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Archivo VICE: Agente naranja

El agente naranja es un defoliante que el Ejército estadounidense utilizó durante la guerra de Vietnam. Éstas son algunas imágenes que muestran las secuelas de algo que no es frecuente ver: la maldad en estado puro.

En 1971, Philip Jones Griffiths, un fotógrafo galés, publicó un libro titulado Vietnam Inc. El volumen, en el que documentaba el sufrimiento del pueblo vietnamita, tuvo una enorme repercusión y se dice que ayudó a cambiar la percepción que los estadounidenses tenían de la guerra del Vietnam. En 2003, Griffiths publicó otro libro sobre la misma temática, en esta ocasión titulado Agent Orange: “Collateral Damage” in Vietnam, una recopilación de todas sus fotografías inéditas en las que documentaba los efectos del llamado agente naranja, un defoliante que el Ejército estadounidense utilizó durante la guerra. Sus imágenes muestran las secuelas de algo que no es frecuente ver: la maldad en estado puro.

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Vice: ¿Qué es exactamente el agente naranja?
Philip Jones Griffiths: El componente del agente naranja que mata, que produce deformaciones en los niños y enfermedades, se llama dioxina. Se trata de un veneno de una potencia asombrosa.

Estados Unidos lo empleó en el sur del Vietnam durante la guerra. Ahora los estadounidenses se defienden alegando: “No lo utilizamos para provocar niños con malformaciones. Lo hicimos para despoblar el terreno y poder divisar al enemigo. Si hubiésemos sabido lo peligroso que era, no lo habríamos usado”, pero está claro que sabían el peligro que entrañaba.

Básicamente no les importaba matar a un puñado de vietnamitas…
Exacto. De hecho, su desdén por los vietnamitas sólo era equiparable a su desdén por los soldados estadounidenses, que también fueron rociados y murieron por centenares, o bien regresaron a sus hogares y han dado vida a niños deformes.

¿Escuchaste hablar del agente naranja mientras estaba en Vietnam o fue después?
Ya corría el rumor hacia 1970 y se habían publicado algunas fotografías en uno de los principales diarios de Saigón contrarios al Gobierno. Pero el Gobierno lo desmentía todo, alegando que se trataban de secuelas provocadas por las enfermedades venéreas transmitidas por las prostitutas.

¿Cómo encontraste a las víctimas?
Primero busqué en orfelinatos católicos, pero se me prohibió la entrada en cualquier orfanato u hospital que cobijara a estos niños deformes. Se había dado orden de mantener a la prensa al margen de aquello. Tuve que esperar a regresar a Vietnam una vez concluida la guerra para poder acceder a un hospital infantil de Saigón. De hecho, el personal me telefoneaba al hotel cada vez que nacía un niño que sobrevivía y tenía una forma humana reconocible. A menudo sólo sobrevivían unas horas, así que no era extraño que recibiera una llamada en medio de la noche y tuviera que salir a toda prisa hacia el hospital. Las fotografías de las madres son tan demoledoras como las de las víctimas.

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De modo que el intento de ocultar los efectos del agente naranja a los medios de comunicación (a usted) fue infructuoso. ¿Cree que lograron esconderle algunas de las realidades más macabras?
Vi cosas espantosas. Quizá la que más me sobrecogió fue un niño que nació sin cerebro, pero vi montones de deformidades y muchos bebés que nacían muertos. La fotografía de los dos niños ciegos que se aferran a su madre fue la primera que tomé. Una vez empecé a encontrar más víctimas del agente naranja caí en la cuenta de que probablemente había visto a personas afectadas en el pasado y lo había atribuido a la espina bífida o algo parecido.

¿Alguna vez pensó que no podría soportarlo? ¿Cómo hizo para seguir adelante?
No sé qué responder a eso. Supongo que simplemente pensé que era mi deber documentar aquello. Un fotógrafo que no mantiene la compostura, que se desmorona y no consigue enfocar con su objetivo es tan inútil como un cirujano que se desmaya al ver sangre. Hay que mantener la distancia, canalizar la ira hacia los dedos y seguir disparando el obturador. Si hay que venirse abajo, el lugar para hacerlo es en casa. Aunque he de confesar que luego, cuando me encerraba en el cuarto oscuro o miraba las hojas de contactos, más de una vez rompí a llorar. Sin embargo, en el momento me mantuve estoico. Me ayudaron mucho las madres, que eran un modelo de estoicismo. Cuando uno ve a unos padres jugando con un hijo de fisonomía grotesca, la verdad es que lo menos indicado es desmoronarse.

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¿Recibieron alguna ayuda las víctimas?
La ayuda que se otorgó a aquellas gentes, la mayoría pobres, fue mínima. Ha ido aumentando a medida que el país ha ido prosperando, pero sigue siendo insignificante.

¿Ha sufrido usted alguna enfermedad por estar expuesto al agente naranja?
Tengo cáncer de colon, que es una de las enfermedades que aparece en la lista de posibles efectos secundarios confeccionada por el Gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, en mi familia existe predisposición a esta enfermedad: tanto mi madre como mi padre han padecido cáncer de colon también. Ahora mismo estoy sometido a quimioterapia y recibo una paga mensual compensatoria del Gobierno estadounidense. Estuve expuesto a enormes cantidades de agente naranja, sobre todo cuando sobrevolé zonas que acababan de ser rociadas. Respiré esa porquería en grandes cantidades. Saigón fue una de las ciudades más afectadas por el agente naranja, ya que muchos de los bidones de acero en los que se almacenaba se reutilizaron para almacenar gasolina posteriormente. Con el calor, el agente naranja se vuelve mucho más reactivo. De modo que aquel veneno salía por los tubos de escape y mataba todos los árboles. Entonces solíamos bromear al respecto, porque no imaginábamos por qué todos los árboles estaban muertos. Descubrimos lo de los bidones más tarde. Si ahora me hicieran un análisis de sangre, los resultados mostrarían un alto nivel de exposición.