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Frescómics

El Lowbrow de Hey Bro

El surrealismo pop de Hey Bro es una prueba más de que entre Cali y California podría existir uno de esos agujeros de gusano que comunican esas dos tierras lejanas. Los monstruos de Hey Bro son una prueba más.

Conocí a Hey Bro (Mateo Aguirre) en 2015, en el marco de una exposición de arte organizada por el también artista Felipe Bedoya. En ella se planteaba una actividad muy interesante que consistía en que los artistas participantes realizáramos intercambios de obras al azar. En ese contexto tuve la fortuna de intercambiar mi obra con la de Mateo Aguirre y desde ahí he seguido más de cerca su trabajo.

En ese instante me pregunté si en algún punto de la historia, o por algún evento de fluctuación cuántica, o por una singularidad gravitacional-relativística existió o existe un agujero de gusano (https://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_de_gusano) entre Cali y California pues las influencias del Lowbrow californiano en el área metropolitana de la capital del Valle del Cauca es tan intensa como los colores saturados de las latas Montana que usan los graffiteros. Es más, ahora que lo pienso, si quisiéramos ponernos Fox-Mulder-Conspiracionistas podríamos atar cabos, y recordar que la Cali de los setentas se hacía llamar Caliwood en honor a ese referente cultural californiano. Es decir, el agujero de gusano podía haber existido desde esa época.

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El Lowbrow o surrealismo pop, es un arte pictórico surgido en el soleado estado gringo, basado en las imágenes de los cómics underground setenteros, la cultura punk, los fanzines Do-It-Yourself, el mundo de los tatuajes clásicos, y la cultura de la customización de carros y motos. Esta corriente defiende la expresión visual de los individuos dada de forma espontánea, sin tener que estar atravesada por ningún tipo de discurso profundo o concepto complejo como los que suelen constituir gran parte de la producción del arte contemporáneo de galería y museo en el mundo.

Este arte es predominantemente figurativo y, por algún desconocido motivo, un gran grueso de sus obras presentan como protagonista alguna clase de monstruo pictórico. Sin embargo, no se trata de esos monstruos miedosos-miedosos, como el virus que vuelve zombi a la gente, sino más bien de monstruos psicodélicos pop, llenos de ternura y agresividad simultánea, como terroríficos y tiernos. Así precisamente son los monstruos y personajes que retrata/ilustra/crea/inventa Hey Bro en sus piezas: seres que desde la esquina de lo siniestro nos sonríen o saludan.

Si tuviera que describir a esas criaturas pensaría que se trata de una convergencia evolutiva entre los cariñositos, esos diez ositos multicolores que pintaba Elena Kucharik en los ochentas, y los aliens erótico-perturbadores que pintaba H.R. Giger en los 70, una excéntrica combinación realizada en clave de graffiti, cómic y tatuaje, mezclando técnicas y estilos en una especie de viaje indiscriminado y promiscuo de ácidos y colores neón, usando Corel Painter, acrílicos o latas de aerosol según el caso.

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Lo más interesante de pensar estas obras es la empatía que podemos sentir por la figura del monstruo, ese ser deforme, grotesco o desagradable que desde siempre ha gozado de nuestra solidaridad y simpatía. Siempre hemos estado del lado del monstruo: en las películas siempre sentimos que King Kong, Godzilla, Frankenstein, el Hombre Lobo, o el hipogrifo de Harry Potter son sólo víctimas de las circunstancias, seres que sólo han actuado en defensa propia, en reacción a una provocación, o a un abuso, tornándose en símbolos de incomprensión, y en algunos casos hasta en símbolos de pureza o belleza interior empaquetados en colmillos, garras y miradas funestas.

Los monstruos de Hey Bro se mantienen en el lado pop del asunto, pero no dejan de llevar algo de veneno, no son lindos, más bien están ejecutados de forma bella, captan el mejor ángulo de la deformidad o la fealdad y lo potencian. ¿Es irónico, no? Pintar de forma tan esmerada y tan bella algo que de entrada viene desfasado del calibrador de belleza.