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Cultură

Lo acepto, tengo un problema con el alcohol

Tomo mucho. Se preguntarán cómo sé que tomo mucho. Lo sé porque estoy tomando mientras escribo esto. Una mano en el teclado y la otra en la botella.

Tomo mucho. Se preguntarán cómo sé que tomo mucho. Lo sé porque estoy tomando mientras escribo esto. Una mano en el teclado y la otra en la botella.

Mi vicio nunca me ha hecho perder mi hogar, mi familia o mi carrera, pero en primer lugar, ni siquiera tengo esas cosas. En lugar de tener esas cosas, tengo un problema con el alcohol. Un problema que decidí ignorar o justificar durante mucho tiempo hasta que comencé a escribir este texto (como dije antes, con una sola mano).

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Tengo una regla —no empiezo a tomar hasta que se pone el sol—, la cual he usado por muchos años como evidencia de que no tengo un problema. (Nota: Dicha regla carece de todo valor cuando estoy de vacaciones o cualquier cosa que se asemeje a ellas). Día tras día, me doy una palmadita en la espalda y espero hasta ver a lo lejos cómo se mete el sol. Claro, suponiendo que abrí las cortinas de mi departamento lo suficiente como para verlo.

Sin embargo, esperar hasta el anochecer es una meta fácil de conseguir, ya que me toma todo el día recuperarme del infierno al que sometí a mi cuerpo la noche anterior.

Resulta que tener una botella frente a mí o que me hagan una lobotomía es exactamente lo mismo. Los días transcurren uno tras otro, intercambiables en su banalidad. Me despierto al medio día, camino con torpeza en medio del polvo, observo con atención las felices vidas de mis amigos más productivos y centrados a través de mis redes sociales, y me tomo mi café lenta y metódicamente. Tomo mucho café. El café es una necesidad, su color café es un reflejo de las bolsas que tengo debajo de mis ojos casi siempre. Vivo tiempo extra, funciono bajo un velo brumoso cuando el sol está en su máximo esplendor y me apresuro frenéticamente cuando me ve obligada a dejar los confines del sobrevalorado cuarto al que llamo departamento. La prisa continua vuelve horrible cada situación, ya sea importante o no. Cada vez más seguido termino disculpándome por mi impuntualidad, enviando mensajes de texto como desesperada cuando me toca un semáforo en rojo y golpeando el tablero por la frustración. El tráfico me molesta, pero me molesta más mi forma de ser.

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Me molesta que me volví a desvelar, sola en mi departamento hasta altas horas de la madrugada, viendo videos musicales en YouTube que ya vi mil veces antes y enviando correos vergonzosos, los cuales escribo con un ojo cerrado y el otro irritado y entrecerrado porque no veo bien. Muy pocas veces, o casi nunca, vuelvo a leer esos correo después de mandarlos. No quiero saber qué hay en ellos.

Mi productividad sufre las consecuencias. Me digo a mí misma y a todos los que me rodean que tengo un bloqueo creativo, aunque en realidad lo que tengo es un bloqueo que me impide ver la realidad. La idea de trabajar sin ningún estupefaciente me aterra. Me da mucho miedo la cruda realidad que llega cuando estás en un estado completamente sobrio. Entonces, tomo un poco.

A veces algún amigo me dice, con los ojos abiertos como dos platos y tono de preocupación, que han estado tomando mucho —tres o hasta cuatro noches seguidas. Dependiendo de mi nivel de borrachera, finjo estar preocupada o les confieso que he tomado cada noche durante casi una década. Dependiendo de su nivel de borrachera, les parece divertido o deprimente. De cualquier forma no me interesa. Entonces tomo un poco más.

La palabra moderación no está en mi vocabulario. Tomo hasta que ya no queda más que tomar y a menudo tomo un poco más. Soy alguien que vive de líquidos, no de sólidos. Puedo pasar días en mi departamento sin comida y sobrevivir con una dieta a base de salsas botaneras, pero me muero de sólo pensar que no hay bebidas en mi casa.

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Al igual que mucho otros, uso la ansiedad social como excusa para mi borrachera constante. Es más fácil interactuar con el mundo a través de un filtro, casi del mismo modo que es mucho más fácil publicar fotografías de uno mismo con un filtro. Después de todo, los filtros ocultan los defectos que hay bajo la superficie.

Hago comedia en vivo. Con frecuencia recito mis monólogos en un estado de embriaguez. A menudo la única retribución que reciben los comediantes son cupones canjeables por bebidas gratis. Soy muy tacaña y me resulta imposible rechazar cosas gratis. No soy la única que piensa de este modo. Tenemos un juego dentro del circulo de mis amigos comediantes: “¿Quién será el primero en llegar a Alcohólicos Anónimos?” A todos nos aterra admitir la derrota. Nos aterra ser el que no se puede controlar, el que no sabe divertirse, el aguafiestas. Pero no cabe duda de que tendremos que admitirlo en algún momento. La lista de comediantes que han envejecido prematuramente gracias al alcohol es mucho más larga que la lista de inscripción en una noche de micrófono abierto. Casi todos los comediantes que conozco mayores de 35 se han rehabilitado y han aceptado su destino como almas tristes en un espectáculo con un vaso de agua mineral en las manos. Supongo que eso significa que aún me quedan cuatro hermosos (y cuando digo hermosos, en realidad quiero decir horribles) años de seguir tomando.

¿Recuerdan la frase “Tome con medida” que ponen en la parte de abajo en los anuncios de las bebidas alcohólicas? Lo leo y digo en voz baja: “entendido y anotado”, y a continuación me pongo hasta la madre. Si sé que me voy a poner así, me voy a otro lado. Planeo mi noche con base en lo que quiero tomar. La mayoría de las veces es el único plan que hago.

Creo que mi bebida favorita es el whiskey, aunque no soy muy exigente. Si contiene alcohol y tiene un sabor ligeramente agradable, es suficiente para que lo tome. No sé cómo sabe un buen vino, pero sí sé cómo sabe un vino de mala calidad. ¿Adivinen qué? Sabe genial.

Me digo a mí misma que no puedo seguir viviendo así. Pero no importa porque estoy consciente, en el fondo de mi corazón, que seguiré así. Lo haré porque no sé cuál es la solución. La solución es dejar la autocomplacencia. He tomado por tanto tiempo que ya no conozco nada más. Mi relación con el alcohol ha durado más que muchos matrimonios. De cierta forma, estamos casados. Somos una pareja que no esta dispuesta a separarse porque nuestra autocomplacencia nos hace sentir cómodos. Quiero el divorcio, lo necesito. Pero tampoco quiero estar sola. Entonces, tomo un poco más.

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