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Música

Amor eterno para nuestro divo latinoamericano, un homenaje a Juan Gabriel

Hoy América Latina tiene una sola bandera, está llena de lentejuelas y a media asta.

Recuerdo muy bien la imagen de mi madre llorando y cantando “Amor eterno” en las comidas familiares. Yo tenía diez o doce años, estaba sentada frente a ella en una mesa larga que también congregaba a mis tías y algunos primos. Todas las señoras lloraban. Recuerdo una incomodidad infame, a mis escasos años de experiencia aquel drama me parecía sencillamente injustificado, exagerado e incomprensible; detestaba “Amor eterno” durante mi infancia. Con el paso de los años comprendí que aquella inexplicable conducta de mi madre no era tan exclusivamente suya. Es decir, mi madre acumula en su vida una serie de experiencias que conectan con esa melodía, con su letra y con toda la idea de la canción, pero cada que la escucha comparte esa inexplicable emoción que la lleva hasta el llanto, igual que a las millones de almas que se le cuadran a esos versos cuando comienzan.

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“ Prefiero estar dormido que despierto de tanto (y tanto) que me duele que no estés”

En el panteón de los más grandes compositores mexicanos (bastante nutrido), han habido muchos que han compuesto verdaderos monumentos sonoros a nuestra nación… pero sólo son algunos los que componen monumentos para su gente y entre los más incisivos están los de Juan Gabriel. Pocos como él, que embiste las emociones del mexicano, las soba, las amasa, y en el camino va moldeando su sensibilidad. El Divo de Juárez no sólo fue un compositor cuyas exploraciones han sido de importantísima trascendencia en México, sino que fue uno de sus más importantes creadores de cultura. Juan Gabriel, como artista, como genio y como figura, trazó varios aspectos de la vida que hoy, los mexicanos contemporáneos, reconocemos como nuestra. Creó cultura y creó sentido, dibujó ese "México que se nos fue". Es él quien nos ha dado la oportunidad de reconocernos en la grandilocuencia, de sentirnos parte de una tradición musical hegemónica y esa supremacía ha sido regiamente gobernada por Juan Gabriel.

Hoy está sentado a la izquierda del Padre por incontables razones. Mi amigo Juane Díaz me dijo: “Juan Gabriel es uno de los principales responsables de la reconciliación entre la música de concierto y la música popular que siempre habían estado divorciadas. Juan Gabriel debería ser un referente para demostrar que la inteligencia no está peleada con lo popular”. Él es quien supo hablarnos, quien ha puesto palabras a las emociones de millones de norte a sur, en este país y en este continente, y de punta a punta entre los diferentes océanos. Ahí donde no encontramos consuelo, ahí donde la realidad se nos revela sofocante e inmisericorde, siempre ha estado Juan Gabriel; en esas composiciones épicas con trompetas estridentes, berreantes, y esos arreglos que, en su finísima arquitectura, siempre, siempre, nos han incluido.

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En su música nos ha acogido, y todos — hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes; mestizos, negros, blancos, indios; incomprendidos, privilegiados, clasemedieros, los del barrio, los juniors, los mojados, los inmigrantes, los turistas, los extranjeros; empresarios, obreros, artistas, poetas; marginados, homosexuales, heterosexuales, amos de casa, secretarios, prostitutos, disidentes, delincuentes, intelectuales, etc. —hemos mamado de esa generosa teta que es universal. Juan Gabriel es ese símbolo en el que todos los mexicanos nos reconocemos. Se ha ido el último de nuestros grandes compositores, uno de nuestros más completos artistas. Nuestra pérdida es del tamaño de su genio, inmensa e indecible.

“Hoy me he despertado con mucha tristeza, sabiendo que mañana, ya te vas de mí. Te juro, mi vida, que pensando en lo nuestro me pasé la noche casi sin dormir. Ya lo sé que tú te vas, que quizás no volverás, que muy tristes hoy serán mis mañanas si te vas”

Alberto Aguilera Valadez, originario de Parácuaro, Michoacán y nacido el 7 de enero de 1950, murió un domingo negro de agosto de 2016 en Santa Mónica, California. Dejó este mundo súbitamente, inesperadamente, a los 66 años de edad —lo pensábamos lleno de vida— después de dar un concierto. Las últimas palabras que le dejó a sus fanáticos, antes de dejarlos en esta demoledora orfandad, fueron: “Felicidades a todas las personas que están orgullosas de ser lo que son”. Alberto fue el único que logró meter todos los goles en una cancha impenetrable. En el seno de una cultura tan machista como la nuestra, tan conservadora, tan violenta, cruda y mordaz, él, con todo su manierismo, con ese amor desbordante, con esa homosexualidad patente, más siempre obviada, era adorado por todos. Ya Carlos Monsivais lo resaltó, Juan Gabriel era una institución nacional en el México masculinizado, aludiendo a él y al escritor Salvador Novo, Monsi escribía: “A los dos, una sociedad los eligió para encumbrarlos a través del linchamiento verbal y la admiración. Las víctimas consagradas. Los marginados en el centro”.

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¿Por qué es importante insistir en esto? ¿Por qué nos es tan crucial este aspecto de la vida privada de nuestro más querido divo? Porque Alberto Aguilera, en muchos sentidos, encarna las contradicciones más profundas de nuestras mentalidades conservadoras: lo marginal, lo condenable, lo escabroso, lo que más tememos y, sin embargo, Juan Gabriel, con sus trajes de lentejuelas y esa actitud hermosamente glamourosa, tiene un altar entre nuestras deidades. Y en este mensaje se resguarda una oportunidad para la inclusión. El hombre fue separado de su obra y su obra reina desde lo más sensible de nuestros corazones. Nada que argumentarle. Sólo hay uno que ha sido capaz de pararse en el mítico y exquisito Palacio de Bellas Artes y dárle órdenes al director de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de México y se llama Juan Gabriel. En los últimos 30 años, sólo hay un creador de música popular que ha llegado a ese recinto y se llama Juan Gabriel. Mil gracias, Juanga, por ser lo que fuiste. Después de ti estamos todos.

Fragmento de una charla entre Juan Gabriel y su público durante uno de sus conciertos:

Juan Gabriel: No cabe duda que les encanta lo que ya es clásico, ¿verdad? Pero yo tengo que promover mis próximos 25 años. Todo lo que les canté antes es de una época muy hermosa de mi vida y he querido así compartirla con ustedes, se está haciendo un video para dejarlo como un testimonio para cuando yo ya no esté en este planeta, pues las próximas generaciones…

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Público: ¡Noooo!

Juan Gabriel: Bueno algún día me tengo que ir…

Público: ¡Nooo!

Juan Gabriel: Bueno está bien. Yo estoy convencido de que cuando la gente dice que no, es no. Porque estoy convencido que la gente siempre tiene la razón. Sin la gente, no hay dios.

1, 800 canciones fueron firmadas por él. 100 millones de copias se vendieron bajo su nombre. Más de 50 intérpretes de renombre en el star system mexicano se hicieron famosos con sus éxitos, desde Rocío Durcal hasta José José, pasando por grandes figuras de la ranchera como Lola Beltrán o Lucha Villa; Thalía, Lucía Mendez… y así y así hasta llegar incluso a influir directamente en algunas las canciones más emblematicas del rock mexicano, hechas famosas por La Maldita Vecindad. Al César lo que es del César y a Juan Gabriel todo lo que le toca; además del profundo cariño de su pueblo, la gloria.

Y sí, Juan Gabriel, no ha muerto, vive en nuestros recuerdos más personales. Más que su vida como relato, lo que esta historia cuenta es la influencia de su música en la vida de todos los que lo escuchamos y somos legión. En eso es inmortal. En eso es leyenda. Nuestra leyenda. Hoy, un día después de su muerte, América Latina tiene una sola bandera y está a media asta. Aquí estamos sus hijos, todos a sus pies, con la mano en el pecho, en merecidísima reverencia a nuestro emperador vestido. Juan Gabriel vive en nuestro ronco pecho, en Garibaldi, en cada mariachi, en cada karaoke, en los caballitos de tequila que ahora mismo se levantan en todo el mundo; en cada grito de dolor, en el amor, en la camaradería, en la tusa, en la borrachera, en la rumba en la buena copa, en la mala copa, en las despedidas… y en el “Noa Noa” . Gracias para siempre, palomo.

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