Sexo

Mi vida como escort adolescente

"Me di cuenta de que podía ganar más dinero haciendo trabajo sexual que con un título académico. Pero todo el dinero que ganaba venía con un costo: mi cordura".
JB
ilustración de Joel Benjamin
LC
traducido por Laura Castro
Liza Blackwell
tal y como se lo contó a Liza Blackwell
ilustración de una escort adolescente

Elise, de 23 años, vive en un proyecto de viviendas para mujeres jóvenes que se recuperan de alguna adicción a las drogas. Fue criada por una madre soltera que vivía del subsidio gubernamental por tener una discapacidad. Como vía para salir de la pobreza, cuando tenía 17 años, Elise empezó a trabajar como escort. Luego, para hacer frente al creciente trauma que le causaba su trabajo, terminó consumiendo grandes cantidades de ketamina y alcohol.

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El año pasado, finalmente, Elise dejó de trabajar como escort, y a continuación nos relata su experiencia.

Solo tengo 23 años, pero siento que he vivido un millón de vidas.

El hecho de haber crecido en la precariedad ha jugado un papel muy importante en mi deseo de prosperar económicamente en mi vida adulta. Sabía que tener un trabajo de fines de semana no sería suficiente. Cuando tenía 13 años, compré un desacoplador de alarmas magnéticas, un imán para quitar las alarmas de la ropa y los accesorios. Robaba bolsos Ted Baker y los vendía en eBay. Ahorraba el 80% de lo que ganaba. Cuando tenía 16 años, comencé a vender MDMA en raves clandestinos.

Durante una rave, conocí a una chica que trabajaba como prostituta. Me contó acerca de un sitio web en el que se anunciaba y me dijo que era legal y que, en comparación con la venta de drogas, había menos riesgos y más ganancias. Así fue como la idea empezó a tomar forma en mi cabeza.

Había visto la serie Secret Diary Of A Call Girl [Diario de una prostituta], basada en el libro de Belle de Jour. Era una serie glamorosa sobre escorts de lujo, pero no reflejaba la realidad. Resulta que Belle de Jour estudió periodismo, trabajó medio tiempo como escort durante seis meses y luego escribió un libro al respecto. Ella realmente no representa al grupo demográfico que por lo regular realiza este tipo de trabajo y no tiene mucha experiencia acerca de la realidad que viven las trabajadoras sexuales. La mayoría de las jóvenes que trabajan en este sector son pobres y no tienen otra opción.

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Yo, por mi parte, me di cuenta rápidamente de que podía ganar más dinero haciendo trabajo sexual que con un título académico. Pero todo el dinero que ganaba venía con un costo: mi cordura.

Irónicamente, gasté todos mis ingresos en pagar mis terapias. Empecé a buscar vuelos para asistir a retiros de yoga en Asia, solo con la intención de tratar de mejorar, porque estaba traumatizada, deprimida y sufría de trastorno de estrés postraumático. Mi psique interna me torturaba para que abandonara el trabajo sexual. Cada parte de mí me gritaba que ya no siguiera con eso. Aun así, tomé una decisión consciente y basada en el miedo: ganar dinero en lugar de tomar un camino más saludable.

Mentía todo el tiempo —sobre mi nombre, mi trabajo, mi vida en general— y constantemente me encontraba estresada tratando de recordar mis mentiras, “¿Dije que me llamaba Amelia, Alice, Elise?”, casi olvido mi nombre real.

Recuerdo ir a terapia y negarme a hablar sobre el trabajo que realizaba cuando esa era la única razón por la que estaba allí, ya que tenía pesadillas en las que tenía sexo con demonios; pesadillas en las que había mucha violencia sexual. También tenía una terrible percepción sobre los hombres que me hacía creer que era incapaz de tener relaciones románticas con el sexo opuesto.

Muchas chicas no hacen bien este trabajo. A los 40, todavía viven en barrios marginales, con muchos bolsos y zapatos Prada usados, pero nada más. Hay quienes hacen crecer su dinero; invierten en acciones y participaciones, pero no tienen amigos, familia o marido. Son muy ricas, pero, ¿tienen algo de verdadero valor?

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Una de las madams para las que trabajé tenía una casa en un barrio bastante exclusivo de Londres y otra en Marbella, España, y dejaba que las chicas dispusiéramos libremente de ellas. Tenía mucho dinero. Nos encontrábamos con ella en un restaurante todos los meses para darle la parte que le correspondía. Ella se quedaba con 30% de lo que nos pagaba cada cliente y cobrábamos 800 euros por hora. Además de entregarle bolsas llenas de dinero en efectivo, algunas chicas le daban regalos (chocolates gourmet, joyas, relojes) para que les diera más clientes. Ella era muy glamorosa y bella. Debía de tener unos 60 años, pero parecía de 40. No tenía hijos, por lo que trataba a sus empleadas como si fueran sus hijas. Le gustaba que le diéramos tarjetas el Día de la Madre, con eso te ganabas su aprecio. Era manipulación, básicamente. Pero es algo que vemos en muchos sectores.

Todas contratamos a un fotógrafo profesional que nos tomara fotos en lencería sexy. Teníamos teléfonos celulares especiales para el trabajo y, tan pronto como poníamos nuestros números en algún sitio, los teléfonos sonaban sin parar. Tenía varias carteras con diferentes precios para los distintos sitios donde me anunciaba. Debía cubrir tantos mercados como fuera posible.

No todo era tristeza y pesar. A veces nos divertíamos, al estilo de algunos videos musicales. A veces nos quedábamos en un Airbnb o un bonito hotel de cinco estrellas, con toneladas de cocaína, litros de champán y rap de fondo para motivarnos. Salíamos a ver a algún cliente y regresábamos con nuestro pago; así que había dinero tirado por todas partes. 100 euros o 5 euros eran lo mismo para mí. Estaba ganando tanto dinero en tan poco tiempo que ya no veía su valor.

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Legitimé mis ingresos registrándome como esteticista y pagando impuestos, todo con la esperanza de comprar bienes raíces, convertirme en pensionista en algún momento y jubilarme anticipadamente. Sin embargo, simplemente no pude continuar con el trabajo sexual, me estaba matando.

Cuando entré a rehabilitación, me di cuenta de que llevaba mucho tiempo disimulando mi miseria. En la superficie era una chica alegre y vivaz, pero en el fondo me sentía mierda. Cuando un cliente llamaba a la puerta, respiraba profundamente y decía: “Hola, ¿cómo te va? ¡Entra!” Y ponía una gran sonrisa en mi rostro.

Siempre me aseguré de que mi clientela, en su mayoría adinerados hombres de negocios, estuviera lo más cómoda posible. Eran personas importantes, personas que ganaban mucho dinero, y yo tenía que ser una mujer respetable, no una ladrona que había pasado su juventud en los cementerios inhalando aerosoles. Es lo mismo con la mayoría de las chicas de la industria: simplemente fingen ser quienes sus clientes quieren que sean.

Mi “historia” era que mi padre tenía su propio negocio y mi madre era enfermera. Fingía ser una estudiante de posgrado en psicología. Investigué mucho sobre el tema para ser creíble y satisfacer cualquier curiosidad. Decía que trabajaba medio tiempo como escort porque "¡me encanta el sexo y el dinero es un buen bono extra!".

La verdad es que no me dedicaba a eso porque me gustara el sexo, sino porque me gustaba el dinero. Trabajaba de tiempo completo y solo había terminado la preparatoria. Veía a varios clientes por día y no tenía contacto con mis padres. No había visto a mi padre en años, era un hombre violento.

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"A los 20 años, ya había escrito mi testamento".

Pero una buena trabajadora sexual es una buena vendedora y, como cualquier buena vendedora, les decía a mis clientes lo que querían oír. En general, casi ningún hombre quiere tener sexo con una chica desesperada y proveniente de una familia disfuncional, que está tratando de salir de la pobreza. Ellos quieren sexo con una chica vivaz, alegre y emocionalmente estable, que provenga de un entorno adinerado, tenga un futuro brillante y ame las pollas. ¡Eso es mucho más atractivo! Pero no era tan sencillo como podría parecer. Cuando un hombre entraba en la habitación, tenía que determinar rápidamente si quería que yo hiciera el papel de una chica inocente o de una gran puta. Tenía que ser rápida.

Los robos y el acoso eran un serio problema para mí. Tenía alarmas de robo en mi departamento, en mis llaveros, junto a mi cama, al lado de la puerta. También tenía botones de emergencia con los que llamaba de inmediato a la policía, así como cámaras de vigilancia en el pasillo y en la sala de estar. Inconscientemente, internalicé mucha ira y odio mientras hacía este trabajo. Tenía una política de tolerancia cero. A la menor falta de respeto, echaba al cliente. Muchos hombres mayores se divierten abusando de mujeres jóvenes y vulnerables, así que tuve que aprender a ser asertiva y ponerlos en su lugar.

Llegué a un punto en el que ya no quería vivir. Consumía muchas drogas. Tenía una vida en las redes sociales, donde me exhibía en los mejores restaurantes, y una vida real, en la que me salía temprano de las cenas para inyectarme ketamina. A los 20 años, ya había escrito mi testamento.

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A mi modo de ver, si no tienes un problema de adicción antes de entrar en la industria del trabajo sexual, lo tendrás al final. He estado en rehabilitación tres veces. Con algunas pastillas de Xanax estaba lo suficientemente drogada como para soportar hacer el trabajo y, a la vez, poder tener una conversación inteligente. Me tomó varios años perfeccionar este equilibrio. Casi todos los días, me inyectaba un par de gramos de ketamina, así el efecto es mejor e inmediato. También tomaba Coca-Cola y Xanax casi a diario, para animarme y estar tranquila. Debido a lo mucho que ganaba, las drogas eran inagotables. Pero la ketamina y el alcohol eran lo que más consumía.

Ahora vivo en un proyecto de viviendas para mujeres jóvenes y vulnerables. Solía ​​tener un ingreso de cuatro cifras al día, y ahora apenas recibo 10 euros como ayuda del gobierno. Siento que estoy comenzando mi vida de nuevo y tratando de descubrir quién quiero ser realmente. No soy tan ambiciosa como antes, ni estoy tan motivada. Ese trabajo me destruyó.

Curiosamente, el momento más feliz de mi vida adulta fue el año pasado, cuando estaba en rehabilitación. Vivía con otras seis personas que eran realmente encantadoras: todos asistíamos juntos a terapia de grupo, todos nos apoyamos mutuamente, todos nos preocupamos genuinamente por los demás y queríamos lo mejor para los otros. Ahí hice amistades realmente increíbles.

Ahora, quiero usar mi experiencia para ayudar a otras mujeres jóvenes en dificultades. Creo que el dolor te hace una persona mucho más empática.

Hay una diferencia entre el dinero rápido y el dinero fácil, y la gente suele confundir estas dos nociones cuando se trata de trabajo sexual. Es rápido, pero no fácil. Y tiene un costo. Cada vez que me acostaba con un hombre diferente y me pagaba, en realidad estaba sacrificando una parte de mi bienestar, mi vida interior, mi salud y mi felicidad y, sin querer sonar melodramática, una parte de mi alma. Me estaba vendiendo al mejor postor.

Uno de mis clientes terminó convirtiéndose en mi acosador. En su casa, tenía 11 dormitorios y una cantidad ridícula de baños. Trabajaba para un banco y era muy rico. Pero era completamente inepto socialmente. Tenía toneladas de dinero, pero, ¿tenía a alguien con quien compartir esa casa? No. Para eso me usaba a mí. Eso me ayudó a comprender el valor real de las cosas en la vida. No todo se trata de dinero. Creo que la verdadera riqueza que tenemos son las relaciones con los demás. Ese es el verdadero tesoro. Estaba dispuesta a sacrificarlo todo por dinero. Mi identidad y autoestima estaban ligadas por completo al dinero.

La única característica empoderadora que tiene el trabajo sexual es que te puede sacar de la pobreza. La gente dice que eso es gratificante, que es feminismo; pero yo creo que todo eso son solo estupideces.