La balada de Murder Eyez: en Alemania con el rapero refugiado sirio

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La balada de Murder Eyez: en Alemania con el rapero refugiado sirio

En tiempos de paz, Abdul Rahman Masri se volvió uno de los raperos más famosos de Siria. Ahora, refugiado en Alemania, está determinado a hablar de la generación perdida de su país.

Esta historia hace parte de la edición de diciembre de VICE.

En un sábado lluvioso de mayo, una pequeña multitud de compradores se reunió en la plaza a las afueras de la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, en Berlín, para el festival anual de la paz, que se desarrolla en esa ciudad. Con su incongruente torre en ruinas proyectada sobre la solitaria zona de comercio de lujo de Berlín, la iglesia es un testamento perdurable de las campañas de bombardeos que hicieron mella en la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Alrededor de la iglesia, los organizadores del festival habían instalado una carpa de manualidades, un sitio de comidas llamado "Falafel por la paz" y un escenario modesto en Breitscheidplatz. Un grupo de novatos tocaba para las personas sentadas en mesas a medio llenar. A las dos de la tarde, después de que una mujer envuelta en un disfraz casero de mariposa cantara su versión de Happy de Pharrell, Abdul Rahman Masri, mejor conocido como Murder Eyez, salió al escenario.

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Masri es un rapero nacido en Alepo, una ciudad en disputa que en los últimos cuatro años de la guerra civil en Siria se ha transformado de forma tan devastadora que ya está por parecerse a lo que uno ve de Berlín en las fotografías de la posguerra. Parecía que hubiera llegado de otro festival completamente diferente. Fornido y barbado, llevaba una cachucha de los LA Raiders (un reconocimiento al grupo de hip hop NWA) y una kufiyya a cuadros en su cuello, en señal de lealtad a Palestina. Bajo una fotografía morada de Mahatma Gandhi, denunció a todos los líderes árabes, los llamó "mentirosos", "cabrones" y empezó su espectáculo con el ritmo clásico de Dr. Dre/Snoop de la canción The next episode. A medida que hacía el cambio a sus propias canciones, la lluvia se hacía más fuerte. Las sombrillas se abrieron, la multitud empezó a dispersarse. Masri le rogó a la audiencia que se pusiera de pie y que se enloqueciera. Le hizo una señal al DJ para que adelantara a la siguiente canción. Luego, después de un set de sólo cinco minutos, dio las gracias y les deseó paz a todos (menos a los líderes árabes) y se despidió.

Aunque pocos por fuera de la región reconozcan el nombre Murder Eyez, Masri es uno de los raperos más populares de la historia de Siria. Uno de los primeros, también: hace una década grabó su álbum debut, antes de que la mayoría de sirios tuviera reproductores de CD o computadores personales. En su camino a la gloria, Murder Eyez tocaba semanalmente en clubes populares en Alepo, grababa canciones para el empresario Fredwreck, líder del mercado del hip hop árabe, y llevaba su acto de rap a lugares como Dubái y El Cairo (ciudades en las que para cualquier sirio era difícil recibir algún tipo de atención cultural). Durante los meses posteriores a las primeras protestas contra el régimen en Daraa, su música se escuchaba en todas partes: en los celulares, en los taxis, en las barberías y en los cafés de Alepo.

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En esos tiempos era dueño de un estudio de grabación; de Big Change Recordz, su propio sello discográfico; de dos almacenes de ropa, y de un negocio de diseño gráfico. Valiéndose de una mezcla de jactancia, talento y suerte, había logrado una versión miniatura del estilo de vida del hip hop empresarial que había admirado desde pequeño. Hasta lideraba las tendencias regionales: en los años anteriores a la revolución usó su estudio para ser mentor de artistas más jóvenes, quienes, debido a su estatus como el capo de los capos, lo apodaron "el padrino".

Luego llegó la guerra. Con ella perdió el estudio, los negocios y el hogar de su familia. Desde 2012 la vida de Masri ha seguido la narrativa común del refugiado: una serie de escapes peligrosos interrumpiendo periodos de ociosidad agonizante. Le otorgaron el asilo en Alemania, donde es apenas uno de los 161 000 sirios que allá viven. Pero esta cifra es una fracción minúscula de los casi 12 millones de sirios (más de la mitad de la población) que han tenido que abandonar sus casas desde el inicio de la guerra. Siete millones y medio son considerados desplazados internos y más de cuatro millones están registrados en el extranjero, la gran mayoría en Turquía, el Líbano y Jordania. Aunque reciben mucha atención mediática y a menudo encabezan la discusión pública, menos del 4 % de refugiados sirios vive en la Unión Europea.

Ahora que se ha establecido en Rostock, una pequeña ciudad en la costa del mar Báltico, Masri añora dos cosas: trabajo y amistad. Su familia está dispersa entre Siria, Egipto y Dubái. Para ocuparse en algo, arregla computadores portátiles y aporta voluntariamente su experticia en tecnología a un restaurante libanés que le queda cerca. Lo hace mientras mantiene contacto con su legión de fanáticos en línea: la diáspora de la juventud siria, desplazada, sí, pero más activa que nunca en Facebook, Twitter y YouTube. De cuando en cuando sube a la red un autorretrato intimidante, unas palabras sabias o los planes para hacer un nuevo video.

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Pero la vida de Masri en el exilio está en conflicto con su personalidad pública, que es pendenciera y animada. "En Rostock siempre estoy solo en mi apartamento. Hago ritmos y cosas así. Tuve mala suerte de llegar a este pequeño pueblo con actitud racista: es por eso que no tengo amigos", me dijo. Tiene, además, algunos problemas de salud: recientemente fue sometido a una cirugía para extraerle un cálculo renal; sueña cosas horribles, sufre de pesadillas y de sentimientos de alienación por parte de sus vecinos alemanes y hasta de los árabes. Los miles de "me gusta" y comentarios que la gente le pone en sus cuentas de redes sociales sólo le sirven para aclarar el nivel de su soledad, por no hablar de su incapacidad de encontrar una audiencia local receptiva. Aunque era la temporada de festivales de verano, ningún promotor en Alemania devolvió sus llamadas. La del Festival de la Paz fue su primera y única actuación del año. "Tengo mucho poder, pero no lo puedo usar", me dijo.

Antes de la revolución, Alepo era la ciudad más grande de Siria y su centro económico. Tiene una reputación de ser resistente. Los alepinos se han impuesto sobre terremotos, hambre, plagas y una amplia historia de invasiones imperiales de los babilonios, otomanos y franceses de la colonia. El surgimiento del partido Baaz en la década de 1960 trajo estabilidad a la región, pero incluso los tiempos pacíficos pueden ser turbulentos. En marzo de 1980 el presidente Hafez al-Asad envió 12 000 tropas a la ciudad para apaciguar a quienes protestaban y pedían reformas democráticas. Dicen que miles fueron asesinados. Recientemente, la ciudad ha vivido la peor violencia en sus siete mil años de historia: Alepo ha sufrido un proceso de balcanización por parte de ejércitos revolucionarios, ha sido bombardeada sin cesar por los soldados del presidente Bashar al-Asad y abandonada por la mayoría de sus ciudadanos. La ciudad es patrullada por 18 facciones armadas. En muchos de sus barrios orientales la destrucción es total.

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En contraste, la Alepo de la juventud de Masri era un centro pacífico de industria y cultura. Él nació en 1981 como el mayor de los hijos de un oficial de gobierno y una profesora de escuela. En el bachillerato fue el típico rapero urbano que bailaba breakdance y cantaba las canciones de Ice Cube, Xzibit y Dr. Dre. Cuando cumplió 18 años, Masri agrupó a unos cuantos novatos con mentes similares (inicialmente, Murder Eyez era un trío) para su primer espectáculo en vivo –el que fue, tal vez, el primer concierto de hip hop en Siria–. Le pagó a un músico local para grabar versiones instrumentales de sus canciones favoritas y cantaba rap sobre las pistas usando las letras en inglés que él mismo escribía y que con frecuencia eran imprecisas. Alrededor de 50 personas fueron a ver a los "raros" que habían alquilado un restaurante para una presentación de rap, pero para el grupo parecían ser "casi cinco millones".

Fui el primer rapero sirio. Quienes hacen rap hoy en día –en su mayoría aliados de Asad o de grupos rebeldes como el Ejército Libre Sirio o el Frente al-Nusra– crecieron escuchándome—Abdul Rahman Masri

Masri estudió tecnologías de la información en la Universidad de Alepo y su música continuó siendo un pasatiempo. Durante el tiempo que pasó prestando servicio militar obligatorio, después del grado, empezó a grabar sencillos de baja fidelidad y a distribuirlos entre amigos y familiares. Después trabajó en el sector de tecnologías de la información y comunicaciones para ahorrar dinero y empezar su propio negocio, que giraba alrededor del hip hop: moda, diseño gráfico y producción.

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"Fui el primer rapero sirio. Quienes hacen rap hoy en día –en su mayoría aliados de Asad o de grupos rebeldes como el Ejército Libre Sirio o el Frente al-Nusra– crecieron escuchándome", dice. Murder Eyez al principio trabajaba con unatradición conocida, la misma de los primeros raperos árabes, es decir, tropos estadounidenses. Pero pronto se enfocó en los problemas de la juventud de su país, estableciendo la identidad cultural de una nación pequeña que había estado eclipsada del mundo por países regionales más grandes, como Egipto, Jordania o Irán. En ese momento, de acuerdo con Mohammad Abu Hajar, un rapero ateo que vive en Berlín y es originario de Tartús, la escena del hip hop en Siria estaba dominada por los jóvenes burgueses del país. Mejor dicho: un grupo que sabía inglés y que había estado expuesto a los medios occidentales.

El hip hop árabe actual se puede dividir en dos categorías: historias populares de amor y desamor, y canciones políticas de las realidades de Medio Oriente –opresión, derechos de la mujer, imperialismo occidental, pobreza y revolución–. Sin las fuerzas comercializadoras que cambiaron el panorama del hip hop estadounidense en la década de 1990, esta última categoría ha permanecido fiel a las raíces del género, provenientes del sur del Bronx, como medio de reflexión, manifiesto y diatriba. Pero mientras el trabajo de algunos raperos sirios era explícitamente crítico con las estructuras de poder de la región (Abu Hajar ha criticado al Estado con canciones de asesinatos por honor, subsidios petroleros y detenciones ilegales desde 2004), la obra inicial de Murder Eyez provenía del sentimiento popular, dejando a un lado los terrenos políticos y entrando en ellos ocasionalmente sólo para reivindicar la importancia de la unidad árabe (desde Wake up: "Deben dejar de incitarse los unos a los otros con lenguas como cuchillos / lo suficiente como para llenarse los bolsillos y olvidar a millones de pobres").

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En su mayoría, los medios occidentales cubren el hip hop árabe cuando el músico encaja en el perfil del apasionado disidente, tipo Primavera Árabe. De todas formas, el cubrimiento es muy limitado debido al contenido político. La música de Murder Eyez, con sus ritmos anacrónicos de la década de 1990, y sus letras presuntuosas y alegres para nada relacionadas con la política, parecen producir poco interés en los occidentales que buscan luchadores de la libertad. Pero en Siria sí encontró una audiencia receptiva.

Después de un corto lapso trabajando en Dubái, Masri regresó a Siria en 2010 para abrir su estudio de grabación y Big Change Recordz. Lo llamó "el primer sello discográfico de Siria", pero parecía más un colectivo de amigos con ideas parecidas, incluyendo las de Omar, un joven rapero a quien tenía bajo su tutela. Masri regaló todos sus sencillos e hizo dinero con Omar cobrándole a aficionados adinerados por usar el estudio. Casi toda la música popular en la Siria de antes de la guerra era hecha y producida por los mismos artistas. El Gobierno otorgaba poca protección a los derechos de autor, así que no existía en el país una industria profesional de grabación. Para grabar una canción legalmente, el artista debía registrarse ante el sindicato de músicos, operado por el Estado, el cual no reconocía el rap como género de expresión. "Me tocaba registrarme como pianista. El Estado no consideraba el rap como arte, entonces todos los estudios eran clandestinos", me dijo Abu Hajar. Según Masri, la prensa musical –doblemente importante en un panorama en el que abundaba el contrabando y en el que las ventas de discos no existían– era en gran medida pay-to-play (la clásica payola).

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Un músico empleado conseguía seguidores tocando en restaurantes, clubes y espacios de eventos que pudiera arrendar. Masri viajó a Homs, Damasco y otras ciudades, buscando construir una base de fanáticos para complementar su círculo interno de jóvenes a los cuales servía de mentor en Alepo. En casa grababa canciones nuevas cada cierto tiempo. Su fama se extendió lentamente. Todo esto hasta que participó en House of hip hop. Después de que el programa saliera al aire en 2010, fue contactado por Fredwreck para representar a Siria en una canción de ensamble que tenía varios estilos de hip hop árabe: se llamaba The revolution. Ese año, Murder Eyez lanzó un álbum homónimo, su primer LP.

La revolución de Masri no era política sino musical. Las décadas de censura dictatorial del Estado habían dado forma a una generación de artistas sirios que habían aprendido a no tocar ciertos temas con mucha vehemencia. "El gobierno nunca me iba a aceptar si iba muy lejos con mi música", agregó. Era bien sabido que los músicos que trabajaban en países vecinos, como Jordania, contaban con más libertades. En 2007, luego de publicar una canción crítica a la política petrolera de Asad, Abu Hajar fue detenido por la policía estatal y expulsado de la universidad. Se fue a Jordania a terminar la escuela y se sorprendió con la madurez de la escena del rap. "Las personas sabían cómo hacer ritmos", dijo.

Dos años después, casi en la cúspide de su fama, Masri tuvo su encuentro con la censura. Él y Omar habían viajado a Damasco a una presentación en un bar llamado Amigos. Mientras pegaban volantes, un oficial de inteligencia de Asad se aproximó y les pidió que al otro día se presentaran en la estación de policía. Cuando llegaron, el oficial dijo: "Estos son los satánicos". Como evidencia, señaló su moda estilo hip hop y los volantes, los cuales tenían el logotipo del bar Amigos: una calavera de una res con cachos.

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Los arrestaron y los llevaron a celdas vecinas de la prisión: estaban sucias y completamente oscuras. Estuvieron ahí 20 días. Después llevaron a Masri a un juzgado. El cargo por el cual se le acusó fue "difundir la música de satán". Un juez compasivo le pidió que recitara algunos versos del Corán para probar su devoción y fueron liberados, con la advertencia de evitar temas políticos. Después del arresto, Omar, hijo de un industrial adinerado, se desencantó del Gobierno. Cuando las protestas empezaron se unió a un grupo de jóvenes sirios. Pero Masri no cree que su arresto indicara un problema generalizado en el sistema de justicia. "A mí me pareció gracioso. Sabía que alguien se iba a dar cuenta del error. Mientras tengas conexiones, todo está bien", me dijo.

Presentándose como Murder Eyez, Abdul Rahman Masri construyó un imperio de hip hop en Siria. Fotografías cortesía de Masri.

Su actitud era la típica. Cuando las protestas se esparcieron desde el sur del país a mediados de 2011, los cosmopolitas residentes de Alepo no se involucraron. La familia de Masri se movía en el círculo de la élite de los empresarios de la ciudad. El sencillo de mayor éxito de Murder Eyez, que había sido lanzado ese año, advertía sobre la política de divisiones (es decir, revolucionaria). Un ritmo agitado y abrasivo le servía de fondo para cantar acerca del miedo a que el disentimiento juvenil pudiera dividir el país y separar a los hermanos. Me dijo que dos días después del lanzamiento de la canción esta se escuchaba en todas partes.

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El éxito sorpresivo coincidió con el apoyo, previo a la guerra, de un grupo de jóvenes sirios al Gobierno. El sencillo afirmó el estatus de Murder Eyez como el rapero más reconocido del país, pero al mismo tiempo le generó amenazas a su familia, las cuales apresuraron su escape del país. Desde ese momento, ha rechazado aliarse con facciones rebeldes o con grupos que apoyan a Asad. "Tomar partido ahora sería incitar a más violencia", me dijo. También le preocupa la seguridad de los familiares que continúan viviendo en Alepo: una hermana, un cuñado y varios tíos y primos, con su mismo nombre completo.

Los militares de Asad respondieron a las protestas iniciales con arrestos, golpizas y disparos a quienes eran sospechosos de ser manifestantes. Varios oficiales desertaron y fundaron el Ejército Libre Sirio. Las confrontaciones armadas llegaron a Alepo en el primer semestre de 2012, cuando fuerzas de seguridad y milicianos del grupo Shabiha, simpatizantes del Gobierno, dispararon a los manifestantes pacíficos de la ciudad. Ese año, el tercer día de Ramadán, Masri estaba trabajando en su estudio de grabación cuando recibió una llamada de su madre: "No vengas a la casa", le dijo, "tu tío está aquí y vamos a sacar todo". Detrás de la voz de su madre, podía oír disparos. Pensó inmediatamente en las películas estadounidenses de guerra.

La familia se trasladó a un barrio más seguro pero la violencia los siguió de la misma forma en que la ciudad se fracturaba en zonas maleables: o imperaba el control rebelde en unas o el del Gobierno en otras. En agosto, los grupos de la oposición VICE 97 controlaban la zona oriental de Alepo. Mientras tanto, Masriveía empeorar la salud de su madre, que era diabética ("Mipadre murió antes de la guerra, gracias a Dios".). A finalesde ese año, poco antes del dramático cierre del aeropuertode Alepo, la familia viajó a Egipto y se instaló en El Cairo,creyendo que iba a ser una situación temporal. Masri estabaafectado por este exilio súbito. Dejó de grabar música, engordóy vio cómo sus ahorros se esfumaban rápidamente. Despuésde un año de silencio, escribió y grabó una nueva canción, latriste Sigh of Aleppo. El video, en el que se ven escenas de ladestrucción de la ciudad, es, de los suyos, el que más vistastiene en YouTube.

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Después del golpe militar en Egipto, los refugiados sirios en ese país se convirtieron en objetivos frecuentes de abusos, a causa de la percepción de su lealtad hacia los Hermanos Musulmanes. El futuro de la familia de Masri estaba nuevamente en entredicho. Él logró enviar a su madre a Turquía y, gracias a una exención de visado para adultos mayores, pudo irse a Dubái a vivir con sus hijos menores, quienes residen allí desde hace más de una década. Masri no podía acompañarlos –hasta el día de hoy los ricos estados del golfo Pérsico se niegan a recibir refugiados sirios–. Pero tenía amigos que se habían instalado en Suecia, que era, en teoría, un paraíso para los refugiados. Tal vez podría ir allá.

Masri decidió volar a Grecia, donde pagó el equivalente a 4000 dólares para llegar finalmente a Italia. Me pidió no publicar los detalles de su travesía hacia la Unión Europea, pero me mostró fotografías tomadas con su celular, en las cuales era evidente que el viaje había sido peligroso y agotador: a veces el alimento y la seguridad física eran cosas inciertas.

Una vez llegaron a Italia, las autoridades los presionaron para que pidieran asilo, conforme con la Convención de Dublín de la Unión Europea. Su objetivo eran Alemania y los países escandinavos, donde hay mucho más apoyo financiero y estructural para los refugiados. Aquellos que se niegan a pedir asilo en países más pobres de la Unión Europea pueden ser detenidos, pero este no es un efecto disuasorio para quienes escapan desesperados. Muchos han oído historias de trabajos y bienestar en otras partes. Después de tres días en un gimnasio, Masri fue liberado con otros cuatro acompañantes del viaje. Los policías fueron amigables y entendieron su situación. Al siguiente día llegó a un centro para refugiados cerca de Rostock.

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El conflicto en curso en Siria ha dado lugar a la ola más grande de desplazamiento desde la Segunda Guerra Mundial, contribuyendo a la cifra récord de 60 millones de personas dispersas por todo el mundo. Alrededor de 800 000 llegarán a Europa este año en calidad de refugiados o migrantes, con casi ninguna opción para hacerlo de manera legal. Muchos de ellos cruzan el Mediterráneo en barco, una travesía peligrosa que ha matado a más de 2000 personas en 2015. Es menor el número de sirios que tienen la opción de arriesgarse a hacer el viaje al territorio de la Unión Europea, y muchísimo menor la cifra que llega a Alemania, país en el que encuentran un aparato estatal y un alto estándar de vida. En este sentido, haber llegado al centro de refugiados hace que Masri sea uno de esos pocos exiliados afortunados.

En junio, dos meses antes de que la llegada masiva de refugiados a la Unión Europea capturara la atención del mundo, visité a Masri en Rostock, su residencia desde 2013. El gobierno alemán le otorgó asilo, lo cual le permite recibir beneficios de un centro laboral, alquilar un apartamento y trabajar en caso de que encuentre trabajo. Nos encontramos en una estación de tren en Leichtenhagen, un barrio de clase obrera en las afueras de la ciudad. "Esto es todo –me dijo, mostrando la calle vacía y los altos edificios de vivienda– no hay multitudes aquí".

Rostock fue alguna vez el puerto más grande de la República Democrática Alemana y uno de los centros de comercio más importantes del bloque oriental. Luego de la caída del Muro de Berlín, la industria de transporte colapsó. Luego siguieron años de índices altos de desempleo y de pobreza. Desde ese momento, el nombre "Rostock" ha entrado una sola vez a la conciencia nacional. Camino al edificio de Masri, pasamos por el que fue el símbolo de la infamia de la ciudad: un gran complejo de apartamentos conocido como Sunflower House, decorado con un mural floral en uno de sus costados. En agosto de 1992 un grupo de extremistas de derecha atacó el edificio, que se usaba como centro de recepción de asilados vietnamitas, sintis y gitanos. Los manifestantes gritaron mensajes racistas ("¡Alemania para los alemanes!", "¡Fuera extranjeros!") y lanzaron piedras y bombas incendiarias. Aunque el edificio estaba en llamas y los residentes buscaban la manera de llegar al techo, policías y bomberos observaban sin moverse. Después de que el fuego se apagó, la justicia actuó lentamente. El alcalde de Rostock debió renunciar, pero pocos de los 300 o más manifestantes fueron condenados a la cárcel. A lo largo del país, los periódicos nacionales especulaban respecto al significado de este terrorífico regreso al estilo de agitación que se había vivido en la década de 1930. Hasta hoy, hablar de Rostock puede evocar un toque de xenofobia: más de un alemán estaba sorprendido de que fuera a visitar a un refugiado sirio en dicha ciudad.

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He had a plan. He would become the rapper to speak for his own lost generation: young Syrian survivors who have had their homes destroyed and ambitions thwarted, if not by sniper fire and shrapnel then by displacement and uncertainty.

Por suerte, fue a la sombra del Sunflower House que Masri encontró el apartamento de una habitación en el cual hay una cama semidoble, un sofá y un escritorio con un monitor de segunda. Encima de la cama hay un afiche de Marlon Brando como Don Corleone.

"Había un par de barrios sobre los cuales me advirtieron no alquilar apartamento –me dijo, después de hacerme una taza de café– dos o tres veces un borracho me gritó algo en alemán y otro señor me explicó que era algo contra los inmigrantes". Aparte de esos hechos, Masri ha podido vivir sin problemas. Pasa sus días buscando trabajo, escribiendo canciones o yendo en bicicleta a las plazas empedradas del centro del pueblo. Evita la compañía de los demás, incluso de otros exiliados sirios, aunque no puede explicar muy bien por qué. Finalmente sí logra encontrar palabras: "Mi tío fue asesinado, y dos de mis primos, también. Muchos lugares de mi memoria han sido destruidos. Son muchas cosas. Los sirios en Alemania han perdido su lado emocional".

El recuerdo de Alepo puede evocar en Masri sentimientos súbitos de impotencia, pero la mayor parte del tiempo se comportó de forma graciosa y exuberante. Las décadas que ha pasado observando a las estrellas del hip hop le han enseñado la importancia del autoengrandecimiento. Describió con placer sus habilidades de rap y de composición de ritmos. A sus fanáticos en la red se les presenta como una persona impávida y fuerte: sube fotomontajes en los cuales su mirada fulmina el horizonte de Alepo, y escribe cartas grandilocuentes de eventos actuales y de su visión callejera del mundo. "Algunas personas se las dan de rudas", escribió el año pasado en Facebook. "**SOY RUDO**… así crecí y así SOY".

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Cuando nos vimos llevaba el inconfundible atuendo de hip hop: una cachucha plana, gafas oscuras y una camiseta que decía "HUSTLA KING" entre una explosión de billetes de cien dólares. "El estilo de vida del hip hop se trata de las apariencias", me dijo. Como musulmán practicante no bebe ni fuma. A veces también muestra un vestigio de los valores conservadores de su crianza religiosa. Cuando la Corte Suprema de Estados Unidos falló a favor del matrimonio igualitario en junio, escribió un mensaje en Facebook que decía "A la mierda los #LGBT. A la mierda el #Rainbow_Flag". Pero luego, cuando un hombre lo confrontó por su mensaje, se sintió corregido. "Me mostró que era egoísta en mis opiniones. Va en contra de mi sociedad y de mi religión, pero en Europa las cosas son diferentes, aquí eso es normal", me dijo. Antes que nada, odia la violencia, sobre todo después de que le dispararon. Me explica que el nombre Murder Eyez implica una mirada llena de fuerza y de determinación, y que se arrepiente de sus implicaciones violentas.

De los raperos que se quedaron en Siria, algunos son soldados de Asad o del Ejército Libre Sirio. Incluso aquellos que no luchan activamente reciben dinero por hacer propaganda. Masri me dijo que ha recibido ofertas de ambos grupos pero que las ha rechazado. Desde que la guerra lo desplazó evita que su música tenga ese partidismo patriótico que había adoptado en el que sería su éxito más grande y problemático. En su lugar, se ha enfocado en el sufrimiento y en el futuro de su pueblo, en odas a la familia y amigos y en la fanfarronada del hip hop. Su último sencillo, Arab mud, critica a los líderes árabes por su indiferencia con el sufrimiento de Siria. Filmó el video en su cocina, usando una sábana de fondo que después maquilló con agitados efectos de posproducción. "Yo mismo hice la música, la edición, la mezcla, la edición de video y los gráficos, lo hice todo en este apartamento", me dijo.

Hubo otro acontecimiento que disminuyó el ritmo de su trabajo. En Alepo, Masri trabajaba con media docena de colaboradores frecuentes. En Rostock está solo. Las oportunidades para cualquier músico son limitadas, más si pertenece a una minoría. Anhela vivir en una ciudad alemana más grande, con espíritu más joven, como Berlín o Colonia, donde es posible encontrar más apoyo a su música. "Necesito irme de Rostock para hacer mi propio estudio de grabación de nuevo", me dijo. El traslado no será sencillo. Debe moverse en la famosa maquinaria burocrática alemana, y, si tiene éxito, renunciar a sus cheques de bienestar.

En números estimados, Alemania acepta más refugiados que cualquier otro país de Europa, aunque está detrás de varios de sus vecinos de la Unión Europea (más notablemente, de Suecia) en número de refugiados per cápita. Pero todos ellos se quedan atrás en comparación con Jordania, Turquía y el Líbano, cuyos campamentos están más que sobrepoblados (los refugiados sirios representan más de un cuarto de la población del Líbano). El primer semestre de 2015 casi 180 000 personas solicitaron asilo en Alemania. De esa cifra, unas 34 000 provenían de Siria. La canciller alemana, Ángela Merkel, ha extendido una invitación a todos los sirios necesitados a que soliciten el asilo en Alemania, logrando así la suspensión de la Convención de Dublín. Muchos críticos temen que este hecho ha generado una nueva ola de sentimientos antimigratorios. Mientras la mayoría de alemanes apoya el papel de su país como puerto seguro para quienes buscan desesperadamente el asilo, un impulso reaccionario sólido se ha empezado a sentir en algunas regiones. Pegida, el partido antiislámico cuyo nombre significa Europeos Patrióticos contra la Islamización de Occidente, atrajo a miles de personas a sus mítines en el otoño pasado. Este verano, su candidata, Tatjana Festerling, ganó casi 10 % de la votación a la alcaldía del fortín oriental de Dresde. En sus discursos de campaña, Festerling criticó a quienes buscan asilo, quienes "han abandonado su hogar y sus familias porque hay otros sitios mejores donde vivir que entregan beneficios estatales".

Mientras los migrantes llegaban, unos pirómanos prendían fuego a refugios remodelados en Troglitz y Vorra. Los crímenes de odio han aumentado en los últimos años y se han intensificado en meses recientes. Incluso en Berlín, una ciudad liberal. Abu Hajar, el rapero de izquierda, describe encuentros físicos con racistas en el transporte público de la capital, amenazas de los locales con perros feroces y burlas con la palabra "musulmán".

A medida que pasa el día, Masri y yo tomamos el tren para ir al restaurante libanés en el que ha ofrecido sus servicios como diseñador gráfico y consultor de tecnologías de la información y comunicaciones. En las últimas semanas, el restaurante se ha convertido en un punto de encuentro para la comunidad árabe local. Me presentó al mesero, un barbero iraquí que escapó de su país poco después de la invasión de Estados Unidos, quien me dijo discretamente que las cosas eran mejores con Sadam Husein. Un anciano que había perdido uno de sus dedos luchando por Yasir Arafat se unió a nuestra mesa y me preguntó, en mi calidad de periodista estadounidense, si era verdad que el líder de la OLP había sido envenenado. Un grupo de alemanes pidió un narguile. Varias familias árabes vinieron a tomar el té y Masri bromeó con varios de los niños que conocía.

"Esta generación tiene suerte, escaparon de las reglas árabes y van a crecer en Europa. Estudiarán en los mejores colegios. Imitarán los hábitos de los europeos". El dueño del restaurante, un palestino-libanés musculoso que ha vivido en Rostock durante 12 años (donde se casó y tuvo hijos), me dio la mano y me habló, en un alemán fluido, de la hospitalidad de ese país. En el círculo de Masri, el sentimiento a favor de lo europeo se ha generalizado, así queden sirios que critican la política de la Unión Europea y las creencias conservadoras de Alemania. Abu Hajar se refirió al desdén que vivió cuando ocurrió el movimiento Refugees Welcome, del cual dijo que hasta los liberales con buenas intenciones dan por hecho su nacionalismo y etnocentrismo.

Los traumas del exilio incluyen peligros físicos y alienación por las barreras culturales y de lenguaje enfrentadas en una tierra extranjera. Pero existe una prueba más que no recibe tanta discusión: la abdicación del poder súbita del exilio. Aún el ciudadano más pobre tiene algún grado de influencia en su patria. A su llegada a Rostock, Masri perdió el discernimiento acumulado de su conocimiento y de su cultura. Alejado en el exilio, sufrió una retraída. El conocimiento del sacrificio que había hecho se convirtió en una parte de su imagen propia, hasta el punto de excluir a otros exiliados: parecía decidido a no inclinarse hacia la asimilación ni hacia el resentimiento de la añoranza de su hogar. "No tengo amigos, ni siquiera amigos árabes. Estoy tratando de alejarme de la mentalidad árabe. No quiero hablar más de la guerra", me dijo. Pensé en una cita de Edward Said: "Agarrándose fuerte a la diferencia como un arma que usarán con rígida voluntad, los exiliados insisten celosamente en su derecho a negarse a pertenecer".

Unos días después de mi partida de Rostock, Masri me escribió un correo electrónico para decirme que se había ideado su proyecto más ambicioso desde el inicio de la guerra. Al inicio del mes de Ramadán, convocó a un grupo de siete raperos y productores sirios, incluyendo a simpatizantes de Asad y a revolucionarios, para grabar un video musical que promoviera la paz y la unidad de Siria. Pasó la mayor parte del mes editando archivos que le enviaron sus colaboradores para luego lanzar la canción Upside Down, justo para la celebración del Eid al-Fitr o el fin del ayuno de Ramadán. Tenía un plan. Se convertiría en el rapero vocero de su propia generación perdida: jóvenes sobrevivientes sirios que habían perdido sus hogares y cuyas ambiciones habían sido destrozadas, bien sea por el impacto de un francotirador o de metralla, bien sea por el desplazamiento o la incertidumbre.

Se le ocurrió el hashtag #Syrian_Hip_Hop_Unity, el cual anexó a sus lanzamientos y al de los otros raperos. Cuando hablamos de nuevo en octubre, dijo que docenas de raperos sirios se habían ofrecido a apoyar el hashtag, acordando poner sus diferencias de lado para difundir la idea de paz.

"Es difícil reunir a personas que se odiaron y se atacaron durante cinco años, pero parece estar funcionando", me escribió vía Facebook. Ese pequeño éxito lo había alentado. Había dejado atrás la miseria e iba en camino a su estado natural: el optimismo. Tenía seis canciones más en etapas diferentes de producción, la mayoría de ellas hecha en colaboración con raperos occidentales de Estados Unidos, Alemania y Francia. Estaba terminando una canción llamada Foreign, que habla de ser un extranjero en otro país. La mejor noticia, sin embargo, era que por fin se iba de Rostock. Después de muchos meses buscando trabajo y apartamento en una ciudad alemana más vibrante, había tenido suerte. "Conocí a una alemana, una gran amiga. Empezamos chateando en línea y ahora me está ayudando con el registro en su apartamento en Colonia", me dijo. Estará obligado a renunciar a sus pagos del centro laboral, pero esa idea le complace. "Es una vergüenza ser un hombre joven y recibir ayuda del Gobierno", dijo.

Mientras tanto, un grupo antifascista en Rostock le había pedido que se presentara en una manifestación, su primer concierto desde el Festival de la Paz, y otros organizadores le estaban respondiendo sus correos de contacto para la temporada de festivales de verano de 2016. Estaba de vuelta en el negocio, haciendo planes a largo plazo y reviviendo un sueño que le permitiría quedarse en Alemania. Quería conseguir un trabajo en tecnologías de la información y comunicaciones en Colonia y ahorrar dinero para resucitar Big Change Recordz tan pronto como pudiera permitírselo. "Antes éramos un sello de grabación clandestino, pero acá será oficial, tendrá derechos de autor y se hará legalmente".

En Rostock le pregunté a Masri cuándo creía que regresaría a casa, e inmediatamente me interrumpió: "Obviamente me gustaría regresar algún día, pero allá no queda nada, no hay oportunidades. Seamos realistas, es posible que mi nieto viva en Siria", me respondió.