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La guía Vice de la salud mental

Ser cuidadoso con el lenguaje que rodea a las enfermedades mentales no es corrección política, sino humanidad básica

La estigmatización de las enfermedades mentales sigue disuadiendo a la gente de buscar ayuda o hablar abiertamente sobre sus experiencias.

Imagen de SBS.

La corrección política tiene una mala reputación. Las personas tienden a asociar este concepto con la erosión de las libertades civiles, la falta de libertad de expresión, o como una simple necedad. Pero la corrección política podría resumirse en una antigua filosofía: no seas un idiota.

La necesidad de usar el lenguaje con consideración y sensibilidad mientras se sigue permitiendo la libertad de expresión es una preocupación permanente, por muy aburridos que estemos ya del debate que rodea a este tema. Esto se vuelve particularmente cierto cuando se trata de nuestra forma de hablar y escribir sobre la salud mental.

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La intimidación y la discriminación a menudo vienen en forma verbal o escrita y, en 2013, una encuesta realizada por YouGov determinó que "a las personas con problemas de salud mental se les ve como el grupo más discriminado de Gran Bretaña". La semana en que apareció la encuesta, las playeras que decían "enfermo mental" y "guardia de institución mental" tuvieron que retirarse de las tiendas de todo el país.

"Los límites de mi lenguaje definen los límites de mi mundo", escribió el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein. "El lenguaje es nuestro modo de codificar las cosas. Si cambiamos el lenguaje, cambiamos las percepciones", afirma James Leadbitter, artista y activista que ha sido diagnosticado con trastorno de personalidad limítrofe y al que también se le conoce como "la aspiradora".

Por muy lejos que creamos estar de los términos "lunáticos", "histéricos" e "imbéciles" del siglo XIX, o los "tarados" y los "anormales" de tiempos más recientes, la verdad es que siguen muy presentes. La estigmatización de las enfermedades mentales sigue disuadiendo a la gente de buscar ayuda o hablar abiertamente sobre sus experiencias. Me tomó 12 años de terribles problemas para ir a ver a alguien que me ayudara y creo que el lenguaje es gran parte de este problema. "Probablemente yo mismo tenga prejuicios sobre la salud mental", me comentó Jan*, quien ha sido diagnosticado con fobia social.

En 2007, un estudio realizado con niños en edad escolar concluyó que "la búsqueda de ayuda por parte de los enfermos mentales jóvenes podría mejorarse mediante intervenciones que se dirijan tanto a su falta de información objetiva sobre estas como a aquellos que reducen las fuertes reacciones emocionales negativas de las personas con enfermedades mentales". Del estudio también se desprendía que los niños utilizan palabras como "tonto", "loco", "retrasado", entre otras, con relativa frecuencia.

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Después de descubrir que Andreas Lubitz —copiloto del avión de Germanwings que se estrelló en los Alpes y acabó con la vida de 149 pasajeros— tenía un historial de depresión, el titular de The Sun leí: "Loco en la cabina", mientras que The Mail preguntaba: "¿A quién se le ocurrió permitirle volar?" Piers Morgan, un periodista británico, insistió en que no se debería autorizar el pilotaje de un avión a nadie que tomara medicamentos para la depresión. "Francamente, no me importa si el copiloto Andreas Lubitz, de 28 años, estaba loco, enfermo o triste", escribió.

Hay una idea fatalista que la gente como Morgan se traga y la incorpora al lenguaje que usa: que algo como la depresión permanece con uno para siempre y lo marca como una persona incapaz de hacer nada, nunca. Al igual que las personas que insisten en que todos los musulmanes deben disculparse o explicar las acciones de los extremistas islámicos a los que ni siquiera conocen, Morgan y sus secuaces utilizan el lenguaje para satanizar a una parte enorme e infinitamente variada de la sociedad. El resultado, por supuesto, es que este estigma aumente.

Los titulares sobre Lubitz no son nada nuevo. Cuando Frank Bruno fue internado bajo de la Ley de Salud Mental en septiembre de 2003, el ahora infame titular de primera plana de The Sun decía: "El loco de Bruno, encerrado", un titular que la entonces editora Rebekah Brooks se dio cuenta de que era demasiado extremo después de haberse ido de la oficina.

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Otros famosos han recibido un trato similar en los últimos años. A Britney Spears se la ha descrito como a una "loca escandalosa" y, al parecer, a Danniella Westbrook le gusta guiarse por la "arenga loca de Twitter". Aun así, estos ejemplos apenas rascan la superficie.

Andrew Scull es historiador de psiquiatría y autor de Madness in Civilization (La locura en la civilización), su obra más reciente en la que explora la historia cultural de la locura desde la antigua Palestina hasta nuestros días. Me comenta que "el idioma es una especie de trampa" porque, durante miles de años, "la locura ha traído consigo un estigma y este estigma es una de las causas del sufrimiento". Titulares como el de "El loco de Bruno", dice Scull, son buenos ejemplos de ello. Las distintas culturas han alimentado a menudo este estigma, dependiendo de las tendencias y las circunstancias. "A principios del siglo XVIII, existían muchas parodias y bromas a expensas de los pacientes con histeria y las personas que padecían de cólera", señala Scull a modo de ejemplo.

La historia de la terminología sobre salud mental también muestra que las palabras se usan indiscriminadamente hasta que dicho uso alcanza un punto de inflexión en el que se vuelven inaceptables o pasan de moda. Lo que es cierto para el lenguaje cotidiano, lo es también para la terminología médica, y he hablado con un número de personas que tenían diversas preocupaciones acerca de los diagnósticos que habían recibido en los últimos años. A menudo, estas preocupaciones tenían que ver con la lengua o los supuestos inherentes a la lengua. "Desorden" es una palabra recurrente que sigue causando problemas. La esquizofrenia es, actualmente, un término muy problematizado. Un artículo reciente de Daily Beast sobre esta cuestión amplió esta idea:

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"Teniendo en cuenta todas las palabras que existen para las enfermedades mentales, tanto las utilizadas por los médicos como las que son crueles comentarios utilizados por el público en general, es sorprendente cómo muchas de ellas tienen connotaciones de rotura o desorganización: trastornado, loco (que significa roto o descontrolado —un término despectivo en sí mismo), histérico, desquiciado, disparatado".

Una forma de superar el poder dañino de ciertas palabras es reivindicándolas y recuperándolas de la misma forma en que los estadunidenses negros han hecho con la palabra "nigger" (despectivo para referirse a las personas de raza negra). El movimiento de los supervivientes psiquiátricos considera términos como "locura" y "enfermedad mental" como palabras que pueden llevarse con orgullo. Amy*, que sufre de depresión, me comenta: "A menudo, uso el lenguaje de manera frívola porque me parece que la irreverencia elimina su poder de secretismo".

Admite que esto puede significar, simplemente, que ha internalizado los estigmas de la sociedad, pero dice que eso "es mejor que estar triste". Leadbitter afirma: "Ha habido ocasiones en que he estado realmente enfermo y en las que el uso coloquial de palabras como 'mental' y 'loco' y me han dolido de verdad", pero continúa para decirme: "Puedo reclamar ese lenguaje. Puedo decir: sí, estoy loco". Claro que otros están en desacuerdo y ven estas palabras como evocadoras de los días oscuros, los días victorianos.

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Lo importante aquí, sin embargo, es que aquellos que cuentan con la experiencia personal de sufrir problemas de salud mental y aquellas que se ven involucradas en las realidades que estos implican son quienes llevan a cabo esta discusión. Una de las principales quejas de quienes piensan que la corrección política "se ha vuelto loca" se basa en que les están controlando el idioma. "Si le dices a la gente cómo puede o no puede usar las palabras, no responde bien. La idea es pensar en cómo afecta a las personas el uso del lenguaje", dice Leadbitter.

Lo que se puede decir entre amigos, como ya sabemos, no es exactamente lo mismo que se puede decir entre gente desconocida o en sitios públicos. Los medios de comunicación —que tienen una posición de poder en nuestra sociedad— no pueden comportarse en sus portadas como si estuvieran en la sala de su cassa. Podríamos asustarnos de cómo piensan y sienten otras personas. Podríamos asustarnos de cómo pensamos y sentimos nosotros mismos. Podríamos encontrar insoportables las vulnerabilidades de los demás.

Todas estas cosas podrían ser ciertas, pero también es cierto que mostrar amabilidad y sensibilidad con el lenguaje que usamos no debería suponernos una estricta imposición, sino que debería ser un requisito básico de nuestra humanidad.

*Los nombres fueron cambiados.

@oscarrickettnow