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Música

Aceptémoslo: Los Latin Grammy dejaron claro que somos reggaetoneros

El resultado de los Latin Grammy, entonces, no podía haber sido otro. El ganador indiscutible de los Latin Grammy fue el reggaetón.
Montaje: Mateo Rueda | VICE Colombia

Todos los años, algún sabio de la música da por desahuciado al reggaetón. Todos los años alguien dice que tiene los días contados, que se está extinguiendo, que fue una moda y que como todas las modas cumplió su ciclo. Que menos mal. Todos los años, desde hace quince años. Son muy pocas las veces que nace un género musical en la historia: el rock, el pop, la salsa, el jazz. Siendo ortodoxos —y dejando de lado las fusiones y los ritmos—, se cuentan apenas con los dedos de ambas manos.

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Y es que un género no es solo la etiqueta de un sonido: es una vanguardia, una revolución. Un movimiento social y cultural que identifica, cuestiona y describe. Que une y empodera aunque no necesariamente en ese orden. Es un statement: de rebeldía como el rock, de igualdad como el jazz, de autenticidad como el latin. Es, sobre todo, un estallido constante que se reinventa y evoluciona.

Más lento. Nada describe mejor el mundo latino que el reggaetón. Eso quedó claro en los pasados Latin Grammy Awards de Las Vegas cuando Despacito, la canción de Luis Fonsi que por varias semanas fue número 1 en el Hot 100 de Billboard, se llevó uno de los premios más importantes de la noche: Mejor canción del año. Las razones son varias: 50 millones de latinos que la escuchan y se sienten representados. Un punto medio entre el reggaetón y las baladas, entre el reggaetón y la salsa, entre el reggaetón y el pop de Justin Bieber. Una fusión semántica entre el inglés y el español. Algo de Latinoamérica y algo de Estados Unidos. De lo que somos y de lo que queremos ser. Algo de academia en sus lógicas de producción y algo de empirismo y calle en sus fórmulas musicales.


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Es un género popular que narra una cultura popular. Un beat hecho para el desorden que le habla al cuerpo, a los impulsos, a los instintos. Que cuenta una sociedad desde sus pasiones menos racionales y que libera de moralidades preestablecidas por la historia. Es música que ha sabido reinventarse y reinventar a otros. Luis Fonsi la usó para colar sus baladas en las fiestas, Shakira para venderse latina en el mercado anglo, Ricky Martin para seguir vigente entre los más escuchados. La lista puede seguir: Jessy Joy, Chayanne, Belinda, Marc Anthony, Thalía, Enrique Iglesias y hasta el mismo Alejandro Sanz, ganador de Latin Recording Academy Person of the Year, le hicieron guiños desde sus canciones.

El resultado, entonces, no podía haber sido otro. El ganador indiscutible de los Latin Grammy fue el reggaetón. Estuvo en el escenario con todos los artistas de la noche, abriendo con Residente y cerrando con Luis Fonsi. Pasando por J. Balvin, Maluma, Sebastián Yatra, CNCO y la incómoda participación de Bomba Stereo. Estuvo en la lista de nominados con J. Álvarez, Nicky Jam y Shakira. Y por supuesto, se llevó dos de los premios más importantes de la noche: grabación y canción del año, con Despacito, de Luis Fonsi.

El reggaetón está lejos de pisar sus últimos días. Sigue vigente y sigue sonando. Sus cifras sostienen la industria musical en Latinoamérica y sus sencillos siguen rompiendo récord en reproducciones. Se cuela entre los coros de otros géneros, entre los beats de otros artistas. De pobre diabla, llora por su pobre diablo, dicho por Don Omar en el 2003, a la noche está para un reggaetón lento, en las voces de una boy band por poco adolescente, hay hibridación de formatos, fusión de ritmos y un sin fin de apropiaciones culturales. El reggaetón sigue vivo porque evoluciona y sabe aprovechar la oferta y la demanda. Porque nos vende lo que queremos bailar. Porque nos narra, nos une y nos conoce. Llevamos más de 10 años negándolo, pero ya es hora de aceptarlo: el reggaetón no se acaba porque el reggaetón nos gusta.