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Algunos dealers nos explican cómo ocultan el negocio a sus familias

Entrevistamos a varios dealers para que nos explicaran el impacto de su trabajo en sus vidas y cómo le hacen para manejar la presión de vender drogas.

Este artículo se publicó originalmente en VICE

La gente empieza a vender drogas por razones muy diversas y simples: algunos lo hacen porque no tienen otra forma de sobrevivir, otros, porque les da poder, estatus o riqueza. También hay quienes lo hacen porque parece más fácil y divertido que un trabajo "normal". Sin importar cuál sea la razón, cuando eres dealer es muy fácil que tu vida y tus relaciones se tornen complicadas.

Doy un ejemplo: una vez me hice amigo de un dealer que vendía bareta y otras cosas de vez en cuando para pagar la universidad. Pese a ser autosuficiente, mi amigo dealer sabía que sus padres se iban a emputar apenas descubrieran a qué se dedicaba. Cuando llegó con ropa nueva y cara a la casa de sus papás, tuvo que inventar que estaba trabajando en un sitio refinado y exclusivo, que era en lo que trabajaba uno de nuestros roomies. Mintiendo, se libró de toda sospecha.

Tomaba fotos del uniforme de nuestro amigo y las mandaba a sus papás para convencerlos de que el trabajo era legítimo. También se robaba las anécdotas de nuestro amigo sobre lo mucho que le dejaban de propina para explicar sus enormes ingresos. Estoy seguro de que se salió con la suya pero las mentiras y los deslices lo dejaron paranoico y terminó alejándose un poco de su familia. Hoy en día sigue siendo dealer y le sigue mintiendo a la gente (a su arrendador, por ejemplo) para que nadie se dé cuenta de su verdadera profesión. Breaking Bad es probablemente el ejemplo más famoso en la cultura popular de lo mucho que cambia la vida de las personas cuando se vuelven dealers (aunque de pronto no tiene tanto melodrama). Si eres dealer, corres el riesgo de ir a la cárcel, de arruinar la relación que tienes con tus seres queridos, de aislarte de la sociedad (aunque no siempre es tan malo) y hasta de sufrir problemas de salud mental o adicciones. VICE entrevistó a varios dealers para que nos explicaran el impacto de su trabajo en sus vidas y cómo hacen para manejar la presión de vender drogas. Todos los entrevistados son anónimos.

Dealer 1

Hombre

Vendía "todo lo que te puedas imaginar"

De niño era muy pobre pero terminé yendo a un colegio para niños ricos porque era muy inteligente. Para mí, una comida de treinta mil pesos era muy cara. Por el contrario, mis compañeros ricos llegaban al colegio en carros finos y vivían en mansiones. Yo quería una probadita de esa vida pero la situación en casa era difícil. Mi infancia fue dura: mi mamá me tuvo a los 19 años de edad, mis padres se divorciaron, ninguno terminó el bachillerato y mi padre tenía una enfermedad mental. Ser dealer era una forma de sobrevivir, una forma de salirme de esa realidad, ser cool y tener dinero. Empecé a vender cuando entré a bachillerato. Primero compré un gramo [de bareta] por 15.000 pesos (no comí en dos días para poder pagarlo). Después lo vendí y gané 30.000 pesos. Con ese dinero compré otros dos gramos, los vendí y seguí haciendo lo mismo. En pocos años ya vendía entre cinco y diez kilos de bareta ––y cantidades variadas de todas las drogas que te puedas imaginar–– cada semana y ganaba millones de pesos. Al principio no tenía problemas para ocultar mi negocio a mi familia. Mi mejor amigo vivía a tres calles de la escuela en una casa muy bonita. Guardábamos nuestro dinero, nuestras reservas personales y todo lo que teníamos que esconder en su sótano, porque su papá era buena onda y no le importaba lo que hacíamos. Iba a su casa en la mañana, fumábamos, íbamos al colegio, regresábamos a su casa, fumábamos más y luego salíamos a vender la mercancía. Era como una narco tiendita de ricos. Pero cuando llegaba a la casa de mis papás con ropa nueva y lujosa, resultaba bastante obvio a qué me dedicaba. Mi mamá tenía cinco trabajos y ganaba menos que yo. Ni siquiera tenía que ocultar que era dealer porque era muy evidente que estaba turro todo el tiempo. Pero mi madre nunca se dio cuenta a qué grado llegaban nuestras ventas. Hubo un punto en el que ser dealer jodió todavía más la relación con mi mamá. Cuando ya no pude guardar la mercancía en casa de mi amigo, me la llevé a casa. Estaba guardada en uno de esos juegos de bocinas que tienen cinco partes y cada una estaba llena de mota, dinero, coca, MDMA, etcétera. Como compraba mucha (al mayoreo), me regalaban 12 gramos extra de bareta y esa era mi reserva personal. Una vez, guardé un kilo de marihuana en mi cuarto, abajo de una camiseta, y dejé mi reserva personal arriba de ella, a plena vista. Mi mamá me llamó cuando estaba con un amigo y me dijo que había encontrado drogas en mi cuarto. Me espanté y regresé de inmediato a la casa porque creí que había encontrado el kilo de bareta o todo lo que tenía en las bocinas. Cuando regresé, traía en la mano los 12 gramos en la bolsita y creía que esa era todo lo que tenía. Ese mismo día hice mis maletas, tomé mi mercancía, mi bolsita y me fui de la casa. Esa fue la última vez que viví en casa de mis papás hasta que dejé de vender. Mi papá falleció en el mejor año de mi carrera y mi mamá nunca se dio cuenta de la escala de mi negocio hasta mucho después de que dejé de vender. Dejé de ser dealer hace cinco años y hoy en día, la relación con mi familia es muy buena. Hablo con mi mamá casi todos los días

Dealer 2

Mujer

Vendía medicamentos que sólo se consiguen con receta

Cuando estaba en el bachillerato, utilizaba el seguro médico de mi papá para ir al psiquiatra, me recetaban Adderall y se lo vendía a mis compañeros. Abusé de la oportunidad para ir al psiquiatra y terminé con un problema de drogadicción. Cuando mi papá se enteró de que vendía y era adicta a las pastillas, me mandó a rehabilitación. Después salí y traté de ir al psiquiatra para poder vender otra vez. Para ese entonces, mi papá ya sabía que mentía para ir al psiquiatra y que no lo usaba con fines terapéuticos ni de superación personal. Cada que le hablaba al doctor, colgaba el teléfono en cuanto escuchaba mi voz. Traté de llamar cientos de veces pero nunca hubo respuesta. Más tarde me enteré de que el psiquiatra me estaba evitando porque mi papá le dijo que me colgara inmediatamente si trataba de agendar una cita. Si no, iba a haber consecuencias. Estoy casi segura de que lo amenazó. Arruiné la oportunidad de ver a un terapeuta caro, lo cual me pudo ayudar mucho. Pero así pasa cuando haces todo por debajo de la mesa y escondes tu vida de las personas a tu alrededor. Es fácil convencer a alguien que no quiere creer lo peor de ti. Pero era muy obvio. Muchos padres prefieren negarlo.

Dealer 3

Hombre

Vendía LSD y bareta

Vengo de una familia de clase media y crecí ea las afueras de la ciudad. Empecé a consumir drogas a los 13 años y poco después empecé a venderlas. Primero lo veía como una forma de drogarme gratis y después se convirtió en una forma de ganar mucho dinero. Vender LSD y marihuana fue mi trabajo de tiempo completo por tres años. En mi mejor momento ganaba más de 60 millones de pesos al mes. Hoy en día tengo una buena relación con mis padres pero fue muy difícil en mi adolescencia, porque estaba drogado todo el tiempo y siempre mentía. Tenían sus sospechas, pero no querían creer que su bebé fuera capaz de vender drogas. Es difícil para los padres. Siempre quieren creer lo mejor de sus hijos. Una vez le pedí a mi mamá que me guardara 25 millones de pesos. Quería que se los quedara pero ella no aceptó porque sabía de dónde venía la plata. Le dije que me pagaban por presentar dealers a mis amigos y que yo no tenía nada que ver con eso. La convencí de que me guardara el dinero, aunque nunca tuve la intención de pedírselo. Mi mamá lucía bastante asombrada cuando le dije que había ganado 17 millones de pesos por presentar a un amigo con otro que vendía drogas. Quería creer que yo no tenía nada que ver y la convencí de que no. Le dije que "técnicamente" no era dealer porque hacía las conexiones entre mis contactos. Es fácil convencer a alguien que no quiere creer lo peor de ti. Pero era muy obvio. Muchos padres prefieren negarlo. Quería regañarme pero sabía que me iría de la casa en cuanto me dijera algo. Teníamos un acuerdo implícito: si ella no preguntaba, yo no decía nada. Mis excusas eran básicas pero ella se las creía. Tenía que hacerlo para conservar nuestra relación. Con el tiempo, me cogieron, me acusaron de vender LSD y me sentenciaron a pasar 25 años en la cárcel. Lo que pasaba era muy obvio por los encabezados en los periódicos y los noticieros que se enfocaban en mi caso, pero en mi familia no se hablaba del tema. Querían ayudarme pero yo mismo me puse en una situación donde ellos no podrían hacer nada y se sentían frustrados. Ahora soy muy abierto con todo. No es más que un capítulo en mi vida que ya superé, igual que la cárcel. Hoy en día no tengo problemas para decir la verdad pero aun así hay cosas sobre mi pasado de las que no me parece apropiado hablar con mi mamá. Mi papá es empresario, por eso fue divertido ver su reacción cuando supo la verdad. Platicábamos por horas sobre cómo lavar mi dinero…

Dealer 4

Hombre

Vendía marihuana

Vendí bareta por casi tres años. Trabajaba como repartidor y mensajero, y vender drogas fue un paso lógico, en especial cuando vi que podía vivir bien trabajando tres días a la semana. No voy a entrar en detalles pero ganaba mucho más que todos los jóvenes de mi edad que trabajaban cinco días a la semana y pagaban impuestos. Me llevo bien con mi papá. Es una persona muy comprensiva y no se deja llevar por las normas sociales, además, es muy tolerante con las formas "no convencionales" de hacer las cosas. Cuando empezó a sospechar, sin embargo, me sermoneó con que me estaba metiendo en muchos problemas y que iba a terminar viviendo como un indigente. Cuando vio lo mucho que ganaba, y que con eso me alcanzaba para financiar mis proyectos personales, fingió que no sabía. Cuando le dije a qué me dedicaba, no fue ninguna sorpresa. Me respetaba lo suficiente como para confiar en mí, en mi capacidad de medir el peligro. Mi papá es empresario, por eso fue divertido ver su reacción cuando supo la verdad. Hablábamos por horas sobre cómo lavar mi dinero y usaba ese tono mandón de papá cuando me daba consejos, con lo que dejaba claro que ya no importaba de dónde había salido todo ese dinero. Nunca he sido bueno para mentir. Por eso, la relación con mi padre mejoró ––y dejé de sentirme tan culpable–– cuando le dije la verdad. *** A Zach lo encuentras por aquí.