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"Yo nunca hablo de lo que no sé": una charla con Diana Uribe

Hablamos sobre revoluciones y utopías con la historiadora más popular de Colombia.
Mateo Rueda
fotografías de Mateo Rueda
Foto de Mateo Rueda.

Diana Uribe es quizás la única historiadora que uno reconocería en la calle. Su voz grave y ronca le suena familiar por igual a estudiantes, taxistas y amas de casa. Esa fama se la ganó narrando la historia de la humanidad en formato chisme. Lo ha hecho en radio: La historia del mundo, en Caracol Radio, se volvió un programa emblemático de los domingos. También ha sacado audiolibros y es llamada con frecuencia para hacer análisis en televisión y prensa. Da la impresión de usar el mismo tono impetuoso para hablar de la Revolución Francesa que para contar una anécdota familiar en una reunión. Por eso algunos, los más apegados a las formas convencionales de la academia, le dan palo y la acusan de falta de rigor. Al resto probablemente los entretiene y les enseña una que otra cosa. Después de prepararlo durante muchos años, acaba de lanzar Contracultura, un libro sobre el tema que más al apasiona: las revoluciones de los años sesenta. Su hija escribió los textos y ella grabó los audios. Con esa excusa la visité en su casa en Teusaquillo, un espacio repleto de libros y de recuerdos de viajes.

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Sabiendo lo que sabe, ¿mira el mundo de forma pesimista?

Todo lo contrario. A mí me preguntan de dónde saco tanta fe en la humanidad conociendo sus horrores. Pues resulta que la humanidad tiene una cosa que se llama el espíritu de la libertad. Eso es parte de la construcción humana y se renueva una y otra vez. La libertad tiene diferentes disfraces, diferentes momentos, pero se hace presente entre nosotros. Yo le apuesto a la capacidad de construcción humana.

¿De qué está disfrazada ahora la libertad?

Mira, por ejemplo, toda la apuesta por la paz. Es ver gente como Mandela en Suráfrica, o como Irlanda, atravesando los caminos más terribles para llegar al otro lado y cambiar el destino histórico de un pueblo. Yo he visto que la historia es transformable.

Usted mira esos momentos de manera apasionada. ¿Cree que la historia es en parte un ejercicio de nostalgia?

No es nostalgia. Esto no es "todo tiempo pasado fue mejor". Esto es "¡pilas, mire lo que se logró!". No es un revival, es una urgencia. Donald Trump está de presidente y el Ku Klux Klan está volviendo a ser avalado: hay que volver a contar toda la historia de los derechos civiles desde el principio para que la gente vea que eso es inadmisible. Es la época de leer Gramsci y a Chomsky, porque los pensadores de mitad de siglo tienen un conocimiento muy profundo de la época moderna. Y en esta época es muy fácil que se trivialicen los debates, que se empantane un análisis serio sobre lo que estamos viviendo. Hay que echar mano de todos ellos: de Bradbury, de Orwell, de Marcuse, porque lo que ellos dijeron es más vigente ahora que nunca. Las ideas no se circunscriben solamente a un tiempo.

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¿Cómo hacer para que esa historia no se reinterprete de manera errada?

Las ideas tienen unos viajes muy particulares. Las vanguardias artísticas del siglo XX, en el periodo entreguerras, eran una cosa súper importante porque fueron los únicos capaces de expresar el horror de la Primera Guerra Mundial. Y resulta que la gente que vivió allá era la misma que le iba a tocar todo el nazismo, en Berlín, en Budapest, un montón de sitios que luego serían epicentros de la guerra. Casi dos generaciones después, todas esas bases de las vanguardias artísticas van a llegar al arte pop. Entonces hay herederos en otras generaciones de esos principios que le dan otra lectura importantísima. Otro ejemplo: las ideas de la Ilustración, que son unos inventos en unos cafés en París durante el siglo XVIII, son el fundamento de la independencia de un continente completo en América Latina.

A usted la apasiona la revolución de los sesenta, que en retrospectiva se ve absolutamente necesaria. ¿Qué revolución cultural nos está haciendo falta ahora?

En los sesenta el tema de la ecología estaba en ciernes y ahora son cosas desbordadas. Lo que para ellos era el pensamiento ecológico ahora es el calentamiento global. Lo que en esa época era la sociedad de consumo ahora es el mercado. Ahora las problemáticas son más grandes y las historias son más necesarias. En esa medida, la historia misma las actualiza. Cada tiempo tiene su propia utopía y las utopías se hicieron para los días más oscuros. En este momento hay muchas más formas: las primaveras, los indignados, las redes sociales. Todas esas son otras formas de revoluciones. Las revoluciones ahora serían globales y específicas. Solo que eso uno no se lo imagina: las utopías no se ven venir sino que estallan.

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¿No se puede planear una revolución? Eso no tiene recetas. Las utopías son algo tan impensable… De pronto aparecen. Uno no las ve venir. Nadie dijo "acabemos con el racismo o con la guerra de Vietnam". Nadie planeó eso. Todo sucedió y sucede simultáneamente. Un mismo movimiento va mutando y mutando en un lapso de cinco años. Así como la música de los Beatles va mutando y ellos van mostrando todas las transformaciones de la época a través de las diferencias de sonido, desde el rock and roll hasta la psicodelia. Estos son fenómenos dinámicos y profundamente creativos. La utopía es creativa y sale de la urgencia del tiempo. La pide la urgencia de la historia. A usted la llaman para hablar de todo. Desde historia de la música africana hasta el conflicto árabe-israelí. ¿Se siente autoridad sobre todos esos temas? Yo nunca hablo de lo que no sé. Todo lo que digo lo he estudiado putamente. Si hablo del conflicto árabe-israelí es porque me le he metido diez años. O una cosa como la de Yugoslavia: reino por reino, imperio por imperio, grupo por grupo, etnia por etnia, religión por religión. Cuando la tengo, le hablo de eso. Por ejemplo, cuando yo entré a las universidades era la guerra del Golfo Pérsico. Viene esa guerra y empiezan a manipularnos de una manera increíble. Nos estaban mintiendo descaradamente. La CNN tomó los derechos de transmisión de la guerra como si fuera la Copa de Europa. ¿Qué pasa cuando el periodismo traiciona su oficio y se convierte en un frente de noticias único? ¿Qué lo salva a uno de eso? La historia. Y todo lo que yo hago es pedagogía. Lo mío es trabajo de aula. ¿Tiene un método riguroso de aprendizaje? Yo tengo un método. Primero, hay que hacer un paneo, con una línea de tiempo. A medida que tú vas encontrándote más cosas, vas acercando la cámara, y ves qué necesitas saber y qué pedazo te falta. Además, cada vez que uno viaja va conectando cosas. Los viajes son una forma de acercamiento mucho más acelerada que cuando lees, simplemente porque la gente sobre la que estarías leyendo está viva y te cuenta las historias. A medida que vas desarrollando esa línea de tiempo, te van apareciendo muchas sorpresas. También, cuando estudio un lugar al que voy a viajar, hago primero un barrido de libros. Luego uno va viendo las canciones, los dichos, los museos. Yo trabajo muchos frentes a la vez e integro todo. Usted siempre está echando historias y cuentos de todas partes del mundo. ¿Le pasa mucho que le corrijan información? Yo hablo mucho pero también oigo mucho. Vos me venís a echar un rollo y yo te escucho y me lo aprendo. De pronto hay una persona que me dice "yo estuve en ese lugar y lo que pasó fue esto otro". Entonces yo inmediatamente le digo que bacanísimo, que me cuente cómo fue eso. Para mí toda corrección es una oportunidad de aprendizaje. ¿La autoridad y el prestigio no la vuelven terca? No, es que ser terco con el conocimiento como pa qué. El saber no es una cosa inmóvil: siempre se va aprendiendo y aprendiendo. Cuando a uno lo corrigen le están dando la oportunidad. Por ejemplo, me pasó en Irlanda. Yo he sido muy admiradora de U2 por la fuerza de su mensaje. Y resulta que estábamos entrando a Irlanda del Norte y en el bus que yo viajaba con el grupo les puse Sunday Bloody Sunday, les puse todo War, y el chofer se puso bravo porque era protestante. Yo le dije que estaba tratando de entender y de explicarle a mi gente, pero que si él quería contarme su versión de la historia me haría un gran favor y me honraría. Al otro día me contó toda su historia y fue a partir de ahí que terminé conociendo el lado protestante de una forma muy diferente. Yo hasta ese momento conocía más que todo el lado católico.

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Ahora me decía que lo suyo es la pedagogía y ha dicho también que hay que adaptarse a las nuevas formas de aprender de los jóvenes. ¿Hasta dónde está dispuesta a ceder en esa adaptación?

Hasta que sea necesario para entender la realidad. Es que si tú te plantas en que tal tipo de lenguaje no lo vas a entender, pues te vas a quedar sin comprender. O sea, empiezan a arrancar trenes que no sabes para dónde salieron. Eso no tiene un límite: uno no puede descalificar un lenguaje o una tendencia porque no la conoce o porque es nueva. Si uno cree que solo las formas le van a revelar las cosas, pues se pierde de mucho. Ahorita hay que estar en Youtube. Hay que estar dispuesto a cambiar y a revisar.

¿Cree que la academia está haciendo esa revisión?

Pues no a la velocidad que necesitamos. La academia siempre se demora un poquito en entender las cosas, pero al mismo tiempo los estudiantes son los mayores agentes de transformación social.

Usted ha estado muy metida dentro de esas transformaciones sociales en el país en los últimos años. También ha dicho que le encantaría vivir una época de sueño colectivo. ¿Cree que estamos viviendo ese sueño ahora mismo? Creo que sí. Llevo más de veinte años estudiando la paz en todos los diferentes procesos. He tenido la oportunidad de estar en Suráfrica y en Irlanda hablando con ellos. He visto que los procesos de paz son muy complicados, llenos de dificultades, pero que logran transformar los pueblos. Son difíciles porque toca dejar atrás imaginarios muy fuertes de odio y de guerra. Uno se acostumbra tanto al malestar que el cambio lo asusta. Nosotros estamos construyendo un proceso de paz con todas las dificultades que eso significa. Pero hay una voluntad de un país que quiere conseguir una paz y vamos a llegar allá y vamos a transformar este país. La gente que nazca después va a pensar de una forma totalmente distinta. Ya en este momento, por ejemplo, cada persona que muere nos duele a todos. Antes eso había dejado de doler. Ahora se volvió inadmisible. Cambió nuestra valoración de la vida humana.