FYI.

This story is over 5 years old.

Música

El accidente evolutivo de Colombia: Los Pirañas presentaron nuevo disco

Explicando el cosmos están los minotauros, las sirenas, las serpientes emplumadas y al lado de todo eso está, tangible, el sonido de Los Pirañas

Fotos por Hugo Rubiano

La primera vez que vi en vivo a Los Pirañas no se me olvida, fue el pasado 20 de noviembre, Aniversario de la Revolución Mexicana. Ese día mi país estaba en llamas. En el Zócalo de la Ciudad de México estaban quemando figuras del presidente y mis amigos escapaban de la policía, los asistentes a ese concierto, y una porción muy generosa de los capitalinos en México, estábamos de luto. 43 estudiantes rurales habían desaparecido en uno de los estados más violentos, a la fecha, no hay culpables ni rastro de su paradero, sólo fosas clandestinas y una escandalosa corrupción. Vestida de negro, y después de salirme de una marcha de protesta, llegué a ver a Los Pirañas. Ellos tocaron las canciones de su disco pasado, Toma tu jabón Kapax, pero doy fe de que ese día ellos fueron La diversión que hacía falta en mi país.

Publicidad

La segunda vez que vi a Los Pirañas, fue en Bogotá el pasado 6 de agosto, cumpleaños de la capital colombiana y un día antes del aniversario de la Batalla de Boyacá. Y sí, lo curioso es que a mí me ha tocado verlos únicamente en días festivos incendiarios y la idea me fascina, porque eso es lo mínimo que me provocan y lo menos que pienso de Mario Galeano, Pedro Ojeda y Eblis Álvarez, tres amigos que crecieron con la música desde sus días pueriles del colegio. Este jueves, en un oscuro bar de Chapinero, llamado Latora 4 brazos, Los Pirañas presentaron en vivo su segundo vinilo, La diversión que hacía falta en mi país, cuyo nombre vino a darle sentido, hasta ahora, a mi primera experiencia viéndolos tocar. Lejos de la anécdota y de ese contexto personal, destaco lo que sí es suyo y no una asociación libre de mi parte: tienen un show sumamente infeccioso. Además de ser una banda increíble, los Pirañas son una quimera. Dándole sentido al mundo, están los minotauros y las sirenas, las serpientes emplumadas, los tunjos, el pez alado del Museo del Oro… y al lado de todo eso está, tangible, el sonido de Los Pirañas: una criatura mestiza casi mitológica, que es mitad raíz –champeta y mapalé–, mitad reacción –motorik, música concreta y hasta rockabilly–; psicodelia y contrastes, música fría y cálida. Este tritón es un imposible; seductor, voraz e inmisericorde. Es un accidente evolutivo, una relación causal en una cadena de ADN que se ha urdido durante generaciones, que los precede y que bien pudo ir en esta dirección o pudo no haber sucedido; porque muchos lo intentan, pero pocos lo logran así.

Cuando tocan se levantan los patronos olvidados de Colombia, el lugar se cubre de los colores del Caribe y del Amazonas y se izan las portadas de La Columna de Fuego, de Los Speakers y hasta de Génesis en absoluta reivindicación. Todas las ideas disonantes y provocativas de Los Pirañas cobraron un sentido muy genuino al verlos tocar en su "hábitat natural" que no es un río amazónico, sino una noche de fiesta en su ciudad de origen. Cual peces en el agua, cual depredadores certeros, hicieron suya la personalidad de ese tótem que eligieron y domaron a sus presas, que nos agitábamos frenéticamente, hasta ser devoradas por esa quimera que es el sonido de Los Pirañas. No quedó nada de mí.

Verlos en vivo en Latora fue una experiencia totalmente emancipadora para esta extranjera, incauta e ingenua, que llegó a ese concierto aún pensando que es posible guardar pose y escuchar música experimental colombiana sin bailar hasta deshacerse. Imposible, camaradas, esto es Colombia… nueve meses después de mi primera experiencia, Los Pirañas siguen siendo La diversión que hacía falta en mi país y, sin duda, en muchos otros.

Los Pirañas se van próximamente a hacer una gira por Europa, para enterarte de cuántos güeros se devoran, síguelos por aquí.