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En Bogotá hay varias ollas que tienen su propio CAI

Visitamos tres barrios en los que el mercado de la droga florece bajo las narices de la Policía.
Esta imagen viene circulando por las redes sociales hace días. Desconocemos qué está fumando el patrullero, pero parece estar disfrutándolo.

El domingo 7 de febrero hubo una captura de 14 miembros de la Policía Metropolitana de Bogotá que protegían y ayudaban a los jíbaros y sayayines de El Samber. Esta es una olla tan famosa que meses antes de ser intervenida ya había sido protagonista de un video viral. Lo llamativo de la noticia es que la captura es la confirmación definitiva de lo que ya era un secreto a voces: en Bogotá las ollas y los CAI son un combo agrandado de hamburguesa con papas.

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Y no solo en el centro de la ciudad. El 11 de febrero, hablé con Ariel Ávila, un politólogo con máster en sociología que publicó un artículo en 2011 advirtiendo lo siguiente: "muchos de los que trabajan en la cobranza [del dinero de las ollas en Bogotá] fueron o son miembros de instituciones de seguridad del Estado".

En ese mismo artículo, Ariel señaló que el negocio de la droga en Colombia ha venido cambiado radicalmente desde 2008, momento en el que los carteles mexicanos se apoderaron de las rutas de distribución de la cocaína hacia Estados Unidos y Europa. Según el investigador, para recuperar las ganancias de estas lucrativas rutas, los carteles colombianos se pusieron en la tarea de crear un mercado interno para sus productos. El hecho de que la producción de cocaína en el país se haya mantenido estable alrededor de las 600 toneladas y la existencia de ollas en todas las 20 localidades de Bogotá son, para él, la evidencia de que los capos de la droga han tenido éxito en su propósito.

Ariel también me indicó unos cuantos lugares donde, según él, es particularmente evidente la convivencia de expendios de droga con CAIS de la policía. Durante el último par de días visité estos barrios y esto fue lo que encontré:

1. El Rincón, Suba

El CAI de Suba Rincón y su parque desde Google Street View.

Suba crece hacia donde el sentido común le dice a uno que la ciudad se acaba: al otro lado de los cerros de Suba y La Conejera. Suba, con un poco más de un millón de habitantes, tiene una población superior a la de todo el departamento del Cesar. Compuesto en su mayoría por hogares de estrato 2, El Rincón es uno de los sectores más poblados de la localidad: su densidad poblacional es casi tres veces mayor a la densidad promedio de Bogotá y este hacinamiento se respira en sus calles. Hay alimentadores, buses, colectivos, motos, bicitaxis y bicicletas que entran a este barrio apretados por el embudo que es la carrera 91, esa vía de dos carriles cuya finalidad es ser el principal acceso a una zona que está literalmente arrinconada contra el humedal Juan Amarillo.

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A la altura de la carrera 93 con calle 128c, se encuentra el CAI del barrio y, justo a su lado, una montaña basura de casi un metro de altura acomodada bajo un aviso que advierte acerca de un castigo con multa y cárcel para quien "bote basura o escombros en este lugar". Supongo que se trata de uno de los 59 puntos críticos de aseo que la Alcaldía Local de Suba ha detectado en El Rincón. Detrás del CAI está el Parque Amberes, una plaza con un parque para niños, una cancha de microfútbol y muy poco pasto.

Supe que esta era la olla de la que Ariel me había hablado por teléfono porque, tan pronto como me senté en una de las bancas del parque, un adolescente de pelo sucio y ojos rojos le hizo avalúo express a mi bicicleta mientras compartía con uno de sus amigos una anécdota acerca de cómo el domingo pasado "se habían fumado a un chino del barrio". Eran las 2 de la tarde y unos 15 jóvenes se rotaban un par de porros en el centro del parque. Sin embargo, la vida sigue con normalidad alrededor de él: son las dos de la tarde y varios ancianos toman el sol a pocos metros del expendio, niños vestidos de uniforme atraviesan la plaza tranquilamente, los padres siguen llevando a sus hijos a jugar.y los adolescentes del centro de la plaza alternan saludablemente los plones con un partido de microfútbol.

También hay varias tiendas, panaderías y papelerías funcionando en los alrededores. Hablé con, llamémosle, M., el dueño de una de las panaderías. Él me dijo que la principal afectación que ha sufrido su negocio por ser vecino de un parque-expendio es el olor a marihuana que, arrastrado por el viento, invade su local. Más que un problema con el expendio y consumo en el parque del barrio, los vecinos parecen tener un problema con quienes consumen y expenden las sustancias.

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"Espere y verá cómo se pone esto a las seis. Yo ahí he llegado a contar por ahí unos 30 muchachos fumando marihuana", me decía una de las dos profesoras del Instituto Johan Kepler que ese día hacía labores voluntarias en la de Junta de Acción Local de El Rincón. "Eso lo que es [es] una negramenta costeña horrible", agregó su colega, señalando con los labios a los jóvenes que estaban del otro lado de la ventana, "hace como un mes nada más atracaron a la salida a una de una nuestras compañeras"

Insultos racistas aparte, en la localidad de Suba sí existe un problema de y con la población afrodescendiente. Según un documento de diagnóstico de la Alcaldía Local, una buena parte de los 96.885 afros que, a 2011, vivían en Bogotá, se han asentado en Suba, particularmente en El Rincón, Casablanca y Tibabuyes, barrios agrupados bajo el acrónimo ZCPS, que traduce en Zona de Concentración de Problemas Sociales.

Según Alberto Mora, presidente de la Junta Administradora Local, el problema del consumo y venta de drogas en el parque Amberes está ligado con la inmigración al barrio. "Es cierto que cada año, sobre todo por esta época del año, muchos de los costeños que viven aquí vuelven de vacaciones y se traen a varios de sus familiares. Muchos son jóvenes que vienen a buscar trabajo y cuando no le encuentran acaban en la olla. Pero el problema va más allá y no todos losxpendedores aquí son costeños o negros".

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Según Mora, hace un par de años, cuando la comunidad empezó a quejarse por el surgimiento de una olla en el barrio, la JAL instaló tres cámaras de vigilancia en el parque, las cuales serían monitoreadas desde un panel de control al interior del CAI. Hoy en día dos de las tres cámaras están fuera de servicio y la tercera ha sido desenfocada de manera tal que no alcanza a registrar nada de lo que sucede allí. Mora afirma que han sido los propios policías del CAI los que han saboteado las cámaras en sus recorridos.

¿Y qué dicen los policías del CAI? Hablé con uno de los patrulleros que se encontraba de turno al momento de mi visita y esto fue lo que me dijo: "Nosotros cada semana hacemos capturas", decía, señalando a una joven que esperaba de pie recostada contra una de las paredes del CAI, "pero es difícil acabar con la olla porque ellos aquí ponen a un campanero que les avisa cuándo vamos a caerles y cuando llegamos ya no encontramos nada en el lugar", me dijo mientras me indicaba una esquina ubicada a unos 10 metros del CAI y a otros 10 del punto exacto en el que todos los vecinos del barrio han identificado una olla.

El Amparo, Kennedy

La vista desde la puerta 6 de Corabastos hasta donde Google permite. .

El día en el que visité la localidad de Kennedy, la policía capturó a 52 personas que participaron de una protesta contra Transmilenio que degeneró en vandalismo. "Parece que mataron a dos policías en el CAI. ¡Así es que es! ¡Duro con esos hijueputas!", me dijo un bicitaxista que esperaba pasajeros frente a la plaza de Corabastos. Es en los alrededores de esta plaza, específicamente afuera de la puerta 6, donde se encuentra El Amparo, un barrio que, por su elevada tasa de homicidios y robos, suele figurar en las listas de los barrios más peligrosos de Bogotá.

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Sospeché que había llegado a la olla cuando, a pocas cuadras de la famosa puerta 6, dos tipos más jóvenes que yo se acercaron a preguntarme si tenía un moño de cripa a la venta. Lo confirmé cuando un tipo que pasaba al lado mío sacó un cuchillo de 20 centímetros y le dijo a la mujer que lo acompañaba, "camine y me acompaña a guardar esto".

Debido a la gran cantidad de depósitos de reciclaje, y a los cambuches donde se expende la droga, es que Ariel Ávila dice que ésta entra a Bogotá camuflada en los cargamentos de comida que llegan a la plaza de mercado. La zona también se ha ganado el apodo de El Cartuchito. Y, para los que crecimos en la Bogotá post cartucho, caminar por las calles estrechas, destapadas y llenas de basura de El Amparo bien podría ser lo más cercano a estar parado en esa mítica olla del centro de Bogotá que fue conocida como El Cartucho hasta su intervención definitiva a finales de los noventa durante la primera alcaldía de Enrique Peñalosa.

A parte de decenas de chaterrerías y depósitos de reciclaje, también hay bastante comercio en El Amparo. Según la dueña de una de las tiendas del sector, los clientes de El Cartuchito nunca han atentado contra su negocio, "a veces llegan con quién sabe qué en la cabeza y se ponen a pelear con las maquinitas, pero de resto no molestan mucho", me decía la señora señalando dos máquinas de Arcade que son lo único que distingue a su tienda de cualquier otra cigarrería de Bogotá. Sin embargo, y a diferencia de lo que vi en Suba, los adolescentes jugadores de Arcade parecen ser la menor parte de la clientela de esta olla. Este no es un parque donde uno puede comprar bareta y fumar tranquilo. Este es un expendio de chirretes puros y duros: de cobija y costal al hombro y pipa de basuco en bolsillo de la chaqueta

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Me acerqué a un empleado de Ciudad Limpia que está encargado de la fútil tarea de remover con escoba la basura de un barrio que cada día recibe toneladas, para preguntarle si había sido testigo de alguna transacción de drogas en el barrio y me dijo que no había mejor testigo que la calle misma sobre la que estábamos parados. El barrendero afirmaba sentirse protegido de los atracos por una especie de inmunidad que le daba su uniforme, pero aun así se aseguraba de dejar el celular en casa cuando le tocaba venir a trabajar al El Amparo.

El CAI Caldas está ubicado a unas 10 cuadras cortas de la puerta 6 de Corabastos. Cuando le pregunté a uno de los patrulleros acerca del mercado de drogas que se mueve en su territorio, el agente comenzó por señalar que la puerta 6: "siempre está bastante retiradita del CAI". Luego el patrullero me explicó que tanto él como sus compañeros hacen su trabajo y capturan entre 10 y 15 personas por porte o comercialización de sustancias en la zona cada semana. Pero, según él, esto de poco sirve si a la hora de llevar a los capturados ante un juez éste los deja libres. A diferencia de Ariel Ávila, quien sostiene que una de las razones por las que las ollas han prosperado en Bogotá es que la policía ha concentrado sus esfuerzos en perseguir a los consumidores y pequeños jíbaros en lugar de las cabezas de la cadena, para el policía del CAI Caldas las ollas existen y existirán mientras haya viciosos en Bogotá.

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San Cristóbal, Usaquén

El CAI de Villa Nidia desde la Carrera Séptima.

El barrio San Cristóbal se escurre desde lo alto de los cerros orientales hasta la carrera séptima, entre las calles 156 y 165, en una postal que recuerda a las comunas de Medellín o una favela de Río a pequeña escala. El barrio saltó a las páginas judiciales de los principales diarios cuando en enero de 2013 el patrullero Jairo Díaz, adscrito al CAI de Villa Nidia, apareció muerto en una de las cañadas que atraviesan el barrio luego de pasar varios días desaparecido. Nueve meses después, Orlando Guerrero, miembro capturado de Los Pascuales, la banda que controlaba el microtráfico en la zona, se atribuyó la muerte de Díaz y afirmó que habían sido los propios compañeros del patrullero quienes lo habían entregado a la pandilla, destapando así una red de colaboración entre delincuentes y policía en la zona.

A diferencia de lo que vi en El Rincón y El Amparo, en San Cristóbal no hay calles llenas de basura ni jóvenes fumando y vendiendo marihuana a espaldas de ningún CAI. Un ambiente tranquilo se respiraba por sus calles y escaleras que desafían a la geografía y la gravedad. Los residentes de la parte alta del barrio suelen subir a sus residencias a bordo de camionetas Land Cruiser que cobran 1.100 pesos por el recorrido en subida y 900 por el de bajada, pero decidí subir a pie ya que no sabía bien que estaba buscando ni dónde encontrarlo.

Entré a una tienda donde varios rusos de oficio, más no de nacionalidad, matando la hora de almuerzo, tomando cerveza y aperitivo de aguardiente. Cuando los vi suficientemente entonados, les pregunté si sabían dónde conseguir marihuana en el barrio. La pregunta cayó como una copa rota en plena pista de baile: tras un silencio largo e incómodo, uno de los rusos, el más conversador de ellos, me dijo lo siguiente: "¿sabe quién le vende marihuana aquí? Los policías del CAI". Les expliqué que no buscaba comprar marihuana sino escribir un artículo, pero eso solo intensificó su silencio. Antes de irme, la tendera se apiadó de mí y me dió el número de alguien que podría informarme del tema.

T. me dijo que de ninguna manera hablaría de una cosa así por teléfono y me citó en una esquina del barrio. Nos encontramos y me pidió que lo acompañara a una cafetería donde nadie "nos fuera a chimbiar". Según T., quien tiene 45 años y siempre ha vivido en estas laderas, la caída de Los Pascuales y Los Luisitos ha traído al barrio una nueva ola de violencia mientras se reacomodan las fichas entre las 5 o 6 pandillas que hoy en día se reparten el barrio.

T. sostiene que el negocio de la droga ha venido cambiando en San Cristóbal. El modelo de la olla en la que se entraba a consumir y se podía permanecer durante días enteros ha sido reemplazado por un modelo más práctico: el de los domicilios. Según T., desde este barrio se reparten pedidos hacia todo el nororiente de la capital lo cual hecho que "los duros" cada vez puedan lucrarse más desde "allá arriba".

T. dice que es en la parte más alta del barrio donde residen los grandes jefes del narcotráfico en la zona. Los duros, quienes suelen ser tipos mayores de 40 y que ya pasaron por su etapa de jíbaros hace rato, son dueños y señores de manzanas completas, "hasta la gente que viene a repartir los recibos de la luz tiene que pedirles permiso para subir".

"¿Y la policía?", le pregunté a T. mientras me señalaba una casa que, según él, funciona como un centro de acopio y distribución de drogas ubicado a 5 minutos en moto del CAI de Villa Nidia. "Aquí lo que reina es la ley del silencio: los que están sanos no dicen nada porque quieren seguir sanos y la policía no se mete con nadie porque ellos también están comiendo de ese negocio".

***

Según el libro Mercados de Criminalidad en Bogotá, publicado en 2011 por la corporación Nuevo Arco Iris, para 2009 existían 458 ollas en Bogotá que recibían ingresos por 300 mil millones de pesos al año. Pero quizá el mayor indicador del éxito de los mini carteles en su estrategia de crear un mercado interno para la droga es la cantidad de colombianos que han probado alguna sustancia ilícita al menos alguna vez en su vida. La cifra pasó de ser de un 8.8% en 2008, a 12.2% en 2013.