Fui el asistente de Stanley Kubrick durante 30 años

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Fui el asistente de Stanley Kubrick durante 30 años

La semana que viene se publica 'Stanley Kubrick and Me: Thirty Years at His Side', un libo en el que Emilio D'Alessandro narra los triunfos y las tribulaciones que compartió con Kubrick durante sus 30 años de servicio.

Emilio D'Alessandro (izquierda) con Stanley Kubrick. Foto cortesía de SkyHorse/Arcade Publishing.

Casi dos décadas después de su muerte, Stanley Kubrick sigue siendo uno de los cineastas más venerados de Hollywood. Dirigió algunas de las mejores películas del siglo 20 y su influencia continúa siendo patente en las obras de directores como David Fincher o Nicolas Winding Refn.

Pese a todo, la vida de Kubrick sigue envuelta en un halo de misterio. Considerado por muchos un ermitaño, Kubrick pasó casi toda su trayectoria fuera de Hollywood y rodó todas sus películas en el Reino Unido o en localizaciones cercanas, debido al pánico que le causaba volar.

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Una de las personas que conoció la faceta más personal de Kubrick es Emilio D'Alessandro, un expiloto de Fórmula 1 que pasó la segunda mitad de la década de 1960 trabajando como chófer en Londres. Uno de los empleados de Kubrick vio el anuncio de Emilio en 1970, concertó una entrevista con él y le ofreció un puesto de trabajo.

Emilio, deja las formalidades, puedes llamarme Stanley

Emilio trabajó para Kubrick desde entonces hasta el fallecimiento del director, en 1999, periodo en el que le sirvió como chófer personal, asistente de rodaje y mano derecha durante los rodajes de películas como La naranja mecánica o Eyes Wide Shut.

La relación entre ambos fue pasando gradualmente de lo meramente profesional a lo personal. "Siempre lo llamaba Sr. Kubrick", recuerda Emilio, "hasta que un día me dijo, 'Emilio, deja las formalidades, puedes llamarme Stanley'".

La semana que viene se publica Stanley Kubrick and Me: Thirty Years at His Side, un libro en el que Emilio narra los triunfos y las tribulaciones que compartió con Kubrick durante sus 30 años de servicio. A través de anécdotas contadas con todo lujo de detalle e historias de la vida durante los rodajes y fuera de estos, Emilio arroja luz a lo que sucedía detrás de las cámaras en los controladísimos sets de Kubrick y ofrece un retrato distinto del director.

Llamamos a Emilio, en su Italia natal, para hablar con él sobre el consabido perfeccionismo de Kubrick, la forma en que aprendieron a trabajar juntos y el día en que el cineasta murió.

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Emilio y Ray Lovejoy durante el rodaje de 'El resplandor'.

VICE: ¿Por qué escribir este libro ahora?
Emilio D'Alessandro: Nunca me sentía preparado para contar la historia, porque para mí, Stanley no había muerto. Era mi amigo y no concebía que pudiera morir. Siempre que enfermaba, al día siguiente estaba perfectamente. Por eso me ha costado tantísimo tiempo aceptar su fallecimiento.

Era como un padre, pero mejor incluso

Entonces, ¿preferiste esperar a contar la historia hasta haber guardado un periodo de luto apropiado?
Stanley decía que lo que escribieran los demás sobre él era la historia de los demás, no la suya. Nunca confió en demasiadas personas, no le gustaba cómo la gente hacía las cosas y tampoco le gustaba discutir. Era un hombre apacible. Por eso estuve a su lado tanto tiempo. Era como un padre, pero mejor incluso. Mi padre estuvo con mi familia 17 años, pero yo pasé 30 con Stanley.

¿Crees que intentaba que todo el mundo en los rodajes se sintiera como en una familia?
Sí, porque confiaba en su equipo. Incluso vino con su familia a la confirmación de mis hijos. Una vez hubieras trabajado para él, sabías que te volvería a llamar.

Entre seis meses y un año antes de empezar a grabar una película, por ejemplo, ya estaba preguntando a la gente qué planes tenían para esas fechas. Procuraba no empezar hasta que todo el mundo le hubiera confirmado su disponibilidad y siempre trataba de mantener a todo el equipo unido.

¿Por qué Kubrick causa tanta fascinación?
A muchos les aterraba conocerlo en persona. Era un hombre muy hermético, así que en cierto modo se alimentaba de ese halo de misterio. Siempre me hacía decir que trabajaba para él, no con él. ¡La gente me preguntaba y yo tenía que mentirles! Pero estuve mucho tiempo con él y pude ver cómo la gente entraba asustada y salía sonriendo. Es solamente que no lo conocían. Se ha dado una imagen de él como de alguien a quien no le gustaba estar con gente, pero no era así en absoluto.

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¿Eras un gran admirador de sus películas antes de trabajar con él en La naranja mecánica?
No tenía ningún interés en el cine, sólo en las carreras. Incluso después de dos meses trabajando en su empresa, todavía no me quedaba claro quién era Stanley Kubrick.

Cuando finalmente lo vi, me recordó mucho a Fidel Castro, pero no me di cuenta de quién era. Pensé, "madre mía, allá vamos". Esperaba que desprendiera un aroma a fragancia o que tuviera un aspecto más imponente. Cuando se acercó a mí y se presentó como Stanley Kubrick, casi me desmayo.

Kubrick destacaba por su perfeccionismo. ¿Adquiriste algunos de sus hábitos o exigencias a lo largo de los años?
Desgraciadamente, sí. Siempre llevo camisas con dos bolsillos en la pechera, y en uno de ellos guardo el bolígrafo. No cargo con 500 libras exactas en el bolsillo, me resulta demasiado difícil.

Has mencionado que estuviste mucho tiempo sin ver las películas terminadas. ¿Por qué evitabas ver las producciones en las que habías participado?
En primer lugar, porque eran muy largas y habría tardado un par de horas o más en verlas. No veía por qué tenía que pasarme todo ese tiempo sentado viendo las películas cuando podía estar haciendo otra cosa. "¿Por qué no las ves?", me preguntaba, y yo le decía, "Stanley, si me pongo a ver tus películas, quién va a hacer mi trabajo? Un día las veré". Al día de hoy ya las he visto todas, gracias a Dios.

¿Tienes alguna favorita?
Me encanta Barry Lyndon porque no dicen groserías. Es una película muy bonita y pintoresca.

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Emilio durante el rodaje de 'Eyes Wide Shut'.

Kubrick era conocido por dictar muchas normas que su equipo debía respetar. ¿Tenías tú alguna norma que él tuviera que acatar?
Sí: nada de armas. Cuando creces entre dos guerras, ves demasiados jóvenes soldados muertos, chavos que no sabían lo que estaban haciendo y a los que les esperaba la muerte. No me gustan las pistolas.

A él le encantaban, pero yo le pedía que las guardara todas con llave. Una vez me pidió que llevara las pistolas a que les hicieran el mantenimiento. "Cuando me las des en una caja cerrada con llave, las llevaré", le contesté. Tenía un llavero con media docena de llaves suyas, menos esa. A veces esas diferencias eran muy complicadas.

¿Alguna vez le oíste hablar de algún proyecto que al final no llegó a grabarse?
Cada vez que viajábamos a una locación para una película, Stanley tomaba notas para futuros proyectos. Una vez fue I.A., o Napoleón, película que tenía muchas, muchas, muchas ganas de hacer. Siempre estaba con otro proyecto entre manos mientras grababa una película.

Otra cosa que le gustaba tanto como hacer películas era el trabajo de investigación. Tenía cajas y cajas de papeles, de forma que si un día hubiera decidido hacer, por ejemplo, Napoleón, ya tenía ese trabajo hecho. Yo me encargaba de cuidar de todo ese material por si a los productores finalmente les daba por hacer algo con él. Stanley nunca dejaba de investigar.

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¿Recuerdas dónde estabas cuando te enteraste de su muerte? ¿Estabas con él?
Lo comentaré rápido, porque todavía me duele. En cualquier caso, sí, estaba con él. La noche anterior le había dejado una nota en su mesa, como siempre hacía.

"Todo en orden en la oficina, el fax está limpio y todo el mundo ha recibido los mensajes. Por favor, quédate y descansa. Estás exhausto. Bájate por la tarde, que yo iré por la mañana, como siempre".

A mediodía, desgraciadamente, recibí una llamada y me anunciaron que Stanley había muerto esa misma noche. Grité el mayor insulto, y eso que yo nunca digo groserías. Hasta que no llegué a su casa no me lo creí. Incluso cuando estuve ahí y su mujer me tomó de la mano y me dio la noticia, no terminaba de creerlo. Por la noche, volví a casa, todavía incrédulo.

¿Escribir el libro te ha ayudado?
El libro me ha ayudado a entender. Llevo años llorando su pérdida y escribir este libro ha sido un alivio. Ahora Stanley me habla de nuevo.

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