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Cultură

¿Qué tan ñeras le parecen estas gorras?

Algunas pueden valer más que su último par de zapatos.

¿No las ha visto nunca? ¿En serio? Piénselo muy bien. Recuerde la última vez que oyó a alguien improvisar rap conciencia, piense en la Avenida 68 el día de Hip Hop al Parque, deténgase en el recuerdo de una selfie de Transmilenio o en la última vez que se cambió de acera por miedo a que lo atracaran. ¿Ya lo hizo? Bien: el denominador común son las "gorras de ñero", que llaman, o mejor dicho llamamos, porque así les decía yo también hasta hace unos días. En realidad son mucho más que eso: son objetos de colección, un manifesto de moda, símbolos de estatus, un punto de encuentro para un mercado de trueques en el que, por una buena gorra, se puede cambiar todo lo que va desde un pitbull hasta una katana. Aquí les cuento lo que se esconde detrás de un accesorio que, para un rapero, representa lo mismo que el último par de Dr. Martens significan para un hipster.

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No aptas para chichipatos

Lo primero que usted debe saber es que esta no es ropa de atracador, sino más bien una serie de objetos de colección, bastante costosos, que pertenecen a una corriente de moda llamada Vieja Guardia.

Vieja Guardia significa que estas gorras (al igual que las personas que las coleccionan) fueron concebidas entre finales de los años ochenta y principios de los noventa. "Son prendas que entraron al país de contrabando, a finales de los ochenta, o que fueron traídas por las familias de clase media y media alta que empezaron a viajar a Estados Unidos en esa época. Con el tiempo entraron en desuso y se convirtieron en ropa de herencia o acabaron en tiendas de segunda", me dijo Edward Murillo, exeditor de la revista R*. Con el tiempo, y a causa de la acogida de la cultura Hip Hop entre los jóvenes de los barrios populares de las principales ciudades colombianas, estas prendas, que suelen ser alusivas a equipos deportivos estadounidenses, los Looney Tunes, o ambas, se ganaron el estatus (y el precio) que hoy las acompaña. "Vieja Guardia casi no tengo, porque es lo más caro y lo que menos llega", me dijo la administradora de una compraventa de ropa de la Caracas con calle 50. En su negocio, la señora vendía 4 gorras Vieja Guardia que tenían precios entre 80.000 y 125.000 pesos. Pero llegan a valer mucho más. Así como estas gorras fabricadas hace más de 20 años escasean en las compraventas, abundan en el mercado virtual. Ubiqué alrededor de una docena de grupos en Facebook dedicados a vender o intercambiar prendas Vieja Guardia, y en ellos encontré gorras que se vendían por 200.000 pesos o más. Hablé con T., uno de los coleccionistas más activos del grupo. Tiene 18 años y una foto de perfil con un cuchillo pequeño (138 likes). T. me mostró una foto de su gorra más preciada: una slam dunk de los Hornets de Charlotte que, a juzgar por la fecha en la que el equipo dejó de existir, debió ser fabricada hace unos 15 años. "Es re caaleta, nadie la tiene. Y es re valiosa, 800 mil me han ofrecido. Y no la suelto", me dijo.

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Según T., por una gorra igual a esta le han ofrecido 800.000 pesos /imagén vía: ecrater.com

A veces era muy difícil saber cuánto podía valer una de estas gorras, porque muchos de sus dueños no las cambian por efectivo, sino por otras gorras o prendas Vieja Guardia. "Usted tiene que ganar de bandido. No de robar, sino de saber hacer los cambios, porque hay muchos que dicen ser aficionados a las gorras y, paila, no saben ni el precio", me decía la semana pasada T., quien ha logrado amasar una colección nada despreciable de gorras a punta de sus habilidades como negociante. "Yo empecé comprando una gorra de 30.000, la cambie por una de 50.000, y después trancé un chompo, y así fue subiendo poco a poco". Ahora, cambiar gorras por gorras es solo una (la más aburrida) de la formas de trueque que se ven entre los coleccionistas. En los últimos meses he visto a los miembros del grupo proponer cambios de gorras por celulares, tablets, bicicletas, perros pitbull que ya nadie se aguanta en la casa, revólveres de mentiras (en algunos casos de verdad) e, incluso ayer en la noche , una katana japonesa de muy buena pinta que además venía en combo con una tablet.

Ayer fue noche de gorras por armas blancas y exóticas.

El léxico de la calle

Casi ninguna cosa es llamada por su nombre en los grupos de cambio de gorras. La gorra es un 'techo' o una 'teja', una chaqueta es un 'chompo' y a las camisetas les llaman 'satines' o 'mallas'. En la orilla opuesta están los objetos de intercambio: a los celulares les llaman 'bichos', y si se encuentran bloqueados son 'mala vida'; a los revólveres que disparan balas les dicen 'guayos' y a los que no, 'mentirosos'. También existe una terminología especial para la negociación: a una oferta a la baja se le llama 'menosprecio', a una contraparte indecisa se le llama 'poco serio'. Las gorras de calidad son llamadas 'firmes', pero a una excepcional se le dice 'horrenda'. Cuando el trato finalmente se cierra, se completa la 'transa'. Un clasificado cualquiera en la página es algo así:

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Todo un manifiesto de moda

A diferencia de lo que pasa con las camisetas de equipos de fútbol, el gusto por las gorras Vieja Guardia es puramente estético, no deportivo. Es cierto que las gorras de ciertos equipos son más populares ( la roja y negra de los Bulls, la aguamarina y púrpura de los Hornets o la gris con negro de los Raiders), pero esto se debe más a la preferencia por el logo y los colores de la gorra y no a un gusto particular por el equipo. De hecho, ninguno de los coleccionistas sigue las temporadas de la NBA ni de la NFL, ni mucho menos de las ligas universitarias a las que pertenecen algunos equipos cuya ropa se ve por las calles de Bogotá, como los Hurricanes de la Universidad de Miami o los Hoyas de Georgetown. Probablemente, muchas de estas personas tampoco hayan visto los Looney Tunes en muchos años. Usan su ropa porque los diseños se ven 'chimbas' y ya.

De hecho, el estilo Vieja Guardia no sólo llama la atención de jóvenes de barrios del sur de Bogotá, sino que tiene también eco en las principales pasarelas de moda. Para su colección otoño/invierno 2016, la casa de moda italiana Moschino echó mano de diseños muy similares a los que venden/intercambian los coleccionistas bogotanos. Un verdadero coleccionista local, sin embargo, no se deja tramar de marcas. Así me lo hizo saber T., cuando le mostré el video de la pasarela y se mostró poco impresionado: "Pues ahi suave ñero, pero no pegarían por acá, por lo que el estampado es caucho. Aquí van es por lo cosido, ¿me entiende?". Y lo entiendo. El aprecio por la Vieja Guardia vas más allá del diseño, contrario a lo que pasa con la fast fashion que compramos los hipsters en tiendas como Zara o Bershka. Aquí, en este mundo de las gorras, la calidad de los acabados sí cuenta. A pesar de haber sido fabricadas hace 20 años o más, estas gorras se ven mejor que muchas nuevas. Son hechas 100% en algodón o lana, los diseños no están estampados sino bordados y algunas tienen esa preciosa etiqueta que dice 'Made in USA' (o al menos en República Dominicana). Así que piénselo dos veces antes de decirle ñero a alguien que usa una gorra que, objetivamente hablando, es de una calidad muy superior a su cardigan 'made in Bangladesh'.

Según su dueño, esta colección vale 3 millones de pesos.

Los coleccionistas son conscientes del estigma de 'ñero' que viene con sus codiciadas prendas. Cuando le pregunté a T. si alguien lo miraba mal por usar sus techos de colección, él me contestó "Sí, sí, todos… Eso uno va al norte y esos ricachones son desconfiados. En los centros comerciales los celadores lo vigilan más a uno hahaha. Y pues, el vestuario, ñero no es… Solo que es vieja escuela". Aún así, T. y muchos otros coleccionistas saben que su estilo predilecto tiene un mercado predilecto y que este no es un hobby como el aeromodelismo: "Si ud compra un techo chimba, venga a Ciudad Bolívar o Usme o cualquier parte y hay la de pirobos que se enamoran de la gorra y lo roban de quieto o en moto. Por eso la mayoría solo las tiene de colección, porque si las sacan se las roban, toca es andar con gorritas sencillas", me decía T. por Facebook. Esa lección ya la tiene clara A., otro de los coleccionistas del grupo, quien hace unas semanas llegó a la estación de Transmilenio de Ricaurte para hacer un cambio de 3 gorras. Al llegar, A. no encontró a otro coleccionista de gorras sino a tres tipos que cuchillo en mano procedieron apuñalarlo para quitarle sus preciados sombreros. "Estas prendas también son un marco delimitante entre el obrero raso y el joven de clase media", me decía Edward Murillo, quien hace años se alejó la industria de la moda y ahora se sienta al lado mío en la redacción de VICE. Después de una estadía de 15 días en el hospital, y tras haber drenado la sangre que entró a sus pulmones, a A. le quedó bien claro lo que separa a coleccionistas como él de ñeros como los que le tendieron una emboscada: "Sí, o sea, esa ropa empezó a utilizarla más que todo la gente ñera, y ñero es el que no se sabe vestir ni combinar, el que ni siquiera sabe tratarse a sí mismo. Y ese no soy yo, yo soy humilde, que es muy distinto", me dijo.