Fui la sombra de la Nobel en la Feria del Libro. Crónica a presión

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Cultură

Fui la sombra de la Nobel en la Feria del Libro. Crónica a presión

Le seguí los pasos a Svetlana Alexiévich por las cuatro conferencias que dio en Bogotá para averiguar quién es la premio Nobel más reciente de la literatura.

Svetlana Alexiévich con su pelo liso y bien puesto.

—Les recordamos a las personas que en pocos minutos vamos a hacer el ingreso al auditorio. Por favor una sola fila. Auditorio limitado.

Un señor con megáfono en mano nos recordaba a los de la fila lo que muchos todavía no se creían: estaban a punto de ver a la premio Nobel de literatura más reciente. Apenas salida del horno, la primera Nobel de literatura galardonada específicamente por su trabajo periodístico. Estaría durante los siguientes tres días dando conferencias y firmando libros por toda la ciudad. Yo me daría a la tarea de perseguirla en cada una de las conferencias. Esta era la primera de ellas: Corferias, jueves 21 de abril a las cinco de la tarde. Un atardecer rojo sobro los cerros de Bogotá nos guardaba las espaldas.

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***

¿Por qué nos interesaría escuchar a una Nobel? ¿Por el premio solamente? ¿Porque unos tipos en Suecia decidieron laurearla? ¿Por qué agolparnos a escucharla cuando hace un año no sabíamos quién era, cuando ni si siquiera sabemos poner su país en el mapa? ¿Por qué escuchar a un Nobel? ¿Por qué leer a un Nobel? ¿Qué verdad tienen para decirnos?

El escritor argentino César Aira asegura que "El Premio Nobel es para autores que promueven valores como la democracia, los derechos humanos, la memoria, la ecología". Los libros de Svetlana Alexiévich recogen múltiples testimonios: de mujeres en la guerra, de campesinos en Chernóbil, de soldados jóvenes en la guerra afgano soviética, de personas que vivieron en la URSS durante el cambio a la democracia en los noventa. Su obra cumple la cuota de Aira. Y sin embargo, ¿un Nobel sólo gana el premio por razones políticas?

La visita de Alexiévich coincide con la firma de un acuerdo de paz que intenta ponerle fin a una guerra más de 50 años. Es apenas obvio que una figura de estas características venga a discutir sobre temas de guerra y paz en un país que todavía no forma consensos definitivos en torno al acuerdo. Al fin y al cabo sus trabajos exploran el ser humano en la guerra. Incluso se dice que uno de sus libros — La guerra no tiene rostro de mujer — ha llegado a las manos de las guerrilleras en La Habana. Antes de la gira literaria por la ciudad, la Nobel estuvo reunida con el Presidente Santos y con mujeres víctimas del conflicto. La visita de la Nobel no es sólo una visita literaria. Pero en todo caso ella viene a hablar de su obra, ¿qué podemos absorber como país de la obra literaria de esta periodista que ha vivido también por muchos años en la guerra?

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La Academia Sueca galardonó a Svetlana Alexiévich en octubre del año pasado por "sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo". Sus libros recogen un sinnúmero de testimonios en los que cada persona relata sus vivencias más íntimas, sus preocupaciones, sus sueños y sus miedos. Se trata del género de 'novela de voces': una forma periodística que consiste en narrar un hecho histórico a partir de la combinación de varios testimonios que den una idea general del evento. La labor de la escritora es reunir esos testimonios, seleccionarlos, organizarlos de tal manera que orquesten un coro de voces. Alexiévich dirige esa sinfonía.

—En verdad es eso, ¿no? Es muy fácil agarrar historias y ponerlas todas juntas. O sea: no hay casi talento ahí —dice alguien en la fila mientras esperábamos para entrar.

***

Una vez adentro, nos acomodan en cada silla para que no quede ningún espacio suelto. (Hay gente que se queda por fuera: esto será una constante en las cuatro charlas). La entrevista va por cuenta de Laura Restrepo. Hay cámaras por todas partes, figuras del entretenimiento y muchos jóvenes. Cuando sale la Nobel, todos la aplauden y ella sonríe agradecida. Saluda, se acomoda en su silla y se cuadra sus audífonos. Todos los tenemos puestos. El diálogo entre Restrepo y Alexiévich, entre la Nobel y todos, va mediado por las traductoras.

Svetlana Alexiévich no parece un premio Nobel, parece más una abuela que le prepara a sus nietos caldo cuando se enferman. Su pelo liso y bien puesto le cae por toda la cabeza y a veces le oculta la cara. Pinta clásica de abuela: vestido de dos piezas del mismo color, bufanda o chal y una cartera gigante. Es la matrioshka rusa que siempre está en casa. Una matrioshka que tiene el oído muy afinado.

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La conversación toca los temas que demanda una entrevista con la bielorrusa: la guerra, el desastre ambiental y humano de Chernóbil, el amor, la muerte, el sufrimiento, el periodismo, el arte. Cuando Restrepo le pregunta por su ingeniosa manera de hacer periodismo, sobre la decisión de escribir 'novelas de voces' ella responde: "La verdad no puede estar en un sólo corazón. Mi trabajo no se trata de reunir una colección de horrores, sino de formar un nuevo punto de vista".

Muchas de las respuestas —si no todas— tienen un tono autobiográfico: para responder si la belleza puede superar el horror, la Nobel se devuelve a los días en los que estuvo en Chernóbil y recuerda a alguno de los personajes de sus libros. Como si relatar su historia fuera mejor que responder directamente la pregunta.

Sólo en algunas ocasiones su recuento deja escapar frases puntuales. Cuando Restrepo le pregunta por la manera de distinguir la literatura buena de la mala, ella responde recordando al poeta eslavo Joseph Brodsky, quien decía que la literatura buena tiene un sabor a metafísica. Los libros de Alexiévich están cargados de ese sabor.

Su intervención acaba con una frase casi terapéutica. Cuando le preguntan cómo hacer para soportar el dolor y la tragedia, dice: "Para sobrevivir hay que agarrarse de algo. Del amor. De la naturaleza. De la literatura".

***

Para subir al Everest uno tiene que haber escalado —al menos una vez— el cerro que lleva a la Universidad Externado. La segunda conferencia de la Nobel iba a tener lugar allí, el día viernes 22 de abril de una fría mañana capitalina. Conquistar la cumbre de la montaña —con la Universidad allá arriba esperando, y ese viento que frena todo avance— era una prueba de resistencia: era la montaña exigiendo lealtad con la Nobel. Sólo el que lograra trepar, el que superara la prueba, tendría la posibilidad de verla en vivo. Yo por segunda vez.

Ya arriba, me senté a esperar en la cafetería que da frente al auditorio. Saqué de la maleta el libro Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, que había conseguido recién el día anterior con la esperanza de que la autora lo firmara. (Traer a un premio Nobel a una feria de libros es quizás la mejor maniobra publicitaria para incrementar las ventas. Es casi como traer a un youtuber).

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El 26 de abril de 1986 un accidente en la planta nuclear de Chernóbil —utilizada para fines no militares— liberó grandes cantidades de material radioactivo. De los cuatro reactores que había en la central sólo explotó el número cuatro, dejando contaminado el 23% del territorio bielorruso, el 4% de suelo ucraniano y el 0,5% de tierra rusa. La inmediata respuesta del cuerpo de bomberos impidió que el resto de reactores explotara también. De lo contrario, el resultado habría sido la contaminación entera del continente europeo.


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Chernóbil, dice Alexiévich en su libro, fue un suceso doble: un evento social, porque significó el comienzo del fin de la Unión Soviética, y una catástrofe cósmica que irrumpió en el tiempo y que puso en juego la vida misma. Que puso en peligro la vida y el tiempo. Y que sólo gracias a la entrega —¿a la obediencia?— de bomberos anónimos que se lanzaron a las llamas radioactivas se pudo evitar. Quizás de momento. Gracias a esos héroes anónimos, la vida siguió y el ciclo del tiempo con ella.

—Y este día de mierda. A uno le da sueño. Es que si yo hubiera dicho: "Qué chimba de libro, cómo me gusta". Pero no, parce. Eso es perder la plata —dicen en la mesa de al lado.

Al otro lado de la ventana una mujer llora y su novio la consuela. ¿Por qué llora? ¿Llora por él? ¿Llora por amor? ¿Por celos? Pienso que esos bomberos se quemaron hace 30 años, al otro lado del mundo, para que ella pueda llorar. Para que siga habiendo amor por el cuál llorar.

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Paréntesis: anoté Chérnobil en el celular y el auto corrector no reconoce la palabra, la subraya en rojo. Como si no existiera.

Una señora pasa junto a la ventana de la cafetería. El brazo derecho lo tiene hasta la mitad: no hay brazo derecho, sólo ñoco que le llega hasta arriba del codo. Acá —en la ciudad, en el centro— la gente la ve con rareza. Pero acá —digo, en este país— no es una rareza, sino el mundo normal de muchos. Amputados, mutilados, destrozados en todo su cuerpo. Guardamos tanta semejanza con Chernóbil.

En la conferencia inaugural le preguntaron a Alexiévich que cuáles eran las pequeñas lagunas de felicidad que hacían la vida soportable en Chernóbil. Ella negó de tajo. "No en Chernóbil. Todos necesitamos agarrarnos de algo. Para sobrevivir hay que agarrarse de algo. No sólo los que han sufrido en Chernóbil: todo el mundo". ¿De qué nos hemos agarrado los colombianos para sobrevivir por tanto tiempo? ¿Cuáles han sido nuestras lagunas de felicidad?

***

Faltan minutos para que empiece la conferencia. Ya hay fila y yo me levanto de la mesa a coger puesto.

Necesitada de fama, una de las organizadoras del evento se pone a dar instrucciones. Obliga a los que ya se habían sentado frente al auditorio a pararse y a correrse unos pasos para atrás. La señora aletea los brazos, ordena, regaña, alega. Asume su pedazo de fama, su momento de poder. Todo para que en un par de horas, cuando el conversatorio termine, nadie la recuerde: héroes anónimos de la torpeza.

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—Hola, papi, —le dice una estudiante a su papá por teléfono— estoy en la universidad y hay una conferencia de la premio Nobel de literatura. A ver si quieres venir.

—¿Es de literatura, cierto? —le pregunta la estudiante a su amiga con el celular en la mano.

—Sí, de literatura. Que escribe sobre la guerra y el posconflicto —le responde su amiga en la fila.

El conversatorio se llama: "Periodismo del s. XXI. Intimidad, control social y otras nuevas fronteras". Pero en realidad a nadie le interesa el tema o el nombre de la conferencia. Si es sobre periodismo, ecología o ajedrez. Da igual. Todos vienen a ver a la Nobel.

Adentro, el auditorio está repleto. Mientras todos esperamos a que ella salga, vemos en las pantallas cómo el hashtag #nobelenelexternado se vuelve tendencia en Twitter.

Por fin, entra Alexiévich. Saluda, pone su chal sobre el sofá y se sienta. Deja su cartera al lado, nunca fuera de vista. La sonrisa de niña asombrada siempre en su cara. Absorbiéndolo todo. El rector, Juan Carlos Henao, dirige unas palabras que se refieren a la obra de la Nobel. Ella escucha la traducción atenta. Sin asentir o disentir. Escucha solamente.

Svetlana Alexiévich no parece un premio Nobel, parece más una abuela que le prepara a sus nietos caldo cuando se enferman

Sergio Ocampo —periodista y escritor bogotano: el moderador para esta ocasión— le extiende el saludo a Alexiévich, le agradece su presencia y comienza el diálogo diciéndole: "Usted me ayuda a comprender la tragedia del hombre ruso y eso me ayuda a comprender la tragedia del hombre colombiano".

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Una vez termina la introducción protocolaria, Alexiévich dice: "Estoy muy feliz de estar con personas de mi profesión". Alguien comenta que hay que ser muy humilde para que, siendo premio Nobel, uno llame colega a una centena de estudiantes.

El diálogo ente Ocampo y Alexiévich —pasado por las bocas de las traductoras— se repite mucho con respecto a la conferencia inaugural. No porque Ocampo repita las mismas preguntas, sino por que la escritora se repite mucho en las respuestas.

Sin embargo, el periodista colombiano logra hacer que la Nobel hable sobre uno de los sellos en su obra: la voz femenina. Pero ella aclara que no escribe sobre mujeres, sino sobre el punto de vista de la mujer. "El punto de vista femenino es diferente: la mujer cuida la vida, da luz. Este punto de vista es muy importante para destruir el monumento de la guerra, para destruir la legalización del asesinato". La guerra no tiene rostro de mujer.

Un estudiante le pregunta hacia el final de la charla:

—¿Es posible hacer buen periodismo narrativo bajo presión?

Alexiévich recuerda los días de la censura, el exilio y la inspección por parte de los dirigentes comunistas.

—Yo toda mi vida viví bajo presión. Por eso yo les deseo que sean valientes. Ustedes, sólo ustedes, pueden contar la verdad. Por eso conviértanse en buenos periodistas.

Aplausos. Muchos aplausos.

La presión es el ambiente natural del periodista: corre contra el tiempo. Cuestiona el poder. El poder lo acosa. Juega contra una trama de intereses. Desenmaraña mentiras. Canta verdades ocultas. Incomoda. O simplemente trabaja con churrias para entregar un texto en la fecha límite. Todo eso le corresponde también al periodismo narrativo, con el agravante de que tiene que estar bien escrito, como el de Alexiévich.

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***

Ese mismo día por la tarde tendría lugar el tercer conversatorio con la Nobel. El lugar: Gimnasio Moderno. El tema: los 30 años del desastre de Chernóbil.

A las afueras del auditorio, a la salida de cada recinto, se arman los estantes con los libros de Alexiévich. Debate y Acantilado —las editoriales que publican a la Nobel en español— aman que ella dé conferencias. Todos se agolpan a comprar el libro de la Nobel que están a punto de ver. O que ya vieron.

En la editorial Debate, que tiene en su catálogo tres títulos de Alexiévich, afirman que hubo un tiraje especial de 10.000 ejemplares para la Feria y que durante el evento las ventas de los libros de la Nobel han aumentado. Por su parte, la editorial española Acantilado reconoce que se hizo una tirada superior con base a la expectativa de ventas. El grupo Penta, encargado de distribuir el libro de Alexiévich en Colombia, asegura que el libro de la Nobel está entre los más vendidos en la Feria.

Adentro en el auditorio, hay una pantalla de fondo con fotos de Chernóbil después del accidente. De Chernóbil desolado. La imagen de una zapatilla roja entre hojarasca. La misma hojarasca de la violencia.

Sin mayor preámbulo entra Alexiévich. Su cartera otra vez junto al sofá. Sonrisa de agradecimiento frente a los aplausos. ¿Qué pensará? ¿Se sentirá aburrida? ¿Tendrá hambre? ¿Estará cansada? ¿Cansada de tantas introducciones pomposas? ¿Cansada de tanto honor y pleitesía? ¿Cansada de tanto reflector? ¿De oír a otros contar sus libros una y otra vez?

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—Ha tenido unos días muy ocupados y todavía sigue en pie —dice Giuseppe Caputo, coordinador cultural de la Cámara Colombiana del Libro y el encargado de entrevistarla esta vez.

Alexiévich se sienta en la silla, en el borde. Sin recostarse. Sin usar el espaldar. Su cuerpo echado hacia delante a la espera del turno para responder la pregunta. A la espera de que termine la traducción. Como si el espaldar quemara. Como si le estorbara la comodidad. Se pone los audífonos al revés, no por encima de su pelo sino por debajo del mentón.

Tiene puestos unos tacones. Negros y altos. De taco grueso. Unos cuatro centímetros. ¿Si estará cómoda en tacones? ¿No se cansa? ¿Habrán sido los mismos zapatos con los que grabó tantos testimonios? Es muy probable que no. Estos no son los zapatos de un reportero. Nadie se pasea por Chernóbil radioactivo montado en un par de zancos. No. Estos son los zapatos de un premio Nobel. Los zapatos de un premio Nobel que quiere camuflarse, que quiere pasar desapercibido en los cocteles.

De verdad, está muy jorobada. Dan ganas de decirle que se ponga recta. De cuidarla de la torticolis mortal.

—¿Qué es la violencia para ti? —pregunta Caputo.

A medida que su respuesta va tomando forma, es evidente que Alexiévich se está repitiendo. Repite los momentos de Chernóbil, los días inmediatamente posteriores, sus impresiones, la radiación invisible. Pero nada de violencia. Por ningún lado. De pronto dudo de las traductoras: ¿tendrán planeado un guion? ¿Nos estarán tomando del pelo a todos? ¿Sí serán las palabras fieles de Alexiévich?

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Mientras pienso esto, el transmisor se queda sin señal. Se daña por un momento el cable del sonido y todos se quedan sin traducción. Todos quedamos incomunicados. Alexiévich también. Ella es la más sola.

Cuando se arregla, una de las traductoras dice: "Gracias, público".

—Ven, estamos hablando de una sala pequeña y se dañó un cable. Imaginen lo que pasó en Chernóbil —comenta la Nobel.

Hay risas en el auditorio.

Giuseppe Caputo recuerda que en una conversación con Laura Restrepo previa a la Feria del Libro, esta última le dijo que si La Ilíada y La Odisea son las epopeyas del comienzo de la civilización, Voces de Chernóbil es la epopeya del final.

Pero Alexiévich no es tan dramática al respecto.

—Faltan todavía 100 chernóbiles para hablar del final de la civilización. No es el final. Es apenas una señal.

***

Alexiévich se llama así misma "historiadora del alma". Sus libros no se tratan sobre la guerra —dice ella—, sino sobre el alma humana en la guerra. Sobre el ser humano, pasado por la experiencia de la guerra. Pero, ¿qué configura un alma? ¿Qué sustancia la compone? ¿Cómo se estudia, cómo se observa?

Una persona del público pregunta:

—¿Cómo hacer para que las personas desnuden su alma?

A pesar de que no responde puntalmente, Alexiévich deja una lección de historia.

—La perestroika fracasó porque todos éramos víctimas. Todos nos sentíamos víctimas y eso nos hundió. No deseo que eso les suceda acá como nos sucedió a nosotros. Estoy hablando desde el punto de vista de una persona que ha aprendido. Nosotros nos hundimos con esta filosofía de víctima. Hay que estar preparado para seguir viviendo.

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Cuando acaba el conversatorio la Nobel se despide rápido. Como si dijera "Chao chao chao, no molesten más".

—¿Se fue? —pregunta alguien del público.

—¿Y por qué se fue de esa manera tan extraña?

—Es tan fría.

Luego me enteraré de que Alexiévich dejó metidos a los organizadores del Moderno con una cena que le tenían preparada en su honor en un elegante restaurante bogotano.

***

Es la cuarta vez que veo a esta persona en tres días. Ni a mi novia la veo tan seguido.

Por las ciclo vías que rodean la biblioteca distrital Virgilio Barco, mucha gente corre en sudadera o monta en bicicleta. Plan de sábado, pinta de sábado. Cultura, recreación y deporte.

En Corferias había gente con bolsas de libros sobre fantasía y novela gráfica; en el Externado, libros de Alexiévich, y en el Moderno igual, pero recién comprados; en la Virgilio Barco libros de Jorge Franco y Eduardo Mendoza. Cuatro públicos distintos para una misma conferencia.

La perestroika fracasó porque todos éramos víctimas. Todos nos sentíamos víctimas y eso nos hundió.

—Anoche me soñé que Svetlana era mi profesora de inglés —dice una mujer en la fila.

—Qué chistoso una premio Nobel dando clases de inglés; ella que habla ruso. He visto que ha dado resto de charlas. Aunque ella venía a hablar de conflicto, pues ahora que estamos a nada de firmar…

Dos mujeres y un hombre están adelante mío en la fila. Por lo que oigo son traductores. Hablan de la rueda de prensa con la que Alexiévich dio inicio a la Feria.

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—La traducción era súper plana. Además la dejaban hablar mucho y, como era en simultáneo, ya cuando traducían sólo decían lo que se acordaban.

—A mí lo que me parece es que para la traducción simultánea se necesita mucha rapidez mental, es casi predecir lo que la otra persona va a decir. Y además hay que tener el mismo tono.

***

Cuando se empieza a mover la fila y hay que recoger el traductor, el señor que me lo entrega me dice sorprendido: "¿Otra vez usted?

Adentro todo es igual a los días anteriores: hay asientos reservados en primera fila; algunos cabecean del sueño; hay palabras de una funcionaria del distrito, y un público expectante.

Mientras espero a que entre la Nobel, reviso en el celular a qué horas es la firma de libros que tendrá lugar esta tarde en Corferias. Y encuentro la noticia: "Cancelada firma de libros de la Nobel de literatura por motivos personales". No me sorprende en absoluto.

—Empiecen a ocupar las sillas, por favor —dice uno de los organizadores— que hay mucha gente afuera esperando. Eso sí, las de acá del centro no nos las ocupen que ya llegan las personas a ocuparlas.

Hubo una risa general por lo cínico del comentario. Y luego la gente respondió:

—¡La ley es para todos! —unánime e inmarcesible.

Primera vez que el cubículo de traductores está tan cerca. Puedo ver la cara de las traductoras. Yo me quedo mirando a una de ellas y ella se voltea a ver. Yo descubro la mirada de la persona que me ha estado hablado al oído durante estos tres días.

Cuarta vez: la Nobel vuelve a salir con parsimonia y una sonrisa en la cara. Con los mismos tacones negros y la misma cartera. Marta Ruiz, la periodista a la que le toca en suerte entrevistar a la Nobel, dice que es un honor tenerla a ella como invitada, pero que sobre todo es un honor tener a este público de lectores. Por fin algo de reconocimiento. Ruiz —al igual que los otros moderadores— hace un esfuerzo gigante por sacarle cosas nuevas a la Nobel.

Mientras la Nobel habla de lo mismo que ha dicho en las pasadas entrevistas, me quedo pensando en lo que significa que ella se llame a sí misma "historiadora del alma". Y todo se vuelve menos esotérico cuando entiendo que el alma no es un espíritu inmaterial que llevamos dentro. No es en ese sentido que Alexiévich habla de alma. No. Alma es la forma en que nos desenvolvemos en el mundo: nuestra manera de coger un vaso de agua, de reírnos, de entender, de llorar, de soportar el dolor, nuestra manera de entendernos con la historia, nuestra manera de soñar y de recordar. Alexiévich es historiadora del alma en la medida en que es capaz de ver y oír lo que los otros tienen por decir: "Yo no hago entrevistas —dice— yo hablo con la gente".

Y pienso también que no tiene que venir ninguna Academia Sueca a recordarnos lo obvio: que ante el dolor o la tragedia no hay mejor remedio que contar historias. Que para comprendernos como país no podemos dejarle el monopolio de la palabra a los poderosos. Que —como decía Ernesto McCausland— no podemos dejar que el conflicto lo cuenten las matemáticas. Hay que abrirle campo a la gramática.

—Dicen que cuando la llamaron para avisarle que era el nuevo premio Nobel —le pregunta Marta Ruiz —usted se encontraba planchando…

—No, si todavía plancho. El Nobel no cambia nada —responde la abuela Alexiévich, que tiene una nieta que la espera de vuelta en Bielorrusia.

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