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Analizando el caos que ocasionaron las explosiones en el Maratón de Boston

Un recuento de la tensión que se vivió ese día.

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En palabras del presidente Obama, las consecuencias del atentado en el maratón de Boston derivan de “un acto de terrorismo”. Según un policía local de Boston que estaba en el lugar, fue “una escena aterradora”.

El oficial, un íntimo amigo mío que carece de permiso para hacer declaraciones oficiales a la prensa, tenía asignado desviar el tráfico de la ruta del maratón de Boston, manteniendo a los enojados y confundidos conductores lejos del evento. Mi amigo trabaja en el maratón todos los años.

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Entonces hubo dos explosiones, gente sangrando y una enorme multitud a la cual controlar.

Estaba a pocos edificios de distancia de Boylston Street, donde ocurrieron las explosiones, pero calcula que habrían "unas diez mil personas" entre ese lugar y donde él estaba montando guardia.

Poco después, cualquier objeto abandonado –y había muchos en el centro de Boston en el Patriot’s Day– se convirtió en algo sospechoso. La paranoia gobernaría durante el resto del día.

La policía empezó a golpear cada objeto sospechoso con ráfagas de cañones de agua; esto, según me dice, “asustó a la mayoría de la gente”.

Hubo una llamada acerca de un objeto sospechoso, dice, delante del Rattlesnake’s Lounge, un bar de Boylston Street conocido por su terraza en el tejado y su pésimo servicio. Resultó no ser nada.

Era preciso limpiar la zona. El trabajo del policía pasó a ser el de gritar a la gente que se alejara lo más rápido posible.

“Muchas personas eran de fuera de la ciudad y querían recoger sus cosas antes de abandonar la zona, a lo que yo les decía, “Miren, tenemos informes de un objeto sospechoso, ¿les importaría recoger sus cosas más tarde?”

Los corredores fueron trasladados al Boston Common, lo que significa que muchos de ellos no pudieron recoger las pertenencias que tenían en los autobuses que se habían desplazado desde la línea de salida, a unos 42 kilómetros.

Muchos corredores pasarían las horas siguientes temblando en grupo y preguntándose qué había pasado.

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El Patriot’s Day –o el Lunes de Maratón, como se conoce coloquialmente– es algo grande en Massachussets. Nació en Brighton, un barrio de Boston, y se desarrolló a poco menos de 100 kilómetros al oeste de la ciudad.

En estas fechas, los Boston Red Sox juegan siempre en casa. El partido empieza cerca de las 11 de la mañana. Esto, junto con el maratón, significa que la atmósfera de la ciudad es, por lo general, alegre y festiva.

Dicho de otra forma: hay mucha gente muy, muy borracha desde temprano, porque un partido de béisbol no puede verse sobrio. Pero el ambiente general es feliz y alegre, algo que no es habitual en una ciudad que pasa la mayor parte de su tiempo comportándose como el tío gruñón de Norteamérica.

A lo largo de la línea de carrera del maratón, la multitud suele amontonarse en cinco o seis filas. Se hace difícil caminar por las aceras con semejante gentío. Es un acontecimiento.

Erin Glencross, una amiga mía de la universidad, estaba en el centro de Boston para ver a Dave, el marido de una amiga suya, completar su primer Maratón de Boston. Acude todos los años; el año pasado nos topamos delante del mismo bloque donde ocurrió la primera explosión. Dave había terminado dos minutos antes de que estallara la primera bomba. Los responsables de la carrera le estaban pasando una medalla alrededor del cuello cuando la bomba explotó al otro lado de la calle, sofocando los vítores de la multitud.

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Glencross, profesora de estudiantes de 27 años, se había metido en los almacenes Lord & Taylor tratando de circunvalar a la multitud próxima a la línea de meta cuando estalló la primera bomba. Creyó que se trataba de un accidente de tráfico. Entonces explotó la segunda.

“Fue entonces cuando supe que estaba pasando algo”.

Glencross y sus amigos salieron de los almacenes solo para encontrar a una muchedumbre corriendo en dirección a ellos. Algunas personas tenían pequeños arañazos, pero Glencross no vio heridas de gravedad. Durante 45 minutos no pudo localizar a Dave porque los teléfonos celulares no funcionaban. Las autoridades podrían haber anulado el servicio, posiblemente temiendo que fueran teléfonos móviles los que estuvieran activando los explosivos.

“Fue un momento sumamente tenso”, dice ella.

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La policía condujo a todo el mundo al Copley Plaza Hotel, que permaneció cerrado y acordonado varias horas. Había gente llorando. Gente gritando. Todo tipo de salvajes rumores acerca de lo que estaba sucediendo. Y mucha confusión.

Como mucha gente en la ciudad, Josh Weinberg se había tomado el día libre. Se lo toma todos los años. Este hombre de 27 años nació en Ashland, un suburbio al oeste de la ciudad que se encuentra al lado de la línea de paso del maratón. Ha visto la carrera todos los años desde que era niño.

“Era una ocasión para pasarla bien. Junta a mucha gente. Es un día de los que definen a Nueva Inglaterra”, dice Weinberg, que trabaja en producciones de televisión.

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Como Glencross, había entrado en Lord & Taylor, al lado de Boylston Street, para evitar el compacto gentío, cuando estalló la primera bomba. Calcula que fue a unos 90 metros de donde estaba él. Salió fuera. Recuerda que algunos espectadores habían entrado en pánico y gritaban, otros mantenían la calma. Caminó hasta el bar de un hotel, no recuerda cuál. Pidió una cerveza Samuel Adams, típica del día de la maratón, y vio las noticias. Una vez oyó que habían sido dos bombas, dejó en el bar la cerveza a medias y se fue a su casa, a casi 5 kilómetros, andando, ya que el transporte público estaba paralizado.

Amanda Riley estaba cerca del Lenox Hotel, concentrándose en los resuellos de los corredores e intentando recoger a su hermana Stephanie, que estaba a punto de terminar su tercer maratón de Boston.

Se encontraba al otro lado de la calle donde estalló la primera bomba, con su espalda dando a la línea de meta. Estaba tratando de entender qué había sucedido cuando estalló la segunda bomba. No vio la explosión. Ni siquiera recuerda haber notado el estallido.

Junto con el resto de su familia, Riley, de 26 años y estudiante de una maestría, entró en un callejón cercano al hotel para huir del lugar.

Llamó a su hermana; esto fue antes de que cayera el servicio. Los policías le habían dado el alto a su hermana a menos de kilómetro y medio para llegar a la línea de meta. Tardaron tres horas en avanzar a través de la multitud y encontrarse una con la otra.

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Los niños gritaban y lloraban. Ella no vio la sangre y la carnicería que dominaron la cobertura de los medios de comunicación. Le dijeron que se mantuviera lejos de los contenedores de basura, ya que se creía que allí habían sido colocadas las dos bombas que hasta el momento habían matado a tres personas y herido a más de cien.

“Todas esas personas inocentes estaban aquí para una celebración. Es espantoso”, dice Riley. “Para la gente que ha entrenado tan duro y ve su gran día destrozado también es terrible”.

George Lobaton, amigo mío de la universidad, había acabado de cruzar la línea de meta y estaba abrazando a un marine que portaba una bandera cuando estalló el primer artefacto. El marine dijo que debía tratarse de un cañonazo de celebración, siendo el Patriot's Day y todo eso. Estalló la segunda bomba. Fue entonces cuando Lobaton, un financiero de 29 años, comprendió lo que pasaba. Lo primero que pensó fue en sus padres, que sabía que estarían sentados en las gradas próximas a la meta para verle completar su segundo maratón de Boston.

“Pensé, ‘Deben haber colocado algo más debajo de las gradas’”, dice.

Sus padres resultaron estar sanos y salvos. Los corredores ayudaron a echar hacia atrás las barreras para que el gentío pudieran abandonar el lugar, dice George.

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