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Música

El estado de los festivales públicos de metal de Bogotá

Entre tediosos procesos burocráticos y la falta de presupuesto, los festivales de las localidades se mantienen con las uñas y con la ganas de hacer metal.

Bogotá es una ciudad que respira metal. Prácticamente en todos los puntos cardinales de la capital hay un grupo de mechudos que se reúnen para darle a sus instrumentos y eso nadie lo puede negar. Desde hace 30 años, la capital ha visto nacer y morir miles de bandas y desde mediados de los 90 se ha consolidado como uno de los lugares más importantes para el metal Sudamericano.

En este punto de la historia, es muy claro que la música extrema es más que una forma de entretenimiento. Es toda una cultura que no se queda quieta y está muy lejos de desaparecer. La inquietud de los metaleros por formar bandas, organizar conciertos, grabar discos, emprender negocios en torno a la música o simplemente ver toques en vivo, ha obligado a que la gente exija espacios que permitan todo esto.

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Para lograr de alguna forma atender esta necesidad, desde 1995 empezaron a nacer en las distintas localidades de Bogotá pequeños festivales cuyo fin era generar un espacio para difundir a las bandas locales. Las primeras localidades con su propio festival fueron Fontibón, Bosa y Kennedy; y poco a poco comenzaron procesos en el resto de la ciudad. Actualmente hay festivales en: Engativa, Rafael Uribe Uribe, San Cristóbal, Barrios Unidos, Suba, Puente Aranda, Usme y Ciudad Bolívar.

A medida que la acogida y las necesidades fueron creciendo, los festivales dejaron de ser un concierto y comenzaron a trabajar directamente con la comunidad. A través de estos se gestionan charlas, foros y talleres formativos en torno al metal que trabajan directamente con los jóvenes de la comunidad. Además se volvieron un espacio para descentralizar y acercar la música a la gente, ya que no todo el mundo tiene las mismas facilidades para ir al centro o a Chapinero, ni la misma plata para pagar entradas.

Estos festivales trabajan directamente con sus alcaldías locales y son gratuitos para que todo el que quiera pueda ir. Además, están pensados para que las bandas de las localidades tengan una tarima donde mostrarse.

En 2012 se creó la Mesa Distrital de Metal de Bogotá, la cual nació a partir de una alianza hecha entre varios de los festivales con el objetivo de formar, promocionar y circular el metal de la capital. Además organiza el Festival de festivales, que se hace en La Media Torta, y nomina bandas para Rock al Parque.

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Estos espacios han sido vitales para el sonido extremo y en teoría suenan como una cosa maravillosa, que funciona re bien. Pero en verdad el trabajo que se realiza desde cualquier festival siempre va cuesta arriba.

Al ser públicos, los festivales dependen del presupuesto que la Alcaldía Mayor y las locales le inyecten a la cultura. Esto los ata a un montón de procesos burocráticos y administrativos que entorpecen todo. Para lograr hacer el festival se necesita una figura llamada ejecutor, la cual se elige a través de una licitación. A veces la cosa sale bien y la organización cae en las manos de la gente que ha seguido los procesos por años, entiende las dinámicas de cada festival y tiene experiencia, pero a veces la cosa acaba manejada por alguien que no tiene idea ni de qué es el metal, ni de cómo organizar un festival de esta música.

Para acabar de complicar el asunto, según explica Enrique Rodríguez, de la organización de Usmetal (Usme), la dificultad para hacer un festival varía dependiendo de qué tan bien se lleven con el alcalde local. Los festivales no tienen alianzas políticas, ni siguen a algún partido en específico. O sea, no hacen politiquería y en Colombia eso es un problema.

Jasa Rhem, de Rock Hyntiba (Fontibón), dice cuando el ejecutor es un tercero, les toca ir a venderles la idea una y otra vez a pesar que el proceso tenga más de diez años. Básicamente toca ir a rogar. Rodríguez también explica que los mayores problemas pasan cuando se tramitan los permisos, ya que al ser un evento público, la policía exige que cada papel esté perfecto. Y cuando alguien sin experiencia hace la vuelta, pues el permiso se embolata y por ende el festival.

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Esto ha causado que el circuito de festivales locales sea prácticamente itinerante. Los festivales no se hacen todos los años ni tienen una fecha fija. Suceden cuando se pueda. O sea cuando encuentren apoyo o se puedan ejecutar todos los trámites sin muchos problemas.

En lo que va corrido de este año ya se han logrado realizar cinco: Fontibón, Puente Aranda, Usme, Barrios Unidos y Ciudad Bolívar. Pero según Rhem esto se logró gracias a que la organización venía con un proceso desde el 2016, o sea con la administración pasada. Desde que Peñalosa asumió su cargo se redujo el presupuesto de cultura y los procesos se congelaron. Rodriguez cuenta que este año lograron hacer el festival por las gestiones y alianzas que venían desde antes.

La Mesa de Metal se encuentra parada y según Rhem Idartes no se ha pronunciado al respecto, y la mesa está prácticamente muerta.

A la falta de presupuesto y los problemas de ejecución se le suman problemas internos y personales dentro de cada festival. Por ejemplo el festival de Bosa se dividió en dos tras querellas internas. Además no todos los festivales forman parte de la mesa.

Ese es el caso de Metal de las Montañas (Ciudad Bolívar), que lo realiza una organización llamada Movimiento Rock por los Derechos Humanos. Este año el festival celebró su edición número 17. Juan Carlos Prieto, dice que esto se alcanzó gracias a que el festival se logró institucionalizar, en parte gracias al trabajo hecho con las comunidades de la localidad.

Pero a pesar de todas las trabas burocráticas, financieras, políticas y personales, los festivales siguen en pie. Sí, se hacen de vez en cuando, pero se hacen. Los cinco que se celebraron este año tuvieron buena acogida e incluso le apostaron por subirle a la calidad técnica. O sea mejor sonido, mejor tarima y mejor organización. Una ciudad tan boleadora de mecha como Bogotá demanda estos espacios. Pero también demanda organización y apoyo. Y no solo del estado o la empresa privada, sino del público. Porque para muchos el metal no solo es cerveza y pogo, es una forma de vida.