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De perder una pierna en la guerra de Siria a llevar la antorcha olímpica

Ibrahim Al-Hussein llevó la llama olímpica a través de un campo de refugiados en Atenas, Grecia.

Foto de Archilleas Zavallis, UNHCR.

Ibrahim Al-Hussein siempre soñó con participar en unos Juegos Olímpicos, pero la guerra de Siria le arrebató un pedazo de su pierna en 2012 y un futuro prometedor en el terreno deportivo.

A este nadador sirio de 27 años nadie podrá devolverle el pie derecho, aunque no todo está perdido: tras meses y meses de lucha junto al resto de refugiados que han cruzado el Mediterráneo y el Egeo para buscar cobijo en una Europa sorda y hostil, el pasado martes 26 de abril la antorcha olímpica le permitió cumplir (en parte) su sueño.

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"Es un honor. Imagínate que uno de tus grandes sueños se hace realidad, imagina que lo que llevas esperando 20 años se convierte en una realidad", explica Al-Hussein en un reportaje del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Este joven sirio, que desembarcó en la isla griega de Samos en 2014 junto a centenares de compatriotas, se encargó de hacer el relevo de la llama olímpica a través del campo de refugiados de Eleonas, situado en medio de Atenas y poblado por unas 1 500 personas.

"Llevo la antorcha por mí, pero también en nombre de los sirios, de los refugiados de cualquier lugar, de Grecia, del deporte y de mis equipos de natación y baloncesto", afirma Ibrahim. "Mi meta es no rendirme jamás, avanzar y siempre mirar adelante; es algo que puedo conseguir a través del deporte".

Cuando llegó a Grecia, y después de conseguir asilo en el país gracias a la mediación de una ONG local —Greek Council for Refugees—, el nadador intentó reencontrar el equilibrio perdido por culpa del conflicto sirio a base de chapuzones y canastas.

Ibrahim durante un entrenamiento junto a sus compañeros en Marusi, un suburbio situado al noroeste de Atenas. Foto de Archilleas Zavallis, UNHCR

Ibrahim trabaja actualmente en una cafetería durante el turno de noche: son 10 horas que no le impiden cuadrar una apretada agenda en la que figuran cinco días de baloncesto en silla de ruedas —con viajes a otras zonas del país para jugar partidos— y tres sesiones de piscina a la semana.

"Para mí no se trata de un juego, es mi vida", explica. Desde que era pequeño creció junto al deporte, ya que su padre era entrenador de natación y les enseñó a nadar a él y a sus trece hermanos.

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El nadador solía saltar desde el puente colgante de Deir ez Zor, su ciudad natal situada en el noreste de Siria, durante sus entrenamientos: el puente fue destruido por el Ejército Libre Sirio en 2013. Imagen vía WikiMedia Commons

A pesar de ganarse la vida como electricista, Ibrahim siguió compitiendo al más alto nivel hasta que estalló la guerra en 2011. El conflicto le quitó primero el puente desde donde se lanzaba al río Eufrates y después la parte inferior de su pierna derecha.

Una bomba estalló cerca de él cuando iba al rescate de un amigo suyo gravemente herido: "No puedo pensar en el pasado, recordar todo lo que ya he dejado atrás me va a frenar", asegura el deportista, que tras el incidente se marchó a Turquía para aprender a caminar de nuevo.

Después de recibir el apoyo de un médico privado, que le cedió una pierna ortopédica sin cobrarle, y cruzar el Egeo hasta Grecia, Ibrahim se puso en contacto con varias organizaciones deportivas centradas en las personas con discapacidad y retomó su actividad preferida.

La primera toma de contacto con la piscina olímpica de Atenas llegó tras cinco años de exilio forzado. Ibrahim estaba algo nervioso y no sabía cuál sería su rendimiento: "Como le falta un trozo de pierna, su pataleo en el agua no era tan fuerte como antes. En la segunda sesión, sin embargo, ya había recuperado toda su confianza", recuerda su actual entrenadora, Eleni Kokkinou.

En medio año de entrenamientos, Ibrahim se ha acercado a su tope personal —nada los 50 metros en 28 segundos; el récord mundial está en los 20,91— y se prepara para competir en los Juegos Panhelénicos para nadadores con discapacidad: su preparadora cree que romperá todos los registros.

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El nadador sirio recibe la llama olímpica de la mano del presidente del Comité Olímpico Heleno Spiros Kapralos para hacer el relevo por el campo de refugiados de Eleonas en Atenas. Foto de Alkis Konstantinidis, Reuters.

Los refugiados recibieron con expectativa el paso de la antorcha, que inició su simbólico camino hasta Río de Janeiro el pasado 21 de abril en Olimpia. El gesto, según las palabras del presidente honorífico del COI Jaques Rogge, pretende ilustrar cómo "el deporte ayuda a curar heridas".

"Ha sido el momento más importante de mi vida y estoy muy contento por lo que acabo de conseguir. Es un honor haber representado al pueblo sirio y al colectivo de refugiados", explicó Ibrahim el pasado martes después de alzar la antorcha en el campo de Eleonas.

La historia de Ibrahim es un ejemplo positivo de la integración de los refugiados en Europa: vive en un piso con jardín en el centro de Atenas y no necesita ayuda económica para salir adelante. Foto de Archilleas Zavallis, UNHCR

Su batalla es una más entre las miles y miles de historias de superación que se amontonan en los numerosos campos de refugiados del mundo; también es un recordatorio de que se trata de personas que solo quieren algo muy sencillo —y a la vez complicado: llevar una vida normal.

El deporte no es una solución al drama de los refugiados, pero sí que puede ser una manera de contribuir a mejorar sus condiciones y concienciar nuestras sociedades: en lo que va de 2016, según los datos que mueven las Naciones Unidas, más de 180 000 personas han llegado a Europa para buscar asilo.

Por primera vez en la historia, además, un equipo de refugiados competirá en unos Juegos Olímpicos.

Este artículo fue publicado originalmente en VICE Sports, la plataforma de deportes de VICE.