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Comida

"Supper clubs", cenas clandestinas y plataformas digitales de comida en Bogotá

Estas son las nuevas experiencias gastronómicas que llegaron hace poco a Bogotá.
Foto por: Eduardo García. La Petite Table.

Era un miércoles 20 de abril. Ese día me citaron a las 8:00 de la noche en una dirección en el barrio Chapinero de Bogotá para asistir a una comida en un espacio que se denomina La Petite Table. Al llegar, me topé con una pastelería y panadería a punto de cerrar. "¿Es acá?", fue lo primero que pensé.

Me fumé un cigarrillo mientras descifraba cómo entraría a un lugar que poco a poco se iba apagando con el correr de los minutos: las sillas levantadas, las luces atenuadas, los empleados con afán. Decidí esperar a que llegara alguien más para estar segura. Al acabarse mi cigarrillo y después de que mi impaciencia se incrementara por saber al fin cuál era ese sitio misterioso que encontré en Internet, decidí entrar, por si las moscas. Al lado izquierdo de la pastelería había una puerta que no se veía. Arriba, el logo de La Petite.

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Al subir unas escaleras, me topé con una cocina, un chef y dos ayudantes de cocina, mientras dos meseros (sin uniforme todavía) preparaban el espacio. Cuando digo espacio quiero decir una mesa de 20 puestos, en una especie de invernadero, rodeada de lámparas, calentadores y plantas que decoraban el lugar. De música de fondo se oía de vez en cuando a Edith Piaf, seguida inmediatamente de otros cantantes franceses.

La verdad, y en mi opinión, nada tenía este sitio que envidiarle a los restaurantes prestigiosos de Bogotá.

Poco a poco fueron llegando los dueños del lugar y demás invitados, mientras me presentaba con el chef Willans Lucumy Fory, de Santader de Quilichao, Cauca, quien fue el encargado de condimentar la noche. El menú fue el siguiente: una entrada de crema de chontaduro con aguacate; una pechuga de pollo en leche de coco y curry acompañada de arroz con marañones y vegetales salteados; y un mousse de yogurt con frutos rojos de postre. El costo, nada modesto, por demás (tampoco nada que envidiarle por lo caro a los restaurantes prestigiosos de Bogotá) 65 mil pesos.

Entre desconocidos, nos fuimos sentando y empezaron a desfilar los platos.

Foto por Eduardo García.

La Petite Table, una iniciativa de un diseñador, Reinhard Dienes, un abogado, Santiago Martínez, un administrador, Álvaro José Mosquera, un director de arte, Eduardo García, y de una chef, Camila Marulanda que decidieron aprovechar al máximo el patio de la cafetería de Camila (que lleva su mismo nombre y apellido), para ambientarlo y convertirlo en una mesa de restaurante elegante. Allí, cada uno aporta sus conocimientos para darle una imagen y tener un negocio que explore nuevos talentos en la cocina. De ahí lo heterodoxo del menú.

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Eduardo García, diseñador y promotor de la idea, se dio cuenta de una movida que estaba ocurriendo con cada vez más fuerza en Europa, donde vive. Junto con sus amigos decidió aproximar las cenas clandestinas a cualquier tipo de comensal, para que fueran más visibles y que las personas pudieran tener una experiencia distinta con una cena.

Según me cuenta Santiago Martínez, de La Petite, en Colombia las cenas clandestinas llevan funcionando aproximadamente dos años. Pero en ellas, el concepto es distinto. Acá la diferencia gira en torno a la página de Internet: "queríamos que las personas pudieran tener acceso a nombres, a eventos y a alimentos, para que escojan lo que realmente quieren vivir como experiencia".

Este concepto creado por estos cinco amigos está dirigido a todo público: desde chefs profesionales, chefs principiantes, foodies y público en general. Su platos varían desde 65 a 85 mil pesos, según los alimentos que componen el plato y lo reconocido que sea el chef. "Hacemos un proceso de selección donde queremos comer algo delicioso, que sea entendible y nada pretencioso", afirma Eduardo.

Un día antes de llegar a mi cita culinaria, el 19 de abril, un video en El Espectador explicaba que en varios lugares del país estaban en furor nuevas tendencias culinarias en busca de experiencias alrededor de la comida: se trata de cenas clandestinas donde uno paga una suma de dinero, que varía entre los 60 mil y 80 mil pesos, sin saber dónde se van a hacer o qué se va a comer. Estos han sido los escenarios en los que chefs se aproximan a sus comensales.

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Este "nuevo" concepto es más viejo de lo que parece. De hecho, en varios países, como Alemania, Francia, España y Estados Unidos, las experiencias tienen palabra para identificarlas y se están volviendo cada vez más populares: su nombre, los "supper clubs". Los clubs de las cenas ––llamémosles así, en español­–– son reuniones alrededor de la comida, donde los invitados pagan por un asiento en una casa, en la parte de atrás de un restaurante, o en espacios específicos para este fin. Las personas, sin conocerse, crean relaciones, sienten emociones y, aparte, se sientan a disfrutar de una gran comida.

También existen en Cuba, aunque inspiradas en motivos diferentes. Los turistas pagan un almuerzo en la sala de una casa típica cubana, con ropa vieja y fríjoles negros incluidos, entre miembros de la familia que ven televisión.

En Colombia estamos empezando a ver las experiencias con estilos distintos: cenas en casa, como las de Ximena Leal o Jorge Iván Castro, protagonistas del video de El Espectador; La Petite Table, un nuevo concepto que consiste en utilizar un espacio detrás de una cafetería para realizar cenas y otros más.

De hecho, otra alternativa es Bogotá PopUps, una plataforma que empezó en enero del año pasado de la mano de Sara Lisa Ørstavik y Andrés Lizcano, dos amantes de la comida. En su primera edición decidieron hacer una cena en su casa donde invitaron 10 amigos que no se conocían entre sí. Y así empezó un proyecto de emprendimiento que ha ido creciendo con el tiempo.

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Foto por Andrés Lizcano.

"Renuncié a mi trabajo en la ONU para dedicarme tiempo completo a este proyecto. Me encanta cocinar", afirma Sara Lisa cuando la llamé por Skype a su casa en Bogotá. Me dice que su familia siempre fue fanática de cocinar y que ella aprendió empíricamente. Ahora, ella no es la única cocinera de Bogotá PopUps: se ha convertido en una plataforma internacional en la que las personas de todas partes del mundo pueden cocinar mientras tienen algún tipo de estadía en Colombia y, al mismo tiempo, hacer eventos gastronómicos.

Sus precios varían desde 30 mil pesos a 110 mil, dependiendo de la actividad.

El apartamento de Sara Lisa y de Andrés comenzó siendo el primer comedor, y ahora, con eventos de todo tipo, desde clases de cocina, brunchs, catas de vino y cenas temáticas, han logrado crear más de 50 eventos con personas de diferentes países del mundo. "Hemos hecho cenas temáticas de países, de colores, como el rosado, donde hicimos unos gnocchis de remolacha, por ejemplo. También hemos hecho cenas con un ingrediente específico, como el chocolate", me dijo Sara Lisa. Con más de 500 seguidores en Facebook, Bogotá PopUps está creciendo indiscutiblemente.

Comiendo cuento, es otra iniciativa de una reciente estudiante de gastronomía en el Gato Dumas, Diana Pizano, quien después de que sus amigos le sugirieran hacer algo con su mesa de 14 puestos, decidió montar un restaurante con una cena mensual en su casa en la calle 71 con 4 de Bogotá.

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Diana estudió biología, pero siempre ha estado interesada en la cocina, "siempre he sido comelona", me dijo cuando la llamé mientras estaba en un trancón llegando a Bogotá. Su proyecto comenzó porque alguna vez le dijeron que su casa era perfecta para hacer un encuentro gastronómico alrededor de su comedor. Y con la ayuda de su novio, decidió ambientarlo con música en vivo para acompañar las comidas.

Foto por Alejandro Osses. Cortesía de Diana Pizano.

La anfitriona trata de hacer menús cada semana, los publica previamente por Facebook, y abre cupo para 14 personas, a 20 o 30 mil pesos el cupo. "A veces llegan muchas más de las que espero. Entonces me ha tocado abrir espacio con lo que tengo en mi casa. Todo es diferente, cubiertos desiguales, platos de vajillas distintas y sillas de todos los tamaños", me dice Diana.

En cuanto a la comida, la mayoría de veces los platos son vegetarianos. Cuando no, siempre habrá la versión vegetariana para darle variedad. Ahora, además de su carrera de bióloga, Diana está estudiando gastronomía en El Gato Dumas, en la que cursa su segundo semestre. Así se está enfocando siempre en retomar los ingredientes colombianos y explotarlos para hacer platos diferentes.

Las opciones se multiplican y diversifican pero el concepto básico se respeta al máximo. Caras e interesantes, las Supper clubs están cogiendo una fuerza indiscutible. No solamente está el elemento social, sino también el hecho de que los chefs quieran hacerse conocer.