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Mujer contra mujer

¿Por qué toda la familia arremete contra las niñas de la casa, incluso las mujeres de la casa?

Ilustración por Melissa Vásquez

¿Quién le dispara al indio? El vaquero, piensa uno automáticamente, cada vez que se pone sobre la mesa el tema de la violencia contra la mujer. Sin embargo, hace unos días, indagando cifras de Medicina Legal a propósito del Día de la Mujer, me tropecé con evidencia estadística que sugiere que las mujeres somos objeto de violencia intrafamiliar, no solo cuando un hombre es el agresor, sino también cuando quien no aguanta la tentación de descargar abusivamente la ira es otra mujer.

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Lo primero es confirmar que lo que todos nos imaginamos es cierto: la gran mayoría de mujeres lesionadas en un contexto doméstico son víctimas de un hombre, según Forensis 2013, el último informe consolidado de violencia en el país que ha publicado el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. El maltrato de pareja (que en este caso no cuenta a los compañeros homosexuales ya que el Instituto se acoge a la definición legal vigente de lo que constituye a una familia), es la modalidad que acapara el mayor número de lesiones dentro de la violencia intrafamiliar. Y, ahí, las mujeres constituyen el 87% de las 44.743 víctimas que arrojó el año 2.013.

Advierto de antemano que para hacer este análisis enfrenté una limitación: el Forensis no ofrece cifras que contrasten de forma clara el sexo de las víctimas con el del agresor, de manera que no siempre se puede saber si las mujeres fueron agredidas por hombres o por otras mujeres. Para lograr identificar el sexo del agresor, solo pude valerme de aquellas categorías donde el género del victimario era evidente: padre, madre, nuera, yerno, padrastro y madrastra. Sobre ellas se basa mi reflexión.

Las víctimas mujeres son también mayoría cuando la presentación de los datos permite distinguir como femenino el sexo del presunto atacante. Es decir, cuando el vaquero dispara, es mucho más probable que le apunte al indio pero, si el indio dispara, es también más probable que hiera a un indio. ¿Qué hace a las mujeres tan vulnerables dentro de sus casas como para ser el blanco predilecto hasta de ellas mismas?

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Son un blanco fácil: disponen de menos fuerza, suelen ser más bajitas y de complexión física mucho menos robusta. Eso puede explicar por qué una mujer adulta se animaría a pegarle a otra mujer adulta de su familia antes que a un hombre adulto: si el indio se sale de quicio, mejor le lanza la flecha a otro indio, que tenga flecha como él y se movilice a pie. No al vaquero, que carga revolver y anda a caballo.

Esto, sin embargo, no explica por qué, en 2013, cuando la violencia hacia un menor de edad vino de la madre, salieron lesionadas 1.474 niñas frente a 1.237 niños, teniendo en cuenta que antes de la adolescencia los segundos todavía no son más fuertes ni más grandes que las primeras.

El doctor Pedro Morales, subdirector de servicios forenses de Medicina Legal, argumenta frente a este punto que, habiendo vivido muy pocos años de vida, los hombres ya han recibido un entrenamiento para la defensa del que las mujeres casi siempre carecen. "Estoy seguro de que a usted su papá nunca le enseñó a pelear, así fuera en juego", me dice. "Mire, ¿qué juegan los niños?: al fútbol y otros campos deportivos en donde por muchos años las mujeres tuvieron vedado siquiera poner un pie".

La mayor parte de las niñas, en cambio, se recrean con muñecas, saltan lazo, patinan, juegan golosa. La apreciación de Morales está reforzada por el mismo Forensis, que reporta que la violencia interpersonal, un fenómeno predominantemente masculino tanto por sus víctimas como por sus presuntos victimarios, se evidencia con altísima frecuencia en medio de actividades deportivas.

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Por otra parte, Yolanda Puyana, profesora de la Universidad Nacional experta en género y familia, explica que las relaciones entre adultas de una misma familia pueden envenenarse por la competencia que se incuba entre ellas para obtener la aprobación masculina, particularmente en épocas en que el rol social femenino se ha diversificado visiblemente.

Ella ofrece como ejemplo el hecho de que, en la tradición de la familia colombiana, las mujeres solían atender acuciosamente las necesidades domésticas de los hombres: les tendían la cama, les cocinaban la comida, les lavaban la ropa y un eterno etcétera. Ahora, que las mujeres trabajan igual o más duro que sus parejas, resulta mucho más difícil para ellas seguir haciendo las tareas que los hombres pueden hacer para sí mismos y para el hogar. Eso no solamente crea conflictos de pareja que pueden terminar resolviéndose violentamente cuando el hombre siente que su esposa no brinda los mismos cuidados que recibe por parte de su madre, sino que además siembra hostilidad entre la una y la otra.

"En muchos casos los hijos han sido siempre el gran sueño cumplido de las mujeres. Muchas mamás son cabeza de familia y no tienen relación de pareja, entonces todo lo depositan en el hijo", asegura Puyana. "Por eso, cuando llega a la familia la joven que el hijo quiere, la madre entra en inmediata rivalidad con ella".

Y tal vez sea en parte de ahí que en el 2013, de los 15 casos en que una mujer lesionó a alguno de los padres de su cónyuge, solamente en dos ocasiones fuera el suegro la víctima.

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Hay una cosa curiosa de la violencia intrafamiliar cuando se miran las agresiones cometidas por ambos sexos: la única etapa de la vida en que los hombres son lesionados en mayor número que las mujeres es la infancia. Entre los 0 y los 9 años, fueron agredidos 2.053 niños, mientras que 1.599 niñas lo fueron también. La tendencia se revierte cuando niñas y niñosentran en la adolescencia y, cuando ya están entre los 15 y los 17 años, el número de mujeres afectadas casi duplica el número de hombres lesionados (1.660 muchachas y 893 muchachos victimizados).

Aquí es donde la sexualidad, coinciden los dos expertos consultados, se vuelve el factor más prominente de la vulnerabilidad femenina ante la violencia de sus seres queridos y en particular de la madre. Muchos padres comienzan a hacer lo posible por retrasar hasta cuando puedan la iniciación sexual de su hija adolescente, cosa que no pasa hoy con los hijos, ni pasó ayer con los papás, abuelos y tatarabuelos que perdieron la virginidad en el prostíbulo al que los había llevado su padre para que consolidaran su hombría. Además de eso, las niñas comienzan a ver coartada su la libertad porque a sus padres les preocupa que ellas sean objeto de una agresión sexual en la calle, y así se ambientan conflictos domésticos de muy difícil manejo.

"Porque tu hermano no va a volver a esta casa embarazado ni violado", respondía mi mamá cuando yo le exigía, enfurecida a los quince años, que justificara el hecho de que me estuviera negando un permiso para ir a una fiesta o a un paseo al que mi hermano iría sin siquiera haber tenido que pedir permiso.

Las señoras de edad que pasan por el parque del barrio del doctor Morales miran con suspicacia a las niñas que han formado un equipo de microfútbol; las esposas y las nueras pelean por el amor del hombre de la casa, y las mamás no renuncian al asfixiante empeño de cuidarle la virginidad a sus hijas adolescentes. Según la profesora Puyana, las mujeres defienden el orden patriarcal porque es la esencia de la cultura y cualquier ser humano de este mundo reproduce su cultura puesto que la interpreta como la única realidad posible.

Tal vez no baste persuadir a las conciencias masculinas para alcanzar el impacto familiar perseguido por iniciativas internacionales como la que hoy nos convoca. "En lo que a la mujer concierne" escribía Simone de Beauvoir, "su complejo de inferioridad adopta la forma de un rechazo vergonzoso de su feminidad".

Sigue a Verónica en Twitter como @veronica_ucros