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¿Qué es lo que les pasa a las mujeres con la sincronización de la regla?

El tema no sólo ha obsesionado a las mujeres (y a algunos hombres), también ha despertado la fascinación de la comunidad científica.

Son pocas las mujeres que pueden asegurar que nunca han visto su regla sincronizarse con la de otras mujeres que comparten el mismo ambiente. Y aunque seguro existen las que aseguran nunca haberlo vivido, es más probable que haya sido su despiste, un extraño ciclo menstrual o una vida ausente de otras mujeres las causas de que nunca hayan sentido la sincronización. Para el resto de mujeres la cosa es muy real: después de algunos meses de vivir, trabajar o estudiar con las mismas y entre las mismas, todas empiezan a tener cólicos en la misma temporada y sangrando los mismos días del mes.

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"A mí se me ha sincronizado la regla con otras viejas muchas veces, y no solamente cuando estoy viviendo con ellas. En la universidad, a mí y a mis amigas nos llegaba al tiempo, a todas. Me pasó durante el pregrado y me pasaba con mis amigas de la maestría que hice fuera del país. Es más, en mi trabajo ya se me sincronizó con una compañera", asegura Mariana, una mujer de 24 años.

El fenómeno, que tiene hasta su propia página en Wikipedia —así que de alguna forma ya es oficial—, no es sólo algo de lo que hablan sus amigas: desde hace décadas la comunidad científica le ha puesto el ojo encima a las mujeres que sangran juntas para comprobar si es un fenómeno con bases científicas o simplemente una leyenda urbana ampliamente difundida.

Martha McClintock dio el primer paso, y el más polémico, en 1971. La psicóloga estadounidense publicó un estudio en el que aseguraba que después de observar 135 mujeres entre los 17 y 22 años, que vivían juntas en una residencia universitaria, pudo comprobar que sus ciclos menstruales se sincronizaban después de tres meses, sobre todo entre las amigas más cercanas y las compañeras de cuarto. Entre los factores que McClintock especuló podían influenciar la sincronización estaban la alimentación, que muchas compartían, los periodos de estrés, un patrón de vida similar y las feromonas, una sustancia química que se detecta a través del olfato y del que la psicóloga afirmaba se necesitaba más investigación.

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Según un artículo de la BBC, la hipótesis más aceptada para explicar lo que McClintock encontró era que la sincronización menstrual era una estrategia evolutiva desarrollada por las hembras para cooperar entre ellas e impedir que los machos pudieran reproducirse con todas. Si todas menstruaban al mismo tiempo, ovulaban al mismo tiempo y el macho sólo podría reproducirse con unas cuantas. Una especie de 'sororidad' bastante feminista. No es gratuito, señala el mismo artículo, que esta hipótesis y la investigación de McClintock surgieran en la década en que el feminismo y el activismo por los derechos de las mujeres estuvieran hirviendo en Estados Unidos.

La investigación y la tesis de la psicóloga se volvieron populares dentro de la comunidad científica y dieron pie a que varios académicos produjeran estudios que corroboraban la teoría de la sincronización menstrual y que le daban otras explicaciones: la existencia de una hembra alfa cuyo ciclo menstrual influenciaba los ciclos de otras hembras, o que la sincronización menstrual, que llevaba a nacimientos sincronizados, era una estrategia evolutiva que facilitaba el cuidado de los recién nacidos en caso de que su madre muriera. Así fue hasta que a principios de los 90 varios estudios empezaron a encontrar inconsistencias en la teoría de McClintock.

Durante esa década, Aaron y Leonard Weller, de la Universidad Bar-Ilan en Israel, observaron los ciclos menstruales de compañeras de cuarto, hermanas, parejas lesbianas, amigas y colegas de oficina en busca de sincronización. A veces aparecía. Otras veces no. Pero los factores que podían influir en la sincronización nunca fueron claros. Como ese, fueron varios los estudios que no pudieron encontrar los resultados del estudio de McClintock. Aparentemente, concluir que la sincronización menstrual era un fenómeno real era más complicado de lo que el estudio de la psicóloga había hecho creer.

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En 1992 el antropólogo estadounidense Clyde Wilson revisó el estudio de McClintock y encontró que sus conclusiones partían de un error de cálculo: el método que la académica había usado dejaba por fuera ciertas mujeres con ciclos menstruales más irregulares e inflaba la diferencia total que separaba los ciclos menstruales de las mujeres al principio del tiempo de observación. Los estudios que corregían estos errores eran los que no podían confirmar la sincronización menstrual.

El mismo Wilson había realizado un año antes dos estudios en los que observó, junto a otros dos académicos, los ciclos menstruales de 152 mujeres en total. A pesar de, incluso, dejar por fuera a las mujeres con ciclos menstruales más irregulares y a las que estaban tomando pastillas anticonceptivas, no pudo encontrar evidencia clara de la sincronización: siempre eran más las mujeres cuyos ciclos no estaban sincronizados que las mujeres que sí los tenían sincronizados.

Lo que McClintock había comprobado en 1971 terminó de derrumbarse cuando Jeffrey Schank, un psicólogo estadounidense que había sido compañero de McClintock en sus estudios, afirmó que no existía la sincronización. Schank condujo un estudio con roedores en los que estudió la influencia de las feromonas —la sustancia química sobre la que McClintock mantuvo su teoría de la sincronización y sobre la que siguió investigando después de 1971— en los ciclos menstruales de los animales. No encontró ni influencia ni sincronización.

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De hecho, Schank publicó un estudio en 2006, junto al científico Zhengwei Yang, en el que estudió durante un año a 186 mujeres chinas que vivían juntas en una residencia. El estudio, titulado "Las mujeres no sincronizan sus ciclos menstruales", afirmaba no sólo eso, también que toda sincronización que se pudiera encontrar era una simple casualidad numérica: los ciclos menstruales muchas veces terminaban cruzándose por breves periodos de tiempo y que parecían sincronizaciones cuando el estudio se realizaba por poco tiempo. La sincronización era una cuestión matemática y temporal, nada biológico ni evolutivo ni nada que tuviera que ver con las feromonas.

Es más, la cuestión de la acción de las feromonas en los humanos sigue siendo un tema de debate sobre el que no hay muchas evidencias. Según Sandra Correa, una especialista en evaluación y diagnóstico neuropsicológico que habíamos consultado para otro artículo, las feromonas no tienen ninguna acción sobre la forma en que los humanos nos comportamos. La evolución nos ha dejado con un cerebro desarrollado que ha relegado las funciones básicas, como el olfato, en un estado primario, a diferencia de los insectos que sí se relacionan con estas sustancias químicas para comunicarse: decir donde hay comida, quien está listo para aparearse o hasta si alguien está muerto, y para los que el olfato sí resulta fundamental.

Sin embargo, son cientos los estudios y artículos científicos que se han dedicado a investigar la presencia y acción de las feromonas en los humanos y que han encontrado que sí producimos sustancias químicas particulares en distintos momentos: durante la ovulación, el embarazo o en estado de alerta. Varios de esos estudios han analizado la forma en que esas sustancias influencian a otras personas a través del olfato.

Un estudio publicado en 2001 por la Universidad Nacional de Yokohama, en Japón, comprobó que el olor del sudor de las mujeres embarazadas, en ciertas etapas, influenciaba la producción de una hormona en las mujeres que lo olían y que, entre otras cosas, regulaba los tiempos de la ovulación. La misma McClintock había conducido un estudio similar con mujeres que estaban amamantando. Aún así, aún no hay un consenso científico completamente convincente que permita concluir que las feromonas sí tienen un impacto real sobre los humanos, y que cambien, modifiquen o influencien sus comportamientos y la forma en que su cuerpo funciona. Incluída la regla.

Aún así, muchas mujeres sienten que la cosa sí es real.

"Yo sé que dicen que eso es mentira, o que es como una ilusión. Pero para mí eso es una verdad absoluta —me dijo Lina, una mujer de 24 años—. Con mis hermanas me pasa todo el tiempo: nos llega el mismo día, siempre, máximo con uno o dos días de diferencia. Cuando alguna se va de viaje por largo tiempo cambia el ritmo. Pero cuando volvemos a estar juntas se vuelve a regular y nos vuelve a llegar el mismo día".

O tenemos una terca necesidad por sentir que detrás de la pura casualidad hay algo más, o tal vez la ciencia todavía no ha logrado dar con el chiste.