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Aprobé un curso para manejar moto sin tener idea de cómo hacerlo

En Colombia las motos dejan más muertos que la guerra y la razón podría ser lo fácil que es conseguir una y tener un permiso legal para manejarla.

El instructor llegó a bordo de una AKT blanca que tenía la palabra ENSEÑANZA escrita en verde sobre el guardabarros. Cuando lo vi sentí en el estómago un vacío similar al que se siente cuando uno asciende lentamente hasta la cima de una montaña rusa: estaba a punto de comenzar mis primeras clases para conducir moto, un medio de transporte que en la última década ha cuatriplicado sus ventas en Colombia y está causando más muertes que la guerra en el país.

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El día anterior me había paseado por la Avenida Primero de Mayo entre carreras 27 y 30, donde cientos de motos esperan desarmadas a sus dueños en los talleres, donde otras aguardan a que nuevos propietarios lleguen y las compren, exhibidas como están frente a las compraventas que se encuentran en el. Quizá sea este el lugar dónde se siente con más fuerza el boom de la motocicleta en Bogotá; aquí las motos transitan por la acera manubrio a hombro con los peatones y la combinación de casco y chaleco es casi un uniforme.

Si al presidente de Asopartes, Tulio Zuluoaga, le hubieran preguntado en 2010 cuándo circularían por Colombia más motos que carros, el líder del gremio que agrupa a los empresarios del sector automotor me dijo que habría calculado que faltaba una década para tal escenario. Pero el mercado se adelantó a sus estimaciones: en 2013 ya había más motos que carros en los registros del Ministerio de Transporte y hoy en día el total de motos matriculadas supera por 1.100.000 unidades al total de carros. Según Zuloaga, los bajos aranceles que deben pagar los importadores de motos, así como las facilidades de financiación para los compradores son las dos principales razones para este crecimiento sostenido.

Entré a uno de los muchos concesionarios que abren sus puertas y totean sus parlantes sobre la Primero de Mayo, escogí una moto de 5 millones de pesos y me senté con una vendedora para analizar mis posiblidades de salir del concesionario rodando. Tras aportar la información relacionada con mis ingresos y mi vida crediticia (ambos muy discretos), la vendedora me dio la buena nueva: estaba a una fotocopia de mi cédula y una certificación laboral de estrenar una moto sin necesidad de cuota inicial y a cambio de 24 pagos mensuales de 248.000 pesos. "¿Y el pase?", le pregunté a la vendedora. "Eso sí es un trámite muy personal", me dijo ella, "usted verá si quiere sacar la moto sin pase, pero se expone a que se la quiten los policías".

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En Colombia, solamente diez cuadras, y una espera de 6 a 8 días, separan a un perfecto analfabeta víal de un motociclista reconocido por las autoridades de tránsito. Aquí, en la intersección entre la calle 19 sur y la carrera 17, varias docenas de Centros de Enseñanza Automovilística se pelean por la clientela que aspira a tramitar su licencia de conducción con las mismas estrategias que usan los vendedores de calzado en los sanandresitos. En este barrio lo fácil es salir con un pase para conducir moto. Lo difícil es que alguien le enseñe a uno a manejarla. En su esfuerzo por cautivar una clientela corta de plata y ávida de pase, las escuelas de conducción del barrio el Restrepo han optado por un curioso sistema de reconocimiento de conductores: preguntarles si saben manejar. Punto.


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Cuando uno ingresa a cualquiera de las academias de este barrio ––yo hice el intento en ocho–– y pregunta qué debe hacer para obtener un pase de moto, la persona encargada contesta con otra pregunta: "¿usted ya sabe manejar moto?" Si la respuesta es afirmativa, lo único que se interpone entre uno y su licencia son 250.000 pesos, un examen médico de rutina y entre 6 y 8 días que tarda la licencia en ser cargada a la plataforma virtual del Ministerio de Transporte. De ser negativa, la cifra se duplica, ya que el curso de 10 horas prácticas y 15 teóricas cuesta otros 250.000 pesos.

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Adivinen cómo responde la mayoría de los clientes. Yo creería que afirmativamente, a pesar de que el país tiene datos del siguiente calibre.

Entre 2009 y 2013 Jose Manuel Garzón, director de la Asociación Motoclubes de Cundinamarca y Bogotá, ofreció capacitaciones voluntarias a entre 500 y 600 motociclistas en Bogotá y sus alrededores. Según Garzón, cuando le preguntaba a sus auditorios de 50 motociclistas cuántos de ellos habían tomado el curso de conducción antes de sacar el pase, solo 2 o 3 de ellos levantaban la mano.

Y la práctica no se limita a las escuelas de conducción en el barrio Restrepo. Según el concejal de Bogotá Jorge Torres, lo que sucede en el Restrepo es apenas el primera y más leve de las irregularidades que suceden en torno al trámite de las licencias para conducir moto. Torres, quien milita en el Partido Verde, adelantó con su equipo una investigación en la que encontraron que, aparte de las academias de conducción que dan el pase sin exigir las horas de clase, existe una red de tramitadores que, a cambio de una suma mayor de dinero a la que cobraría una escuela, pueden conseguir una licencia sin necesidad de examen médico ni espera de 6 a 8 días. En diciembre de 2015 el diario El País de Cali publicó un artículo titulado "Así funciona la guerra del centavo por los pases de moto en Cali" en el que denuncian un fenómeno casi idéntico en la capital del Valle. Ese mismo mes, la Superintendencia de Puertos y Transporte sancionó a 97 escuelas de conducción por distintas irregularidades.

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Con tanto torcido, no es de extrañarse que los motociclistas estén cayendo en las calles como moscas. En lo corrido de este año ya han muerto un poco más de 1.000 motociclistas en Colombia, unos 8 al día si uno saca el promedio. En Bogotá, de acuerdo a las cifras de la Secretaría de Movilidad, la accidentalidad ha bajado desde 2012 , año el que sucedieron 8.076 accidentes de tránsito que involucraron motos, la cifra más alta en la historia de la ciudad. Sin embargo, la gravedad de los accidentes ha aumentado considerablemente. Mientras que en 2012 murieron en la capital 129 motociclistas en accidentes de tránsito. En 2015, la cifra aumentó a 239 muertos.


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En marzo de este año, luego de que su padre muriera atropellado por una moto en Medellín, el profesor Mauricio García Villegas publicó una columna en El Espectador que contenía una potente estadística: mientras que en 2006 el conflicto armado colombiano causó 2.165 muertes y los accidentes de moto 1.648, en 2013 el conflicto acabó con 341 vidas y los accidentes de moto 2.754. Y al igual que la guerra, los accidentes de moto tienen una manera nada casual de seleccionar a sus víctimas. Según un estudio elaborado en 2012 por el Comité de Ensambladoras Japonesas de Motos (un grupo de marcas que es dueño del 85% del mercado ] en Colombia), el 77% de los propietarios de motos en el país pertenecen a los estratos 1, 2 y 3. Además, el 93% de las motos son usadas como vehículos de transporte y trabajo, mientras que solo 7 % es usada con fines recreativos.

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Entonces, después de saber de antemano todas esas cifras que acabo de escribir, estar cagado del susto justo antes de conducir por primera vez una moto tiene mucho sentido. Tras preguntar en varias academias de conducción del barrio Restrepo logré encontrar una especie de camino en el medio entre la legalidad y la ilegalidad en el trámite de la licencia. En vista de que, supuestamente, yo ya sabía manejar moto, pero había aprendido hace varios años y no me sentía tan seguro acerca de mis conocimientos, una academia accedió a venderme una de esas clase de "refuerzo" que duraría dos horas y costaría 40.000 pesos. Luego de la clase (y de pagar los otros 250.000 pesos) estaría listo para recibir mi pase.

Al instructor, un tipo de unos 30 años con expansiones en espiral en ambas orejas, le bastó con ver mi cara y apretar mi mano para darse cuenta de que yo no estaba listo para manejar una moto por las congestionadas calles del Restrepo. "Camine lo llevo a un parque para que arranque tranquilo", me dijo, mientras me pasaba un casco e invitaba a montarme en la parte de atrás. En el camino, el instructor me explicó que sus clases de conducción se dividen en dos partes: aprender a manejar moto y aprender a manejar moto en Bogotá. Según él, quien afirma moverse en moto por la ciudad desde hace 8 años, la elevada accidentalidad de las motos en Bogotá no solo responde a imprudencia e impericia de los motociclistas, sino que también les cabe algo de responsabilidad a las actitudes hostiles de buses y automóviles que comparten la vía con los motociclistas. Recordé algo que me había dicho tiempo atrás otro motociclista: "la gente siempre dice: 'una moto se me atravesó o una moto me chocó' pero casi nunca hablan de un motociclista. Es como si no supieran que sobre todas las motos va una persona".

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Llegamos al parque. El instructor me mostró las partes del vehículo. Me explicó cómo ponerlo en marcha y detenerlo. Me pidió hacer una par de ejercicios con el acelerador. Y, sin más preambulo, manejarla, como quien suelta a un niño de la bicicleta. Tras unos 5 o 6 seis sudorosos y temblorosos intentos, logré dar con el punto de contacto del clutch. La moto me empujó hacia adelante y mi instructor me hizo saber que era hora de levantar las piernas y dejar que la velocidad sostuviera el peso de todo el aparato. Estaba andando en moto, primero con el instructor detrás mío, luego solo.

Andar en una moto en primera y segunda velocidad se siente como andar en la bicicleta más ruidosa y pesada del mundo. Pero cuando uno mete tercera el velocímetro pasa los 30 kilómetros por hora, el viento se siente en los brazos y el recuerdo de estar parado en una estación de Transmi esperando un bus, como si de ganar una lotería se tratara, parece patético. Lejano. En una moto uno se siente más rápido y eficiente que los demás, más que humano, casi mejor que un mortal.

En ese momento de frescura liviana, entendí por qué el sticker multicolor del campeón mundial de GP1 Valentino Rossi es uno de los más populares en las tiendas de accesorios del barrio Restrepo.

Tras una hora dando vueltas por una calle tranquila a orillas del Río Fucha, practicando el arte de arrancar, parar y volver a arrancar sin dejar apagar la moto, mi clase se había terminado. Bajé de la moto para cederle el puesto a mi instructor, quien antes de pasar la pierna sobre la moto decidió darme algo de retroalimentación.

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–Y…. ¿Ya estuvo?

Le pregunté para probar que tan dispuesto estaba el instructor a certificar como conductor apto a una persona que, como yo, no lo era y estaba a muchas horas de practica de llegar a serlo.

–Hermano, yo a usted lo veo un poquito crudo.

–¿Cómo así?

–Pues todavía me falta enseñarle a hacer giros, a usar direccionales y a manejar en una avenida grande.

Por un momento tuve la esperanza de que, después de todo, y en algunos lugares, sacar el pase para manejar moto no era tan fácil como parece. Tal vez queda alguna persona en toda esta industria que esté dispuesta a decir "no, no voy a ponerlo a mitad de camino hacia su tumba al darle este pase". Era un escenario curioso, en el que estaba cruzando los dedos para que me rajaran.

Luego, con un tono que delataba un deseo sincero de darme una mano, el instructor agregó:

–Si tiene la plata, yo le recomiendo que pague unas horas más de clase, pero si no la tiene, todo bien. Yo igual no voy a decir nada en la escuela.