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Noches de insomnio con Gavin Haynes: Me siento mal porque el papa dejó a Dios colgado

Ahora el jugará una infinidad de hoyos de golf y, al ver los senos de su enfermera, se preguntará si todo esto en realidad sucedió.

Al último lo tuvieron que sacar en una caja. Tres cajas, de hecho. Una de las múltiples ventajas de ser papa (no el tubérculo, obvio) es que no te entierran en un féretro y ya. Tienes tres, con tu cuerpo encapsulado en el más pequeño de estos como si fuera una peña matrioshka esperando ascender al reino entre las nubes. No es como en el judaísmo donde todos reciben la misma caja barata de pino.

No, los católicos hacen las cosas bien. Al menos solían hacerlo, hasta que el papa más conservador de la época moderna decidió que era momento de romper el molde. Esta vez, Benedicto XVI saldrá de ahí como el primer papa que renuncia a su puesto, en 600 años. Fue electo como el representante de Dios en la Tierra; una lata humana al final de un cable por el que el Todopoderoso nos hacía saber lo mucho que los homosexuales lo ofendían. Ahora, el papa va a renunciar. Básicamente, le colgó el teléfono a Dios. Hace falta tener huevos para hacer eso. Huevos de verdad.

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¿Cómo será recordado su reinado? En resumen, fuera de este gran gesto no será recordado. Benedicto llegó, e igual que Dios vio que todo estaba bien, e igual que Dios, decidió no hacer nada. Regresó a sus libros. Hizo como si nada de esto estuviera pasando a su alrededor. Naturalmente, nadie elige al papa por su plataforma modernizadora. Podrán ser “progresistas”, pero sólo porque progresan hacia 1831. Aún así, dadas las señales de los tiempos que explotaban a su alrededor, este hombre pudo al menos haber dado un discurso sobre el cambio; tomado, bifurcado apariencias y realidad.

Puede que la historia no lo juzgue amablemente, pero definitivamente hay lugar, a nivel humano, para racionalizar su inacción. Parece que el hecho de ser nombrado papa puede producir una parálisis. Es como despertar con un segundo pito. O descubrir que puedes volar.

¿Ser la mano derecha de Dios en la Tierra? Eso es algo fuerte. Tanto que el efecto debe ser como fumarte una bolsa de mota con una manzana una tarde lluviosa de sábado. Simplemente desarrollas esta conciencia inercial, te vuelves tan hiperconsciente de todos tus actos que terminas paralizado, y tus pensamientos dan vueltas y vueltas sobre la misma rueda de tu imaginación. Dios mío. No puedo creer que esto sea real. ¿Esto realmente está pasando? ¿Es esta mi vida? No puedo creer que soy el papa. Soy. El. Papa. El paaaaaaapaaaaaaa. ¿Son estas mis manos? Dios mío. No puedo creer que esto sea real.

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Benedicto no pudo cerrar esa brecha entre un primer mundo cada vez más liberal, y un tercer mundo que, en muchos sentidos, ha seguido retrocediendo en los últimos 30 años. Quizá ningún hombre habría podido reconciliar esta disparidad. Por ejemplo, Rowan Williams; el primer Arzobispo de Canterbury, quien ni siquiera creía en Dios. Ni siquiera alguien como él pudo cuadrar el círculo entre las partes progresivas y conservadoras de su organización.

Ahora, Benedicto está solo. Es un ex papa. Dejó de ser el papa. Ha decidido colgar el sombrero picudo. Ahora las llaves del papamóvil pasarán a alguien más joven. De ahora en adelante, cuando le diga a los jóvenes africanos que la mejor manera de protegerse del sida es con la abstinencia, ellos podrán reír de su ingenua virginidad sin temor de que los parta un rayo. Será sólo un viejo amargado con un par de agujeros negros infernales por ojos. Nada que temer.

Para ser un viejo de 85 años, ha llevado una vida bastante frenética. Sin embargo, después del 28 de este mes, su más grande interrogante será una personal: ¿cómo ocupar su tiempo? Muy pronto, como todos los grandes hombres que se han retirado en la cima, sufrirá de ese trastorno crónico e incurable: el aburrimiento del millonario.

Exiliado en algún paraíso fiscal en el trópico, Ratzinger jugará un sinfín de hoyos de golf con Richard Branson, Bill Clinton y Tony Blair. Quizá contemple la idea de fundar una organización en su nombre. Escribir sus memorias. (“La primera vez que conocí a Nelson Mandela quedé profundamente inspirado. Ésta era una persona con una calidez única, que tuvo que enfrentarse a grandes obstáculos…”)

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Al poco tiempo tendrá un bronceado permanente. Se volverá ligeramente adicto a los tranquilizantes. Subirá de peso. Perderá peso. Se pondrá en forma. Se interesará en los ovnis. Se dejará una barba. Hará algunos comerciales. Después, cuando comience a mirar las frágiles tetas de su enfermera como si fueran una esfera de nieve perdida, se preguntará si todo esto realmente pasó. Dios mío. ¿Realmente hice eso? ¿Todas esas personas? Millones de seguidores.  El cónclave. ¿Y yo estuve ahí, en medio de todo? Infalible. ¿Realmente ocurrió? Yo. ¿El papa? ¿Son éstas mis manos? ¿Mis artríticas manos? Se ven tan grandes. Se ven muy, muy grandes y… eh… todo se siente demasiado surreal…

A diferencia de los arzobispos de Canterbury, no hay una casa de retiro en la que se pueda encerrar. De hecho, dado que no existe un protocolo, los problemas de sucesión se convierten en problema de poder político: al igual que el Duque de Windsor, será exiliado a las Bahamas para asegurarse de que no pueda regresar y destronar a su sucesor.

The Guardian cree que el cardenal de Ghana, Peter Turkson, es el favorito para tomar la silla. Paddy Power coloca al cardenal Marc Ouellet de Canadá como favorito, pero no olvidemos que Paddy Power también tiene a Joseph Aloisius Ratzinger como posible director técnico del Chelsea. Supongo que la tarea de cuestionar a Dios nunca será fácil.

Sigue a Gavin en Twitter: @hurtgavinhaynes

Imagen por Marta Parszeniew.

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