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Television

Todo lo que debe saber para arrancar la quinta temporada de Orange Is The New Black

Sabemos que ustedes no se acuerdan. Acá les aclaramos todo.
Pantallazo de Netflix.

Piper Kerman estaba en su apartamento en Nueva York, en Manhattan en 1998, cuando varios agentes llegaron a su puerta a informarle que estaba acusada de lavado de dinero y tráfico de drogas. En 2004, después de varios papeleos y procesos judiciales, Piper llegó a una cárcel de mínima seguridad en Connecticut a pagar una condena de poco más de un año. De su experiencia salió Orange is the New Black, el libro que publicó en 2010 y que luego se convertió en la serie de Netflix.

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***Les advierto que, de aquí en adelante, hay spoilers***

Hoy, cuatro años después del estreno de la serie y cuatro temporadas más tarde, lo que menos importa es la historia de Piper. Me refiero al impacto político de la serie. Me refiero a la representación de sexo lésbico, de las mujeres negras estadounidenses, de las condiciones de las personas trans en las cárceles. Me refiero a las otras muchas historias de los personajes que se han vuelto protagónicos en la historia. Pero, sobre todo, me refiero a un nombre específico: Poussey.

Tenemos que empezar por hablar de lo que hasta ahora es tal vez la pérdida más traumática. Ya ha pasado antes: en la primera temporada, Tricia —mona de trenzas— murió por una sobredosis de heroína y son varias las que han salido de la historia por periodos cortos o de forma definitiva —Rosa, Nicky, Alex, Stella—. Pero esta es definitivamente la primera vez que un personaje que ha estado desde el primer episodio de la serie se va de la historia de forma tan irremediable, trágica y, a la vez, casi estúpida: murió asfixiada, por accidente, debajo de la rodilla de un guardia inexperto y asustado.

Pero la muerte de Poussey no es fortuita, es la consecuencia de varias situaciones y crisis por las que ha atravesado la cárcel de Litchfield desde la primera temporada.

Primero hay que devolverse a la temporada 3: la cárcel iba a ser cerrada por el Departamento Federal de Cárceles, el ente que la administraba. Caputo, hasta entonces el alcaide de la prisión, buscó la financiación que necesitaba para mantener la prisión funcionando en una empresa privada, MCC, cuyas decisiones sobre la cárcel se han basado en intereses económicos. Cuando MCC se vuelve el administrador de Litchfield es cuando varias presas empiezan a fabricar ropa interior para mujeres, los ingredientes en la cocina cambian por grandes bolsas de comida viscosa y precocida, la población de la cárcel se duplica, se acortan los turnos de los que venían siendo guardias y entran nuevos guardias sin entrenamiento ni formación previa. Todos los elementos para que lo que ya venía siendo una situación de mierda termine de irse por el barranco.

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La cuarta temporada inicia con la tragedia, la incompetencia y la corrupción dominando los eventos al interior de la cárcel. Las camas se convierten en camarotes y la cárcel ahora contiene al doble de presas que antes. La sobrepoblación sumada al recorte de gastos lleva a varias tensiones incluyendo, por ejemplo, una escasez de tampones que le abre las puertas al mercado negro.

Pero los problemas no son para nada una pura crisis de recursos, la llegada de nuevas reclusas también aumenta las tensiones raciales. La mayoría de presas son ahora latinoamericanas y se vuelven el blanco de los guardias que las requisan y persiguen en cada oportunidad que tienen. Piper, que ahora compite con las latinas por el control del negocio de la ropa interior usada que vende por Internet, se aprovecha de la situación para "colaborar" con los guardias y vigilar a las latinas. La cosa es que su "estrategia" termina dando paso a la conformación de un grupo de presas con tatuajes de esvásticas que fichan a las latinas por su raza.

Los guardias, por su parte, ahora son en su mayoría veteranos de guerra, una estrategia de MCC por llenar el vacío de personal y ahorrarse el proceso de capacitación. Pero el perfil de los nuevos guardias, liderados por Piscatella —un gigantón que no duda en valerse de medidas hostiles y represivas para imponer su autoridad—, resulta desproporcionado y peligroso para una cárcel de mínima seguridad. Eso es especialmente cierto con Humphrey, un guardia perturbado que deja ver sus tendencias psicópatas cuando obliga a una de las prisioneras, Maritza, a comerse un ratón vivo.

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Mientras todo en la cárcel augura un desenlace trágico, Sophia, la única mujer trans en esa prisión, está en aislamiento como "medida de protección" después de que varias presas la golpearan por un desacuerdo que había tenido con una de ellas. Fuera de la cárcel, la esposa de Sophia busca la manera de saber algo de su pareja: no ha tenido noticias de ella y Caputo la evade cada vez que ella lo busca. Mientras tanto el inconformismo de Caputo con las medidas de MCC es cada vez más evidente, al igual que su impotencia a la hora de resolver los problemas de las reclusas. Finalmente es él mismo quien revela la situación de Sophia a los medios: es la única forma que tiene de tratar de cambiar una situación sobre la que ya no tiene control.

La bomba que amenaza con estallar en varios frentes, finalmente explota cuando accidentalmente encuentran el cuerpo enterrado de Aydin, un guardia que en realidad había entrado a la cárcel para asesinar a Alex por orden de Kubra, el narcotraficante para el que ella trabajaba. Después del descubrimiento del cadáver, la cárcel queda sellada: ningún guardia puede salir y todas las presas tienen que abandonar sus actividades y reunirse para ser interrogadas. Humphrey aprovecha la situación para forzar a dos reclusas a pelearse entre ellas —una escena que además le hace eco a las técnicas de tortura de Guantánamo— y Suzanne, también conocida como "Crazy Eyes", termina golpeando gravemente a Maureen hasta dejarla casi al borde de la muerte.

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Los comentarios de OITNB sobre el abuso de poder, el uso de la violencia y el racismo llegan a su cúspide en los dos últimos capítulos de la temporada cuando las varias familias de reclusas —las negras, las latinas, las blancas— se olvidan de sus propios conflictos para pararse unidas sobre las mesas en una muestra pacífica de resistencia civil. Frente al abuso de Piscatella y de los otros guardias, la población entera de la cárcel se levanta en silencio con la mirada desafiante emulando las resistencias civiles que estallaron recientemente en Estados Unidos en respuesta al abuso policial hacia la población negra. Y muy al estilo de las mismas movilizaciones, la respuesta de la fuerza es acabar la protesta con un despliegue de violencia.

Es en ese enfrentamiento que Poussey termina debajo de la rodilla de uno de los guardias, de Bailey, el que menos tiene la culpa de los enfrentamientos, de la injusticia y del abuso de poder. El más noble de todos. Ella solo interviene a favor de Suzanne, que entra en crisis en medio de los enfrentamientos. Él solo reacciona torpemente bajo las instrucciones de un líder autoritario que grita órdenes para reprimir una situación que se le salió de control y que a él, a Bailey, le aterroriza y no sabe cómo enfrentar. Todo es un caos mientras Poussey va perdiendo el aire poco a poco y pasa los últimos segundos de su vida sin que nadie escuche sus últimas palabras: "No puedo respirar"

La muerte de Poussey es trágica y para la mayoría de los seguidores de la serie es el detonante de un desborde de llanto que ocupa la mitad del penúltimo capítulo y la totalidad del último. Pero tal vez lo que hace más fuerte y contundente su muerte, es el hecho de que, de alguna forma, no es culpa de ninguno de los implicados. Es difícil y reduccionista odiar a Bailey. Y no hay forma de encontrar explicación a la muerte de Poussey en sus acciones previas. Nadie provocó a nadie y, de alguna forma, nadie tiene la culpa. La tragedia es culpa de un orden y de una estructura de poder que le dio paso al abuso de la autoridad, a la pérdida del individuo por la represión a la masa y a la complicidad entre quienes ostentan el poder. Una descripción que bien podría aplicarse a cualquier situación de injusticia social que ha llegado a sus últimas consecuencias y que solo anticipa una eventual y más fuerte revolución.

Así es en Orange is the New Black. La muerte de Poussey es el detonante de un "llamado a las armas". Al final, todas, las blancas, las negras, las latinas, se rebelan ya no en silencio, sino con gritos, rabia y dolor. Humphrey, una de las caras de todo lo que llevó a ese momento, deja caer un revólver y lo recoge una reclusa latina, Daya. Inicialmente lo apunta a las blancas, a las de los tatuajes de esvásticas, pero finalmente lo apunta al guardia que ahora está en el piso a merced del arma que él mismo trajo a la situación. Así termina la temporada, con la cámara girando alrededor de Daya y de sus manos empuñando el revólver y encarando la decisión de en quién se convertirá a partir de ese momento.

La bomba ya estalló y ahora la cárcel es de las presas.