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Estados Unidos está haciendo promesas militares que tal vez no puede cumplir

El país se dispone a desplegar un equipo nuclear en la península coreana en un alarde de fuerza. El problema es que, si las cosas se complicaran mucho en otros frentes, Estados Unidos no podría cumplir con todas sus promesas militares.

Este artículo fue publicado originalmente en VICE News, nuestra plataforma de noticias.

La semana pasada Corea del Norte dejó caer un artefacto nuclear en su cuarto ensayo y enfureció a la comunidad internacional, que ha denunciado en masa al régimen de Kim Jong-un.

Estados Unidos se sumó al clamor global con otro alarde de poder nuclear y sacó un B-52, un destructor atómico, a pasear por el litoral coreano. El gesto de los estadounidenses es una forma rotunda de afirmar que en este juego hay lugar para dos jugadores, a la vez que parece sugerirle a Corea del Norte que si quiere meterse en un lío nuclear, le conviene pensarlo dos veces antes de hacerlo contra Estados Unidos.

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Además del vuelo de reconocimiento, ha habido un repunte en el debate sobre si Estados Unidos debería o no enviar más armamento nuclear. Un gesto que serviría no solo para respaldar a las tropas estadounidenses en Corea del Sur, sino también para invitar a los norcoreanos a reflexionar antes de poner otras ideas en práctica, como la de cruzar la zona desmilitarizada (DMZ) que separa ambos países. En otras palabras, se trata del clásico ejercicio de disuasión.

Lo cierto es que la presencia militar de Estados Unidos en Corea del Sur ya es bastante grande. Hay aproximadamente 28.500 soldados estadounidenses junto a las tropas surcoreanas, cuyos números alcanzan los 650.000 soldados. Aunque cabe preguntarse ¿son 28.500 muchos soldados o no? Y si lo son ¿en relación a qué? Y ¿qué se supone que puede hacer un escuadrón extra de bombarderos?

Por último, ¿qué hay de Kim Jong-un? Hay que preguntarse qué se pensaría el líder norcoreano después de observar la furiosa reacción internacional. ¿Acaso cogió el teléfono y llamó a su cúpula militar? "No chicos, todo se cancela. Estados Unidos dice que va a mandar una docena de jets y yo no me puedo arriesgar, así que voy a prohibir la invasión a Corea del Sur. ¿A alguien le apetece ir a jugar bolos?"

Si las cosas se ponen realmente feas en Corea, puedes apostar a que los 28.500 soldados estadounidenses no se van a quedar sin compañía. En tal caso, el total de las tropas de Obama se desplegarán inmediatamente frente a la península coreana para sumarse a sus colegas surcoreanos y hacer frente así al millonario ejército de Kim Jong-un, que dispone de 1.2 millones de hombres.

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Teniendo en cuenta las cifras de efectivos, no parece que la actual fuerza militar de Estados Unidos en Corea del Sur tenga como objetivo detener al formidable ejército norcoreano sin más ayuda. Parece, más bien, un movimiento de trampa.

Para algunos, una trampa significaría desplegar a las tropas en plena zona desmilitarizada. Y hacerlo en puestos de avanzada diseminados por toda la frontera. En tal caso, la teoría es que cualquier ataque en la zona desmilitarizada provocaría, inevitablemente, la muerte de soldados estadounidenses; lo cual, como es de esperar, desataría la furia de las tropas de Obama.

Sin embargo, en este caso, empleo el término "trampa" de un modo un poco más amplio, para referirme a las tropas estadounidenses que quedarían afectadas por el fuego cruzado si se desata la lucha, aunque no estén localizadas físicamente en la zona desmilitarizada.

Sea como sea, si los norcoreanos llegan con suficiente fuerza como para provocar el retroceso de las tropas desplegadas, entonces, esa sería la señal para que el resto del ejército estadounidense apareciera lo antes posible en el frente, y hacer lo único que se puede hacer en semejante escenario: enzarzarse en una guerra colosal.

En este contexto, el propósito de la trampa, por pequeña que sea, no sería otro que provocar un puñado de muertes heroicas para así, acto seguido, poder invocar el poder destructor de los camaradas que comparecerían de inmediato y vengarían a los caídos.

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Sin embargo, en la práctica se considera que las trampas son el antídoto contra la clase de invasión por milímetros como la que hizo Vladimir Putin con su legendaria ofensiva contra los Pequeños Hombres Verdes, durante su apoteósica invasión de Crimea en 2014. Básicamente, disponer de trampas en forma de tropas desplegadas en los lugares adecuados, intimida a tus adversarios y les obliga a ejecutar estrategias obvias, lo que te da ventaja y te permite detenerlos en sus movimientos obvios.

Pero volviendo al tema de Corea, incluso en caso de que alguien hubiera una ofensiva descarada, sería improbable que Estados Unidos enviara a muchos más efectivos. Hay que recordar que Estados Unidos no se rasgó las vestiduras durante la lucha en Irak y Afganistán.

Por otro lado, Estados Unidos tiene otros compromisos militares repartidos por todo el planeta que exigen la presencia de tropas.

Se trata, en definitiva, de la gestión de los frentes abiertos, de priorizar las operaciones en función de los recursos disponibles para poder abordarlos cuando sea posible, evitando implicarse de forma simultánea en todos ellos y evitar así llevar el país a la ruina.

Supongamos por ejemplo que a Rusia le diera por armarla en Europa y que, de repente, Estados Unidos tenga que mandar a unos cuantos cientos de miles de soldados. Entonces en Corea del Norte tendrían bastante claro que ese sería el momento de seguir afilando su inteligencia y de organizar su propia invasión a Seúl, lo cual obligaría a Estados Unidos a mandar todas sus tropas allí.

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Entonces, ¿qué pasaría si de pronto a China le diera por encender los ánimos en Taiwán? ¿Y si a Irán le da por hacer algo? Entonces Estados Unidos se quedaría con lo que ya tiene, muy apretado de fuerzas, e incapaz de hacerse cargo de ningún otro frente.

Si Estados Unidos está atado de manos con dos guerras, entonces los adversarios número tres, cuatro y cinco lo tendrían bastante fácil. Llegados a este punto, tenemos que dejar las cosas bien claras y comprender qué es lo que ha subyacido bajo todos los conflictos armados a los que hemos asistido durante las últimas décadas.

En el más negro de los escenarios (y posiblemente el más improbable), el desmoronamiento del orden internacional degenera en un abominable cruce entre una Tercera Guerra Mundial y disturbios a escala masiva: todos los servicios de emergencia están con las manos atadas y la situación se convierte en un estrepitoso caso de delincuencia a escala global.

Un segundo escenario, también muy derrotista, sería el de una nueva recesión económica provocada bien por el aumento de una deuda que podría estar relacionada con un esfuerzo militar desmesurado o por la recaída en una nueva financiera. Sea como sea, si se produce una gran demanda de fondos y los depositarios se dirigen al banco de las garantías aseguradas que cuenta con el inevitable respaldo de Estados Unidos, pronto cundiría el pánico y todo, también, las fuerzas militares estadounidenses colapsarían. Entonces, la catástrofe podría vislumbrarse a la vuelta de la esquina.

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En este supuesto, poco probable pero posible, ¿qué instrumentos tiene Estados Unidos para evitar el hundimiento?

Una buena estrategia consistiría en tener una enorme cartera de aliados de confianza. Cómplices que se impliquen y contribuyan a la causa siempre que se les necesite. Pero no hay que olvidar el hecho de que un considerable número de países han dejado que su ejército se oxide mientras disfrutan del abrigo estadounidense y de sus garantías de seguridad. Por eso, podría suponerse que tales estados no estarían a la altura en caso de que la sangre llegue al río. La conclusión es que Estados Unidos debería de apoyar incondicionalmente el aumento de la inversión militar por parte de sus aliados.

Otra opción para Estados Unidos consistiría en postergar todas las guerras en las que interviene y dedicarse a ponerles fin. Pero la historia reciente, en particular la de la última década, nos daría la incontestable medida de cuál es la tolerancia estadounidense en cuanto al compromiso militar a largo plazo.

Supongamos que la última década hubiese sido una década de lucha continua en la que el ejército hubiera padecido varios miles de bajas al mes, en lugar de padecer ese número de bajas en toda una década. En tal caso, la idea de sobrevivir al caos resulta ligeramente menos atractiva.

O, claro está, siempre queda la opción nuclear. Si las cosas se ponen feas, entonces Estados Unidos podría batallar y vencer una docena de pequeñas guerras al mismo tiempo, de las cuales 11 serían victorias nucleares. No hace falta decir cual sería el inconveniente de optar por este escenario.

Volviendo al paseo de los B-52, Estados Unidos tenía muy claro qué clase de mensaje quería mandarle a Corea del Norte, un mensaje imperativo para disuadir un ataque nuclear.

Pero, lo más inquietante de la posición de Estados Unidos bajo el clima de amenaza nuclear, es que Estados Unidos ha garantizado la seguridad de muchos más países de los que realmente puede proteger al mismo tiempo. Y en el improbable caso de que todas las catástrofes hipotéticas contempladas llegaran a producirse, la gran y solitaria superpotencia mundial podría terminar descubriendo que no tiene tantos súperpoderes como pensaba.

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