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Música

Eliseo Herrera (1925-2016): adiós al cantor obrero

¡Hasta siempre maestro!

Cartagena, 1960. En el muelle hay un estibador que mientras acomoda la carga bajo el inclemente sol, alegra su jornada cantando. Pero no es cualquier cosa lo que canta, de hecho ni siquiera son canciones conocidas las que se oyen. Lo que escuchaba quien en esos días visitara el Puerto, eran palabras crípticas, indescifrables de entrada pero que acababan por aludir a las cosas más sencillas del amor, la vida cotidiana o la naturaleza. Todo eso salido de la boca de un humilde trabajador portuario de casco amarillo, un tal Eliseo Herrera. Llegó al puerto para trabajar como estibador luego de pasar un tiempo por la Policía (donde en su primera postulación fue rechazado al ser “demasiado moreno”). Pero su eterna pasión por la música fue tan fuerte que armó un conjunto musical con sus compañeros, antecesor de la hoy poco recordada Orquesta Colpuertos, un auténtico ensamble de personajes que, literalmente, descargaban toneladas de trabajo. Y el buen Eliseo, mientras estibaba, creó la mayoría de sus éxitos.

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Quiso la suerte, otras veces del pasado tan esquiva, que uno de los espontáneos oyentes del cantor obrero fuera un promotor discográfico. Quien decidió llevarlo a Medellín para que grabara en

Discos Fuentes

, “La mafafa”, el primero de sus éxitos, un atrevido y enredado juego de palabras entre la mata que siembra una mujer y lo que se le alcanza a ver mientras se agacha a sembrar… La primera de varias versiones corrió por cuenta de su voz y el acompañamiento de la Sonora Cordobesa: “Josefa y la mafafa la miraba con la gafa”…

Para 1962 Eliseo ya tenía un lugar privilegiado como autor del repertorio de Los Corraleros de Majagual, aquella Selección Colombia que llevaría por el mundo los ritmos del Caribe colombiano. Allí encontraría un complemento ideal con aquel otro genio

Calixto Ochoa

, para crear letras ingeniosas a partir de las cosas más cotidianas y aparentemente intrascendentes. Como recordando su pasado, incluyendo el más reciente, la primera de sus canciones con los de Majagual evoca ese mito que condena al género humano a trabajar duro para sobrevivir: "Una manzana “fue lo que le dio Eva a Adán… por la manzana es que estoy buscando el pan”…

Al lado de los conjuntos de Fuentes y especialmente de los Corraleros, la música se volvió para Eliseo un poderoso transmisor de alegría, más allá de la dureza que eventualmente pueda traer la vida. Una alegría capaz de crear un estribillo imposible de olvidar con sólo hablar de un árbol que da sombra en la sabana (“La bonga”), de un baile picante que se inventaron en su casa “La sampá”) o de una cosa tan simple como quemarse la ropa con un cigarrillo. “Ajá ¿quién me adivina este trabalenguas?: Un-pu ci-pi ga-pa rri-pi lli-pi to-po me-pe que-pe mó-po la-pa ro-po pa-pa”…

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Lo de los trabalenguas resultó ser la conservación de una vieja maña de la niñez. Convertida la música en una afición espontánea de él y sus hermanos, le surgió algún día la idea de componer letras enredadas, por el celo de que sólo él pudiera cantarlas. El capricho, que de niño alguien bien hubiera podido reprobarle, nos permitió recibir del adulto versos que parafrasean la ronda infantil de los “Tres tigres”, que cantan a un “Pájaro picón picón”, a un aparente vendedor de “El tamarindo” (aparente, porque estos juegos de palabras no siempre pueden leerse literales), a la “Cumbia saramuya” o la añorada cotidianidad y sencillez del campo. “Recoge el sillón y pónselo a la burrita, recoge el machete y mételo en su vainita, sé que va a llover y el camino es culebrero"…

Ya tenía 36 años cuando saltó del puerto a los estudios de grabación, con un talento innato que le permitió incluso sobrevivir a la esperada disolución de Los Corraleros (tanto talento no podía estar junto mucho tiempo). Allí seguiría explorando su capacidad creativa y su excepcional manejo de la palabra. Con Pedro Laza, por ejemplo, cantó al fenómeno mediático que en los años 70 armó el periodista Henry Holguín al escribir sobre la machaca, un insecto del Putumayo cuya picadura mortal supuestamente sólo se puede contrarrestar con un acto sexual. “Dicen que el amor se da con más ganas si uno está picado por una machaca”…

Cartagena, 1960. En el muelle hay un estibador que mientras acomoda la carga bajo el inclemente sol, alegra su jornada cantando. Pero no es cualquier cosa lo que canta, de hecho ni siquiera son canciones conocidas las que se oyen. Lo que escuchaba quien en esos días visitara el Puerto, eran palabras crípticas, indescifrables de entrada pero que acababan por aludir a las cosas más sencillas del amor, la vida cotidiana o la naturaleza. Todo eso salido de la boca de un humilde trabajador portuario de casco amarillo, un tal Eliseo Herrera.

Llegó al puerto para trabajar como estibador luego de pasar un tiempo por la Policía (donde en su primera postulación fue rechazado al ser “demasiado moreno”). Pero su eterna pasión por la música fue tan fuerte que armó un conjunto musical con sus compañeros, antecesor de la hoy poco recordada Orquesta Colpuertos, un auténtico ensamble de personajes que, literalmente, descargaban toneladas de trabajo. Y el buen Eliseo, mientras estibaba, creó la mayoría de sus éxitos.


Quiso la suerte, otras veces del pasado tan esquiva, que uno de los espontáneos oyentes del cantor obrero fuera un promotor discográfico. Quien decidió llevarlo a Medellín para que grabara en

Discos Fuentes

, “La mafafa”, el primero de sus éxitos, un atrevido y enredado juego de palabras entre la mata que siembra una mujer y lo que se le alcanza a ver mientras se agacha a sembrar… La primera de varias versiones corrió por cuenta de su voz y el acompañamiento de la Sonora Cordobesa: “Josefa y la mafafa la miraba con la gafa”…





Para 1962 Eliseo ya tenía un lugar privilegiado como autor del repertorio de Los Corraleros de Majagual, aquella Selección Colombia que llevaría por el mundo los ritmos del Caribe colombiano. Allí encontraría un complemento ideal con aquel otro genio

Calixto Ochoa

, para crear letras ingeniosas a partir de las cosas más cotidianas y aparentemente intrascendentes. Como recordando su pasado, incluyendo el más reciente, la primera de sus canciones con los de Majagual evoca ese mito que condena al género humano a trabajar duro para sobrevivir: "Una manzana “fue lo que le dio Eva a Adán… por la manzana es que estoy buscando el pan”…



Al lado de los conjuntos de Fuentes y especialmente de los Corraleros, la música se volvió para Eliseo un poderoso transmisor de alegría, más allá de la dureza que eventualmente pueda traer la vida. Una alegría capaz de crear un estribillo imposible de olvidar con sólo hablar de un árbol que da sombra en la sabana (“La bonga”), de un baile picante que se inventaron en su casa “La sampá”) o de una cosa tan simple como quemarse la ropa con un cigarrillo. “Ajá ¿quién me adivina este trabalenguas?: Un-pu ci-pi ga-pa rri-pi lli-pi to-po me-pe que-pe mó-po la-pa ro-po pa-pa”…





Lo de los trabalenguas resultó ser la conservación de una vieja maña de la niñez. Convertida la música en una afición espontánea de él y sus hermanos, le surgió algún día la idea de componer letras enredadas, por el celo de que sólo él pudiera cantarlas. El capricho, que de niño alguien bien hubiera podido reprobarle, nos permitió recibir del adulto versos que parafrasean la ronda infantil de los “Tres tigres”, que cantan a un “Pájaro picón picón”, a un aparente vendedor de “El tamarindo” (aparente, porque estos juegos de palabras no siempre pueden leerse literales), a la “Cumbia saramuya” o la añorada cotidianidad y sencillez del campo. “Recoge el sillón y pónselo a la burrita, recoge el machete y mételo en su vainita, sé que va a llover y el camino es culebrero"…





Ya tenía 36 años cuando saltó del puerto a los estudios de grabación, con un talento innato que le permitió incluso sobrevivir a la esperada disolución de Los Corraleros (tanto talento no podía estar junto mucho tiempo). Allí seguiría explorando su capacidad creativa y su excepcional manejo de la palabra. Con Pedro Laza, por ejemplo, cantó al fenómeno mediático que en los años 70 armó el periodista Henry Holguín al escribir sobre la machaca, un insecto del Putumayo cuya picadura mortal supuestamente sólo se puede contrarrestar con un acto sexual. “Dicen que el amor se da con más ganas si uno está picado por una machaca”…



Cierta o no la historia, finalmente cantarle a la machaca era inspirarse en el entorno natural. El propio autor de “La yerbita” lo sentenciaba hace veinte años en una entrevista para televisión: “A mí me gusta cantarle a la naturaleza, porque la naturaleza es sabia… ella es la que manda, ella es todo lo que nos rodea”. Pero la imaginación, eso sí, puede ir más lejos para una máquina de componer. Y es por eso que acá también hubo cabida para lo sobrenatural, para seres de ficción que sin embargo, también tienen su historia en la cotidianidad, en la de un autor que de niño recordaba lo impresionado que quedó al ver en el cine a Bela Lugosi. ¡Pero qué vampiro!



Ese era Eliseo. Un creador espontáneo de arte que aún con los altibajos de la vida nunca perdió su alegría y que con la conquista tardía de la fama, nunca perdió la sencillez. Y allí estaba haciendo lo suyo sentado en la yerbita o acomodando carga, en plan de conquista, más joven, o en la compañía musical de hijos, nietos y bisnietos, ya convertido en una leyenda. Daba igual, en cualquier circunstancia tuvimos a un incansable trabajador que nos acabó regalando varias de las mejores piezas de nuestro patrimonio sonoro. Ese mismo que queda entre nosotros ahora que, como en sus canciones, Eliseo Herrera ha dicho ¡Nos fuimos!

Cierta o no la historia, finalmente cantarle a la machaca era inspirarse en el entorno natural. El propio autor de “La yerbita” lo sentenciaba hace veinte años en una entrevista para televisión: “A mí me gusta cantarle a la naturaleza, porque la naturaleza es sabia… ella es la que manda, ella es todo lo que nos rodea”. Pero la imaginación, eso sí, puede ir más lejos para una máquina de componer. Y es por eso que acá también hubo cabida para lo sobrenatural, para seres de ficción que sin embargo, también tienen su historia en la cotidianidad, en la de un autor que de niño recordaba lo impresionado que quedó al ver en el cine a Bela Lugosi. ¡Pero qué vampiro!

Ese era Eliseo. Un creador espontáneo de arte que aún con los altibajos de la vida nunca perdió su alegría y que con la conquista tardía de la fama, nunca perdió la sencillez. Y allí estaba haciendo lo suyo sentado en la yerbita o acomodando carga, en plan de conquista, más joven, o en la compañía musical de hijos, nietos y bisnietos, ya convertido en una leyenda. Daba igual, en cualquier circunstancia tuvimos a un incansable trabajador que nos acabó regalando varias de las mejores piezas de nuestro patrimonio sonoro. Ese mismo que queda entre nosotros ahora que, como en sus canciones, Eliseo Herrera ha dicho ¡Nos fuimos!