FYI.

This story is over 5 years old.

Drogas

Canas Cannabicas, los viejos amantes de la marihuana en Medellín

"Caliche", también apodado "Bozo de Leche", cree que el uso medicinal de la marihuana también se entiende como uso recreativo. Viajamos a Medellín a pasar un rato con este líder de la Asociación Mutual Cannabica.

Caliche no está de acuerdo con eso que dice la Policía: eso de que en Colombia legalizaron la marihuana solo para usos medicinales pero está prohibida para los recreativos. La primera y única vez que un policía le salió con ese cuento él me dice que le respondió lo siguiente:

––Señor agente, con todo el respeto que usted se merece, hágame el favor y me dice quién le dijo que la recreación no hace parte de la salud.

Publicidad

"Ese man se quedó boquiabierto y se fue. No nos volvió a decir nada", recuerda.

Por eso, porque que piensa que la recreación hace parte de la salud, es que Caliche hace 20 años convirtió su negocio, llamado El Palacio de las frutas, en una zona de tolerancia. Allí legalizó la marihuana: en el Palacio se fuma sin miedo y sin alarde, en frente de la Policía que va y viene todo el día. Y ahora, apoyado en el decreto 2467 de 2015, y en el proyecto de ley para el uso del cannabis medicinal que está a la espera de la firma del presidente Juan Manuel Santos para entrar en vigencia, Caliche y otras 27 personas que van a fumar a su negocio crearon la Asociación Mutual Cannabica.


Lea también: "Me leí completo el decreto de marihuana medicinal y esto es lo que opino de él".


Caliche es el socio fundador de la asociación que nació ahí, en su negocio de frutas, al son del humo y la conversa, con la intención de fumar aun más tranquilos una marihuana buena y natural, sembrada en el Cauca. La Asosiación Mutual Cannabica es legal. O bueno, tiene papelas: tiene Cámara de Comercio, permiso de la DIAN y todos los socios fundadores hicieron un curso de economía solidaria para poderla montar. Desde hace dos meses funciona: a los socios les llega la hierba a la puerta de la casa. Y aunque por ahora son solo 28 asociados, la meta es alcanzar los 3.000.

'Caliche', tras un halo de humo de marihuana. / Todas las fotos son de Santiago Mesa.

El paso que sigue es el diagnóstico médico que ponga en el papel que si no fuman se enferman.

Publicidad

***

El Palacio de las Frutas es una pequeña torre de adobe con techo de metal donde apenas cabe una persona. Está ubicado en los bajos de la estación del metro Parque Berrío, en pleno centro de Medellín. Detrás está el Palacio de la Cultura y justo en frente la Unidad de Policía Transporte Masivo Metro.

Por el Parque Berrío, uno de los principales lugares de encuentro y una de las zonas más convulsionadas del centro de la ciudad, pasan a diario alrededor de 100.000 personas: trabajadores, desempleados, rebuscadores, artistas callejeros, ladrones, escaperas, cosquilleros, extorsionistas, turistas, policías, desmovilizados. La gente camina rápido, en todas las direcciones. El ruido es infernal: pasa el metro, paran los buses, grita la gente. El movimiento es tal que parece que el día estuviera de afán.

Es, además, un lugar que muchos consideran peligroso. Según información publicada por el periódico El Tiempo, solo en 2015, en el Parque Berrío, se registraron seis homicidios, 309 riñas, 231 capturas por microtráfico y casi 900 hurtos, de los cuales 404 fueron atracos y el resto fueron apunta de cosquilleo. Todo esto la gente lo sabe: el barrio es peligroso. La gente además sospecha, o dice, que allí se venden drogas, se cobran extorsiones y hasta hay casos de explotación sexual infantil.

Calculando a ojo se podrían contar en el parque unos 200 negocios. Uno cada seis pasos, más o menos. Hay negocios de tintos o minutos, carritos de jugos, chazas de dulces, lustra botas, comidas y más torresitas como la de Caliche que venden desde zapatos hasta pilas. Allá, en el parque, se hace trueque y se sellan negocios.

Publicidad

Para quien no sabe, el Palacio de las Frutas es uno más de todos esos. Para los que van a fumar y a pasar el rato, el parche de Bozo de Leche ––como apodaron a Caliche cuando empezó a crecerle un bigote fino de un rubio brillante––, es una especie de isla delimitada por el humo espeso y dulzón de la marihuana, donde el ruido infernal del parque sucumbe ante las melodías de la salsa que salen de un radio ubicado en el techo del negocio.


Lea también: "Las barreras que hay en Colombia en torno al cannabis medicinal".


––A mí me preguntan por qué aquí se amañan tanto los marihuaneros. Y yo les digo: porque yo les doy fruticas y les doy marihuanita–– me cuenta.

Hace 20 años, sin falta, el palacio abre su puerta de lunes a domingo, de ocho de la mañana hasta que cae la tarde. En el transcurso del día vienen y van los amigos, los fumones. Hay días en que se juntan hasta 60 personas.

El parche entero.

El Barbas es uno de ellos. Delgado, de barba larga y blanca, con pinta profesor jubilado y hablar arrastrado. Viste una camisa de cuadros azul un jean con un bolsillo del que cuelga un llavero con forma de mata de marihuana. En la mano carga Los tipos duros no bailan, un libro de Norman Mailer. "Aquí todos somos marihuaneros –––me dice––, Caliche no le niega marihuana a nadie. Toda la gente sabe que aquí consiguen la traba. Además, a muchos nos gusta la salsa y parchamos aquí porque estamos escuchando la emisora (Latina Stéreo, de salsa)".

Publicidad

Cuando no está trabajando, el Palacio de las frutas se convierte en la oficina de El Barbas. Va todos los días de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Ahí hace su jornada laboral. Pero en vez de trabajar, fuma, conversa, lee y come frutas. Pasa el tiempo esperando que le salga algún oficio para que le paguen plata.

––Esta también es mi oficina de empleo. Cuando necesitan a alguien de pintura, aquí lo ubican a uno. Yo soy pintor de brocha gorda. Cuando era joven conocí mucha gente que se metió a traquetear con Pablo Escobar y a ser sicarios, pero a mí me gustó fue otra vuelta. Me gustó la marihuana y leer. Eso me llena toda la existencia. También comerme un sancocho y tomarme un chocolate con arepa. Ese es el fin de nosotros: fumar bareta y vivir la vida ––dice el Barbas.

––Esa es la vida, sabroso ––le responde Gustavo, otro de los que frecuenta el parche.

Gustavo es un tipo menudo y risueño, amigo de Caliche hace 20 años. Por las mañanas trabaja digitando para un abogado y, todas las tardes, pasa por el Palacio a fumarse su vitamina B (la forma en la que llama a los baretos). Lleva unas gafas Ray Ban de aviador que no dejan ver lo rojos y pequeños que le quedan los ojos después de fumar. En el bolsillo de la camisa lleva una bolsita zip lock con dos porros perfectamente armados.

Los baretos del día. Un chorizo al final para aliviar la moncha.

––Yo vengo y me relajo con los amigos sin ponerle problema a nadie. Yo mis tabaquitos los prendo como un cigarrillo y fumo sin visaje ––me dice.

Publicidad

Si no gozamos ahora, pa cuando lo dejaremos/ hay que vivir el momento, créalo/ y si yo me muero/ antes de ser viejo/ no quiero que digan nada sobre mí/ por eso yo gozo/ todo lo que puedo/ aunque el mundo diga que soy un pecador.

Caliche canta. Latina suena. Lo que suena es "El gozón", de Latin Tempo.

***

Pasa un turista, al parecer de Estados Unidos. Los ve a todos fumando y se les queda mirando. Caliche, bareto en mano, le ofrece un poco. El gringo le recibe, fuma y le pregunta al Barbas, que está a su lado, si le puede vender uno.

––Gustavo, el hombre dice que si le podés facilitar un baretico, que él te lo paga ––dice El Barbas.

Gustavo, que acaba de sacar la bolsita con los dos baretos que le quedan permanece callado por un instante, lo piensa, duda, y vuelve a mirar el paquete. Son solo dos.

––Imagínese usted en otro país con ganas de trabarse ––sigue El Barbas, insistiendo ante la duda que sobrecoge a Gustavo.

––Vea pues, cómo hacemos ––dice Gustavo mientras le pasa el bareto.

El gringo le ofrece 5.000 por los dos y le extiende el billete.

––Dele 1.000 pesos. Él está cobrando lo que le vale a él, aquí no comercializamos con eso–– le dice El Barbas al gringo.

***

Caliche lleva 47 años vendiendo frutas y casi los mismos fumando marihuana. Las dos cosas lo han convertido en una celebridad. La marihuana lo hizo activista: hace parte del colectivo Canas cannabicas, es vicepresidente de la Comunidad Cannabica Colombiana, fundó la Asociación Mutual Cannabica y no le niega una traba a nadie que se le acerque al negocio. Las frutas lo hicieron famoso.

Publicidad

Por su Palacio, además de sus amigos, han pasado desde un paramilitar que para resarcir sus penas les compraba pan y café a los habitantes de la calle, hasta el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, también el actual alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, y la actriz Juanita Acosta. Todo el que pasa por el parque Berrío tiene que ver con él.

Pero lo de las frutas fue una casualidad que se convirtió en vocación. Entró al negocio por un primo suyo que tenía un carrito de frutas al otro lado del parque, junto al Banco de la República. Trabajaron juntos un tiempo y cuando Caliche ya sabía lo suficiente el primo se fue a buscar suerte a Venezuela y nunca volvió. Caliche se quedó con el carrito y se enamoró de las frutas. Aprendió tanto que ahora las receta. En su negocio, además de frutas, guarda como un tesoro una agenda donde tiene apuntado para que sirve cada fruta y los permisos del negocio.


Lea también: "Aprobada la marihuana medicinal en Colombia".


––¿Quién era el que decía que "la materia no se destruye sino se transforma"? ––pregunta Caliche ––…yo soy lo que como. Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento.

Todo le gusta natural. La comida y la marihuana. Por eso no fuma cripa, sino regular, que no tiene químicos. Por eso también hizo de la marihuana su medicina y creó la asociación.

-––¿Quién le dijo al perro que se purgaba comiendo yerba? ¿Quién le dijo al mico que comiéndose la cáscara del banano también trababa? Por eso nosotros fumamos marihuana, porque nos pone contentos ––dice Caliche.

Publicidad

Lea también: "La marihuana se está volviendo tan buena que podría estar jodiéndonos la cabeza".


Más allá de este rollo existencial, la asociación tiene un proyecto especial. "Tenemos un programa muy bonito con los habitantes de calle. Cogerlos, si quieren, porque no hay nada obligado, hacerles tratamiento con cannabis, y llevarlos otra vez a la casa, llevárselos a la mamá", dice Maryori, presidenta de la asociación.

A principios de los años 90, cuando empezaron a contruir el metro en Medellín, Caliche tuvo que irse del parque Berrío. Estuvo tres años vendiendo frutas unas cuadras más arriba, en la Avenida Oriental, cerca a la Iglesia de San José, pero se aburrió pronto, porque el sol le dañaba las frutas y los comerciantes a su alrededor eran envidiosos. Entonces se fue a pedir que lo reubicaran en las pequeñas torres que hizo el Metro de Medellín para los vendedores.

La comunidad cannabica colombiana.

***

El puesto se lo ganó por suerte, rifado. Tenía que sacar de una bolsa un papelito con un código de tres letras y un número para saber dónde iba a quedar.

––Como yo me llamo Carlos E. Restrepo, el jefe de Espacio Público me dijo "señor presidente Carlos E Restrepo te tocó el turno, vení mete la mano" ––me cuenta––, y me dio como una tembladerita. Metí la mano y había como tres o cuatro papelitos no más. Escogí uno y dije "será este, ay no, Dios bendito", y algo me dijo que no, que ese no. Lo tiré pa un ladito y cogí otro. Y se lo entregue al doctor, pero él me dijo "no, destápelo usted mismo". Decía PRA 354.

Caliche salió con la llave en una mano y el bareto en la otra a buscar el sitio. Recorrió todo el viaducto del metro a lo largo del parque Berrío hasta que vio la placa en la parte de arriba de la torre.

––Esa alegría que me dio cuando vi que era este. Que emoción. Saqué la llave, abrí y dije "si me lo van a dar, que me lo den así sea marihuanero, sino que me lo quiten".

Ahí se plantó y hace 20 años a todo el que llega a saludarlo Caliche le responde, como lo vi decir a todo el que lo saludó, "préndalo".