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Arte Azuma Makoto /  Fotografía por: Shiinok 
Ediciones VICE

Cacao. Placer e injusticia para comer, rezar y beber

De todas las plantas maestras de las Américas, el cacao sería la primera en dar el brinco que hoy intentan dar otras plantas como el cannabis o la coca: escapar del prohibicionismo y entrar al mercado global.

Durante sus al menos 3.500 años de historia, el cacao ha sido muchas cosas: alimento de dioses, “agua de puerco”, moneda de imperios, pócima de brujas y materia prima de una industria que hoy genera más de 103 mil millones de dólares al año. Nuestro apetito por el chocolate, el derivado más famoso del cacao es tan extraño, que en 2015 un estudio fue noticia en el Reino Unido al asegurar que el 40% de su población le miente a su pareja sobre cuánto chocolate consume.

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Endémico de la cuenca del Amazonas, tradicionalmente se consideró que el cacao había sido domesticado por los Olmecas en Mesoamérica. Sin embargo, en los últimos años arqueólogos encontraron evidencias de su uso por parte de las comunidades Mayo-Chinchipe, asentadas en lo que hoy es Ecuador, que tienen 1.700 años más que la evidencia mesoamericana. La historia del cacao, como la historia misma de la humanidad, se reescribe constantemente con los aprendizajes arqueológicos, antropológicos y con el acercamiento moderno a los saberes vivos de las comunidades indígenas. Los viajes del cacao entretejen a América, Europa, Asia y África, el continente que hoy produce casi el 80% del cacao del mundo, en una historia de colonizadores y colonizados. Explorar sus viajes es explorar cuatro mundos paralelos: el de las plantas ceremoniales, el de la industria (y las esclavitudes modernas), el del placer (y la capacidad humana de hacerse el de la vista gorda ante las injusticias del mundo) y el de las ceremonias nueva era (y la apropiación cultural), para llegar nuevamente al inicio de esta historia en una especie de migración circular.

De todos los viajes del cacao, su primer viaje, el del Amazonas a Mesoamérica, es aún un misterio. No existe certeza de cómo subió la semilla y específicamente qué variedad subió; hay tres variedades de cacao comúnmente referenciadas (criollo, trinitario, forastero) y al menos otras siete identificadas y muchas más sin estudiar. No se sabe si fue dispersada por hombres, mujeres, roedores, murciélagos o aves, o si fueron los navegantes de las sociedades de la época del Pacífco suramericano quienes la subieron. Tampoco se sabe a ciencia cierta si fue por ensayo y error que las primeras comunidades indígenas entendieron sus propiedades medicinales y su capacidad para expandir el espíritu y el corazón, o si efectivamente fue por un regalo divino. Lo que sí sabemos es que el cacao como lo comemos hoy (la semilla tostada y sus derivados) es producto de los ritos de las comunidades mesoamericanas, que según reporta National Geographic inicialmente elaboraban una bebida embriagante a base de la pulpa del fruto (sí, el cacao tiene pulpa y es blanca y suave como la de una guanábana), pero no se comían las semillas. 300 años después, según la antropóloga Rosemary Joyce, se darían cuenta de que las semillas eran comestibles y desarrollarían la bebida que hoy conocemos como chocolate amargo. Residuos de esta se encontraron al realizar análisis químicos de los fragmentos de jarros ceremoniales de comunidades que habitaban lo que es hoy Honduras 800 años antes de Cristo.

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Mucho de lo que sabemos sobre el cacao en Mesoamérica lo sabemos también por el Códice Florentino o la Historia general de las cosas de Nueva España, una obra editada y supervisada por el cura franciscano Bernardino de Sahagún entre los años 1540 y 1585, durante la conquista española. El códice es un texto que incluye fragmentos en lengua náhuatl, español y latín, y cuyas versiones en las tres lenguas no siempre coinciden. A veces porque no existían traducciones a los conceptos expresados por los nativos de este continente. (El náhuatl, como muchas otras lenguas nativas, es predominantemente oral y pictográfica; las ilustraciones comunican en sí conceptos para los que no existen palabras escritas). Otras veces porque tanto los textos en náhuatl como las traducciones fueron reescritas según los intereses de la conquista. La historia siempre la escribe el vencedor. Por eso, la interpretación de estas ilustraciones y del legado ancestral del cacao mesoamericano es lo que hoy ocupa a chocolateros entusiastas que buscan la reivindicación de la historia, como Fernando Rodríguez y su familia, quienes desde Chocolate Macondo, en Teotihuacan, investigan y preparan las aguas de cacao con método tradicional.

Viaje hacia la industrialización y la injusticia

Con la colonización española vendría otra transformación del cacao y el inicio de la era moderna para la planta. El brebaje amargo ceremonial pasaría a ser una bebida dulce, favorita entre los círculos eclesiásticos con la añadidura de la caña de azúcar. Así, de todas las plantas maestras de las Américas, el cacao sería la primera en dar el brinco que hoy intentan dar otras plantas como el cannabis o la coca: escapar del prohibicionismo y entrar al mercado global. Se dice que a pesar de ser una planta maestra, el cacao se camufla como un placer inofensivo y logra enamorar a cualquiera. Por eso, para el clero fue imposible seguir llamando a la bebida de cacao “agua de puerco” y al mundo occidental no se le ha ocurrido considerarlo droga, aunque algunos lo aspiren por la nariz en discotecas.

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Como la aclimatación del cacao no fue posible en Europa dado que el árbol solo crece en climas tropicales húmedos (caso contrario al del tomate, entre otros alimentos viajeros), los españoles y portugueses llevaron la semilla a un territorio colonial más cercano a los núcleos de la demanda del producto: África. Y si bien la esclavitud como tal “desapareció”, la controversia alrededor de la producción del cacao y la relación colonial entre África y Europa (hogar de los 10 países que más consumen chocolate según Statista) continúa hasta hoy. Fern, una organización belga que trabaja por los derechos de los productores de cacao y la protección de los bosques, estima que en promedio los productores de cacao ganan menos de un dólar al día, perciben alrededor del 6% del precio de venta de cada barra de chocolate y trabajan en condiciones de poco descanso y exposición continua a pesticidas. Adicionalmente, se estima que 2.1 millones de niños trabajan en la industria y que la deforestación a causa de esta llega a proporciones alarmantes: Costa de Marfil ha perdido el 80% de sus bosques en los últimos 50 años. Estas cifras no solo son evidencia del comercio injusto que esconde nuestra indulgencia, sino que además son alertas tempranas para el camino que recorren las otras plantas maestras hacia la industrialización.

El viaje neoancestral

Esnifar cacao en vez de sustancias controladas, comer cacao raw (crudo), participar en ceremonias para “abrir el corazón” o comer hongos con chocolate son solo algunas de las exploraciones de moda  alrededor del cacao.

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Grasas, antioxidantes, flavonoides (que se pierden en su mayoría en el proceso de transformación del cacao), serotonina, anandamida (compuestos similares a los cannabinoides) y feniletilamina (la sustancia bioquímica responsable del amor y también presente en el LSD y la morfina) son apenas algunos de los componentes que se encuentran en el fruto. Aunque muchos de ellos se metabolizan antes de llegar a la circulación, la ciencia y los exploradores nueva era están dedicados a entender los efectos del cacao en el cuerpo y en la mente.

Varios de los beneficios del cacao provienen del resveratrol, un famoso antioxidante que se encuentra también en el vino tinto y al cual se le atribuyen propiedades antienvejecimiento y el cual podría disminuir el azúcar en la sangre y ayudar en el control del sobrepeso. Otros posibles provechos del cacao incluyen la capacidad de aumentar los niveles de endorfinas, que en tanto opiáceos naturales alivian el dolor, y de serotonina, una sustancia química que altera el estado de ánimo y sobre la cual actúan algunos antidepresivos comunes. El consumo de cacao y chocolate también puede activar los receptores de dopamina del cuerpo. La dopamina está involucrada en los efectos de las drogas de usos problemáticos, (quizá por eso mentimos sobre cuánto chocolate consumimos, aunque esta activación no es exclusiva del chocolate, también es causada en niveles más altos por el consumo de otros alimentos, como el queso).

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Esteban Yepes, cocinero e investigador de cacaos, plantas medicinales y fermentos, dice que “la compleja etnofarmacología del cacao lo convierte en un peculiar vehículo de medicina, una canoa de trementina dulce-amarga que abre nuevos paradigmas en el uso ritual del alimento favorito del planeta”. Ambil, rapé y psilocibina, son solo algunas de otras medicinas sagradas con las que el cacao se mezcla desde el Amazonas hasta México.

Según Yepes, “el cacao ha vuelto a resurgir en una entremezcla de ceremonia new age, con tintes mayas, algo de kirtan y hasta chocoyoga; un fenómeno cultural denominado ‘cacao ceremony’ que ha venido tomando fuerza desde mediados de los 90”. La búsqueda de las ceremonias del cacao es crear espacios de sanación, conexión e inspiración. Son “una oportunidad para reconectarse con partes antiguas de nosotros mismos que recuerdan el simple poder de reunirse en comunidad”, se lee en la página web de Firefly Chocolate, una empresa californiana que ofrece ceremonias de cacao (incluso virtuales) y cacao ceremonial a la puerta de su casa. Cabe la pregunta de si es el cacao en sí o el formato del ritual lo que incita a los participantes a explorar y conectarse con el vecino.

La creciente popularidad de las ceremonias no existe sin controversia. El debate de apropiación cultural lo atraviesan la búsqueda de reivindicación de nuevos discursos latinoamericanos y emprendimientos de adaptógenos y yerbatería que, si bien buscan visibilizar la herencia ancestral presente en la Latinoamérica moderna, muchas veces excluyen a los portadores vivos de ese legado.

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Abadio Green, indígena, profesor y lingüista creador de un modelo de etnoeducación que representa la tradición del pueblo Gunadule que habita Colombia y Panamá, es uno de esos portadores vivos de las enseñanzas del cacao. En su tesis doctoral sobre significados de la vida, una herramienta pedagógica que permite entender el origen de las palabras para conocer el sentido de las cosas desde su tradición, Green explica que la historia y los significados de las diferentes palabras relativas al cacao —wago, sia, ologeliginyabbilele— hablan sobre la importancia del mismo y de su humo como central de la cosmogonía y ritos de su pueblo. “Ologeliginyabbilele, nombre dado al cacao. Viene de las siguientes palabras: olo, "oro"; ge(ge), "flojo"; (a)li, "comenzó a venir"; gin(e), expresa que algo o alguien "está en él o en ella"; ya, "orificio"; b(i)bi, "tierno", "frágil", "bebé"; y lele, "ser sabio", escribe. Luego agrega que “el nombre de la planta del cacao nos da a entender que ella tiene la sabiduría para proteger a los espíritus débiles” y que “el sahumerio del cacao es la medicina por excelencia para la protección de los niños y las niñas”. De ahí su uso como protector en fiestas infantiles y ceremonias de cantos terapéuticos en su comunidad.

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En las cosmogonías tradicionales, el cacao, como las demás plantas sagradas, no llegó solo a la tierra, su historia está entrelazada con otras plantas curativas y alimentos. “Plantas medicinales, las raicillas, el tabaco, el ají picante”, plantas que actúan unidas para “mostrar su poder ante los enemigos de la tierra”, explica Green.  El cacao forma vínculos alelopáticos con otras plantas, lo que potencia los efectos entre ellas, en vez de actuar aisladas como sucede en la farmacología moderna. No sorprende entonces ver hoy en barras de chocolate alrededor del mundo, chocolate con ajíes, pimientas y otras plantas como la lúcuma o la moringa en búsqueda de potencializar sus beneficios.

La mezcla de este mundo de posibilidades con la industria moderna no deja de ser problemática. El apetito por el chocolate continúa creciendo; según cifras de Statista se esperaba que en 2019 su consumo anual alcanzara las 7.7 millones de toneladas. Un alto consumo que, junto con la deforestación que genera su cadena industrial y el cambio climático, quizá nos lleven a su último viaje: el de la desaparición.

Este artículo hace parte de la sexta edición de VICE en Español, Planta: Latinoamérica desde la raíz, en la que tratamos de entender las relaciones que como latinoamericanos tenemos con estas plantas maestras. En los enlaces puedes leer las historias sobre peyote, chile, amapola, tabaco, coca, ayahuasca y marihuana.

Aquí y aquí les dejamos algunas pistas adicionales para los curiosos de la farmacología del cacao.

*Juliana Zárate es socia fundadora de @MuchoCol, un emprendimiento que incita el comercio justo de alimentos locales.