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Historias de gente que se rascó a tal nivel que despertó en otro país

Esto es más común de lo que piensas.

Todos hemos despertado alguna vez en un lugar extraño después de salir de fiesta. Hace veinte años, ese lugar extraño era un inodoro, una caneca o la cama de la abuela de tu amigo. Hoy en día, como los viajes en avión son más asequibles y podemos reservar vuelos en nuestro teléfono con facilidad, la gente termina con mayor frecuencia en otra ciudad o país. Ni siquiera sabe que ha cruzado fronteras hasta que Snapchat le geolocaliza una selfie.

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Cada cuanto aparece la noticia de que un joven salió a tomar un trago tranquilo, se emborrachó y tomó un avión hacia otro país. La historia es siempre la misma: el joven se despierta a la mañana siguiente y publica lo que ha hecho en Twitter o Facebook; un medio toma la historia; LADBible le da su sello de aprobación ("Joven se emborracha y despierta en Salzburgo").

¿Es una tendencia? ¿Deberíamos darle un nombre a este fenómeno, como "Guayabo Aéreo" o "Castigo Divino"? Es difícil de decir. Pero para ilustrar cuán común es, me puse en contacto con cuatro de los muchos chicos que han padecido esto (en grados variables: algunos despertaron en otros países; algunos en microestados y otros en alguna isla) para averiguar cómo terminaron en esas circunstancias.

"¿QUÉ TAN MALO PUEDE SER?"

Una noche, en Chelmsford (al este de Inglaterra), decidí salir de bar en bar con un amigo. Después de varios tragos, perdí a mi amigo y vi pasar el bus X30, que te lleva directamente al aeropuerto de Stansted por un poco más de 10 libras (alrededor de 40.000 pesos). En ese momento pensé que sería buena idea reservar un vuelo de última hora a través de mi teléfono con la esperanza de terminar en algún lugar menos frío y lluvioso que Chelmsford. Había varias opciones, pero finalmente elegí Barcelona.

No fue sino hasta después de abordar mi vuelo, quedarme dormido y despertar, que me di cuenta de la gravedad y severidad de mi decisión. Todo lo que llevaba conmigo era una botella de agua vacía, la ropa que traía puesta, una billetera y un teléfono.

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Me bajé del avión apestando a Jägerbombs y a loción para después de afeitar de la noche anterior y llamé a mis padres. Mi padre me aconsejó que pasara unos días allá, así que reservé el vuelo de regreso para tres noches después y pasé los siguientes días explorando Barcelona. Cada noche regresaba a mi hotel después de la cena para lavar la ropa en la ducha.

En general, mi viaje me enseñó a disfrutar de mi propia compañía y a no preocuparme de lo que otros puedan pensar. Después de todo, si no te mata o te lleva a la cárcel, ¿qué tan malo puede ser? Ese es mi nuevo lema.

—Alex, de Inglaterra

ESCAPE SIN ZAPATOS

Sam con la bolsa de suero intravenoso.

La historia comenzó en un pequeño puerto francés en la ciudad de Beaulieu-sur-Mer. Dos compañeros de trabajo y yo terminamos de trabajar temprano un viernes por la tarde y nos fuimos a la playa con una caja de cervezas. Recuerdo que pasamos un rato en la playa e incluso que cuando guardamos las toallas, recogimos nuestra basura. Habíamos hablado de ir a Mónaco para pasar una noche en un club del que habíamos oído hablar mucho, La Rascasse, pero dudaba que fuera a suceder: estábamos muy ebrios para llegar hasta allá.

Entonces perdí la noción de lo que sucedió después.

Tras haber perdido cerca de seis horas, desperté en un hospital en la cima de un enorme acantilado con vista al puerto de Mónaco. Las enfermeras me dijeron que la policía me había llevado al hospital y yo insistí en que debía irme porque tenía que volver al trabajo antes de las 8:00 a.m.. Recuerdo que intenté salir y las enfermeras me amenazaron con llamar a la policía, ya que según ellas no estaba lo suficientemente sobrio como para regresar a Francia.

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Me encontraba más o menos bien, excepto porque tenía las rodillas raspadas y un chichón enorme en la frente. Mi ropa estaba en una bolsa de plástico en el suelo —sólo Dios sabe dónde estaban mis zapatos— y una vez las enfermeras salieron de la habitación, me vestí, salí por la ventana y corrí confundido y sin zapatos cuesta abajo en busca de una estación de tren. Cuando llegué a la calle principal, una chica que conocía me gritó desde el otro lado de la calle. Eran las 6:00 a.m.; había estado fuera toda la noche y dijo que me había visto en La Rascasse. Me preguntó si estaba bien y me guió hasta la estación, pero también me tomó una foto y se burló de que aún tuviera una bolsa de suero pegada al brazo. Logré llegar a tiempo a mi trabajo.

—Sam, de Australia

Al día siguiente: comencé la farra en Bogotá y desperté en el Quindío

LA PEOR IDEA

Tom y su amigo Daniel, con el desierto de Tasmania como fondo (Foto del desierto de Tasmania de Jörn Braun, vía).

Salí con mi mejor amigo, Daniel. En un punto estábamos ya destruidos y la mayoría de mis amigos había sido responsable y se había marchado a casa. Solíamos tomar el bus nocturno de vuelta a casa. Cuando era tiempo de partir, alguien propuso que tomáramos el próximo vuelo fuera de Melbourne. Así que en lugar de irnos a casa, tomamos el bus hacia el aeropuerto. Lo siguiente que supimos fue que habíamos llegado a Tasmania.

Con el poco dinero que nos había sobrado compramos unas gorras estúpidas y fuimos a un campo de golf y alquilamos un carrito que nos dejó con un saldo menor a diez dólares australianos (alrededor de 20.000 pesos) para comprar comida. Ni siquiera jugamos golf; sólo dimos vueltas en el carrito mientras discutíamos qué tan idiotas éramos.

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Cuando tomamos el vuelo de regreso estábamos completamente agotados y deshidratados. No creo haberme arrepentido tanto de algo en toda mi vida.

—Tom, de Australia

SORPRESA EN LA DESPEDIDA DE SOLTERO

Jordan en la despedida de soltero, antes de quedarse dormido y terminar en Zúrich.

Un fin de semana me fui a Múnich para la despedida de soltero de mi cuñado. Todos decidimos hacer una colecta de 20 euros (alrededor de 60.000 pesos) para la fiesta de la noche y el hotel nos dio una pulsera. Eso significaba que no tenía que llevar ni celular ni billetera. Después de haber tomado varios tragos perdí a mis compañeros, así que tomé un taxi y le mostré al conductor mi muñeca, que ya no tenía la pulsera. Entonces balbuceé algo y me sacó del vehículo.

Después de 20 minutos de intentar parar otro taxi, probé mi suerte con el conductor de un bus cercano que estaba subiendo pasajeros. Le rogué que me dejara entrar, con la esperanza de que pasara cerca a mi hotel (yo ni siquiera recordaba el nombre ni la dirección), pero me dijo que no. Así que le di la vuelta al bus y cuando el conductor me dio la espalda me metí al compartimento del equipaje. Me escondí detrás de una maleta hasta que cerró la puerta.

Cuando la puerta del compartimento se abrió finalmente cinco horas más tarde, salté y corrí en círculos, tratando de orientarme. Me fijé que las señales decían "Zúrich" y pensé que debía ser un pueblo en Alemania, hasta que reconocí las banderas suizas. Después de caminar durante una hora más o menos, decidí ir a la policía. Le conté a un oficial la historia, quien a su vez narró mi aventura en francés a sus colegas suizos. De repente toda la estación de policía estaba muerta de la risa. Me dio sándwiches, cigarrillos y una carta para que se la entregara al inspector de tiquetes en el tren. Cuando llegué a Múnich no tenía teléfono, ni dinero, ni idea de dónde estaba, así que caminé durante horas hasta que pude reconocer la estación de tren de la que nos habíamos bajado cuando llegamos, el club al que habíamos llegado y finalmente el maldito hotel.

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—Jordan, de Inglaterra

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@hamsoward

Este artículo se publicó originalmente en Vice.


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