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Música

Fui con mi hija al Baum Festival

"Es difícil, sí, pero no imposible: se trata de ceder un poco y construir puentes de confianza, diálogo y comunicación".

*Fotos por Cesilio G.

Este artículo fue publicado originalmente en Thump, nuestra plataforma de música electrónica. Me llamo Liliana, tengo 48 años, y el pasado fin de semana fui por primera vez a un festival de música electrónica. Vanessa, mi hija, desde hace un tiempo está metida de lleno en este tipo de fiestas. El miércoles pasado me dijo que el sábado nos íbamos para el Baum Festival, una invitación un poco imperativa y que llegó de la nada, pero que vi como una oportunidad de compartir con ella, de adentrarme en su mundo.

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De joven me gustaba mucho la fiesta, salía bastante a conciertos y a bailar con amigos. ¿Festivales? Nunca en la vida. Lo más similar fue el recordado Concierto de Conciertos, al que fui hace unos 30 años y en el que se presentaban todos los artistas famosos del llamado 'rock en español' de la época: Hombres G, Los Toreros Muertos, Poligamia, Soda Stereo… Yo estaba en la universidad y armé plan con mis amigos. El día anterior se nos fue desocupando latas de Coca-Cola con una jeringa y reemplazando el contenido con aguardiente, porque no dejaban entrar licor al concierto.

Llegué a hacer la fila del Baum Festival a eso de las 6:00 de la tarde y esperé casi 45 minutos para entrar. Llegué sola y con una mezcla de ansiedad por enfrentarme a que me miraran como un bicho raro, y curiosidad por descubrir qué podía ser diferente. Sin embargo, todos estaban tan inmersos en su cuento que pasé inadvertida y fue una fila como cualquiera, como las muchas que hice en mis épocas de rumba; una fila como la del Concierto de Conciertos, llena de grupos de amigos, reencuentros con viejos conocidos, citas cumplidas, 'guaro'… Me sorprendió no encontrarme con pintas locas o pelos de colores. Todo era normal, por lo menos para la imagen que tenía de un festival de música electrónica.

Cuando entré, me encontré con un sitio perfectamente organizado, nada que ver con lo que me esperaba. Mi etapa de exploración me pedía recorrer cada rincón posible y mirarlo todo, fijarme en cada detalle y vivirlo y disfrutarlo a mi manera. Me guió mi hija. Fue lo máximo compartir con ella porque sentía lo importante y especial que era para ella mi intromisión. Es posible construir espacios con nuestros hijos que nos permitan conocer sus mundos para poder entenderlos. Es difícil, sí, pero no imposible: se trata de ceder un poco y construir puentes de confianza, diálogo y comunicación.

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Bailamos un rato en el primer escenario. Ojos cerrados, brazos arriba, gente bailando sola, gente bailando en círculo, cada quien disfrutando la música a su modo. ¿Qué sentía? La euforia colectiva, los sonidos retumbantes y repetitivos, un poco impersonales para mi gusto, pero en últimas un mismo idioma para ellos. Sentía igualmente que nos miraban con curiosidad, pero el universo de la música nos acoge a todos, a todas las generaciones, porque es un lenguaje universal.

Cuando fuimos al escenario Jardín paré a fumarme un cigarrillo. Un joven se acercó a pedirme candela y después me preguntó si tenía 'popper'… a mí. Pero aquí soy una más, no hay diferencias notables entre las miles de personas presentes. Cada una vive la fiesta como la siente. Yo, por ejemplo, la viví con la satisfacción inmensa de estar compartiéndola con mi hija, disfrutándola y divirtiéndonos juntas. ¿Cuántos papás no quisieran poder tener una experiencia como la que yo viví con Vanessa para tener una idea real y cercana de lo que viven nuestros hijos, y hasta por qué lo viven? ¿Cuántos jóvenes sienten la confianza de compartir este tipo de ambiente con sus padres?

Yendo al festival enfrenté mis demonios. Lo que en mi caso ha satanizado al mundo de la rumba y la música electrónica ha sido mi desconocimiento e ignorancia. Siempre he relacionado este mundo con la droga. Creo que son las asociaciones que como padres hacemos entre la música, su estética y lo poco que sabemos de las drogas… E incluso me arriesgo a decir que por la falta de interés en lo que sucede alrededor de nuestros hijos.

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Mi deseo más profundo es que la droga no exista, pero desafortunadamente es tan real como la música misma; y siendo una realidad, entiendo que la responsabilidad está en la educación, en la formación en valores y el diálogo claro y abierto frente al tema. Es importante abrir nuestras mentes y corazones a las inquietudes y dudas de nuestros muchachos, y esto en últimas se verá reflejado en cómo formamos a seres autónomos y responsables.

Teniendo esto en cuenta, me llamó la atención una de las carpas que estaban a la entrada del festival, la de Échele Cabeza. Es un trabajo interesante que por lo menos promueve y hasta asegura un consumo seguro y responsable de sustancias; un trabajo que puede evitar problemas graves de sobredosis e intoxicaciones. Allí vi a gente comprometida tratando de orientar a las personas que llegaban a testear sus drogas. La gente de Échele Cabeza se sorprendió de que una mamá estuviera conociendo su trabajo porque, según me comentaban, este tema es tan difícil de manejar que los padres prefieren ignorarlo. Prefieren sentir el temor en silencio y convencerse de que son cosas que le pasan a los otros, nunca a uno.

La del Baum Festival fue una experiencia que viví con la mente abierta y de la que aprendí varias cosas clave: la primera es que hay una inmensa necesidad de construir relaciones fuertes con nuestros hijos, relaciones llenas de confianza, honestidad y responsabilidad; entendí también que la soledad de nuestros jóvenes no es una elección de ellos y que quizá esperan poder compartir situaciones de sus vidas que nosotros como papás nos negamos a aceptar; aprendí que yo también rumbeé, que las historias se repiten en diferentes escenarios y con diferentes actores, y que el olvido permite que se juzgue; y por último, comprendí que aunque la música es universal, sus rituales se viven de una manera tan personal que no permiten un análisis diferente al de simplemente vivirlos.