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Cultură

Así le cuentan a un turista cómo fue la toma del Palacio de Justicia

La memoria ciudadana que se ha construido alrededor del caso del Palacio de Justicia puede ser un reflejo de cómo Colombia mira su pasado.

Soy de Cali y llevo más de cinco años viviendo en Bogotá; sin embargo, hasta hace pocos días, no me había aventurado a conocer el corazón de la ciudad. Los 30 años que se cumplen de la toma y retoma de uno de los edificios simbólicos de la democracia, el Palacio de Justicia, así como el hallazgo de los cuerpos de tres mujeres, que pertenecían al grupo de los once desaparecidos que dejó el holocausto ocurrido entre el 6 y 7 de noviembre de 1985, hicieron que me pusiera mis tenis más cómodos y emprendiera mi caminata con deseos de saber más sobre lo sucedido.

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Sentí que era importante conocer esta imponente construcción de mármol, testigo de uno de los actos más violentos que había golpeado a la capital. Así como cuando un turista fotografía los vestigios del Muro de Berlín y, con ayuda de los relatos de su guía, es capaz de imaginarse una Alemania dividida en dos mundos opuestos; o, cuando vas a la Plaza de Mayo en Buenos Aires e imaginas cómo las madres de los desaparecidos de la dictadura de Videla protestaban por los crímenes que sufrieron sus hijos; yo llegué a las puertas del Palacio con miles de preguntas.

¿Quiénes entraron? ¿Por qué lo hicieron? ¿Quiénes desaparecieron? ¿Qué está pasando ahora? En fin, quería saber cómo cuentan los bogotanos la historia de lo sucedido el 6 y 7 de noviembre de 1985 en este edificio. Dediqué un día entero a pedirle a personajes claves que me explicarán qué había pasado; me les acercaba y solo decía: "Soy turista, ¿le molestaría contarme qué pasó aquí en el Palacio de Justicia?".

Escuché varias versiones muy parecidas pero, al mismo tiempo, diferentes. Cada quien tenía una añadidura especial para su historia: personajes, hora, hechos transcurridos, situación actual. Comencé por la historia de una testigo directa, pasé por versiones oficiales y terminé escuchando un tour peatonal en inglés por el Centro Histórico, en compañía de unos brasileros y un amable coreano que estaba impresionado con la arquitectura colonial.

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Eran las 10 de la mañana, cuando busqué el Palacio de Justicia y lo observé cerca de diez minutos; le di la vuelta entera, vi dos entradas principales y la primera pregunta que cruzó mi cabeza fue: "¿Dónde habrá comenzado todo?". En la Plaza de Bolívar, cuando observaba la parte trasera del complejo —una entrada enrejada, casi olímpica, de unos 20 metros— un hombre de unos 70 años se me acercó a ofrecerme maíz para las palomas. Mi reacción fue preguntarle si sabía qué había pasado en ese edifico que los dos mirábamos; su respuesta: "Yo ando por estos lares hace menos de un mes. La que estuvo ese día es aquella, la que está sentada en el centro de la plaza. Se llama Nora".

En medio de un mar de palomas estaba doña Nora. Una gorra roja y amarilla en forma de parasol protegía su rostro campesino de unos 60 años. Me le acerqué, le compré una bolsita de maíz, me senté a su lado y alimenté a las aves. La abordé con mis dudas, después de compartir una risa tímida que rompió el hielo, y me contó su historia:

"Yo trabajo aquí hace más de 35 años. Ese día, un miércoles, se escucharon disparos que alertaron a todos los que estábamos cerca; eran como las cuatro de la tarde cuando llegaron tanques y se parquearon en la plaza. Ya casi se terminaba mi día de trabajo, cuando empezamos a ver gente que llevaba a otras personas en camillas y militares que llevaban a muchachas alzadas; salían de esta puerta, aquí al frente, y se metían allá a la Casa del Florero. Yo tenía mucho miedo de que me llevaran porque estaban cogiendo gente sin importar y del edificio estaba saliendo mucho humo. Entonces, agarré mis 'chiritos' y cogí pa'l sur".

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Nora Casaña, el nombre completo de esta testigo directa, cuenta que se tardó una semana en volver a trabajar a la plaza. Al final de nuestro encuentro, se refirió a los hallazgos de los cuerpos de las tres mujeres desaparecidas en el holocausto, la última semana de octubre: "Ahora están encontrado cuerpos y son de muchachas que servían tintos adentro. Yo no sé, pero se han demorado mucho en hacer justicia, ¿no le parece?".

El relato de doña Nora me dejó con una gran inquietud sobre la Casa del Florero, también conocida como el Museo de la Independencia, ubicada en la calle once con carrera séptima. Al parecer este sitio albergaba más historias que la del grito de independencia. Así que entré a la casa colonial blanca y esquinera al costado derecho del Palacio, de sur a norte. A eso de las 11 de la mañana, llegué al punto de información y me asignaron un guía del museo para que le hiciera las preguntas que quisiera. Cuando comencé a hablar sobre la toma, él solo dijo: "Nosotros nos encargamos de contar qué sucedió aquí en el museo. Si quieres más información puedes hablar con algún patrullero del edificio o hay tours gratis por el Centro Histórico". Ante el comentario, yo decidí quedarme callada y escuchar la versión de la Casa del Florero.

Su recuento de los hechos fue más o menos así: "El 6 y 7 de noviembre de 1985, el M-19 se tomó el Palacio de Justicia y mantuvo cerca de 300 rehenes: magistrados, empleados del edificio, visitantes, entre otros. En ese momento esta casa, que ya era museo, se vuelve centro de operaciones militares; algunas personas que salen vivas del Palacio entran aquí, pero después no todas aparecen. Hoy 30 años después, no se sabe nada de ellas y el proceso judicial sigue abierto. Según Medicina Legal, los cuerpos que se encontraron hace poco eran de personas que estuvieron en esta casa".

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Mi guía no entró en detalles, ni siquiera me indicó que el Coronel Edilberto Sánchez Rubiano, en ese entonces comandante de inteligencia de la Brigada XIII, fue quien utilizó el museo para coordinar las operaciones de retoma del Palacio de Justicia. Con ganas de tener una versión más completa, pensé que algún patrullero podía contarme la historia. Eran las 12 y 30 cuando crucé la calle y caminé hasta la otra entrada del complejo, subí la pequeña rampa y me acerqué al policía. Le dije: "Buenas tardes, soy turista y quisiera saber qué pasó aquí hace 30 años".

"Yo le puedo contar algo muy general. En 1985, cuando Belisario Betancur era presidente, las Farc se tomaron el Palacio, mataron y desaparecieron a muchos funcionarios, visitantes y empleados", me contó el patrullero. El hombre de unos 35 años sonrió y me dijo que eso era todo lo que sabía, sin caer en cuenta de por lo menos un error que había cometido: confundió las Farc con el M-19. Después de escucharlo, me pregunté cuántos extranjeros se irían convencidos de esta versión tan trocada. En ese momento pensé que la solución estaba en un tour personalizado. Esa sería la única forma de escuchar una historia estructurada y coherente de lo sucedido.

Caminando hacía el punto de información turística más cercano, me topé con un grupo de bomberos y también decidí interrogarlos. De los cinco que había cuatro hicieron cara de desconcierto y negaron con la cabeza, diciendo: "La verdad, lo que le diga es mentira". Solo uno, Hernández, según lo que alcancé a leer en su uniforme, me dio una respuesta: "En 1985, el M-19 se tomó el Palacio de Justicia a sangre y fuego. Ahí es que empieza lo de los falsos positivos, mataron a mucha gente haciéndola pasar por guerrilleros para justificar sus ejecuciones". Hasta ahora, él era el primer entrevistado que señalaba implícitamente otro victimario además del grupo armado ilegal.

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El comentario de Hernández se refería a que muchas de las acciones de las Fuerzas Militares, durante la retoma del Palacio de Justicia, se convirtieron en centro de las recientes investigaciones. Muchos de los cuerpos de los caídos en la retoma fueron entregados y enterrados bajo identidades equivocadas; al parecer, entre ellos se encontraban los cuerpos hallados hace pocos días, que pertenecían a Cristina del Pilar Guarín, Luz Mary Portela Rincón y Lucy Amparo Oviedo.

El panorama ya era un poco más amplio y confiaba mucho en el tour en inglés que tomaría a las dos de la tarde. Después de almorzar, llegué al punto de información del Centro Histórico, ubicado en la carrera octava con calle novena, y me encontré con mi nuevo guía, Junior, tres brasileros y un coreano. Antes de comenzar la caminata, Junior nos contó que, desde el 2007, este lugar ofrece tours peatonales que recorren el Palacio de Nariño, cruzan la Plaza de Bolívar y visitan el Palacio de Justicia. "La idea es que ustedes conozcan los lugares más emblemáticos del Centro Histórico", señaló nuestro guía.

El Palacio de Justicia fue la segunda parada del tour; llegamos a la puerta que da a la Plaza de Bolívar y esto fue lo que dijo el guía en español: "Este edificio que ven aquí es el Palacio de Justicia, sede y símbolo de las Altas Cortes, de la rama judicial en Colombia. El Palacio también es conocido porque en 1985 el M-19, Movimiento 19 de Abril, se tomó sus instalaciones violentamente y destruyeron la sede. Este acto dejó once desaparecidos y más de 50 personas murieron". Mientras Junior hablaba los brasileros, que venían de San Pablo, fotografiaban la imponente entrada y fruncían el seño; tal vez, pensaban en los cientos de muertos y desaparecidos que también había dejado la guerra en su país, durante una dictadura militar que duró más de 20 años.

Cuando el guía terminó su intervención, el coreano preguntó qué había pasado con el M-19 y Junior solo dijo: "El grupo armado se desmovilizó hace varios años". Hasta ahí llegó el tema de la toma del Palacio en el tour y pasamos a ver la imponente Casa de Nariño. Seguramente, si los cuatro extranjeros hubieran querido saber un poco más del tema, Junior hubiera dado alguna respuesta sin entrar en detalles. Después de hablar con doña Nora, visitar el museo y recurrir a algunas versiones oficiales, yo ya tenía más información que todo el grupo, incluyendo al guía.

Si alguien me dice que le cuente qué pasó el 6 y 7 de noviembre de 1985 en el Palacio de Justicia, basándome en las historias que escuché este día, tendría algo muy superficial que decir. Reconstruir la memoria de los hechos resultó ser tan difícil como completar un rompecabezas al que le faltan varias fichas. Los bogotanos cuentan la toma del Palacio como una historia fragmentada, llena de suposiciones y, muchas veces, sin importancia; algunos de los entrevistados no tenían idea de lo sucedido o tergiversaban los hechos.

La memoria ciudadana que se ha construido alrededor del caso del Palacio de Justicia puede ser un reflejo de cómo Colombia está intentando vincularse con su pasado. No hay un esfuerzo lo suficientemente fuerte, que nos abarque a todos, por crear memoria; parece que no es una de nuestras prioridades saber qué ha pasado, normalizamos la violencia que ha tocado al país y olvidamos sin reparo.