La dieta de los chirris en el Bronx de Bogotá
Fotos por: Santiago Mesa.

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Comida

La dieta de los chirris en el Bronx de Bogotá

Tamal con ojo, caldo de muerto y empanada de soplón. Cuenta la leyenda que estos son algunos de los platillos que se comen en esta olla. VICE se remangó la camisa y extendió la servilleta para descubrir que esta realidad no es tan truculenta como...

El Bronx, el centro de expendio y consumo de drogas más grande de Bogotá, es una ciudadela inserta en el mismísimo corazón de la capital del país: tiene leyes únicas, estructura económica definida y hasta gastronomía propia.

Así es. En el mismo lugar sucio y maloliente en donde viven miles de habitantes de la calle, y en el cual se sopla basuco y se fuma marihuana sin restricción durante los 365 días del año, se preparan, se sirven, se venden y se disfrutan los más económicos platillos que la gastronomía bogotana haya conocido.

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Gordos de lechona, sobras de sopa de mondongo, combinado (arroz y granos, como friíol, garbanzo, lenteja o pasta) o retazos de galleta y moronas de ponqué. Todo eso hace parte del menú que se encuentran los comensales de la zona cuando, en medio de un guayabo de basuco y licor de alambique casero, quieren reponer energías por pocos pesos. Todo para seguir soplando.

El menú y los precios

El plato principal de este particular 'restaurante' a cielo abierto es el nutritivo y llenador combinado, que se compone principalmente de arroz y algún grano de temporada (fríjol, garbanzo, lentejas: el que salga más barato) o pasta. Como platillo fuerte que es, el combinado se corona con el coqueto detalle de un huevo frito. Su porción es tan generosa que alcanza hasta para compartir. Valor: dos mil pesos.

El combinado.

Careloco, un empedernido fumador de basuco y comprador de combinados, asegura que este es su plato favorito porque "siempre viene harto y me alcanza para almorzar con mi mujer". Sin embargo, en algunas ocasiones, tiene reparos sobre lo que le sirven: "el arroz de hoy me supo a rico pero estaba muy seco. Del huevo no me gustó que la yema estaba dura y no la pude espichar para mojar el arrocito y las pastas".

Careloco dice que llegó a las calles por no seguir los consejos de su madre, esta foto muestra que aún no lo hace: no se lava las manos antes de comer.

Si el presupuesto es más apretado, pero el hambre está salvaje, el comensal puede optar por un mondongo: en el Bronx, esta tradicional sopa de la zona andina colombiana se sirve fría y en vaso desechable transparente reusado. Tiene un aspecto espeso del cual resaltan algunos trozos de zanahoria, papa, cebolla o, si se tiene suerte, callo o panza de res, que es la base de la receta original. Además, se acompaña con una salchicha. Valor: quinientos pesos.

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El tradicional mondongo.

El Cali, un habitante de la calle que de vez en cuando encuentra en el mondongo su única comida del día, le da a este platillo atribuciones especiales: según él, más allá del sabor, lo que lo cautiva de esta sopa es su capacidad reparadora para el guayabo y la resaca. "La sopita es buena para cuando uno está recién levantado sin mucha plata, y si se consigue unas galletas o un pancito, queda almorzado y comido".

Por ese mismo precio se consigue una generosa porción de gordos de lechona, provenientes directamente de las lechonerías del sur de la ciudad. Estos bocados no son más que nervios y grasa de marrano que quedan como sobrantes en las fábricas. Quienes los consumen aseguran que su principal atractivo es el sabor y la textura dura, pues pueden tener un pedazo en la boca y saborearlo durante un buen rato.

Si lo que le sirvieron no fue suficiente, y el comensal sigue con la gorobeta alborotada (como le dicen a las ganas de comer que da la traba), puede acercarse a la barra de postres y elegir entre diferentes bolsas con moronas y recortes de galleta, torta, corazones de panadería cubiertos de chocolate, brazos de reina o panderitos.

Postre. Las esquinas de los moldes donde se preparan las tortas, las galletas en forma de corazón con punta de chocolate que se parten, los brazos de reina que se cayeron al piso o los panderitos que no se vendieron en las panaderías del centro de la ciudad, se convierten en el insumo principal de la sobremesa del 'Bronx'. Costo: $200.

Por eso, cuando Careloco quiere sorprender a su ruquita con un detalle dulce y romántico, no tiene que hacer más que invertir 200 pesos. Eso sí, advierte que las boronas "si no están tan viejas, son bien ricas para comer con chocolate o agua de panela. Pero si no hay nada de tomar, no me las puedo comer: no me bajan con esas secas tan hijueputas que me dan".

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Colaciones

Precisamente para esas "secas tan hijueputas" se vende toda una serie de bebidas, que van desde el popular Frutiño de 100 pesos (refresco para diluir que, dicen, es muy aguado) hasta la avena, el chocolate o la aguapanela, por $300.

Aparte de la variada oferta y los precios bajos, el principal atractivo de El Bronx es que, mientras el cliente digiere los alimentos, puede carburar un 'carro' (pipa artesanal para fumar basuco) o prender un bareto con tranquilidad, pues ningún mesero le va a llamar la atención. Tal vez por eso los compradores nunca se quejan por la falta de normas de higiene y etiqueta, pues en el lugar no hay mesas, servilletas ni baños, y tampoco se exige que los comensales o los empleados se laven las manos antes de comer o servir la comida.

La cadena alimenticia chirri

La leyenda suburbana de estas cuatro cuadras de perdición y vicio cuenta que el ingrediente principal de todo el menú de El Bronx (o la L, como también se le conoce) es la carne de los sapos (soplones), los faltones o los policías infiltrados que son asesinados y picados en la olla al ser descubiertos por los sayas, la seguridad del sector. Sin embargo, la realidad es otra, pues para que un chirrete (como se les dice a los consumidores de basuco) gaste dinero —con el cual puede adquirir droga—, para comprar alimento que encuentra gratis en los programas gubernamentales, en la basura o en las jornadas de caridad, es necesario ofrecerle algo más que carne humana.

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Zancudo, un cliente habitual de los 'restaurantes' del Bronx, quien nos sirvió como correo para traernos los platos ante la mortal imposibilidad de tomar fotos adentro de la L, descarta que lo que él come tenga pedazos de gente, y tiene su propia teoría sobre por qué muchos chirretes compran sus alimentos allí antes que buscarlos gratis.

"Lo que pasa es que cuando uno va a los comedores comunitarios hay mucha terapia: lo hacen anotarse en una lista y después llenar unas planillas, hacer fila, esperar. Por eso mucha gente no va por allá y compra acá su comida sin problema, sin salirse de la olla ni siquiera… con dos lucas uno se compra un mondongo y le quedan mil quinientos para la bicha, el cigarrillo y los fósforos: el combo". Es decir, como en las mejores cadenas hoteleras del mundo, acá el plan es All Included.

Además, Zancudo y otros clientes consultados por este medio aseguran que los vendedores de comida de El Bronx no utilizan cadáveres para sus preparaciones, sino que tienen toda una estructura de proveedores que les permite tener existencias suficientes para satisfacer a su nutrida (o por lo numerosa) clientela.

Según ellos, la mayor parte del menú de la olla proviene de los sobrantes industriales de las lechonerías del Restrepo, de las panaderías y pastelerías del Centro y de los restaurantes del sector. Además, otro tanto es llevado al lugar por los mismos habitantes de calle, que por pocos pesos venden a los 'restaurantes' la comida que se encuentran en la basura, les dan en los comedores de los programas sociales o les regalan en la calle.

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Lastimosamente, como sucede siempre que se trata de la L, este tipo de versiones es de lo poco que se llega a saber sobre el funcionamiento de esta ciudadela chirri, pues los ganchos (como se conoce a cada casa expendedora de drogas) y su brazo armado, los sayas, cuidan celosamente que no se infiltren extraños, periodistas y mucho menos personas con cámaras de video o fotos. Asimismo, de que los residentes del sitio coman callados cuando la prensa o las autoridades pregunten algo.

Hace un par de años, cuando se dio la incumplible orden presidencial de acabar con las ollas, algunas intervenciones de la Policía en El Bronx dejaron al descubierto el estricto control que ejercen estos ganchos en todos los aspectos de la vida en la L, entre ellos la alimentación. Por ejemplo, se supo que cada gancho maneja un sector de la olla y que cada negocio instalado allí (cantinas, rocolas, tragamonedas, ropa usada o "restaurantes") debe pagar un impuesto por funcionamiento, arriendo y seguridad. Y no es de extrañar que los ganchos quieran controlar estas ventas de comida pues, pese a los precios bajos que manejan, pueden ser muy lucrativas si se tiene en cuenta que en Bogotá hay unos 12 mil habitantes de la calle, de los cuales casi la mitad vive en el centro y casi todo ellos mercan en el Bronx.

Por eso la próxima vez que le pidan "una monedita pa' comer algo", recuerde que con una de quinientos alcanza a almorzar un 'chirrete', pero sobre todo tenga en cuenta que el de los platillos para indigentes es un negocio del que come mucha gente, así la comida no sea tan buena. Tranquilo, eso sí, que la propina es voluntaria.

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Acá, otras fotos para la hora del almuerzo