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Viajes

Entre Beirut y un lugar difícil

Hace 34 años, el 18 de abril de 1980, yo estaba con la patrulla de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas que fueron secuestradas en el sur del Líbano. Los secuestradores me dejaron libre en un par de horas, pero torturaron y asesinaron a dos...

Todas las ilustraciones por Sammy Harkham

Era un caluroso día a mediados de julio cuando Marissa Ponterella, quien contesta el teléfono en la cervecería de Brooklyn, me dijo que tenía una llamada de un agente especial del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Mi cabeza empezó a dar vueltas. Mierda.

Antes de fundar la cervecería en 1988, yo trabajaba como corresponsal de Assosiated Press en el Medio Oriente, con base en Beirut y El Cairo, de 1979 a 1984. A veces hablo por teléfono con viejos amigos en Beirut para que me cuenten sobe la política actual del Medio Oriente. Estuve en Beirut hace por ahí un año en un matrimonio. ¿Será que la NSA, de quienes recientemente se había revelado que estaban monitoreando las conversaciones telefónicas de todo el mundo, tenía un problema con que estuviera hablando con mis viejos amigos de la capital libanesa?, ¿Será que alguien estaba interfiriendo con nuestros envíos de exportación o con los granos y lúpulos que importamos? Hace años habíamos distribuíamos una cerveza preparada en Zimbabue. La DEA (Administración para el Control de Drogas por sus siglas en inglés) había inspeccionado algunas de esas remesas porque sospechaban que se estaba traficando droga dentro de los contenedores de transporte. Alguien les debió haber dado una pista falsa porque no encontraron nada.

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Al otro lado del teléfono estaba el Agente Especial Perry P. Kao de la oficina de Nueva York del Departamento de Investigaciones de Seguridad Nacional y del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. Me dijo que quería verme. Sonaba bastante amigable.

"Claro que sí, pero me puede decir ¿por qué?" le pregunté.

"Me gustaría contarte cuando llegue a la cervecería" dijo Kao. Dos horas después, Kao y el Agente Especial Tim Auman llegaron a la cervecería. Me mostraron sus placas bañadas en oro de la Agencia de Seguridad Nacional. Les ofrecí agua y café y los dirigí hacia la sala de conferencias para una reunión privada.

"Seguramente te estás preguntando por qué queríamos conocerte", dijo Kao con una gran sonrisa. "Se trata de un incidente en el que estuviste involucrado durante la guerra en el Líbano en 1980".

"¿Te refieres a la vez que me secuestraron en el sur del Líbano?" le pregunté. Esta no era la primera vez que oficiales del gobierno norteamericano me preguntaban sobre mi secuestro en 1980. Ya había testificado dos veces para el Departamento de Justicia acerca del incidente. Los secuestradores me habían dejado libre, pero habían torturado y asesinado a dos miembros Irlandeses de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas que estaban conmigo. "Exactamente de eso" dijo Kao.

Durante mi estadía en el Líbano, la nación estaba envuelta en una guerra civil que había empezado en 1975. Había enfrentamientos entre los cristianos derechistas liderados por el partido Falangista libanés y las milicias libanesas izquierdistas aliadas con la Organización de Liberación Palestina (OLP). En 1978, el ejército Israelí invadió el sur del Líbano en un intento por neutralizar a las guerrillas de OLP, que ocasionalmente lanzaban ataques contra Israel.

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Cuando los Israelíes se retiraron, las Naciones Unidas establecieron una fuerza de paz de nueve naciones en el sur y la llamaron Fuerza Interina de la ONU en el Líbano (UNIFIL por sus siglas en inglés). Los Israelíes se opusieron a esta iniciativa, y se rehusaron a retirarse de una franja más o menos de diez millas de la frontera. Dejaron ese territorio aislado bajo la supervisión de un comandante del ejército libanés rebelde, Saad Haddad, un cristiano aliado con los Falangistas. Israel entrenó, armó y fundó la milicia de Haddad - el Ejercito del Sur del Líbano. En abril 18, 1979, Haddad declaró éste territorio aislado "Líbano Libre".

Me aliviaba saber que Seguridad Nacional no me estaba llamando por alguna de las otras razones que se me habían ocurrido. Pero empecé a sentir inquietudes de volver a abrir una herida vieja y profunda.

Hace 34 años, el 18 de abril de 1980, yo estaba con una patrulla de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas que había sido secuestrada en el sur del Líbano. Los secuestradores me dejaron en libertad después de unas cuantas horas, pero torturaron y asesinaron a dos miembros Irlandeses de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas que me acompañaban en el momento del secuestro: el Soldado Derek Smallhorne, 31 años, padre de tres niños, y el Solado Thomas Barrett, 29 años, que tenía una hija recién nacida en Irlanda. Torturaron y le dispararon a un tercer irlandés, el Soldado John O'Mahony. El comandante norteamericano Harry Klein, un oficial americano que trabajaba con las Naciones Unidas, y yo cargamos a O'Mahony hasta que estuvo fuera de peligro. Sobrevivió.

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"¿Ustedes saben que el asesino, o por lo menos el hombre que nos secuestró, está viviendo en Detroit y que maneja un camión de helados, cierto?" les pregunté, genuinamente esperando que hoy en día, en la época de la información y la tecnología, mis entrevistas anteriores con otro oficiales gubernamentales sobre este mismo incidente, hubieran sido grabadas y archivadas en algún lugar.

"Sí, lo sabemos, y acaba de aplicar para conseguir la ciudadanía estadounidense" dijo Kao. Me explicó que Seguridad Nacional había llegado a la conclusión de que el autor intelectual del secuestro, Mahmoud Bazzi, había entrado a los Estados Unidos de manera ilegal con papeles falsos. Le habían dado asilo político, después una tarjeta de residente permanente y ahora quería convertirse en un ciudadano americano.

Eso para mí eran noticias nuevas. La última vez que había escuchado algo sobre Bazzi fue en el 2006, en Washington D.C, donde había dado mi declaración ante el Departamento de Justicia. Los investigadores del DdJ fueron a verme otra vez luego de que el canal de televisión irlandés RTE, en su programa, Prime Time, sacara al aire un detallado especial de una hora titulado, "El enclave de los asesinatos", sobre el veinteavo aniversario del horrible incidente en el Líbano, en abril de 2000. El asesinato de los irlandeses fue, obviamente, una noticia enorme en Irlanda y la historia principal en el New York Times en abril 19 de 1980. Históricamente, muy pocos irlandeses han muerto en guerras extranjeras.

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La reportera de RTE para la historia de seguimiento del 2000, Fiona MacCarthy, había rastreado a Bazzi en Detroit y lo abordó en su patio delantero por la mañana. Al principio afirmó no hablar inglés. RTE había traído un traductor.

Sin poder ganar algo de tiempo, Bazzi afirmó no haber asesinado a los irlandeses, a pesar de que las declaraciones de prensa libanesa habían asegurado que él era el responsable de las muertes. Dijo que Saad Haddad, el líder de la milicia apoyada por los israelíes que lo había contratado -el llamado Ejército del Sur del Líbano- lo había obligado a confesar el crimen ante las entrevistas televisivas. Dijo que lo hubieran matado si no asumía la responsabilidad por los asesinatos.

DE DERECHA A IZQUIERDA: el autor, Saad Haddad y el guardaespaldas israelí de Haddad, en el cuartel general de Haddad unos meses antes del secuestro. 

Le sugerí a Kao que contactara al Departamento de Justicia para pedirles copias de mi testimonio, luego de que la historia saliera al aire. Me dijo que ya había contactado al DdJ. Le habían dicho que el testimonio se había perdido. Por lo que yo me acordaba, me habían entrevistado investigadores del Departamento de Justicia por lo menos una vez en mi oficina, en la cervecería de Brooklyn y una segunda vez en Washington. La reunión en Brooklyn se había llevado a cabo el 14 de junio, 2006. Me encontré con Adam S. Fels, un abogado litigante senior de la oficina de Investigaciones Especiales del Departamento de Justicia y con Todd Huebner, un historiador senior de la misma oficina. Les conté la historia del secuestro con muchísimo detalle.

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Fels y Huebner me explicaron que la Oficina de Investigaciones Especiales era la unidad del Departamento de Justicia que se encargaba de buscar y encontrar a antiguos Nazis que eran sospechosos de haber cometido crímenes de guerra y que se habían escapado a diferentes lugares alrededor del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. La OIE había localizado a aproximadamente 70.000 de esos criminales durante su existencia, pero que para el 2006, la mayoría de los Nazis ya habían muerto. Fels and Huebner dijeron que la OIE tenía un nuevo documento, escrito por el Congreso bajo la Ley Anti-Atrocidades de Deportación de Extranjeros 2004: imparitr justicia a individuos que habían cometido crímenes de guerra en el extranjero y que actualmente estuvieran viviendo en Estados Unidos.

"Nosotros somos un componente más de un esfuerzo integral entre agencias federales para asegurar que los autores de estos terribles crímenes no encuentren refugio en este país" dijo Eli Resenbaum, director de la Oficina de Investigaciones Especiales, en un testimonio ante el Congreso, en diciembre del 2005. La OIE le da empleo a historiadores, politólogos y lingüistas en sus investigaciones; lo cual ha resultado en muchos juicios de alto perfil para los ex Nazis.

Mi historia en el Líbano empezó con una citación inusual a la embajada de Estados Unidos en Beirut por el embajador, John Gunther Dean, unos días antes del secuestro. Dean era uno de esos funcionarios del Servicio Exterior que buscaba publicaciones en las zonas de conflicto. Antes de llegar a Beirut, había sido embajador en Camboya durante el crecimiento del movimiento genocida, Khmer Rouge. En su libro, Zonas de peligro: la lucha de un diplomático en busca de los intereses americanos, explica en detalle sus hazañas alrededor del mundo.

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Dean era un reconocido crítico de la alianza israelí con los Falangistas y con Haddad. Escribió que la presencia de Haddad en el sur estaba debilitando los esfuerzos del gobierno libanés para poder reafirmar su soberanía en esta zona. Cuando lo conocí por primera vez en la embajada, Dean tenía puesto un vestido liviano de verano con una corbata turquesa, bronceado y seguro de sí mismo, con su delgado cabello peinado hacia atrás. Me sirvió un café en su oficina, situada en el último piso de la embajada con vista al resplandeciente Mar Mediterráneo.

Había enfrentamientos constantes entre las tropas de Haddad y las UNIFIL compuesta por 6.000 personas. En un conflicto con el batallón irlandés de las Naciones Unidas en la aldea de At-Tiri que comenzó el 6 de abril, 1980, un irlandés y un paramilitar del ejército del sur del Líbano fueron asesinados. Posteriormente, Haddad le exigió al UNIFIL que le pagaran $10.000 dólares por el asesinato o que le entregaran los cuerpos de los dos irlandeses. Declaró sus exigencias por Voice of Hope, una emisora radicada en Israel, y que era dirigida por el fundamentalista cristiano radical americano George Otis, un antiguo gerente general de Learjet.

Haddad constantemente hacía amenazas similares. Sus unidades secuestraban a soldados del UNIFIL y luego los dejaban libres. En este caso, también se rehusó a permitir que las Naciones Unidas reabastecieran los puestos fronterizos entre el Líbano e Israel, que sirven para monitorear el acuerdo armisticio de 1949 entre los dos países. Esas unidades eran parte del Grupo Observador de la ONU en el Líbano.

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Dean dijo que se había llegado a un acuerdo entre Haddad y el ejército israelí, y le permitieron a las Naciones Unidas volver a reabastecer los puestos fronterizos. Me sugirió ir al sur del Líbano al día siguiente y conocer al Coronel Klein en la sede del batallón irlandés en Tibnin. Me dijo que podría acompañar a Klein y ayudar a reabastecer los camiones. Esta era una oportunidad muy emocionante para un joven periodista. Yo había llegado a Beirut hace un año y había trabajado en Irán durante la revolución y durante la crisis de los rehenes de Estados Unidos. En el Líbano había cubierto la guerra civil que en ese momento continuaba y la tormenta política en el sur del Líbano.

El fotógrafo de AP Zaven Vartan y yo salimos de Beirut al amanecer de un día fresco y soleado de primavera. Manejamos en el Green Hornet, un Mazda compacto anti balas con una señal en la ventana que decía "PRENSA - NO DISPARE", en árabe, inglés y francés. Había una linda brisa que nos llegaba del Mediterráneo y el aire olía a flores de naranja y banano mientras manejábamos hacia el sur por la autopista. Pasamos por retenes paramilitares cuando nos acercábamos a la ciudad portuaria del sur, Saidon, que tenía edificios de apartamentos cicatrizados con balas, artillería y cohetes de la guerra civil y la invasión israelita de 1978. En la ciudad bíblica de Tyre, giramos hacia el Este y escalamos las rocosas colinas del sur del Líbano que brotan con flores silvestres de primavera, pasamos por puestos de control del PLO y de UNIFIL, y finalmente por la zona controlada de la ONU para llegar a Tibnin.

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En el pequeño edificio de piedra que servía como la sede del batallón irlandés en Tibnin, conocimos a Klein, un hombre alto y fornido, veterano de Vietnam, originario de Kalamazoo, Michigan, y que estaba con el Capitán Patrick Vincent de Lille, Francia, un francés erecto y circunspecto. Ambos estaban con el Grupo Observador del Líbano. Nos sirvieron una tasa de té mientras nos sentamos en la terraza de la sede irlandesa. Klein nos dijo que los hombres de Haddad recientemente habían saqueado los puestos del Grupo Observador de la ONU en la frontera, robándose equipos de radio y pertenencias personales de los trabajadores de la ONU desarmados. Los puestos, dijo, no se había reabastecido desde el 3 de abril. Más tarde ese mismo día, nos invitó a Zaven y a mí a acompañar a la caravana de tres carros hacia los puestos del Grupo Observador en Maroun Al-Ras.

Según el reporte completo del canal televisivo irlandés RTE, y según el Soldado O'Mahony, uno de los conductores irlandeses, dijo que había conducido a Tibnin esa mañana con uno de sus compañeros conductores, el Soldado Barett, al que solamente le quedaba una semana de su despliegue en el Líbano. La mañana del secuestro, O'Mahony lo cogió llorando mientras le escribía a su esposa y se acordaba de la premonición escalofriante de Barrett: "tengo un mal presentimiento… no voy a salir vivo de aquí".

Con O'Mahony en el puesto del conductor y Zaven sentado junto a él, me metí a la parte trasera de un jeep de la ONU con Klein y con Vincent. Adelante nuestro había otro jeep y un camión, manejado por irlandeses vistiendo uniformes verde oliva y cascos color azul cielo de las Fuerzas de Paz de la ONU. A las afueras de la aldea de Beit Yahoun, con la ONU y los puestos de control de Haddad a unos cuantos cientos de metros de separación, esperamos encontrarnos con Abu Iskandar, un teniente de Haddad que había quedado de llevarnos hasta Maroun Al-Ras. Isakander no estaba allí, pero un hombre armado de Haddad, vestido con uniforme israelí nos dejó pasar.

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Estábamos manejando por la carretera hablando sobre el servicio militar y el periodismo cuando, a cinco minutos de haber salido de Beit Yahoun, nuestra caravana paró repentinamente. Escuchamos gritos. Mirando por el parabrisas del jeep, vi a unos jóvenes armados apuntándonos con sus rifles automáticos desde atrás de los muros grises de piedra a ambos lados de la carretera. Algunos estaban vestidos de civiles, otros con uniformes verde oliva israelíes y boinas rojas. Mientras salimos del jeep, un Peugeot 404 se nos acercó por detrás.

Un hombre sin afeitar que parecía tener unos 30 años salió furioso, y sin ninguna precaución nos señalaba con la pistola, hablando rápido en un árabe inentendible. El Coronel Klein dijo que reconocía al hombre como un oficial de Haddad pero que no se acordaba del nombre. Los hombres armados obligaron a los dos conductores irlandeses a desarmarse y le confiscaron la cámara a Zaven. A los dos oficiales de la ONU, a O'Mahony y a mi nos metieron al Peugeot. El resto de nuestros compañeros estaban en el mismo aprieto, sus vehículos los habían tomado los hombres de Haddad e iban muy cerca detrás de nosotros.

Nos llevaron a lo que parecía el patio de una escuela abandonada, y empezaron a frenar cuando llegamos a un camino despavimentado que llegaba a un colegio bombardeado y desnivelado. Bazzi le gritó por la ventana a alguien que en ese punto yo no podía ver y frenó de repente a la entrada del colegio. Nos ordenó que bajáramos del carro y demandó que le dijéramos nuestras nacionalidades y afiliaciones religiosas, su hombres repetían cada una de sus ordenes una y otra vez. Cada uno de nosotros repetíamos nuestros lugares de origen.

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Cuando Zaven dijo que era un cristiano americano-libanés, lo separaron de nosotros. Al resto de nosotros nos bajaron por unas escaleras apuntándonos con una pistola, hacia un baño de niños. Por la altura de los orinales, era claro que era un colegio de primaria. Dos hombres armados estaban parados en la puerta y un tercero estaba parado cerca de las escaleras. Nos apuntaban con las pistolas una y otra vez y nos volvían a preguntar nuestras nacionalidades. Una vez más, Klein y yo les dijimos que éramos norteamericanos, Vince dijo que era francés, y los irlandeses dijeron sin tapujos qué eran. Sus uniformes mostraban la bandera irlandesa. "Norteamericanos, bueno. Francés, bueno" dijeron nuestros secuestradores adolescentes sonriendo. Les respondíamos las sonrisas mientras internalizábamos lo que significaban las implicaciones de su omisión: "Irlandeses, no bueno". Ya habiendo tenido la experiencia de haberme dejado empujar por jóvenes arrogantes y armados antes en el Líbano, había aprendido que lo mejor era hacer exactamente lo que te dijeran. Si ellos sonríen, tu también sonríes. Si te preguntan 500 veces de dónde eres, contestas lo mismo 500 veces, de la misma manera. Después de 20 minutos de discutir nuestras nacionalidades y las diferentes razones por las cuales pertenecía cada uno a su religión, les dije que yo era periodista.

Tenía que mear. Otro de los irlandeses también. Pregunté y nos dieron permiso de utilizar los urinales mientras uno de los hombres armados se paraba demasiado cerca detrás de nosotros.

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"Pareciera que en el fondo sí les gustan los irlandeses", suspiró.

"Sí, con estos hijueputas nunca se sabe" le suspiré contestándole.

Unos minutos después, la motivación de los hombres armados se volvió muy clara cuando el líder del grupo, luego identificado como Bazzi, se acercó a la puerta del baño boleando su 9mm y gritando "mi hermano, mi hermano" y muchas otras cosas en árabe que no pude entender. Señalaba su camiseta negra, indicando que estaba haciendo el duelo por su hermano que recientemente había muerto en un enfrentamiento con el batallón irlandés. Klein le ordenó a los irlandeses parar de sonreír. Todos paramos de sonreír. Después de una nueva oleada de preguntas acerca de nuestras nacionalidades, Bazzi y otros dos hombres armados se llevaron a los irlandeses por un corredor. Desaparecieron hacia una habitación del fondo. Los tiros hacían eco por las habitaciones vacías. Escuchamos gritos.

"Dios mío, Dios mío, los mataron" dijo Klein. "Nunca debí permitir que se los llevaran. Me largo de este país. Hasta aquí llegué".

Hubo más tiros. De pronto, dos de los irlandeses salieron corriendo de la habitación hacia el pasillo y salieron al patio del colegio donde los hombres armados de Haddad los esperaban. El Coronel O'Mahony salió tambaleando por la puerta con los pantalones abajo. Los hombres armados volvieron a entrar todos a la habitación. Hubo más gritos, tanto adentro como afuera. O'Mahony gritó. Carros llenos de más hombres armados se sentían llegar. Los nuevos incluían a tenientes de Haddad que Vincent y Klein ya conocían, quienes les dijeron que se querían ir de inmediato y querían llevarse a los irlandeses. Los nuevos les gritaron ordenes a nuestros jóvenes captores y estos se fueron. Nos ordenaron ayudar a O'Mahony, que nuevamente salió tambaleando al corredor.

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Lo encontramos sentado en el piso de concreto, con su cabeza entre sus piernas.

"¿Estás bien?" le preguntó Klein.

"No" contestó.

"¿Te dispararon?" pregunto Klein.

"Sí" dijo, apuntando a su espalda y a su pie.

Klein lo cargó y lo llevó afuera, recostándolo en un pedazo de plástico que estaba por ahí. Yo ayudé a cargar al irlandés herido hacia la carretera. O'Mahony estaba relativamente apagado pero dijo que le dolía el estomago. Klein nuevamente le exigió a Haddad dejar en libertad a los otros irlandeses, pero los tenientes de Haddad se negaron a entregarlos.

Unos momentos después Bazzi se fue manejando el Peugeot con dos hombres armados, con Smallhorne y con Barrett. Uno de los irlandeses movió su cuello con dolor para poder mirarme, sus ojos abiertos llenos de terror.

Con mucha prisa llevamos a O'Mahony a Bint Jbail, un pueblo cercano que servía como capital provinciana del sur del Líbano. Vimos a unos oficiales del ejército israelí en la calle y decidimos que sería más seguro montarlo a un taxi antes de manejar de vuelta a la sede de la ONU en Tibnin. Zaven nos siguió en un jeep de la ONU. Cuando llegamos, el comandante irlandés y el comandante de Ghana de la UNIFIL, el General Emmanuel Ersine nos estaba esperando. En el cuartel general, un helicóptero se llevó a O'Majony a un hospital de la ONU en Naquora, Líbano. Klein inmediatamente contactó a Haddad y al ejército israelí para exigir que devolvieran a los irlandeses. Zaven y yo nos devolvimos a Beirut.

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Justo después del atardecer, entramos a la agencia de AP, que estaba llena de varios miembros de agencias de prensa internacionales. Era obvio que la noticia de nuestro secuestro había sido muy amplia, ya que todo el mundo estaba visiblemente sorprendido de vernos vivos. Rápidamente nos enteramos que la prensa había estado reporteando que yo estaba desaparecido y se pensaba que estaba secuestrado, todo el día. Una hora después, mientras estábamos camino a la agencia, un reportaje de AP desde Tel Aviv citó a un vocero de la ONU diciendo que tanto a Smallhorne como a Barrett los habían encontrado muertos cerca de Bint Jbail. Soldados irlandeses de la ONU luego me dijeron que los habían torturado antes de matarlos, les habían cortados los dedos y partes sus cuerpos estaban parcialmente despellejadas. A uno le habían disparado en el cuello y al otro en la parte trasera de la cabeza.

El Irish Times citó un comunicado del ejército irlandés diciendo que el Teniente Iskandar, trabajador de Haddad, fue el que llevó a la ONU a encontrar los cuerpos de los irlandeses.

Zaven y yo aparecimos en una noticia específicamente diciendo que "paramilitares apoyados por los israelíes" torturaron y asesinaron a dos soldados de las Fuerzas Pacificadoras de la ONU. Los secuestradores de Zaven le quitaron todas las cámaras entonces no tenía ninguna foto. Yo escribí una pieza en primera persona sobre mi experiencia. Unos minutos después, una historia salió al aire desde la agencia de AP en Tel Aviv en el que un vocero de el ejército israelí fue citado, donde decía que unos "árabes de aldea" habían torturado y asesinado a los dos irlandeses.

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Era rutina que la agencia de AP en Beirut y en Tel Aviv identificaran las diferentes facciones en el Líbano de sus promotores, por ejemplo, el Frente Popular por la Liberación Palestina - Comando General, apoyados por Siria; el Frente de Liberación Árabe, apoyados por los iraquíes; etc. Había constante fricción entre la agencia de AP en Beirut y en la agencia de AP en Tel Aviv por cierto tipo de frases en los despachos saliendo del Líbano. Nuestro reportaje no fue ninguna excepción.

Yo había sido testigo de la participación en el incidente de los oficiales de Haddad, pero al vocero de la milicia israelí echándole la culpa a los "árabes de aldea" le dieron la misma importancia.

La sección de asuntos exteriores de AP en Nueva York cambió mi versión para echarle la culpa del incidente a "hombres armados libaneses" lo cual, francamente, era pura mierda cubierta en azúcar. No hubo mención o alusión de la culpabilidad de los paramilitares de Haddad con apoyo israelí -los mismos que me habían secuestrado y yo había visto con mis propios ojos llevarse la los irlandeses de la ONU a sus muertes salvajes- aparte de la cita de Haddad negando que sus hombres tuvieron algo que ver con el incidente.

El New York Times del 19 de abril, 1980, sacó la noticia de AP y la tituló "Identidad de los asesinos no está clara".

Mi contraparte en Tel Aviv, Frank Crapeau, se quejó sobre mi versión de los hechos en una carta dirigida a Otto Doelling, el editor en jefe de AP en el Medio Oriente. Yo me quejé de que la sección de asuntos exteriores cambiara mi versión en una carta al el editor extranjero Nate Polowetzky. Lo anterior fue documentado en un memo internacional que el editor ejecutivo de AP Lou Boccardi me pidió que escribiera un mes después de que el artículo se publicara. Esta correspondencia interna confirmó mis peores sospechas de que la redacción de "apoyados por los israelíes" y que la inclusión de la negación de Haddad fueron eliminadas a propósito para evitar reacciones negativas desde Israel. Nate me dijo que los israelíes estaban furiosos con mi recuento de los eventos, pero yo había estado ahí y estaba seguro del papel que jugaron los tenientes de Haddad en el secuestro cuando mandé la historia a Nueva York.

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Luego, cuando todo se sumó, el resultado final fue que a Klein le echaron la culpa del incidente. En el reporte de RTE se dijo que nunca debió haber llevado a hombres irlandeses a una zona controlada por Haddad. Pero añadió que estaba trabajando bajo las órdenes del Grupo Observador en el Líbano y creía que su misión había tenido la aprobación de Haddad y del ejército israelí. Klein después me dijo que sentía que sus acciones durante el secuestro habían sido lo que le habían evitado poder volverse teniente coronel.

Bazzi luego presumió del incidente para la prensa libanesa. Reportajes noticiosos en ese momento se publicaban con Haddad diciendo "capturaron a los dos hombres irlandeses y tomaron su venganza. Esa es la costumbre en el Medio Oriente, especialmente en el Líbano, sangre por sangre, no se puede hacer nada para cambiarlo".

Dos décadas después fue confrontado en Detroit por reporteros de RTE, rotundamente negó cualquier implicación en los asesinatos. Declaró que él era el títere y culpó a Haddad por las muertes de los irlandeses. (VICE intentó contactar a Mahmoud Bazzi múltiples veces, pero decidió no comentar).

En el reporte de RTE, O'Mahony dijo que Bazzi era el hombre que le había disparado en el colegio. Desde ese día ha sido perfectamente claro en mi memoria que fue él quien me secuestró a mí y a los otros. Yo no sé a la larga quién fue responsable de físicamente torturar y asesinar a los dos irlandeses, pero la última vez que los vi, estaban bajo la custodia de hombres bajo el comando de Bazzi y Haddad.

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Klein luego me dijo que el enlace de Israel con Haddad, el capitán israelí Yoram Hamizrachi, un antiguo corresponsal de televisión Israelí, estaba de vacaciones en el momento del incidente. Según Klein, si Hamizrachi hubiera estado en el Líbano, el incidente nunca habría ocurrido, pero nunca sabremos todos los hechos. Haddad murió de cáncer en 1984, a los 47 años, Klein a los 58 en el 2002 de un aneurisma cerebral.

Una de las conclusiones más inquietantes del incidente fue una rueda de prensa que hubo en el norte de Israel. Unos meses antes, yo había conocido a Haddad en su oficina en el sur del Líbano. Le dije que mi abuelo paterno había emigrado del Líbano en 1890. Haddad, un cristiano, me preguntó qué religión practicaba. Mi respuesta fue que yo creía que a mi abuelo lo habían criado como musulmán, pero que luego se había casado con una cristiana americana y que a mi padre americano y a mi nos habían criado cristianos. Luego adopté el ateísmo.

Cuando Haddad apareció en la rueda de prensa, me denunció como un libanés musulmán determinado a difamarlo a él y a sus hombres cristianos en el Líbano. Esta mención completamente específica e irrelevante mención de mi herencia libanesa fue la única vez en mis casi seis años en el Medio Oriente que mis antecedentes se volvieron parte de mi historia. Fue muy miedoso. En esos días, a la gente la mataban en el Líbano por mucho menos. Afortunadamente, el reporte no apareció en la prensa occidental. Fue transmitido por la emisora en árabe de Haddad.

En febrero de 1982, casi dos años después del incidente, el miembro al parlamento israelí Eliahu Ben-Elissar (que luego se volvería el embajador de Israel en los Estados Unidos en 1996) se quejó de que la prensa internacional tenía una "doble moral" sobre el cubrimiento de noticias que distorsionaban la posición geopolítica israelí en el Medio Oriente. Ben-Elissar también sirvió como presidente del Comité de Asuntos Exteriores y Seguridad del Knesset y como confidente para el primer ministro Menachem Begin, cosa que lo hizo doblemente irónico cuando destacó e implicó a The New York Times, a ABC News, a Assosiated Press y otros medios noticiosos occidentales en sus grandiosas acusaciones, diciendo que amenazas e intimidaciones acobardaron a los periodistas que tenían base en el Medio Oriente. En contraste, dijo, los periodistas con base en Israel eran libres de reportear lo que quisieran.

"No quiero recordar lo que le pasó al periodista de AP al que secuestraron durante tres horas", dijo. "Ese mismo periodista, cuyo nombre es Steve Hindy, lo liberaron inmediatamente -pero lo que pasó y la publicidad que recibió este incidente fue como si una mano lavara la otra".

Mi jefe en ese momento, editor de asuntos exteriores, Nate Polowetzky, emitió una defensa de cómo AP manejó la historia. "El asunto de Hindy se volvió noticia instantáneamente porque dos soldados de las Naciones Unidas fueron asesinados y a un tercero lo hirieron en el incidente" dijo en una declaración. En septiembre de 1982, los hombres de Haddad presuntamente estuvieron involucrados en la masacre de los palestinos en los campos de refugiados de Saba y Catilla en las afueras de Beirut. Fuerzas israelíes rodearon los campos y le permitieron a paramilitares Falangistas entrar y asesinar a 3.000 civiles. Recuerdo contar los cuerpos en los campos cuando alguien gritó "los hombres de Haddad han vuelto". Hubo una estampida de gente en pánico saliendo de los campos. Recordando la difamación por Haddad sobre mi herencia libanesa, yo también entré en pánico durante unos minutos.

El embajador de Estados Unidos John Gunter Dean, el hombre que había ayudado a coordinar mi visita al sur del Líbano en ese funesto día en 1980, también había sufrido una relación bastante difícil con los israelíes y con sus aliados en el Líbano, los Falangistas. Dean, ahora con 87 años, nació en Breslau, Alemania, en una prominente familia judía. Había inmigrado a los Estados Unidos en 1930 y se graduó de la universidad de Harvard antes de unirse al Servicio Exterior. Vive entre Francia y Suiza.

En agosto de 1980 en Beirut, la caravana de tres carros de Dean fue golpeada por misiles antitanques y pequeñas armas de fuego que se sospechaban venían de miembros paramilitares Falangistas, la milicia cristiana que estaban aliados con los israelíes en la invasión del Líbano en 1982. Habiendo salido del ataque sin un rasguño (aunque su limusina blindada sí sufrió graves daños), Dean dijo que había confirmado que con los números seriales de los misiles con que atacaron a sus carros, se habían manufacturado en Norteamérica y transportado a Israel.

"Sé con tanta seguridad que Mossad, la agencia de inteligencia israelí, de alguna manera estuvo involucrada en el ataque", escribió en su libro Zonas de Peligro. "Sin ninguna duda, utilizando un proxy, nuestro aliado israelí trató de asesinarme".

En 1980, el primer ministro irlandés Charles Haughey condenó el asesinato de los irlandeses como "asesinato sin sentido" y el Consejo de Seguridad de la ONU dijo que llegó a ser "asesinato a sangre fría". El gobernador irlandés repetidamente declaró que ha tratado de buscar la manera de extraditar a Bazzi. La última vez fue en enero del 2005, cuando el periódico Irish Independent reportó que el Ministro de Defensa Willie O'Dea le pidió al Fiscal General Rory Brady explorar formas de impartir justicia a Bazzi en Irlanda. La oficina del fiscal general llegó a la conclusión de que no tenía motivos de llevarse a Bazzi porque el proceso de extradición tendría que iniciarse en el país donde se produjo el crimen. Y, obviamente, no hay tratado de extradición entre el Líbano y Estados Unidos.

Me gustaría que esta historia terminara con el hombre que ahora está vendiendo helado en un cambión en Detroit y tratando de convertirse en un ciudadano americano, que termina en la cárcel por su participación en la tortura y asesinato de dos soldados de las Fuerzas de Paz de la ONU. Por ahora la historia termina el 25 de junio, 2013, con mi reunión con el Agente Especial Perry P. Kao en la oficina de Seguridad Nacional en Manhattan.

Kao me mostró una serie de retratos de hombres árabes, todos con bigotes y vello facial similar. ¿Podría ser capaz de encontrar a Mahmoud Bazzi, el hombre que me había secuestrado hace 33 años? Le apunté a la versión canosa, y gorda del hombre que me había apuntado con su pistola en esa escuela en el Líbano.

"Ese es él", dijo Kao, añadiendo que la Seguridad Nacional había determinado que Bazzi había entrado a los Estados Unidos de manera ilegal, utilizando identificación falsa. Dijo que el Servicio de Inmigración y Control de Aduana de Estados Unidos estaba planeando tener una audiencia en Detroit sobre la solicitud de ciudadanía de Bazzi y me pidieron que yo testificara sobre los incidentes, posiblemente por una llamada en video.

"Sí", dije.

Hasta este momento y hasta mi conocimiento, no se ha fijado una fecha para la supuesta audiencia.