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prostitución

Hablamos con Jose Carlo: el prostituto chileno más famoso del mundo

ENTREVISTA | De todo: su libro, su nuevo rol como activista, la prostitución para mujeres y sus conceptos de ser un hombre transfeminista.
Fotos por: Nicolás Said | Cortesía: Josecarlo Henríquez.

La prostitución masculina era un oficio bastante común en la antigua Grecia: solía ser practicada por esclavos procedentes de la guerra —quienes pagaban impuestos por ejercerla— y también por quienes eran considerados no-ciudadanos. Pero un hombre adulto, miembro de la polis, que fuese acusado de ser un puto o pórnos, se exponía a la total restricción de sus derechos civiles y políticos. El legislador Solón fundamentaba tal prohibición sobre la base de que "aquel que vende su cuerpo por dinero igualmente puede vender los intereses de la comunidad". Sumado al draconiano juicio moral y social que recaía sobre los ciudadanos que se atrevían a prostituirse, sus padres contaban con la atribución de marginarlos y desheredarlos legalmente.

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Ecos de ese milenario repudio al varón que cobra por sexo se hicieron sentir el martes 11 de junio del año 2013 cuando un joven de baja estatura, delgado y con apariencia de púber, fue el invitado estelar a un talkshow de la televisión abierta chilena: "La mayoría de mis clientes son heterosexuales y tienen familia", reveló en aquella ocasión el joven "puto" ante su boquiabierto anfitrión.

Aunque declaraciones como esa escandalizaron a la conservadora sociedad chilena —que por aquellos años aún no aprobaba el Acuerdo de Unión Civil entre parejas del mismo sexo— la mezcla de desparpajo, causticidad y morbo que el testimonio de Josecarlo Henríquez Silva suscitó en los televidentes, llevó a que esa noche el hashtag #SoyPuto se volviera trending topic en Chile. En el mundo.

Pero antes de dedicarse a la prostitución, Josecarlo —quien es hijo de padres evangélicos— trabajó en locales de comida rápida, call centers y en otras labores por sueldos de hambre, como tantos otros jóvenes chilenos imposibilitados de acceder a la educación superior paga. Una noche, Josecarlo conoció en una fiesta a un prostituto que le habló maravillas de su trabajo. Sin mucho que perder, comenzó a frecuentar los cibercafés del centro de Santiago, en donde una comunidad clandestina de jóvenes ofrecía sus servicios sexuales en chats y páginas de scorts masculinos.

En una ocasión, casi jugando, decidió crearse un perfil en la web. Se nombró a sí mismo Camilo; se tomó fotos; escribió algunas de sus fantasías. Esperó. A los pocos días una transversal gama de clientes —universitarios, obreros, padres de familia y políticos— comenzaron a solicitar sus servicios. Así, y contra todos sus pronósticos, la prostitución se había convertido en su pasaporte a la emancipación y a la autonomía; en su válvula de escape del agobiante régimen laboral del modelo económico chileno.

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Hoy, Josecarlo, un joven oriundo de región, de extracción humilde y sin educación universitaria, divide su tiempo entre el ejercicio de la prostitución, la escritura de columnas de opinión, su militancia en el Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) y su trabajo en Emputesidas, una organización "transfronteriza y multimedial" que busca visibilizar las demandas de "trabajadorxs" sexuales de distintos sexos.

En abril del año pasado publicó su primer libro "#SoyPuto", el cual reúne diversos relatos autobiográficos, cuentos porno, ensayos feministas, crónicas denunciantes y columnas de opinión sobre el aborto, la prostitución y la diversidad sexual. Querido, temido e incluso odiado, los puntos de vista de Josecarlo representan las tensiones poco exploradas dentro del movimiento LGBTI chileno.

Sus atrevidas opiniones sobre temas de género constituyen, para muchos, una ráfaga de aire fresco en tiempos en los que, desde varias trincheras, se acusa el creciente aburguesamiento y la marcada "corrección política" que ha inoculado las luchas por la igualdad y los derechos de las minorías sexuales.

Acá lo tienen, en exclusiva para VICE Colombia.

Tú reivindicas el término "puto" y te opones al de escort, un anglicismo que, según has manifestado, te parece una "porfiada insistencia arribista". ¿Qué es lo que, a tu parecer, diferencia a un "puto" de un escort, tomando en cuenta las particularidades del contexto chileno y latinoamericano?
Nombrarse como trabajador sexual, prostituto o escort en Chile es muy difícil. Ni siquiera la palabra escort es algo que suela oírse de alguien que cobre por sexo. Más bien no se nombra, no hay una reapropiación. Hay un ocultamiento, una auto-censura, porque estamos en una sociedad muy culposa que tiene una fijación denigratoria con la prostitución. Y esto ha sido así por siglos. Entonces, nadie se va a denominar "puto". Sin embargo, creo que una de las grandes diferencias entre un "puto" y un escort es la carga significativa del nombre: la palabra puto es una reivindicación política de un insulto sexual, mientras que escort es solo el nombre profesional que nos da el mercado para suavizar nuestra existencia. No obstante, tanto la palabra "puto" como " escort" aluden a un trabajador sexual, ambos en constante precarización y sistemáticamente perseguidos por la ciudadanía y las autoridades.

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Dentro del imaginario masculino latinoamericano, la palabra "puto" tiene una connotación bastante particular, y es común escucharla como un insulto que remite a lo "marica" (como en la canción de Molotov) y en general, a "lo peor" que un hombre puede llegar ser: débil, cobarde, pasivo, etc. ¿Te apropias de esta palabra tomando en cuenta todas estas connotaciones?
La palabra "puto", así como puta, zorra, perra, maricón, tiene una enorme potencia subversiva, porque enfoca la sexualidad y posibilita la intromisión con algo que es supuestamente privado, sagrado e indecible. Reivindicar palabras me parece un acto poético que puede ser terrorista. La violencia se puede escribir. Nombrarse "puto" o "maricón" es violentar la integridad masculina, el honor del hombre, y la fijación identitaria con esa virilidad. Pienso que los putos no somos hombres. Un hombre cumple con normas que un puto corrompe todo el tiempo. Se supone que el hombre es el que recibe el servicio, (el que penetra, el que provee, el que tiene su ano clausurado para el disfrute). Toda esa violencia de un insulto sexual me parece hermosa y cuando lo descubrí me reapropié de ella con todas sus lecturas y posibles connotaciones.

¿En algún momento te jugó en contra el hecho de no responder físicamente con los estándares de masculinidad con los que uno podría asociar el rubro de la prostitución masculina (altura, musculatura, potencia)? ¿En qué momento asumiste que podías utilizar estos rasgos para ampliar "la paleta" de fantasías de tus clientes?
Es que esos cánones de belleza masculina son pura porfía de unos pocos que teorizan o que nos siguen diciendo lo que es bello y lo que no. Cuando se ingresa al campo de la prostitución, te das cuenta de que todo cuerpo es un posible cuerpo en venta, que el deseo no es aquello que nos dicen que es. En ese sentido, es hermosa la experiencia con lo abyecto que te brinda la prostitución. Genera más placer que obediencia a estereotipos de belleza. Yo no me ofrezco a hombres que quieren pagar por dos metros de musculatura o virilidad, porque no todos los hombres quieren virilidad, así como no todos pagan por cuerpos delgados. Incluso hay clientela para cuerpos obesos. Nuestro trabajo sexual desborda todo aquello que la sociedad, de forma bastante mediocre, nos ha dicho.

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En un país tan neoliberal como Chile, en donde es común endeudarse en cuotas o recurrir a un crédito estatal para poder estudiar, tú has dicho que la prostitución fue una actividad que te dio la libertad para "no depender económicamente de nadie, y menos aún del Estado". ¿Qué tipo de independencia personal te permitió la prostitución que, en otro trabajo, no habrías podido lograr?
Si he podido escribir, si he podido ser activista, viajar por Chile, fuera de Chile, publicar un libro, seguir siendo activista y seguir escribiendo, ha sido gracias a la prostitución. Porque para escribir y ser activista hay que tener tiempo, y el sistema laboral te quita todo el tiempo cuando eres un obrero. Incluso con una profesión universitaria, el tiempo escasea. Ante esa situación de explotación hostil, el trabajo sexual brinda una autonomía de horario que jamás daría cualquier otro empleo.

¿De qué otras formas se ha expresado en tu vida esta libertad inherente al oficio de puto?
Muchas veces pude huir de la casa de mis padres gracias a la prostitución; hasta logré independizarme. Comencé a explorar aún más mi cuerpo, los gustos que había adquirido, y ponerlos a prueba. Cuando te conviertes en un trabajador sexual, no solo estás trabajando: también estás reinterpretando tus relaciones con los otros, tus gustos, la organización de tu anatomía, el poder que adquieres al depender solo de tus deseos para sobrevivir. Muchas veces me entregaba a la suerte del sexo y me conectaba a Internet solo para conseguir alojamiento con hombres que me recibían en su casa a cambio de sexo. A veces me pagaban, otras veces no, pero dormía muy bien, comía y podía usar su Internet para seguir trabajando. Esa independencia solo depende de tus deseos, de cuánto estés dispuesto a hacer sin obedecer a prejuicios morales o a limitaciones que en el colegio o en la familia siempre han existido.

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¿En algún momento escondiste tu nombre real? ¿Cuándo y porqué decidiste comenzar a ejercer como "Camilo"?
Nunca me ha complicado que sepan que soy prostituto, así que mi seudónimo de "Camilo" no respondió a la voluntad de "ocultar mi nombre real" para cobrar por sexo. Me nombré "Camilo" porque desde niño quise llamarme así. Alucinaba con fray Camilo Henríquez, un sacerdote revolucionario de la época de la independencia de Chile. Se suponía que tenía que ponerme un nombre falso. Así me lo explicaron en mi primer día de puto. A mí me pareció hermoso tener que nombrarme, y más aún pensando en la nueva experiencia que me esperaba con los clientes que vendrían. Luego de que me mediatizara, como no he tenido problemas con que me sepan puto, mi "nombre real" salió a la luz. Puedo llamarme de varias formas, no me genera angustia. Después de todo, no creo en "el nombre real". Creo que la identidad es un espacio de creación constante, no predeterminado por los padres.

En tu libro mencionas que las plataformas digitales te han permitido hacer de la prostitución "una obra de arte" y que jugaron un papel fundamental en la construcción de tu alter ego , Camilo. ¿Qué otros alter egos o identidades te has creado gracias a la web?
"Renata" es una de esas otras identidades que tengo en Internet. No es completamente mujer, sino una lolita travesti, sin peluca, con maquillaje y ropa de niña. Los clientes heterosexuales más jóvenes son los que me llevaron a crear este personaje. Más bien sus deseos, cuando los atendía como Camilo. Me decían algunos que tenía cara de niña y eso les calentaba.

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¿Has experimentado algún tipo de rechazo por parte de algún sector por tus opiniones desde tu condición de "puto" varón?
Constantemente. Tanto de feministas tradicionales como de activistas más radicales. Hasta el día de hoy sigo creyendo que no soy hombre, pero el esencialismo en todas sus formas es intransigente y policiaco. Existen distintos feminismos que están en contra de la prostitución, y entre ellos hay un feminismo esencialista que mira el trabajo sexual solo como una problemática para las mujeres trabajadoras sexuales. Porque un puto es hombre y, como hombre, supuestamente tiene privilegios. En el activismo he tenido que verme enfrentado a ese tipo de críticas y opiniones muy esencialistas, donde me han tratado de "hombre privilegiado" solo porque suponen que tengo un pene, porque no me pongo tacos, o porque no uso una peluca o maquillaje colorido.

Entonces, ¿tú no te identificas como varón?
No soy hombre, jamás en la vida me he sentido hombre, no me han tratado como tal y creo que hay más prejuicio que convicciones en alguien que trata a un prostituto de privilegiado por el solo hecho de tener pene.

Tú te defines como "transfeminista", ¿qué le dirías a alguien que pueda llegar a pensar que "por el solo hecho de ser varón" gozas de privilegios, y que no deberías opinar sobre temas que atañen al cuerpo de las mujeres y a su libertad para elegir sobre él?
Estoy de acuerdo con que los hombres no deben meterse con la soberanía de las mujeres sobre su propio cuerpo. También estoy de acuerdo con el hecho de que ser hombre te brinda privilegios para desarrollarte en un sistema hecho por hombres. Pero también existimos sujetos que estamos en otros bordes del género, que no gozamos de tales privilegios, aunque nos cuelgue un pene y aunque en nuestra cédula de identidad diga "masculino". Cuando me enfrento a situaciones así de esencialistas y policiacas, aborto toda posibilidad de discusión, porque el esencialismo —que es fundamento del cristianismo, también— es una muralla que limita las discusiones. El genitalismo de ciertas feministas se torna incomprensible porque acusan de privilegiado a sujetos que no tenemos casa, que nos han golpeado por no ser lo suficientemente masculinos y que, además, no tenemos posibilidad alguna para decidir. Decidir es un privilegio real. Me impresiona que muchas feministas esencialistas —que han decidido estudiar en la universidad carreras muy caras, magísteres, postgrados— me tilden a mí, que soy puto, de ser un "hombre privilegiado".

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Desde la disidencia sexual, ¿qué rol crees que deberían jugar los varones dentro de las discusiones feministas?
No estoy en desacuerdo con el rechazo al hombre, ni con la hermosa consigna de "fuego al macho". Yo no soy un "varón feminista". Creo que lo principal es dejar de decodificarnos como hombres, varones y machos. A mí no me interesa reivindicar una lucha de "hombres en el feminismo". Lo que me interesa es atentar contra ese orgullo viril y dejar de ser hombres, desaprender lo que nos han enseñado por el solo hecho de tener un pene. A mí, desde niño, me han torturado por resistirme a esa identidad tan añeja y violenta que es el "ser hombre".

¿Empezaron muchas mujeres a solicitar tus servicios después de tus apariciones en TV?
No muchas. Sé que existe un mercado sexual dirigido a las mujeres. Tengo colegas que son prostitutos heterosexuales que reciben muchas clientas, pero nunca lo suficiente, y también deben atender a hombres. No es muy común que la mujer tenga el poder adquisitivo y la libertad moral para pagar por sexo. Algunas amigas han intentado la prostitución lésbica, y tampoco les ha sido demasiado rentable. Son muy pocas las mujeres que pagan por sexo y, por lo general, son de clase alta, extranjeras y blancas. Sin embargo, hay mujeres jóvenes —que están en la universidad, o no tienen el peso moral de otras generaciones más viejas— que sí pagan por sexo.

¿Has tenido alguna vez clientas feministas?
La única clienta feminista que tuve fue una activista muy joven que estaba en los primeros años de sociología y era bisexual. Ella leía lo que yo escribía en mi blog y fantaseaba penetrarme con su strap-on. Nos conocimos por el activismo y luego la atendí un par de veces. El strap-on que usó conmigo lo usaba en las marchas a las que iba. Conversábamos mucho sobre las posibilidades penetradoras del cuerpo de las mujeres. Ella disfrutaba mucho penetrando, política y orgásmicamente.

En tu libro abordas un aspecto que para muchos puede resultar extremadamente polémico: la "inexistencia de una discusión válida" para que, quienes lo deseen, puedan "disfrutar de una sexualidad del contagio". Has dicho que tu deseo es apropiarte políticamente de estas "armas" de contagio, e incluso en tu libro afirmas que los putos deben "ser un club de vampiros terroristas que amenacen la salubridad humana". ¿Dónde empieza la realidad y donde termina la fantasía —o el mero gesto estético— en este enunciado?
Así como me reapropio del insulto "puto", me reapropio de todo lo que eso significa para la sociedad. Para esta sociedad culposa, "la prostitución es un nido de enfermedades de transmisión sexual": por eso "deberíamos dar miedo y asco", por eso somos denigrados, porque dicen que "cultivamos la muerte, las enfermedades, los malos hábitos". Cuando digo que reivindicar palabras puede ser un acto poético terrorista, me refiero a eso.

Es también encararle al conservadurismo lo patético que es su imaginario respecto a nosotrxs, que nos reducen solamente a sujetos peligrosos y virulentos. Pero existimos, y hasta en las camas de los más puritanos. Ese contagio me interesa, el que corrompa, contamine, infecte la moral del que nos reprime, pero nos consume a la vez. Cuando hablo de contagio no solo hablo de la literalidad de ese contagio. Ahora mismo estoy contagiándote con mis respuestas, y también a todxs los que me están leyendo.