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El número de la corona y el cetro

Dos libros reseñados para fin de año

El porqué de las cosas de Quim Monzó y Un beso de Dick de Fernando Molano Vargas.

El Porqué de las cosas

Quim Monzó
Anagrama

Hay —por llamarla de algún modo— cierta sabiduría popular en torno a las relaciones, expresada de formas que todos conocemos, aunque apliquemos o no sus preceptos. Entre ellos, hay los que dictan, más o menos, que es mejor no tener sexo pronto, para asegurarse de que el hombre no sólo busca algo carnal; que las mujeres se enamoran de quien las trata con indiferencia (y, en consecuencia, huyen de quien les demuestra consideración y cariño); que el amor se acaba, tarde o temprano, por la monotonía o la curiosidad o la naturaleza, que es contraria a la monogamia, o que las mejoras físicas, en forma de intervenciones estéticas, pueden hacer que el hombre recupere el deseo que parece perdido desde hace ya mucho tiempo.

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Los cuentos cortos de El porqué de las cosas están llenos de este conocimiento popular: muestran la cotidianidad de las relaciones, con sus desencuentros, hastíos, dudas y cambios; expresan estos preceptos en movimiento: cómo una mujer fantasea con amarrar a un hombre a fuerza de sumisiones, cómo los esposos pierden a sus mujeres siendo detallistas, cómo quienes consiguen lo que quieren, en el amor, pierden inmediatamente el interés por su pareja o empiezan a desear otra vez, esta vez algo nuevo. La forma en que juegan con estas situaciones, que todos de alguna forma u otra conocemos, hacen que se sientan cercanos, que no nos cueste imaginarlos y sentirnos identifi cados con muchos de ellos. A pesar de esto, también demuestran que lo que he llamado sabiduría popular tiene, en la mayoría de los casos, mucho más de popularidad que de sabiduría. La vida es imposible de reducir a preceptos; las relaciones, como parte esencial de la vida, y el sexo y el amor, como parte esencial de las relaciones, no pueden resumirse en fórmulas. Quim Monzó les da a las situaciones pequeños giros, siempre naturales, que llevan la narración a ámbitos menos familiares de lo que parecen en un principio.

Si se trata de giros, además, una buena parte de los relatos se vale de otro ámbito familiar: el de los cuentos populares. Aquí están, por ejemplo, el príncipe y la bella durmiente, la Cenicienta y sus hermanastras, algún miembro de la realeza y un sapo, además, incluso, de personajes de la televisión, como el gato que persigue al ratón, incansable, a pesar de terminar reducido a cenizas o convertido en polvo o aplanado sin falta en cada intento. Y en cada caso, vuelve lo que ya sabemos: las relaciones son más complejas que en un cuento tradicional; cuando se logra lo buscado empieza a gestarse un nuevo anhelo. Es la naturalidad con que se dan las situaciones, lo lógicas que resultan, lo que amarra tan bien los cuentos: sin artificios ni trucos trillados, los relatos logran sorprender, a punta de buen humor e ingenio. Y, en conjunto, puede que nos hagan empezar a comprender, un poco, el porqué de ciertas cosas.

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Un beso de Dick

Fernando Molano Vargas
Babilonia

Fernando, vamos a desempolvar una joyita suya. Esa que todo niño gay colombiano debería cargar entre los útiles escolares (ahí al ladito de los libros de religión). Esa que en cada lectura produce, por lo menos, una erección y una lágrima. Esa que en los noventas tuvo que circular en fotocopias y ejemplares desgajados de tantas lecturas, porque era imposible de conseguir. Esa que adaptaron al teatro los de Barraca con desnudos en escena. Esa que dice "Tarea para hoy: comernos a Leonardo como se pueda". Esa: Un beso de Dick.

Sabemos que de usted no se habla mucho: sólo un par de revistas lo resucitaron hace tres años por la publicación póstuma de su segunda novela, Vista desde una acera. A pesar de ser el niño consentido de Abad Faciolince, después de que se ganó el Premio de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín, en 1992, su nombre sigue siendo el de una juventud "desenclosetada" que se resiste al silencio. Fernando Molano Vargas: bogotano, lingüista y literato de la Pedagógica, cineasta de la Nacho, gay, muerto a los 36. Todo un ídolo noventero.

Le hablo así, como Felipe, el protagonista y narrador de su novela, porque yo también soy un Felipe. Y su novela es sobre nosotros. Es el pensamiento alborotado y honesto de cualquier Felipe a los dieciséis: fútbol, culos y pasar el examen de matemáticas. Ah, y darse cuenta de que le encantan los hombres. Y morbosear a Leonardo, el amor de su vida, en las duchas del colegio. "Sólo con recordarlo se me para. Claro que a mí se me para con pensar cualquier cosa de él". Y el dolor de su desvirgada y los pajazos cuando pensaba en él en bola en su cama y su colegio lleno de güevones y Libia y el partido de fútbol en el que le cascaron a Leonardo y su discurso sobre Eliseo Diego que casi lo hace llorar en clase y cuando el celador del colegio los cogió dándose besos en el pasto y la paliza que le dio su papá y… (Le dejo hasta ahí para no spoilear la parte más triste, visceral y virtuosa de su relato, aunque usted lo conoce muy bien).

Fernando, a usted lo quieren mucho los LGBTI. Los ha hecho sorber moco con su novela, que para muchos es un autorretrato de pura nostalgia antihomofóbica. El clásico criollo de una adolescencia gay apasionada y dolorosa. Sus personajes son ese vaivén infantil del erotismo esperanzador y el rechazo, del hijo rebelde y el papá represor, del marica y el "putas". "Es delicioso jugar así, me digo. Y dejarse ganar: porque él tiene mal una pierna, y ganarle no tendría gracia. Además, perder con Leonardo es muy rico: porque ahora que me tumba me coge a besos. Y nos besamos mucho. Y no se nos da nada que el celador nos pille y nos grite: '¡Par de maricones!'". Déjense ganar por Molano: así sabe más rico.

Texto por: Iván Hurtado y Felipe Sánchez