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Feminisme

"A mi pueblo le lavaron el cerebro": las mujeres que escaparon de Corea del Norte

Desde poner a sus familias en riesgo de ejecución hasta sus luchas contra la culpa y la paranoia, la libertad tiene un costo para aquellos que huyen del 'reino ermitaño'.
Eiko Kawasaki, desertora de Corea del Norte, quien vive en Tokio. Todas las fotos de Tanja Houwerzijl.

En Japón, los barcos de pesca de Corea del Norte han llegado a ser conocidos como barcos fantasma.

En 2017, un total de 104 de esos barcos llegaron a las costas de Japón. Hace dos años, encontraron 66 barcos, según la guardia costera japonesa. Por lo regular, dentro de los barcos o en sus alrededores hay cadáveres de ciudadanos norcoreanos.

Los analistas dicen que el aumento de las embarcaciones de Corea del Norte que llegan a las costas es el resultado directo de la escasez de alimentos en el país, lo cual a su vez es resultado de las muy severas sanciones impuestas contra Corea del Norte en los últimos años.

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Estos barcos fantasma, y los numerosos misiles disparados por Corea del Norte sobre territorio japonés, no encajan en la coreografía diplomática representada por Corea del Norte y Corea del Sur durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pieongchang 2018, con la hermana de Kim Jong-un, Kim Yo- jong, sentada a pocos metros del presidente surcoreano Moon Jae-in.

Los desertores norcoreanos que viven en Japón saben que no hay que creer la farsa de la "sonrisa diplomática", y las noticias sobre los barcos fantasma les traen dolorosos recuerdos de la escasez de alimentos y las adversidades.


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Me encuentro con Eiko Kawasaki, de 75 años, en un centro comercial de un suburbio de Tokio. Es el tipo de lugar que ella no sabía que existía hasta que huyó a Japón hace más de una década.

La historia de Kawasaki parece un thriller orwelliano. En 1942, nació de padres coreanos que llegaron a Japón durante su colonización por una entonces unida Corea. "Justo después de la guerra, a la economía japonesa no le estaba yendo bien, y nosotros, los zainichi [coreanos étnicos que vivimos en Japón], teníamos la posición menos favorable en la sociedad", dice.

Después de que la Guerra de Corea dividiera a Corea en dos, los líderes del norte lanzaron una campaña de repatriación para atraer a los coreanos que vivían en otros países asiáticos. "Yo sólo conocía el comunismo por mis libros de texto", dice Kawasaki. "Japón era pobre en ese momento, por lo que parecía una oportunidad para saber cómo era el comunismo de primera mano". Además de eso, el gobierno de Corea del Norte prometió que la educación, la vivienda, la atención médica e incluso la ropa serían gratuitas. "Me fui sola, y mi familia me seguiría después".

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Kawasaki se fue en bote —alrededor de 93,000 zainichi en total hicieron el mismo viaje— y recuerda vívidamente llegar al muelle. "La gente nos gritaba y nos decía que las promesas de comida y atención médica gratuitas eran todas mentiras. 'Regrésense', gritaban. Pero no pudimos hacerlo".

Eiko Kawasaki señala la región en Corea del Norte donde vivía con su familia, lejos de la capital Piongyang.

Lo peor de todo era el hecho de que Kawasaki no podía regresar a Japón; el gobierno de Corea del Norte no se lo permitiría. Ahora era prisionera de la dictadura norcoreana.

Kawasaki decidió intentar vivir una vida normal, lo mejor que pudo. Estudió duro y obtuvo un título en ingeniería, lo que la llevó a conseguir un buen trabajo. Luego, se casó con un hombre de Corea del Norte y tuvo cinco hijos.


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Fue entonces cuando comenzaron las verdaderas adversidades. "No podía decirle a [mi familia] que la vida afuera era mucho mejor. Podrían haberme reportado con el gobierno, hablar mal del gobierno podría haberme llevado a la cárcel. No sabía lo que pensaban mis hijos, pero sé que les lavaban el cerebro en la escuela".

Sus hijos crecieron desconfiando de todos menos del Partido y de su querido líder Kim Jong-il. "No me atrevía a hablar con ellos sobre mi vida en Japón ni sobre mi deseo de abandonar Corea del Norte. Un día me di cuenta de que tenía que escapar. Mi esposo ya había fallecido, y [preferiría] morir en Corea del Norte que vivir ahí por más tiempo".

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Estudiantes de Corea del Norte miran con suspicacia a los visitantes extranjeros mientras van a presentar su respeto a su querido líder en Pyongyang.

No les mencionó a sus hijos ni una palabra sobre su fuga. "Hacerlo significaba arriesgarme a que me traicionaran o a que fueran cómplices de mi crimen. No era una cuestión de confianza, o falta de ella, sino que tenía que anticiparme al peor de los escenarios".

Sólo uno de sus cinco hijos ha tomado la misma decisión de huir de Corea del Norte. "Somos vecinos en Tokio", dice con una gran sonrisa. "Sin embargo, estoy preocupada por mis otros cuatro hijos. Hasta noviembre de 2017, no había podido contactarme con ninguno de ellos durante más de un año. Me alegró recibir una carta de ellos en noviembre donde decía que estaban bien".


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En un vecindario tranquilo de Tokio, conocí a otra mujer norcoreana, Mitsuko, y a un trabajador de una ONG japonesa llamado Hiroshi Kato que brinda apoyo a las mujeres que huyen de Corea del Norte para una organización llamada Life Funds for North Korean Refugees [Fondos de vida para las refugiadas norcoreanas].

El nombre de Mitsuko ha sido cambiado para proteger su privacidad. La mujer de 47 años huyó a Japón en 2011 y, a diferencia de Kawasaki, pronto se dio cuenta de que su fuga tuvo consecuencias para las personas que dejó atrás. "Cuando escapé, mi cuñado fue capturado, torturado y asesinado en prisión. Otro cuñado perdió su puesto como director de un gran hospital".

Mitsuko (no es su nombre real) prefiere no mostrar su rostro en la foto, pues teme que haya represalias por parte del líder norcoreano.

Al lado de Mitsuko, Kato asiente con la cabeza. "Tienes que entender que el régimen norcoreano tiene la obsesión de controlar a su propia gente, ese es el sistema en el que viven. Y eso explica por qué tienen miedo, aún ahora, estando en Japón".

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Ella analiza ansiosamente su entorno durante nuestra entrevista en un restaurante de comida rápida. La paranoia con la que creció en Corea del Norte realmente nunca ha desaparecido. En Corea del Norte, explica, hay algo que se llama la regla de las tres generaciones. Significa que toda una familia puede ser castigada si uno de sus miembros comete un crimen. La deserción es considerada uno de los peores crímenes.

Cuando era niña, Mitsuko siempre se preguntó cómo era la vida fuera de Corea del Norte. "Soñaba con una vida fuera de Corea del Norte", nos dice. "Sabía que estaba viviendo una vida anormal. No recuerdo haber sido feliz allí jamás". Sus amigos de la infancia tenían miedo de decir cualquier cosa negativa sobre Corea del Norte, y pronto aprendió que hablar de política era un asunto arriesgado. El único lugar seguro para quejarse era la casa de sus padres. Sus padres eran críticos del régimen en privado. Ella asumió que otros niños crecieron en circunstancias similares, y sólo le aplaudían a los líderes para evitar meterse en problemas.

Una plantación norcoreana en el camino de Piongyang a Kaesong (provincia de North Hwanghae). A pesar de los esfuerzos de los agricultores, Corea del Norte aún depende de los suministros de la comunidad internacional.

Pero cuando Kim Jong-il murió en un tren en 2011, quedó asombrada por la reacción de sus compatriotas. "La gente salió a la calle llorando. Algunas personas ya no podían comer y murieron de inanición. Entonces me di cuenta de que tenía que hacer algo; a mi pueblo le lavaron el cerebro".

Su esposo comenzó a ayudar a las personas en Corea del Sur a establecer contacto con sus familiares del norte, convirtiendo a Mitsuko en cómplice del delito de traición. Ambos se arriesgaron a ser ejecutados en público si el gobierno descubría las actividades de su esposo. La regla del castigo a "las tres generaciones" significa que una familia entera puede ser castigada por el acto de traición de uno de sus miembros. Cuando ella escuchó que la inteligencia de Corea del Norte estaba al tanto de sus actividades clandestinas, decidieron huir.


Junto con su esposo y su único hijo, Mitsuko vive ahora en Tokio, pero no pasa un día sin que se sienta profundamente culpable por los miembros de la familia que dejó atrás. Sus años en Corea del Norte le han dejado una profunda cicatriz emocional, dice Mitsuko.

Finalmente, ¿cómo se siente Mitsuko con respecto al encantador ejercito de mujeres representantes de Corea del Norte en los Juegos Olímpicos? "El gobierno de Corea del Norte nunca detendrá su ambición de tener un misil capaz de llevar una cabeza nuclear y así poder atacar a los E.U. Aquí en Japón hay bases militares estadounidenses, y no tengo ninguna duda de que finalmente tratarán de atacar esos objetivos. Necesitamos detener a esta cruel dictadura".