Hablamos con la fotoperiodista de guerra Lynsey Addario acerca del miedo y la resiliencia femenina

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Hablamos con la fotoperiodista de guerra Lynsey Addario acerca del miedo y la resiliencia femenina

"En un cierto punto cuando estás secuestrado, no tienes el poder de hacer absolutamente nada. El único poder que tienes es escuchar a tus captores y hacer lo que sea que te pidan".

Todas las imágenes © Lynsey Addario / Getty Images.

"Libia era increíblemente violento", empieza diciendo la fotoperiodista Lynsey Addario. Instantáneamente nos llevó a un mundo totalmente diferente al de las conversaciones civilizadas a la hora del almuerzo y de los ruidos que hace la vajilla en el club privado en Londres, en el que estamos. Nos transportamos a marzo 16 de 2011, cuando Addario y otros tres colegas del New York Times fueron secuestrados por las fuerzas armadas pro-Gaddafi.

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"Nos amarraron, nos vendaron los ojos y nos golpearon", dice ella, tan calmada como cuando pidió un café con leche hace apenas unos minutos. "A mí me pegaron puños en la cara repetidamente y me amenazaban con ejecutarme. Me manosearon una y otra vez, básicamente cualquier hombre con el que entraba en contacto, fueran mis senos o mi cola, o tocándome por encima de los jeans. Nadie me quitó la ropa, no me violaron. Pero como mujer, mi miedo durante toda la semana que me tuvieron secuestrada era que existía la posibilidad de que sí me violaran. Ese era mi máximo miedo".

Desde hace ya unos veinte años, el trabajo fotoperodístico intrépido de Addario la ha llevado desde Afganistán a Irak, al Congo, a Senegal y a Gaza. ¿Cuál es su lente? Buscar la experiencia femenina, o, en sus propias palabras, "mirar a las mujeres desde un ángulo más amplio".

Como el título de su nueva autobiografía "Es lo que yo hago". Y exactamente cómo lo hace, en una industria indudablemente dominada por los hombres, a pesar de los múltiples secuestros y experiencias al borde de la muerte, en adición a su embarazo y la maternidad, es precisamente la razón por la cual está frente a nosotros, hablándonos. Yo no soy la única que está fascinada por sus historia. Los rumores dicen que Steven Spielberg dirigirá una película biográfica basada en su libro, protagonizada por Jennifer Lawrence. Ya te puedes empezar a imaginar los carteles de la película.

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Mientras hablamos sobre el título completo de la película Es lo que hago: La vida de amor y guerra de una fotógrafa, la cuestión del amor, especialmente el amor en tiempos de guerra, surge inmediatamente. "Siempre hay una sensación de que…", tambalea ella antes de corregirse a sí misma, "que uno puede morir en cualquier momento. Me sentí muy vulnerable en esos momentos. También ha sido una lucha durante toda mi carrera el tratar de entender cómo balancear el amor y tener una vida personal, y tener una profesión que demanda tanto".

VICE: En el libro, hablas sobre cómo los hombres con los cuales trabajaste de cerca tenían esposas y novias en sus hogares, mientras que las mujeres habían decidido no tener ese tipo de esquemas. Cuéntame un poco acerca de eso.

Lynsey Addario: Pues, no es como que lo hayamos escogido así. Yo y mis colegas mujeres tuvimos muchas dificultades para encontrar un hombre que se soportara nuestros horarios, especialmente después del 11 de septiembre. Había muy poca gente que regresaban a sus casas cuando estaban cubriendo estas guerras: hubo la guerra en Afganistán que después llevó a la guerra de Irak y que fueron increíblemente intensas. Yo estaba por fuera de mi casa casi 300 días al año, y la mayoría de los hombres no van a esperar a una mujer que básicamente nunca está en la casa.

Acerca del tema de la división de género, uno podría asumir, sea correcta o incorrectamente, que ser mujer en una industria notoriamente dominada por hombres, en escenas de conflicto que también están dominadas por los hombres, significa que tienes que trabajar dos veces más fuerte.

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Creo que es una profesión muy competitiva, pero todos tienen que trabajar muy fuerte. Creo que he tenido que demostrarme a mí misma y a mis colegas de lo que soy capaz, y no tanto a mis editores, irónicamente. Yo no estaba tomando fotos para complacer a mis colegas, a mí no me podía importar menos si me aceptaban o no, yo estaba tomando fotos para contar una historia. Sin embargo, quieres que tus compañeros te acepten porque estás en estos lugares remotos y solitarios y quieres poder estar con ellos.

Empezaste tu carrera como fotoperiodista de guerra en el año 2000 cuando viajaste a Afganistán sin una sola petición de artículo por parte de algún medio. ¿Qué estaba pasando por tu cabeza cuando compraste ese tiquete de avión?

Pues, a mí nunca me criaron con inhibiciones de miedo al fracaso. Creo que todo siempre parece peor desde afuera que cuando tú lo estás viviendo. Tenía curiosidad, quería ver cómo estaban viviendo las mujeres. Quería ver si la vida realmente era tan mala como se pensaba en occidente y lo que las mujeres mismas pensaban al respecto.

Has escrito que, como mujer, has podido acceder a lugares que ningún hombre o miembro Talibán ha podido entrar en Afganistán.

Primero que todo, el Talibán puede entrar a cualquier lugar que quiera, pero, por sus creencias de que las mujeres no pueden ser vistas por hombres que no sean parientes, no entran a un hospital de mujeres, por ejemplo, o a hogares solo de mujeres. Esas son el tipo de escenas que pude ver, que mis colegas hombres no pudieron. Para mí, eso inspiró mi carrera de cubrir temas femeninos.

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Has viajado extensivamente y has visto a mujeres en las circunstancias más extraordinarias. ¿Qué has aprendido acerca de la experiencia universal de ser mujer?

He aprendido sobre la resiliencia de las mujeres y qué tan increíblemente fuertes son. La mayoría de las mujeres son construidas para sobrevivir. Hay una necesidad biológica y visceral de cuidar de nuestros hijos. He visto a las mujeres más increíbles, en las circunstancias más vulnerables y se han vuelto modelos a seguir para mí. En cada situación difícil en la que he estado, recuerdo a las mujeres en la República Democrática del Congo, las mujeres de Darfur, las mujeres de Afganistán, y las mujeres de Irak que he entrevistado en el camino y que han sobrevivido.

Un ejemplo muy poderoso es la fotografía que le tomaste a la mujeres en el Este del Congo en 2008 con sus dos hijos…

…Bajo la red de insectos, sí. Esos niños nacieron de múltiples violaciones masivas. Y ella los estaba cuidando con todo el amor del mundo.

Dices que cuando te enteraste de que estabas embarazada, pensaste que tu vida se había acabado. ¿Realmente pensaste que tu carrera se había terminado?

Sí. Y sabía que recibiría muchas críticas por escribir eso de manera tan abierta, pero estaba aterrorizada. No conocía a ninguna mujer que estuviera haciendo el mismo trabajo que yo, que siquiera tuviera novio, mucho menos que estuviera a punto de tener un hijo.

A pesar de ese miedo, lo hiciste. De hecho, estabas trabajando en Gaza a los siete meses de embarazo. Las mujeres que trabajan en la guerra, tienen que lidiar con muchas críticas cuando se trata de tener un trabajo y una familia, y sin embargo nunca les preguntan a los hombres: ¿por qué decidiste ser padre?

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Sí, claro, hay una doble moral total. Para mí, cuando estaba embarazada, tenía tanto miedo de perder mi identidad, perder todo aquello que he construido en mi vida con esta vocación que encontré desde que tengo 21 años. Entonces, cuando estaba embarazada, quería aferrarme a mi identidad lo más que pudiera. Hice las investigaciones que me tocaba en cuanto a hablar con los doctores, y yo no estaba en combate, estaba en las mismas situaciones en las que estaban las mujeres en Somalia, en Afganistán y en Gaza que dan a luz todos los días. No sentía que estuviera tomando un riesgo muy loco. Uno puede monitorear su embarazo sin importar dónde esté…

Cuando una mujer se va a la guerra teniendo a niños en la casa la gente le dice "¿cómo puedes hacer eso, cómo puedes dejar a tus hijos solos en la casa?" Pero casi todos los hombres que están en el campo de batalla tienen a niños en la casa y nadie les pregunta cómo pueden hacer eso. He tenido colegas que se han muerto y han dejado a sus hijos sin un padre. Nadie les dice "¿cómo se pudo haber ido a la guerra?" Este es un tema del que se tiene que hablar.

Escribiste en el libro: "hasta que no te lastimen, te disparen o te secuestren, crees que eres invencible". En Libia, en 2011, esta se volvió una realidad para ti. ¿Qué te pasa por la cabeza en ese punto de la captura?

En el momento inmediato que me bajaron del carro fue como: ¿qué carajos estoy haciendo en Libia? ¿Realmente me importa tanto esta historia? ¿Volveré a ver mi cámara? ¿Qué va a pensar mi esposo? Es todo lo que pensarías en el momento de la muerte. Y luego hay una paz interior muy extraña, te resignas al hecho de que realmente puedes morir. En un cierto punto cuando estás secuestrado, no tienes el poder de hacer absolutamente nada. El único poder que tienes es escuchar a tus captores y hacer lo que sea que te pidan.

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¿Cómo ha cambiado el Estado Islámico las cosas para tu industria?

Su presencia ha cambiado las apuestas, 100 por ciento. Ellos están persiguiendo, especialmente, a los periodistas. Solía haber un respeto que, inclusive en las guerras civiles, la gente siempre respeta a los periodistas como observadores neutrales. ISIS no tiene ningún tipo de respeto por el periodismo. De hecho, nos ven como piezas para apostar. No hay manera de negociar con ISIS. No tienes una segunda oportunidad.

¿Alguna vez crees que va a ser demasiado difícil hacer lo que tu haces?

No. Nunca decidiría tirar la toalla, porque no te puedes alejar de este tipo de trabajos así como así. Es lo que yo soy.

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