Una nueva generación: Gloria Esquivel y la infancia de una bogotana en los ochenta
Ilustración de cubierta: Herikita con K

FYI.

This story is over 5 years old.

Libros

Una nueva generación: Gloria Esquivel y la infancia de una bogotana en los ochenta

La escritora lanza su primera novela "Animales del fin del mundo", y es aclamada por la crítica.

El fin del mundo como lo conocemos nunca ha sido un fenómeno literal. Después de que no pasara nada el 21 de diciembre de 2012, los defensores de la profecía maya intentaron resarcirse hablando de un apocalipsis simbólico, metafórico, espiritual. Antes, con la llegada del nuevo milenio, se predijo que sería un error informático y computacional (el famoso Y2K) el que haría colapsar a una humanidad completamente dependiente de la tecnología. Pero eso, como todas las otras profecías, tampoco pasó.

Publicidad

En términos más cercanos a los nuestros, podría decirse que todos los días son potenciales fines del mundo para los millennials y su lenguaje catastrófico, en el que se confunde el TOC con ser ordenado, la depresión con un domingo aburrido, y la locura con un poco de irreverencia.

Pero el fin del mundo puede ser, incluso (y con mucha razón), una experiencia individual e íntima: el abandono de la inocencia, el encuentro con el desencanto, el salir a conocer el mundo, el perder los dientes.

Ese es el caso de Inés, protagonista de Animales del fin del mundo (Alfaguara, 2017). Gloria Susana Esquivel, autora de la novela, crea orgánica y artificiosamente a Inés, una niña paranoica de seis años obsesionada con el "tifón cósmico"; uno de los fenómenos con los que, ella cree, acabará el mundo. Su padre, sin embargo, la consuela en las primeras páginas y le asegura que solo se trata de un eclipse solar.

Pero no se trata únicamente del eclipse: el apocalipsis del libro, entre muchas otras cosas, tiene que ver con crecer y transformarse. Inés, en sus metamorfosis pasa de ser Inés planta ornamental, a ser Inés submarino, y hasta Inés pantera. Y así como en sus metáforas Esquivel traslada a la joven protagonista de algo estático, a algo en movimiento, y al más fiero de los animales salvajes, también la hace pasar por la complejidad de sentimientos que antes, en la infancia más pura e inocente, eran tan sencillos: por su papá solo podía sentir amor, por el habitante de la calle solo podía sentir miedo, y con su amiga María solo podía divertirse. La realidad, sin embargo, que se reconfigura con cada día que la acerca a sus siete años, demuestra ser mucho más abrumadora.

Publicidad

Lea también: La poesía gonzo de Gloria Esquivel

Y la realidad, que inevitablemente incluye la figura del otro, es fundamental en la novela y en ese fin de los tiempos. "Su mundo familiar, la inminente separación de sus padres, su madre intentando rearmar su vida, son también pequeños fines del mundo mucho más devastadores que esos apocalipsis que ella imagina", afirma la autora. Así, la relación de Inés con su familia y con María, su primera y mejor amiga, a falta de idílica y romántica, es completamente cotidiana —no por eso menos devastadora, pero desde hace décadas el divorcio y la vida familiar turbulenta son el pan de cada día—.

Tal vez, incluso, se podría hablar de una relación silvestre, teniendo en cuenta la animalidad de los personajes en el texto: un padre anfibio, un abuelo 'bestia', y María, el animal salvaje: "Yo sé que usted es un gato, María, no me diga mentiras", le dice Inés a su compañera de juegos.

Al preguntarle por el papel de los animales y las metáforas, Esquivel responde que una parte importante del libro se esforzaba por hablar de aquello que nos diferenciaba de los animales.

"Intentamos disfrazar por medio de la racionalidad y el discurso esos instintos que nos avergüenzan, pero en situaciones extremas (como las que están estos personajes) son esas animalidades las que se hacen evidentes", explica la escritora. Varias instancias de la historia así lo comprueban y el recurso que la narración utiliza para dar cuenta de esta relación humano-animal cae deliberadamente en esa trampa. La metáfora, por medio de palabras intenta aprehender todo esto, pero falla porque "son palabras porosas, que se escapan".

Publicidad

Sin embargo, el lector entiende todas estas cosas gracias a la disociación que hay en Inés. La protagonista no solo está presente como un personaje infantil, sino como una narradora adulta; la brecha entre estas dos versiones de ella (o tres, si tenemos en cuenta a la Inés imaginaria que vive atrapada en las paredes de la casa) se demuestra en años, pero también en lenguaje y reflexión.

Piedad Bonnett llama "deliberadamente artificioso" al uso de las palabras en la narración, y no se equivoca. En un momento de la novela, Inés (la niña) despierta a su padre lamiéndole el globo ocular, y dice (la narradora): "Su sabor dulce me hacía pensar que las lágrimas de mi padre estaban compuestas de agua de río y que esa pupila parda que había heredado de él no era más que un pez inmenso y atigrado que surcaba ese cuerpo acuático".

Un tema oculto de la novela, entonces, es el de saber nombrar desde lo poético y la adultez las experiencias espontáneas e impulsivas de la niñez; escribir desde la paciencia aquello que es inmediato. Para la escritora, por su parte, se trató de una decisión para no caer en lugares comunes e ingenuidades pues, dice, escribir desde la infancia misma habría sido un error. La clave, según ella, estuvo en pensar la narración como sesiones de psicoanálisis ya que "es un espacio muy interesante, pues uno (el personaje) está construyendo una narración sobre la propia vida, sin importar lo poroso que puede llegar a ser el recuerdo".

Publicidad

"para mí, el mundo se acaba y vuelve a empezar constantemente" —Gloria Esquivel.

Este estado de reflexión adulta también permite a la narradora poetizar referencias de la cultura pop de finales de los ochenta o comienzos de los noventa. Aparte de las evidentes referencias a la violencia, Esquivel logra insertar orgánicamente fragmentos de canciones de Ricardo Montaner y Laura Pausini en medio del riego poético lleno de símiles que es su narración. Estas referencias contrabandeadas logran quedarse pegadas en nuestra memoria como las láminas de Chocolatina Jet que la escritora se niega a mencionar con nombre propio, dan cuenta de una época, y sirven como atractivos easter eggs nostálgicos. Sin embargo, Esquivel también cuenta que con algunos lectores menores, estas referencias no son captadas, volviéndolas también un espacio enteramente ficticio.

Así, la novela con la que debuta Gloria Esquivel es una historia de Coming-of-Age ágil, conmovedora e ilusoriamente sencilla, pero que toca temas tan universales como la familia, la amistad, el sexo, y hasta lo que significa ser una niña en Colombia. En respuesta a esto último, la autora comenta: "Para mí era muy importante escribir sobre la manera en la que somos criadas las niñas: a veces resguardadas del mundo, pidiéndonos que nos comportemos y que 'seamos buenas'. Creo que muchos de esos comportamientos que nos piden regular cuando niñas, y que no son necesariamente regulados para los niños, luego se convierten en una parte fundamental de nuestra identidad femenina".

Animales del fin del mundo es del tipo de libros que queda reposado en la cabeza y progresivamente se va revelando ante el lector como una epifanía. Cuando le pregunté a Esquivel qué era para ella el apocalipsis, respondió: "para mí, el mundo se acaba y vuelve a empezar constantemente", y eso es precisamente lo que provoca la novela de esta talentosa "novata desconocida"; un volver a sus reflexiones e imágenes, volver a la Bogotá de los ochenta, un volver a la infancia.

Animales del fin del mundo se lanza hoy a las 7:00 p.m. en la Librería Lerner de la carrera 11 # 93A - 43.