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Los tres expresidiarios que están trabajando en un restaurante reconocido de Bogotá

Actualmente se están llevando a cabo proyectos que buscan que las personas recluidas puedan empezar a construir un futuro para cuando salgan de la cárcel.
Foto tomada del archivo de Broadly.

"Lo más duro de salir es sentir la brisa". Eso me dijo Álvaro González, uno de los pospenados que está trabajando desde hace tres meses en un restaurante del barrio Quinta Camacho de Bogotá, sobre su salida de La Picota, el centro de reclusión en el que pagó 14 meses y 15 días. Sentir el sol otra vez, los carros que pasan enfrente, detrás, a los lados… los pitos que resuenan en los oídos: "esto es lo más duro de la libertad", afirman los otros expresidiarios que trabajan junto a Álvaro en el restaurante.

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La sensación es inimaginable: lo más duro es el encuentro físico con el mundo exterior. No las miradas, no los retos, no las personas. Lo impactante es tener la libertad de mover los pies sobre la tierra y sentir la brisa.

Todo ––es decir, la libertad, la brisa, los carros–– comenzó cuando llegaron proyectos a la Picota: Casa Libertad, una fundación creada por la actriz colombiana Johana Bahamón, con la ayuda del Ministerio de Justicia, El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, y la Caja de Compensación Colsubsidio, se ha convertido en un recurso a la mano de los presos.

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Mucho es lo que se ha hablado en Colombia ––en el mundo también–– sobre el vulnerado principio de resocialización que rige en las cárceles: los presos, supuestamente, deben tener un proceso amplio y humano para reinsertarse en la vida civil una vez cumplan su castigo.

En la realidad pasa todo lo contrario: las cárceles, aparte de ser el hogar de violaciones masivas de derechos humanos, son también un lugar en donde los delitos se propagan. Pese a que la Corte Constitucional ha insistido en ello desde hace al menos 20 años, son pocas las iniciativas que enmiendan este drama.

El Ministerio de Justicia creó un sistema, que, según él mismo, "nace de la necesidad de asesorar y orientar la inclusión del pospenado al contexto social, familiar y laboral de forma autónoma y responsable, implementada mediante recursos y servicios disponibles por el Estado, instituciones, organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil dentro del marco de la corresponsabilidad social". Eso dice. Pero muchas de las personas que recuperan la libertad, como Dayan, Álvaro y Wilson, dicen que no todos sienten la seguridad y la ayuda necesaria para salir, y que es por eso que terminan reincidiendo en los delitos y yendo a la cárcel al poco tiempo.

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De hecho, en Colombia, en enero del año pasado, se registraron 161.477 personas privadas de libertad, de las cuales hubo una reincidencia de 18.745 ese mismo año, según un informe de 2015 del INPEC.

Casa Libertad surge de esa necesidad. Es un mecanismo.

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De acuerdo al Ministerio de Justicia, Casa Libertad es "un espacio con oferta de servicios y atención integral para las personas que estuvieron recluidas en un centro carcelario y que ahora, al gozar de su libertad, buscan oportunidades que faciliten su reinserción a la vida en sociedad".

Allí, los tres nuevos empleados se dieron cuenta de que salir de la cárcel no debe causar temor, sino que con las herramientas necesarias, los pospenados pueden conseguir las mismas oportunidades que el resto de la comunidad.

Este también fue el caso de Dayan Jiménez y de Wilson Valencia, pospenados en el Buen Pastor y en la Picota respectivamente. Ellos, junto con Álvaro fueron los seleccionados para ser los pioneros en trabajar frente a frente con clientes en un restaurante reconocido de la capital.

"Lo más difícil es la atención. No es lo mismo trabajar en una cafetería que en un restaurante como Don", me dijo Wilson, un hombre alto, grande, moreno y tímido, cuando le pregunté por su experiencia. Don, el restaurante pionero en recibir personas como Álvaro, queda en el barrio Quinta Camacho, donde sirven cocina francesa adaptada con productos nacionales.

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Según Dayan, "el apoyo que ellos [Casa Libertad] dan es enorme, porque cuando uno sale de esos sitios lo primero que lo molesta a uno para un trabajo son los antecedentes penales. Entonces con todos estos proyectos, acceder a eso es más fácil, es un respaldo muy grande".

Dayan, Wilson y Álvaro llevan dos meses en capacitaciones brindadas por la profesora Luz Adriana Díaz, administradora de Don y mentora de este proyecto. Ella se ha encargado de enseñarles cómo se recogen los platos, cómo se prepara la mesa, cómo se atienden los comensales, pues ha trabajado en hostelería y servicio al cliente por más de 12 años.

"Si no fuera por Casa Libertad no sería tan fácil conseguir un trabajo como este", afirma Álvaro. "Muchos de los que salieron con nosotros salen con miedo del qué dirán, de los prejuicios y de no poder construir un futuro".

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Para ellos, ser pospenados no ha sido un inconveniente. "De hecho ha venido mucho a preguntarnos nuestras historias, no hemos tenido problema", me dijo Álvaro. Pero lo que sí quieren es cambiar ese estereotipo: los pospenados están ahora más que nunca buscando oportunidades para salir adelante. "Por una mala decisión no se pueden quedar sin futuro", afirma Luz Adriana, "por eso la importancia y la belleza de este proyecto".