminar por el centro de Bogotá, fuimos testigos de cómo se materializaba la indignación. En el corazón de la protestas (no en la periferia, donde protestaban unos pacíficamente), cuando no echaban gargajos o repartían traques, los manifestantes, la mayoría jóvenes, les gritaban a los señores taurinos, la mayoría viejos, "¡Asesinos!", "¡Hijueputas!" o "¡Lleve a la prepago a la casa!". Era triste ver a cinco veinteañeros empujando con rabia a un anciano. Era triste la cara petrificada del nieto del anciano en medio de los empellones. Era triste oír precisamente a los violentos gritar "¡Sin violencia, sin violencia!", cuando irrumpió el Esmad. Era triste el Esmad.

Ahí estaban los manifestantes, pero no se sabía con certeza qué les molestaba tanto. O qué les molestaba más. ¿La muerte brutal, inútil, espectacular del toro? ¿O la parafernalia, la faena y la letalidad del torero? ¿O más bien el uso del espacio público para un evento de ricos? ¿O los ricos en la plaza tomando trago en bota y gritándole arengas desafiantes a un animal? ¿O les molestaba que hubiera algunos de clase media en ese mismo plan? ¿O que hubiera arribistas buscando altura social en los tendidos? ¿O que la policía estuviera ahí protegiéndolos (como siempre, pues la policía protege a los ricos), mientras contenía al pueblo a punta de bolillo, balas de goma o gas lacrimógeno?

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¿O todo junto?

¿O nada de esto?

Tal vez todo junto.

En todo caso, ahí estaban: los toros y nuestra indignación. Y de repente aparecieron Gustavo Petro y Hollman Morris, quienes se aprovecharon de la rabia sin cauce, bruta y maleable, y la canalizaron a su favor. Salieron aplaudidos, cuando lo esperable era todo lo contrario. ¿Alguien de verdad cree que a los políticos les importan un culo los animales? Ahí fue cuando se cuajó una faena tan despreciable como la de los toreros en el ruedo: la de la demagogia populachera. Faena que siempre ha adornado (y potenciado) la rabia en este país, bajo otras banderas hipócritas: la lucha por la cadena perpetua a violadores de niños, el clamor por prohibir el matrimonio entre homosexuales, etcétera.

Petro y Morris ya pasaron a otros temas (bueno, a su único tema: darle palo a Peñalosa), y el Partido Liberal ya dejó de anunciar un trámite legislativo para "por fin acabar con esa tortura". Probablemente ninguno de ellos, ni la mayoría de los indignados que salieron a protestar, ha estado pensando ahora cómo salir en defensa de los gallos de las peleas de gallos, de las vacas del coleo y de los novillos de las corralejas y los circos de enanos del 'toreo cómico'.

Ya se van los toros, quizá para siempre. Pero nos queda, quizá para siempre, nuestra boba indignación. Boba, decimos, porque por regla en este país y en esta generación esa actitud tan popular suele tener fecha de vencimiento. Nos hemos vuelto incapaces de pensar más allá de la inmediatez. E incapaces también de darnos cuenta de lo que hacemos y de lo que tenemos. Exigimos el fin de la violencia contra los animales, pero nos vale huevo terminar agrediendo al otro; salimos a protestar contra el presunto violador y asesino Uribe Noguera, pero si nos dan la oportunidad lo linchamos en la calle.

Y como la indignación es de momento, nos sirven las pequeñas decisiones. Todo está bien con los animales siempre y cuando la Corte Constitucional y el Congreso les den cierre a las corridas. Todo está bien con las mujeres presas en sus casas siempre y cuando Uribe Noguera se pudra en la cárcel. Ese no puede ser el camino.